Espero que esta carta te encuentre bien, aunque mi corazón late con dolor al pensar que ya no estaré aquí para verte sonreír. Si la estás leyendo, es porque mi tiempo se ha agotado y mi cuerpo ya no puede luchar más.
Quiero que sepas que te perdono. Te perdono por todo el dolor que me causaste, por todas las noches que pasé llorando por ti, por todas las mañanas que desperté con la esperanza de que regresaras a mí.
Te perdono por no estar allí para mí cuando lo necesité, por no escuchar mis súplicas, por no sentir mi dolor. Te perdono por dejar que el tiempo y la distancia nos separaran.
Aunque decidí rendirme y dejar de luchar por nosotros, nunca dejé de amarte. Siempre te amé, y siempre te amaré. Recuerdo cada momento que pasamos juntos, cada beso, cada abrazo, cada mirada...
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capitulo 15
Sergio se acercó a Carola y la tomó del brazo, intentando llevarla lejos de Elena.
—Vamos, Carola —dijo Sergio—. Esto no es el lugar adecuado para esto.
Carola se resistió, pero Sergio la llevó hacia la salida.
—Déjame ir —dijo Carola—. Quiero que todos sepan la verdad.
Pero Sergio la sacó de la sala, cerrando la puerta detrás de ellos.
—¿Qué verdad? —preguntó Sergio, confundido—. ¿De qué bebé estabas hablando?
Carola se detuvo y se giró hacia él.
—No te atreves a hacer como si no supieras —dijo—. El bebé que Elena perdió. Tu hijo.
Sergio se quedó en silencio, su rostro pálido.
—¿Qué bebé? —preguntó—. No sé de qué estás hablando.
Carola se rió, incrédula.
—No puedes estar mintiendo —dijo—. Elena me contó todo. Sobre cómo te dejó y cómo perdió al bebé.
Sergio se sintió abrumado por la sorpresa y la confusión.
—No sabía —dijo—. Elena nunca me dijo nada.
Carola se cruzó de brazos.
—Eso es porque no querías saber —dijo—. No querías enfrentar las consecuencias de tus acciones.
Sergio se sintió como si hubiera sido golpeado.
—No entiendo —dijo—. ¿Por qué no me dijo nada?
Carola se encogió de hombros.
—Eso es algo que debes preguntarle a Elena —dijo—. Pero ahora sé que no puedes negar la verdad.
La sala se había convertido en un escándalo, y la reputación de Sergio quedó dañada para siempre.
Mientras tanto, dentro de la sala, Elena se sentía abrumada por las preguntas y los murmullos de los demás invitados. Max la abrazó.
—Estoy aquí para ti, Elena —dijo—. No te dejaré sola.
Elena se sintió agradecida por el apoyo de Max, pero sabía que pronto tendría que enfrentar a Sergio y contarle la verdad.
Elena salió de la sala, buscando a Sergio y Carola. Los encontró en un pasillo apartado, hablando en voz baja.
—Carola, ¿quién te dijo? —preguntó Elena, directamente.
Carola se giró hacia ella, su rostro inexpresivo.
—No tengo que decirte nada —dijo Carola—. Ya sé la verdad.
Elena se sintió frustrada.
—¿Quién te lo dijo? —insistió—. Necesito saber.
Carola se encogió de hombros.
—No diré nada —dijo—. Pero sé que Sergio ya sabe.
Elena se giró hacia Sergio, que la miraba con una mezcla de tristeza y confusión.
—Elena, ¿por qué no me dijiste? —preguntó Sergio—. ¿Por qué no me contaste sobre el bebé?
Elena se sintió abrumada por la emoción.
—No pensé que fuera importante —dijo—. Ya habíamos terminado.
Sergio sacudió la cabeza.
—Eso no es cierto —dijo—. Siempre fue importante. Siempre fue mi hijo.
Elena se sintió culpable por no haberle contado la verdad.
—Lo siento —dijo—. No sabía qué hacer.
Carola se rió.
—No te disculpes con él —dijo—. Él no tiene derecho a sentirse culpable.
Elena se enfureció.
—No tienes derecho a hablar de esto —dijo—. No sabes nada sobre mí o mi vida.
Carola se encogió de hombros.
—Sé lo suficiente —dijo—. Y pronto todos lo sabrán.
Elena comenzó a recordar quienes sabían sobre su embarazo y la pérdida de su bebé. Solo había unos pocos amigos cercanos que sabían: Max, Selena, Sofía, Taylor y Alexa.
Pensó en cada uno de ellos, tratando de determinar si alguno de ellos podría haberle dicho a Carola. Pero sabía que no era posible. Eran sus amigos más cercanos y confiables.
—No fue ninguno de ellos —dijo Elena para sí misma—. Entonces, ¿quién?
Sergio se acercó a ella.
—Elena, necesito saber qué pasó —dijo—. Necesito saber por qué no me contaste sobre el bebé.
Elena suspiró.
—Hablemos en otro momento —dijo—. No puedo hablar de esto ahora.
Sergio asintió.
—Está bien —dijo—. Pero necesito saber la verdad.
