Aunque Dolía, Me Quedé

El sonido del timbre marcó el final de la clase, pero para mí, fue solo un recordatorio de que la dinámica de siempre estaba a punto de repetirse. Joel y Rosalina se levantaron casi al mismo tiempo, intercambiando una mirada cómplice que yo nunca recibía.

No me molesté en esperar. Ya sabía lo que venía.

—¿Vamos? —dijo Rosalina, enganchando su brazo con el de Joel como si fuera lo más natural del mundo.

—Sí —respondió él sin dudar.

Sin dudar.

Yo recogí mis cosas con calma, fingiendo que no pasaba nada, que no me importaba. Pero Fernanda, que estaba sentada a mi lado, soltó un suspiro cansado.

—¿Hasta cuándo, Valentino? —murmuró.

La miré, sin responder.

—Siempre es lo mismo. Te deja atrás y tú sigues ahí, como si no te doliera.

Bajé la mirada. No quería hablar de eso. No con ella, no con nadie.

Porque admitirlo en voz alta significaba aceptar que estaba perdiendo.

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El recreo era un reflejo de todo lo que pasaba en clase. Joel y Rosalina juntos, apartados, como si el resto del mundo no existiera.

Me senté en una de las bancas, observando de lejos. Fernanda estaba a mi lado, comiendo en silencio, pero cada tanto lanzaba miradas en dirección a ellos.

—¿Qué tanto ves? —pregunté al final, cansado de su insistencia.

—Solo confirmo lo que ya sé.

—¿Y qué sabes?

—Que él no va a cambiar, Valentino.

Me tensé.

—No es tan simple.

—Sí lo es —dijo ella con un encogimiento de hombros—. Te usa como colchón emocional, pero nunca como prioridad.

No respondí. No podía.

Porque era verdad.

Porque lo sabía.

Y porque, aun sabiéndolo, no podía alejarme.

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Un par de días después, algo diferente ocurrió.

Joel llegó a clase con el ceño fruncido y una energía pesada a su alrededor. No me habló. Apenas saludó a Fernanda y evitó cruzar miradas conmigo.

Pero lo que realmente me sorprendió fue que tampoco se acercó a Rosalina.

Ella lo notó, por supuesto.

—Joel —dijo en voz baja, tocándole el brazo—. ¿Pasa algo?

Él se apartó con un movimiento sutil, pero claro.

—Nada.

Ella frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—No me vengas con eso.

—No quiero hablar.

El silencio se extendió entre los dos. Yo observé la escena sin intervenir, sintiéndome como un espectador en una obra de teatro cuyo final ya conocía.

Rosalina suspiró con frustración.

—¿Es por lo de ayer? Ya te pedí perdón.

Joel no respondió de inmediato.

Yo no sabía qué había pasado entre ellos, pero podía imaginarlo. Una pelea más. Un error más de ella. Un perdón más de él.

Y, por primera vez, parecía que él estaba cansado.

—Déjame en paz por hoy, Rosalina —dijo, y su tono era más duro de lo que jamás había usado conmigo.

Ella lo miró como si él le hubiera dado una bofetada.

—¿Así de fácil? —su voz tembló—. ¿Me vas a dejar de lado como si no importara?

—No te estoy dejando de lado —suspiró Joel, pasando una mano por su cara—. Solo… necesito espacio.

Rosalina apretó los labios y se alejó sin decir más.

Yo me quedé en mi sitio, demasiado sorprendido para moverme.

Fernanda, a mi lado, chasqueó la lengua.

—¿Y ahora qué?

No supe qué responder.

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Más tarde, cuando la escuela terminó, Joel se me acercó.

Fue inesperado.

—¿Quieres venir conmigo un rato?

Lo miré con cautela.

—¿Por qué?

—Porque sí.

Porque sí.

No era la respuesta que esperaba, pero tampoco era una invitación que podía rechazar.

Nos alejamos de la escuela y caminamos sin rumbo definido. La tensión en su rostro aún no se había disipado del todo.

—¿Quieres hablar de lo que pasó? —pregunté, aunque dudaba que lo hiciera.

Él suspiró.

—No es gran cosa. Solo me cansé un poco.

—¿Solo un poco?

Me miró con algo parecido a una sonrisa cansada.

—Tal vez más que un poco.

Nos sentamos en una banca en el parque cercano. Joel miró el suelo, con los codos apoyados en sus rodillas.

—Rosalina es… difícil —admitió.

No supe si quería que respondiera algo, así que esperé.

—Me cansa —continuó—. Pero también me preocupa.

Asentí.

—Es normal preocuparse por alguien a quien quieres.

Joel se quedó en silencio un momento.

—¿Y qué pasa cuando querer a alguien te desgasta?

No tenía respuesta para eso.

Porque, en el fondo, sabía que la pregunta no solo hablaba de Rosalina.

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Cuando volví a casa esa noche, me quedé mirando el techo de mi habitación, repasando la conversación.

Por un momento, Joel se había abierto un poco más de lo usual. Había mostrado algo más que su indiferencia habitual.

Pero al mismo tiempo, no podía evitar preguntarme:

Si él se cansaba de Rosalina…

¿Algún día se cansaría de mí también?