Como Un Conejo Asustado

John

El viaje de ida fue largo. Mis pensamientos se centraron en los árboles que dejábamos atrás cada vez más. Este mundo no era muy distinto al anterior; lo único que hacía diferencia era la biología humana y ni siquiera por mucho. Las diferencias entre el Dr. y yo eran contables: yo era omega y él no tenía un sexo secundario. Cuando entramos a la ciudad, los edificios empezaron a notarse y la cantidad de personas que veía por la ventana aumentó. Me recosté en el asiento; era suave y cómodo. Disfruté del viaje hasta que llegamos a un gran centro comercial. Me fijé en el Dr., no había dejado de ver su celular, no hablamos en todo el camino.

Cuando el auto se detuvo, el Dr. bajó primero. Al ver que su mano me esperaba afuera, la tomé a pesar de la posibilidad de ser descubierto. Aunque estaba en un nuevo mundo con personas diferentes y compuestas biológicamente de manera diferente, aún debía permanecer escondido. Si mi yo de este mundo había vivido lo mismo que yo, entonces no lo culpaba por incendiar la casa. Era difícil tomar decisiones, pero una vez que ya no tienes nada que perder, la locura elige por ti.

Caminé cerca del doctor. Quería evitar distraerme y terminar perdiendo su rastro. Preferiría poder tomar su mano, pero era innecesario. Era un adulto. Un adulto que quería tomar la mano del Dr. para sentirse seguro. Incluso, podría aceptar llevar una correa; me sentía expuesto con tanta gente alrededor. Podrían reconocerme, podría perderme y volver a estar solo…

–¿Qué quieres hacer primero? – preguntó el Dr. deteniéndose en medio del lugar.

–Ropa, está bien– Entramos al almacén más cercano.

La ropa era colorida y el lugar lo era aún más. Miré a través del vidrio; había muchas otras tiendas con prendas con colores más cálidos. Aun así, no tenía siquiera la fuerza de decirle al Dr. que no me gustaban los colores tan vivos. Quería salir del almacén y volver de inmediato. No había ido a visitar a Esparta y Dom aún; ellos estarían esperándome.

–Yo realmente no tengo interés por estas cosas. Puedes tomar lo que quieras–

–Muchas gracias – expresé.

–Muy buenos días, bienvenidos, ¿buscan algo en específico? – indagó la empleada.

Miré al Dr. y este asintió.

– Sí, es para mí–

–Muy bien, puede seguirme por acá– La mujer me mostró diferentes buzos y camisetas. Cada uno más llamativo que el anterior.

–Yo… ¿Tiene algo que no sea tan colorido? – pregunté.

–Mmm... – su rostro pensativo se dirigía a todas las direcciones. – Sí, claro, podemos hacer algo– Los siguientes buzos que sacó de entre la estantería metálica eran de un azul oscuro. Mucho mejor que todos los anteriores.

–Este me gusta– Dije.

–Oh, me alegro por eso. – dijo mientras sonreía amablemente.

–Disculpe, podría buscar cualquier cosa para mí, realmente no importa. Pero si es como este buzo estaría bien– La mujer asintió y empezó a buscar.

Me volví buscando al Dr., pero este no estaba. Me inquiete, sentí como mis manos sudaban y, quise caminar, pero mis pies no funcionaban. La sensación de estar aturdido y en peligro, me alarmó. No, él volvería. Solo debía quedarme en el último lugar donde había estado y él me encontraría. Esperaría.

–Esto es todo lo que he encontrado por ahora, ¿le gustaría echar un vistazo? – escuché a la mujer hablar. Pero no quería voltear a ver; en cualquier momento podía pasar algo. No podía distraerme de la puerta.

–Disculpe, ¿se encuentra bien? – indagó.

–Oh, sí, todo está bien. Yo… ¿Me podría dar un momento?–

–Sí, claro– afirmó. Sus pasos se alejaron.

Solo debía esperar.

Después de un momento, el Dr. y Manuel entraron al almacén. Nuestros ojos se cruzaron y como una explosión de cosas buenas, la inseguridad se desvaneció rápidamente. Mi corazón latió con más fuerza y mis piernas recobraron su vida. Di unos cuantos pasos y me acerqué a él. Dios, ¿qué clase de necesidad era esta? No quería respuestas. Solo quería saber que el Dr. estaría conmigo.

– ¿Estás bien? – preguntó el Dr.. Manuel solo me miró con gran curiosidad y, recomponiéndome, respondí:

–Sí, yo… solo te estaba esperando. –

El Dr. se acercó aún más y acarició mi cabeza.

–¿Ya has escogido qué quieres llevar? – asentí.

–Manuel estará acompañándonos– agregó el Dr.

–Oh, no te preocupes por mí. Solo quiero hacerte compañía– Manuel sonrió y después de ser cuestionado con la mirada del Dr., continuó. –Debe ser aburrido salir con Jeison, y más cuando se trata de un tema tan insignificante para él; la ropa. – el comentario irónico me divirtió.

