Sr. Y Sra. Claus

Aila

Esas palabras me golpean como un rayo. Mi mente queda en blanco, atrapada en la magnitud de lo que acaba de decir. Mi corazón late con fuerza, un torrente de emociones desbordándose dentro de mí. ¿Es eso lo que él quiere de mí? ¿Qué significa eso para mí? ¿Cómo podría alguien como él desear algo así de mí? Yo no soy nada especial. Soy solo una mujer común, sin poderes, sin magia... No tengo nada que ofrecerle, nada que lo haga pensar que soy digna de ocupar un lugar en su vida, de ser el centro de su mundo.

Mis manos tiemblan, mi respiración se vuelve más agitada, y me siento perdida, sobrepasada por lo que me está diciendo. La incredulidad me envuelve, pero al mismo tiempo, hay algo dentro de mí, una extraña sensación, como si una parte oculta de mi alma ya estuviera reconociendo lo que él dice, como si todo esto fuera un destino marcado que no puedo evitar. Es un sentimiento profundo, antiguo, que siempre ha estado ahí, esperando ser descubierto, y aunque me aterra, no puedo evitar que me cautive.

—Tú... ¿Tú realmente lo crees? —susurro, incapaz de ocultar la mezcla de miedo y desconcierto en mi voz. No puedo dejar de mirarlo, buscando algo, cualquier cosa que me diga que esto es un error, que no puede ser real. Pero no encuentro lo que quiero en sus ojos. En cambio, veo una verdad absoluta, una certeza que me derrumba por completo. Y aunque intento resistirla, sé que lo que él dice es cierto.

Nikolas no responde con palabras, pero su mirada lo dice todo. Sus ojos me miran con una calma implacable, una confianza que me envuelve, y siento que, por alguna razón, él está completamente seguro de lo que está diciendo. Y, aunque no entiendo cómo ni por qué, siento que él tiene razón. Tal vez, solo tal vez, yo soy la respuesta a todo esto, la razón por la que todo ha sucedido, el propósito de algo mucho más grande que yo.

—¿Qué pasará con mi familia? —pregunto, mi voz temblando, no solo por el miedo, sino por la preocupación que siento por ellos. ¿Qué sucederá con mi vida normal, con todo lo que conocía?

—Lo que quieras —me responde con una sonrisa suave, como si realmente me estuviera dando una opción, como si mi decisión importara de verdad—. Sea que nos mostremos al mundo como una pareja oficial o que vivamos en el polo norte, como te plazca.

Su respuesta me deja sin palabras. Me cuesta creerlo, pero no puedo negar que su tono firme, y esa serenidad que lo rodea, me dan una extraña sensación de paz, como si, de alguna forma, él pudiera protegernos, cuidarnos.

—¿Eso no te puede perjudicar? —Le pregunto, aún con dudas, porque me cuesta imaginar un mundo en el que todo esto sea tan sencillo, donde no haya consecuencias.

—No, porque ellos solo recordarán quién soy cuando esté presente. Todo lo que hago está pensado para proteger mi seguridad, y la de los demás —responde, y aunque su tono es firme, hay una suavidad detrás de sus palabras que me da algo de consuelo.

—Pero eres Santa Claus, puedes hacer de todo —bromeo, aunque lo que siento dentro de mí es una mezcla de incredulidad y una pequeña chispa de humor nervioso.

Nikolas sonríe, y es una sonrisa llena de calidez, de una calidez que se siente genuina, como si pudiera disipar cualquier sombra de duda en mi corazón.

—No es tan simple como crees —se ríe, y me doy cuenta de lo mucho que me gusta escuchar su risa, esa risa que, sin previo aviso, empieza a desarmar todas las barreras que he construido en torno a mi corazón—. Yo también tengo debilidades, Aila.

—¿Cómo cuáles? —le pregunto, con la curiosidad más fuerte que nunca. No sé qué espero escuchar, pero mi corazón late con fuerza, deseando comprender más sobre este enigma que es él.

Nikolas se acerca a mí, y con una ternura que no puedo explicar, me besa en la frente. Su gesto es suave, lleno de una promesa callada, como si dijera mucho sin necesidad de palabras.

—Lo sabrás en el futuro, si eso quieres —responde, su voz grave y cálida envolviéndome en un abrazo invisible. Mi mente sigue tratando de procesar todo lo que está sucediendo, pero algo en su voz me hace creer que este es solo el comienzo de algo mucho más grande, mucho más profundo.

¿Comienzo? ¿De verdad estaba dispuesta a aceptar salir con él? No lo sé. Mi corazón aún está lleno de dudas, pero en lo más profundo de mí, algo me dice que este es el camino que debo tomar. Y aunque el miedo sigue ahí, me siento extrañamente lista para caminar por él.

—Entonces, ¿qué somos? —pregunto, un poco insegura, temiendo que él me diga algo que no quiero escuchar. ¿Irá a espantarse y alejarse como tantos otros hombres? ¿O estará dispuesto a seguirme en este viaje?

—No sé —responde, mirándome con una intensidad que me corta la respiración—. No puedes ser mi esposa hasta que me digas que sí, que quieres casarte conmigo.

Mis pensamientos se agitan, pero no me atrevo a decir nada. No tengo respuestas todavía. Estoy temerosa de lo que todo esto puede significar, pero al mismo tiempo, siento que necesito conocerlo más antes de tomar una decisión tan grande.