Elena se alejó, sintiendo que su mundo se estaba desmoronando. La única certeza era que su secreto ya no era un secreto.
Max y Alexa corrieron tras Elena, pero ella ya había desaparecido en la noche. Se detuvieron en la acera, mirando alrededor.
—No la podemos dejar así —dijo Max—. Necesitamos saber si está bien.
Alexa sacudió la cabeza.
—No podemos hacer nada ahora —dijo—. Ya se fue.
Mientras tanto, en otro lugar de la ciudad, Sergio se sentó en su habitación de hotel, recordando la noche anterior. La noche que Elena desapareció.
Fue después de una discusión violenta, llena de acusaciones y golpes. Sergio se había dejado llevar por su ira y había dicho cosas que no podían borrarse.
—Eres una infiel —le había gritado—. Nunca te he querido.
Elena se había ido, sin decir una palabra. Y ahora, Sergio se sentía consumido por la culpa y la tristeza.
—¿Qué hice? —se preguntó—. ¿Por qué la lastimé así?
Recordó la carrera en Sakhir, donde Elena le había sonreído y le había dicho que lo amaba. Pero todo había cambiado después de ese día.
—La perdí —dijo Sergio para sí mismo—. La perdí por mi propio egoísmo y violencia.
La noche se convirtió en un tormento para Sergio, lleno de preguntas sin respuestas y remordimientos que no podían borrarse.
Mientras tanto, Elena se sentaba en un taxi, mirando por la ventana, con lágrimas en los ojos.
—¿Dónde vas? —preguntó el taxista.
Elena suspiró.
—Lejos de aquí —dijo—. Lejos de él.
En otro lugar, Carola seguía reprochando a Sergio, su voz llena de ira y resentimiento.
—Siempre supe de Elena —dijo Carola—. Siempre supe que era la única que podía hacer que te olvidaras de mí.
Sergio se sintió sorprendido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
Carola se rió.
—No te hagas el tonto, Sergio —dijo—. Siempre supe que Elena era la razón por la que no podías comprometerte conmigo.
Sergio se sintió culpable.
—Carola, lo siento... —dijo.
Pero Carola ya había colgado, dejando a Sergio sumido en sus pensamientos y remordimientos.
Sergio se sentó en la cama, intentando recordar lo que había pasado. De repente, su mente viajó hasta Sakhir, donde todo había cambiado.
Recordó cómo se había subido a la monoplaza, listo para correr. Y cómo Elena se había alejado, con una sonrisa triste en su rostro.
Pero luego recordó la nota que había recibido después de la carrera. Una nota con fotos de Elena con otro hombre. Fotos explícitas que lo habían hecho enfurecer.
Sergio se sintió un nudo en la garganta al recordar cómo había reaccionado. Cómo había visto a Carola y había afirmado que era su novia, sin siquiera importarle lo que Elena podría pensar.
—Fui un idiota —dijo Sergio para sí mismo—. Fui un idiota egoísta que no supo valorar lo que tenía.
Sergio se levantó de la cama y se dirigió al espejo.
—¿Qué te pasó, Sergio? —se preguntó—. ¿Qué te hizo cambiar así?
La respuesta era clara: su propio egoísmo y la manipulación de Carola. Sergio se sintió asqueado de sí mismo.
—Nunca más —dijo—. Nunca más voy a dejar que mi egoísmo me controle.
Pero era demasiado tarde. Elena ya se había ido, y Sergio sabía que no podría recuperarla.
Sergio se sentó en la cama, sumido en sus pensamientos y remordimientos. Recordó cómo había dañado a Elena al día siguiente de la carrera en Sakhir.
—La llamé puta —dijo para sí mismo, con horror—. La ultrajé, le dije que su cuerpo no valía nada.
Sergio se sintió un nudo en la garganta al recordar la expresión de Elena, llena de dolor y tristeza.
—Le dije que nunca la había querido —dijo—. Que solo era una diversión para mí.
Sergio se cubrió la cara con las manos, avergonzado de sí mismo.
Mientras tanto, en el hostal, Elena recordaba ese mismo día, con lágrimas en los ojos. Se acordó de cómo Sergio la había golpeado y humillado.
—Me llamó puta —dijo para sí misma, con una voz temblorosa—. Me dijo que no valía nada.
Elena se levantó de la cama y se dirigió al armario. Sacó un pequeño collar con una cápsula que contenía las cenizas de su hijo.
—Mi pequeño —dijo, llorando—. Mi pequeño que nunca conociste a tu padre.
Elena se sentó en la cama, abrazando el collar y llorando amargamente. Recordó el dolor y la tristeza que había sentido al perder a su hijo, y cómo Sergio había exacerbado ese dolor con sus palabras y acciones.
—Nunca más —dijo Elena, entre lágrimas—. Nunca más voy a dejar que alguien me lastime así.
Elena se secó las lágrimas y se levantó de la cama, decidida a seguir adelante y dejar atrás el dolor y la tristeza. Pero el recuerdo de su hijo y la pérdida que había sufrido siempre estaría con ella.