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Cuando Me Miras Así

Cuando Me Miras Así

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Mujeriego enamorado / Malentendidos / Dejar escapar al amor / Amor-odio / Autosuperación
Popularitas:2.3k
Nilai: 5
nombre de autor: F10r

Emma ha pasado casi toda su vida encerrada en un orfanato, convencida de que nadie jamás la querría. Insegura, tímida y acostumbrada a vivir sola, no esperaba que su destino cambiara de la noche a la mañana…
Un investigador aparece para darle la noticia de que no fue abandonada: es la hija biológica de una influyente y amorosa pareja londinense, que lleva años buscándola.

El mundo de lujos y cariño que ahora la rodea le resulta desconocido y abrumador, pero lo más difícil no son las puertas de la enorme mansión ni las miradas orgullosas de sus padres… sino la forma en que Alexander la mira.
El ahijado de la familia, un joven arrogante y encantador, parece decidido a hacerla sentir como si no perteneciera allí. Pero a pesar de sus palabras frías y su desconfianza, hay algo en sus ojos que Emma no entiende… y que él tampoco sabe cómo controlar.

Porque a veces, las miradas dicen lo que las palabras no se atreven.
Y cuando él la mira así, el mundo entero parece detenerse.

NovelToon tiene autorización de F10r para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capitulo 14

Narra Emma

Hoy, mientras me probaba ropa frente al espejo, me di cuenta de que soy… muy flacucha. Así me dijo una de las empleadas sin querer, y aunque me pidió disculpas, me quedé pensando en eso.

Mis piernas son como palitos y mis brazos parecen tallarines. Así que decidí hablar con mamá Silvia en el desayuno.

—Mamá… ¿crees que estoy muy flaca? —pregunté, removiendo mis fresas con yogurt en el plato.

Ella me miró, sorprendida, y dejó la taza de café.

—¿Quién te dijo eso, mi amor? —preguntó con su tono dulce.

—Nadie… bueno, sí… yo me lo dije. —bajé la vista—. Me gustaría ir a una nutrióloga, para… para ponerme más bonita y saludable.

Silvia casi llora de emoción, me abrazó tan fuerte que casi me saca el aire.

—¡Mi niña preciosa, claro que sí! Haremos una cita hoy mismo —me prometió—. Si eso te hace sentir bien, lo haremos.

En la tarde, fuimos a la nutrióloga. Era una señora muy elegante, con unas gafas redondas que me caían bien. Me pesó, me midió, y escribió muchas cosas en un cuaderno.

—Eres como un pajarito —me dijo con una sonrisa—. Vamos a hacer que florezcas, ¿te parece?

Asentí rápido.

—Te daré una dieta con más proteína, unas vitaminas y algo de ejercicio, nada exagerado. Un cuerpecito saludable y fuerte—explicó.

Me sentí muy ilusionada al salir de ahí con mi plan y un tarro enorme de proteína de chocolate que casi no podía cargar.

Cuando llegamos a casa, mamá Silvia llamó a Alexander. Estaba en su cuarto, como siempre. Bajó con su celular en una mano, comiendo zanahorias.

—Alexander —dijo mamá—, ya que tú sí sabes de ejercicio, vas a ayudar a Emma a usar el gimnasio y enseñarle una rutina.

Casi se atraganta con una zanahoria.

—¿Perdón?

—Eso mismo. No quiero que ella se lastime sola. Tú la supervisas —insistió Silvia, dándome una palmadita en la cabeza y dejándome ahí con él.

Alexander me miró, entre resignado y divertido, y suspiró.

—Bueno, princesa… acompáñame —me dijo.

En el gimnasio, que parecía más un salón de baile con máquinas carísimas, Alexander me explicó para qué servía cada cosa. Me subí a una caminadora, pero no sabía ni encenderla y casi me caigo. Él se rió.

—Si quieres matarte, mejor lo intentas en otra máquina —bromeó.

—¡No seas malo! Estoy aprendiendo… —me

quejé con las mejillas rojas.

Luego me enseñó a hacer sentadillas y a levantar pesas pequeñitas. Después de unas cuantas, me senté en el piso, cansada.

—Oye… —le dije, mirándolo desde abajo—. ¿Sabes? Creo que ya entendí lo que dijiste el otro día.

—¿Qué cosa? —preguntó él, limpiándose las manos con una toalla.

—Que no podías ser mi novio —contesté, jugando con mis dedos—. Pero… ¿podrías ser como mi hermano mayor? Así me enseñas muchas cosas, y no me dejas sola.

Por un momento me pareció que no sabía qué decir. Se quedó mirándome serio, y luego sonrió un poco y se encogió de hombros.