—Quiero conocerte más antes de eso —respondo, sin poder evitar que la incertidumbre se cuele en mi voz. Él asiente y, con un gesto suave, toca mi cabello. Es como si me conociera más de lo que debería. Su toque es cálido, reconfortante, pero también me deja un poco asustada. Mi cabello parece crecer con ese toque, como si algo dentro de mí también estuviera despertando.

—Será como tú quieras, reina mía —dice con una sonrisa, y al escuchar esas palabras, algo dentro de mí se enciende. Siento que, de alguna forma, yo tengo el poder de decidir, de cambiar las reglas de este juego. Y por primera vez en mucho tiempo, me siento en control de mi destino.

Me encuentro en mi habitación, observando mi cabello largo, que parece haber crecido aún más desde la última vez que lo miré. Todo parece tan surrealista, pero al mismo tiempo tan real. ¿De verdad había vuelto?

—Aila, mamá te llama —dice mi hermana, interrumpiendo mis pensamientos. Se queda en la puerta unos segundos, mirándome fijamente antes de preguntar—. ¿Te pusiste extensiones?

Solo le sonrío, sin saber qué más decir. Salgo de la habitación y voy hacia donde está mi madre. Al entrar, veo a Nikolas, ahora con su barba blanca más pronunciada, lo que me hace darme cuenta de lo mayor que en realidad debe ser. Aunque aparenta ser un hombre de unos 40 años, esa barba lo hace ver mucho mayor, tal vez de 70 años. Y en ese momento, todo empieza a tener más sentido.

—Hija, ese señor me dice que es tu pareja —dice mi madre, visiblemente sorprendida.

—¿Lo tenías que hacer tan rápido? —le pregunto, cruzándome de brazos, tratando de ocultar mi nerviosismo. Nikolas se encoge de hombros, como si todo esto fuera completamente natural.

—El señor Claus tiene un horario muy agitado, entre más rápido mejor —responde, y en ese momento, Finn, el pequeño elfo, aparece como de la nada, saltando desde la sombra de Nikolas. Al ver la expresión aterrada en el rostro de mi familia, me doy cuenta de que él fue el que causó todo este caos.

—¿Lo hiciste aposta? —le regaña Nikolas, mientras el elfo sonríe traviesamente, claramente disfrutando de la confusión que acaba de crear.

—A veces les gusta burlarse de la gente. Es natural en ellos —dice Nikolas, mientras una sonrisa indulgente aparece en su rostro.

—¡Esa cosa habló! —grita mi madre, lo que provoca que la casa se convierta en un caos total. Tardo más de lo normal en calmarla y explicarle la situación, repitiendo las mismas palabras una y otra vez. Mi madre siempre ha sido muy nerviosa, pero esta vez se ha superado.

—Entonces, ¿Santa existe? —pregunta mi hermana, todavía sin poder procesar lo que acaba de suceder, mientras sostiene a Mark en brazos. Mi cuñado, sorprendentemente, ha aceptado la situación demasiado rápido, pero tiene sentido. Es desarrollador de videojuegos, después de todo, y para él, todo es posible.

—Sí —responde Nikolas con una sonrisa tranquila, mientras extiende su mano. Un humo blanco sale de su palma, formando un copo de nieve en el aire—. Aunque tiene un propósito diferente.

Comienza a explicar nuevamente, igual que lo hizo conmigo, y mi padre asiente, como si todo tuviera sentido ahora.

—Entonces, fueron ustedes los que me ayudaron con trabajo cada vez que llegaba Navidad —dice mi padre, y yo siento un nudo en el estómago. Las piezas empiezan a encajar.

—Alguno de nuestros elfos hizo lo que pudo por ayudar —responde Nikolas, con un aire que me hace sospechar que está hablando de algo más grande. En ese momento, siento que mi vida está tomando un giro, uno del cual no sé si quiero ser parte o si quiero escapar.

—Dios, no puedo creer que esto sea real —Mi hermana sigue mirando a Nikolas con los ojos muy abiertos, como si esperara que algo cambiara, como si de alguna manera todo esto pudiera ser una fantasía que desapareciera de repente. La incredulidad en su voz es palpable, como si estuviera intentando procesar lo que acaba de suceder. Mi mente también está corriendo, pero en ese momento todo se detiene en un solo pensamiento: esto está pasando. Está pasando de verdad.

Nikolas no parece inmutarse, su mirada sigue tan serena y calmada como siempre, como si este tipo de situaciones fuera algo común para él. Él no tiene prisa. No está ansioso por explicar ni por buscar aprobación. Todo lo contrario, parece disfrutar de la reacción de mi familia, pero de una manera tranquila, como si ya estuviera acostumbrado a este tipo de desconcierto.

—¿Por qué estás aquí? —Mi madre, aún atónita, finalmente encuentra su voz, pero su tono es mezcla de desconcierto y preocupación. Es como si, por un instante, hubiera olvidado todo lo demás, olvidado el hecho de que este hombre acaba de aparecer de la nada, con una barba blanca que no cuadra con su edad, y que tiene en su rostro la serenidad de alguien que ha vivido siglos. No sabe si está soñando o si, de alguna manera, ha caído en un juego extraño del destino.

Nikolas responde con la calma que le es característica, como si no fuera nada fuera de lo común, como si estuviera contándole algo sencillo a un niño.

—Quiero a su hija como esposa —Su voz es firme, clara, como si no hubiera ninguna duda, ni vacilación, en sus palabras. Como si ya hubiera tomado esa decisión hace mucho tiempo y no estuviera dispuesto a reconsiderarla.