De cierta forma, Manuel tenía razón. El Dr. ni siquiera hablaba u opinaba y, conmigo como acompañante, esta reunión debía ser demasiado aburrida. Innecesaria.

–Entonces, ¿qué es lo que tienes? – preguntó Manuel emocionado.

–Ah, la señora lo guardó en algún lado. –

La empleada tenía la ropa en la caja registradora. Manuel miró las prendas con atención, su cara de legrado me hizo saber que no le gustaba.

–¿Estos son tus gustos? – quiso saber.

–Bueno… yo prefiero los colores oscuros. –

–Entonces creo que solo esto…– tomó el buzo que la señora me había mostrado –y esto– esta vez era una camiseta de color marrón y estampado. –Estas van con tus gustos.– declaró.

–Gracias– respondí. El Dr. pagó y Manuel tomó la bolsa.

–Vamos, tenemos que ir al siguiente almacén– Manuel le entregó la bolsa al Dr. y con fuerza, me jaló del brazo a la siguiente tienda. Traté de detenerme y esperarlo, pero Manuel era muy fuerte y no tuve más remedio que seguir su paso.

–Oye, tienes un hombre que pagará por todo lo que pidas y solo te preocupas por él. ¿De dónde saliste? Estas oportunidades no se dan dos veces en la vida. – aseguró. Aunque estaba de acuerdo, no podía pensar de esa manera.

El siguiente almacén lucía más para adultos. Sus colores eran neutros y tenían variedad de jeans. No quise involucrarme en escoger la ropa y Manuel se ofreció a hacerlo.

–Muy bien, déjame, yo me encargo– tenía una gran sonrisa en su rostro. Aunque llevaba un traje y era alto y corpulento, su personalidad era bastante alegre. Me senté en un mueble a esperar, Manuel caminó por todo el almacén y charló con la empleada.

–¿No te agrada esto? – preguntó el Dr. sentándose conmigo.

–No es eso, es solo que no sé qué escoger. –

–¿No te animas?– preguntó.

–No, no me nace hacerlo– confesé.

–¿Quieres regresar? – inquirió.

–Yo… – dudé de lo que quería decir.

–Solo dime lo que quieres– exigió.

–Sí– respondí avergonzado.

El Dr. se esforzaba en poder brindarme vestimenta y yo solo pensaba en volver. Era un malagradecido, debería estar disfrutando esto, en cambio, solo tenía miedo de alejarme lo suficiente para perderme.

–Muy bien, espérame aquí. –

El Dr. se levantó y se dirigió donde estaba Manuel. Después de decirle algo al oído, él volvió y tomándome de la mano, salimos del almacén.

–Espera, ¿Manuel está de acuerdo con esto? – pregunté.

–Incluso si no estuviera, está en su horario laboral. No te preocupes. –

Asentí.

…

Cuando llegamos a la casa, sentí un gran peso desvanecerse. Así como en el viaje de ida, no hubo conversación. El Dr. nunca soltó mi mano. Me avergoncé de mí mismo por la manera tan infantil y vulnerable por la que estaba actuando, pero por primera vez me sentía seguro.

–¿Estás bien, conejito? Siento que no disfrutaste el paseo– Traté de sonreír, fue un intento fallido.

–Me siento bien aquí. Yo… no necesito paseos – los ojos verdes del Dr. recorrieron mi rostro. Me avergoncé y lo escondí. El Dr. soltó mi mano para tomarme de las mejillas.

–Yo…– titubeaba, el Dr. parecía confundido. – ¿Quieres ir a terapia? – preguntó.

–Ah… – Ni siquiera sabía qué responder. Jamás había pensado en ello.

Esa posibilidad se sentía tan lejana para mí. Si me lo hubieran preguntado hace unas semanas, me habría negado. Me había rendido con el tiempo, consideraba que no tenía futuro, entonces, ¿Qué necesidad había de alargar el dolor? Solo cubriría mis heridas por un tiempo, pero volverían a sangrar. Ahora, no importaba si lograba mejorar y recaía, realmente quería intentarlo. Quería mejorar como persona y poder ayudar al Dr. cuando me necesitara. Incluso si era una mascota, quería hacerlo.

–Sí– confirmé con una enorme tristeza. Mis ojos se cubrieron con esperanzas aún borrosas e inciertas.

–¿Otra vez llorando? – El Dr. secó mis lágrimas. –¿Por qué me siento así cuando te veo llorar? Mi pecho se aprieta y eso… me aflige– su voz era lo único que debería escuchar desde ahora.

–Perdóname, no solía llorar así. Pero es como si todo saliera, ya ni siquiera puedo reprimir mis sentimientos. Yo tampoco sé qué me pasa. – No lo sabía con certeza, pero podía deducirlo. Me sentía seguro. Tan seguro que podía llorar y romperme delante de él.

Inesperadamente, sentí cómo el doctor me envolvía en sus brazos. Me sumergí en el olor de su pecho; podía hacer esto por siempre. Pero era incorrecto, no era visto como algo más que su mascota.