—Está bien, princesa. Si eso quieres, seré como tu hermano mayor. Pero con una condición —dijo, apuntándome con una ceja levantada—. Que no sigas diciendo esas cosas raras de “enséñame a ser mujer” ni nada por el estilo.

—¡Prometido! —dije con una sonrisa.

Y él me revolvió el cabello como hacen los hermanos en las películas, mientras murmuraba algo sobre lo mucho que le estaba costando ser paciente conmigo.

Por primera vez, sentí que… quizás, solo quizás, ya no estaba tan sola.

[...]

Los días empezaron a volverse semanas, y las semanas, meses.

Desde que mamá Silvia me llevó a la nutrióloga y Alexander aceptó ser como mi hermano mayor para enseñarme a usar el gimnasio, mi vida cambió bastante.

Al principio era horrible: no podía hacer ni dos sentadillas sin parecer un pollo desmayado, me caía de la caminadora, y la proteína esa sabía como a barro con azúcar. Pero yo me lo tomé muy en serio. Quería ser fuerte, saludable, bonita. Quería que mamá y papá estuvieran orgullosos de mí, y… bueno, no quería que Alexander siguiera diciendo que era una flacucha.

Así que entrenaba todos los días con él. Me levantaba temprano, tomaba mi batido, y me ponía mis leggings y tops deportivos (que al principio me quedaban grandes y se me caían).

Alexander era estricto conmigo, pero a su manera graciosa. Me decía que parecía un espagueti con tenis, pero luego me explicaba bien la postura, el movimiento y hasta me aplaudía cuando lograba algo.

Pasaron tres meses.

Tres meses en los que mis piernas empezaron a tener forma, mis brazos a verse menos huesudos, y mi cara se volvió un poquito más redondita, como con vida. Hasta yo noté la diferencia. Cuando me ponía la ropa deportiva, ya no parecía un hilo de coser.

Y esa mañana… no sé qué me pasó.

Me estaba mirando al espejo, en uno de los descansos del gimnasio. Alexander estaba a mi lado haciendo pesas, con su cara de siempre, serio, sudado, concentrado, y yo me quedé observándome.

—Vaya… —dije en voz alta—. Para tener cuerpazo… mis tetas desaparecieron.

Lo dije tan natural que ni lo pensé.

Alexander soltó un grito, porque casi se le cayó la pesa encima.

—¡¿QUÉ DIJISTE?! —me miró con los ojos como platos.

Me toqué el pecho, evaluando.

—Pues eso… que mis tetas no están. ¿Es normal?

El chico dejó la pesa en el suelo de golpe y se pasó la mano por la cara.

—¡EMMA! —casi rugió.

Yo rompí a reír, sujetándome la barriga.

—¡Pero es en serio! No te enojes.

Él me fulminó con la mirada, caminó hacia la caminadora para alejarse y, con el ceño fruncido, masculló:

—Deja tus cosas en paz, ¿quieres? No tienes que anunciarlo al mundo…

Y yo no pude aguantar más la risa. Me apoyé en la pared y me doblé, riendo con lágrimas en los ojos.

—Está bien, ya paro, paro —dije entre carcajadas—. No más comentarios de… mis tetas.

—Gracias —gruñó él. Pero pude ver que le temblaban los labios, aguantándose la risa también.

Con el tiempo, nuestra relación se volvió… buena. No perfecta, claro. Él seguía siendo Alexander: con su carácter de ogro, sus comentarios sarcásticos, su gusto por las zanahorias y su manía de vigilarme como si fuera un agente secreto.

Pero también era el mismo que me corregía la postura en las sentadillas, que me ayudaba a cargar las pesas más grandes cuando yo no podía, y que me regalaba chocolatitos escondidos cuando mis padres no miraban.

Yo también cambié.

Me sentía más segura, menos tímida, reía más y me cohibía menos. Podía hacer bromas en voz alta, hablar con los empleados como si fueran mis amigos, abrazar a mamá y papá sin sentirme tonta.

Me miraba al espejo, con mis piernas más firmes y mis brazos con un poquito de músculo, y sonreía.

Mamá y papá, como siempre, me adoraban. Me compraban flores frescas cada semana, me llenaban de besos y me preguntaban qué más necesitaba. Yo solo les decía que los quería a ellos, y que estaba feliz. Y era verdad.

Esa mañana, mientras salía del gimnasio, vi a Alexander apoyado en la pared con los brazos cruzados, mirándome con esa media sonrisa burlona.

—¿Qué? —le pregunté, con las manos en la cintura.

Él negó con la cabeza.

—Nada… solo estaba comprobando que ya no eres un espagueti con tenis. —Y añadió bajito, como para sí mismo—. Aunque sigues igual de insoportable.

