Brujas

El Zifini titilaba frente a sus ojos, proyectando aquella frase luminosa que parecía vibrar con un pulso vivo:

“Marina te obsequió la habilidad Rocío de Río. ¿Aceptar?”

Tora no lo dudó. Su dedo se movió instintivamente, como si su cuerpo hubiera tomado la decisión antes que su mente.

—Acepto —susurró.

El resplandor se expandió en un destello acuoso. Una corriente fresca recorrió su pecho, bajó hasta sus manos y la envolvió como una bruma líquida. Sintió que cada respiración era más ligera, como si su sangre se hubiera mezclado con un río cristalino que nunca dejaba de fluir.

Marina la observaba con una mezcla de alivio y nostalgia.

—Entonces ya está hecho… —murmuró, y su silueta pareció menguar por un instante, como si algo invisible le hubiera arrebatado un fragmento de su vitalidad.

Tora cerró los ojos, dejando que aquella nueva energía la atravesara. Su cuerpo reconocía el don: gotas microscópicas suspendidas en el aire, el rocío que caía con la aurora, todos respondían a su voluntad.

El Zifini emitió un último destello, grabando en su registro:

Habilidad adquirida: Rocío de Río.

Estado de anfitriones: +1.

Tora abrió los ojos y sonrió de medio lado, un gesto de desafío y aceptación al mismo tiempo.

—No está mal —murmuró—. Supongo que me vendrá bien.

Marina la miró con atención, y aunque intentaba sostener su sonrisa, había un cansancio nuevo en la sombra de sus facciones.

Tora frunció el ceño al ver las letras danzantes en el aire frente a ella:

“Estado de anfitriones: +1.”

—¿Y esto qué significa exactamente? —preguntó, todavía recostada, con la mirada fija en el texto flotante.

Marina suspiró suavemente, como si esperara esa pregunta desde hacía tiempo. Se acercó al borde de la cama y apoyó la palma sobre la mesa de noche, mirándola con seriedad.

—Los anfitriones son los espíritus o fragmentos de esencia que aceptan residir en ti —explicó—. Cada uno tiene un peso distinto. Algunos son pequeños como chispas, otros tan poderosos que pueden cambiar la forma de tu alma.

Tora ladeó la cabeza, interesada.

—¿Y el “estado”?

—El estado es la calidad de esa unión —continuó Marina—. Mientras más estable sea el vínculo, más fuerte se vuelve el anfitrión dentro de ti, y por ende más poder puedes reclamar. Un estado bajo significa que el lazo es débil, que puede romperse o incluso rebelarse contra ti. Un estado alto, en cambio, vuelve al anfitrión casi inseparable de tu espíritu.

Rebecca, que había estado escuchando desde la ventana, intervino en voz baja:

—Pero cuidado… un anfitrión de estado demasiado alto no solo se fusiona contigo: empieza a alterar tu cuerpo, tu mente, tu sangre. Es evolución, sí, pero también es pérdida de lo que eras.

El silencio llenó la habitación. Tora deslizó su dedo por el Zifini, repasando las cifras que aparecían junto a los nombres que no comprendía del todo.

—Así que esto… no es solo una cuenta. Es un riesgo.

Marina asintió.

—Exacto. Cada anfitrión es un pacto, y cada estado, un grado más profundo de ese compromiso. El poder crece… pero a un costo.

El Zifini brilló en el aire frente a Tora, proyectando símbolos flotantes que se organizaron como si fueran páginas invisibles.

La inscripción decía:

《Registro de Anfitriones – Tora》

Total de anfitriones: 20

Sol Oscuro – Estado: ★★★★☆ (Alto)

Afinidad: Fuego – Sangre

Nota: Su esencia altera tu ritmo cardíaco.

Marina, Rocío del Río – Estado: ★★★☆☆ (Medio)

Afinidad: Agua – Regeneración

Habilidad: Rocío de Río (curación lenta en área).

Fragmento del Oso Guardián – Estado: ★★☆☆☆ (Bajo)

Afinidad: Tierra – Fortaleza

Nota: Aún inestable, requiere alimento espiritual.

Sombra Errante – Estado: ★☆☆☆☆ (Muy bajo)

Afinidad: Oscuridad – Ilusión

Advertencia: Puede romper vínculo si no recibe uso.

Espíritu de Llama Blanca – Estado: ★★★★☆ (Alto)

Afinidad: Luz – Purificación

Comentario: Se armoniza con tu cabello ennegrecido.

Eco de los Caminantes – Estado: ★★☆☆☆ (Bajo)

Afinidad: Aire – Viaje

Nota: Anfitrión pasivo, apenas perceptible.

…

[Los demás aparecen con runas ilegibles, como si se resistieran a ser traducidos.]

Rebecca observó el registro desde la distancia, arrugando la frente.

—¿Ves? —dijo con voz grave—. El estado no es solo un número. Mientras más estrellas tenga, más profundo es el pacto… y más irreversible su huella en ti.

Marina, en cambio, sonrió tranquila.

—Pero también significa que esos espíritus están dispuestos a quemarse contigo hasta el final.

Rebecca cruzó sus brazos con firmeza, la sombra de las murallas del pueblo cayendo sobre su silueta.

—Un espíritu no puede morir por sí mismo… —dijo con voz grave— a menos que adopte un aspecto físico y ejecute la automuerte. Pero en ese instante, al tomar un cuerpo, pierden gran parte del poder espiritual y de los componentes que los convertían en lo que son.

Marina, con gesto sereno, asintió como si completara un sermón ya sabido.

—Además, los puntos que obtengas no te serán entregados si mueren así. Para que su esencia sea transferida, el espíritu debe perecer en su forma espiritual, y que una porción de su poder llegue hasta ti. Solo entonces, ellos narrarán tu historia en el Hiper Más Allá.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, cuando Tora hasta ese momento, se incorporó con una calma extraña. Su vestimenta se transformó en un parpadeo: ahora llevaba una falda corta, ligera, con tonos que evocaban pureza.

Tora, sin detenerse, ensayó un par de poses como si estuviera frente a un público invisible. Su mirada brillaba con una picardía inquietante.

—Estableciendo una mejor comunión espiritual.

Rebecca entornó los ojos, pero no dijo nada; solo observó cómo la bruja se contorsionaba en ángulos que hubieran escandalizado a cualquier dama de ciudad, pero que parecían atraer una vibración distinta en el aire, como si los espíritus alrededor de ella se volvieran más atentos.

Mientras tanto, en un lugar lejano, Azul atravesaba un portal que lo arrojó a otro mundo. Allí, docenas de espíritus caminaban libremente, conversando y cruzándose como transeúntes en un mercado etéreo. Azul apenas alcanzó a dar un paso cuando su cubo vibró con una notificación.

Leyó el mensaje, y un leve rubor lo recorrió.

—No debí haberle dado esa herramienta… —murmuró, llevándose la mano al rostro con visible vergüenza.

Marina y Rebecca se miraron sin decir palabra. Era ridículo y solemne al mismo tiempo, pero el resultado estaba allí: los espíritus respondían.