—¡Oye! —le saqué la lengua.

Y así, sin darme cuenta, mi mundo se había llenado de luz.

Alexander no era perfecto, ni yo tampoco… pero por fin sentía que pertenecía a algún lugar.

[...]

Hoy me tocó salir de la mansión sola. Bueno… no sola del todo, porque mamá me mandó con su chofer, pero sin Alexander ni mis padres acompañándome.

Era la primera vez que lo hacía desde que llegué a esta familia, y no podía negar que estaba un poco nerviosa.

Necesitaba cosas urgentes: desodorantes, crema, ropa interior, shorts y tops para andar en casa, y una colonia porque ya la mía se estaba acabando.

Llamé a mamá para preguntarle si podía salir y me dijo que sí, pero que ella y papá estaban atascados en la empresa y que Alexander tenía un examen importante, así que mandaría a su chofer.

—No te preocupes, cariño. Lleva la tarjeta que te dimos y compra lo que necesites. Y si algo pasa, me llamas, ¿sí? —dijo con esa voz suya tan dulce y segura.

—Sí, mamá. Gracias.

Me puse un vestido sencillo, agarré la tarjeta de crédito y el celular —ese que me regalaron en mi cumpleaños número 18, junto con unas cuantas cosas más, como un caballo que aún no me atrevía a montar sola— y bajé las escaleras, decidida a dar lo mejor de mí.

El chofer me abrió la puerta del auto con una sonrisa.

—Señorita Emma, ¿lista? —preguntó.

Yo asentí, con el estómago un poquito encogido, pero lista al fin.

El centro comercial estaba enorme, lleno de gente, luces y música. Respiré hondo y me adentré.

Primero fui a la tienda de cuidado personal: escogí un buen desodorante, varias cremas, un perfume con un aroma suave a flores que me encantó. Después caminé hasta la sección de ropa interior.

Eso fue un poco incómodo porque las vendedoras me ofrecían cosas tan sofisticadas que me daban vergüenza. Pero elegí piezas cómodas y bonitas, colores suaves.

Luego pasé por unos shorts de tela elástica que me parecieron cómodos y unos tops para estar fresca en casa.

Iba llenando bolsas y más bolsas y, aunque al principio sentía que me miraban raro por usar la tarjeta, la dependienta me explicó con amabilidad cómo pasarla, poner la clave y firmar. Me sentí poderosa.

Cuando por fin salí con todas mis bolsas, el chofer me estaba esperando cerca de la entrada y me ayudó a guardarlas en el auto.

Me recosté en el asiento con una enorme sonrisa. Había podido hacerlo sola. Pagar, elegir, cargar bolsas, decir “gracias” y “hasta luego” a todo el mundo sin tartamudear demasiado.

Me sentí adulta. Capaz.

Al llegar a la mansión, subí a mi habitación y coloqué cada cosa en su lugar con cuidado. Luego me puse uno de los shorts nuevos, ajustados pero cómodos, de tela elástica. Me miré en el espejo.

No me quedaban mal.

El top blanco también me quedaba bien, y al soltarme el cabello rizado y recoger sólo la mitad en una media cola, me sentí… bonita.

Cogí una crema y me la puse en las manos antes de salir de la habitación. En el pasillo, distraída, casi me tropiezo con Alexander que venía en dirección contraria.

—Oh… —murmuré, mirándolo—. Voy a la cocina… ¿quieres algo?

Él simplemente me miró, con esa expresión suya de “qué fastidio” y negó con la cabeza, sin decir nada.

Yo sonreí para mí misma y seguí caminando.

No sabía por qué, pero cada vez que lograba hacer algo sola, cada vez que me sentía útil o capaz, me brillaban los ojos.

Hoy, por fin, sentí que estaba aprendiendo a ser yo misma.

1
Arie1
Alexander se va volver loco🤭
Arie1
Oigan y ¿porque no? Alexander esta loco o no quiere verla en su cabeza como una mujer
Arie1
🤣🤣🤣😭🤣😂
Arie1
Hasta que por fin te enteraste mijo
Arie1
Jack siemore esta en sus piernas
Arie1
Alexander deja el delirio mijo que te pasa , ya quiero leer su version🤭
Arie1
yi ni quirii milistirlos- muchacha y si te hubieras morido
Arie1
Pobres de los padres apenas la tienen y casi se le desvive
Arie1
🤣🤣🤣 siento que Alexander me va caer bien
Arie1
Eres tu mi ser amado?
Arie1
El le dice a su esposa que este tranquila pero el no puede estarlo (llora en recuentro de padre e hija😭)
Lorena Espinoza
Está muy interesante la historia 😍
F10r: Me alegra que te este pareciendo interesante☺
total 1 replies
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