Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.
Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.
¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?
OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.
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Capítulo 15
— Señor. —el hombre de traje y corbata se puso de pie, estrechando la mano a Carl, quien siguió el gesto— Gracias por confiar en nosotros.
— Es un placer hacer negocios con usted. —se abrochó el botón de su chaleco y sacó una bolsita pequeña, de tela oscura, del bolsillo— Y estos de aquí son un regalo de nuestra parte.
El hombre de enfrente, cargando un portafolios en su mano derecha, lo cogió con sumo cuidado. Abrió sus ojos con ligereza, elevando sus cejas deslumbrado.
— Oh, gracias. Es muy amable, señor CJ.
La gratitud en sus palabras le aseveró a Carl que lo tenían en sus manos. El hombre se marchó de la casa de César y Kindl tan pronto el día comenzó. Los dueños de la propiedad salieron de la habitación, celebrando la victoria.
— ¡Eso es! —celebró Kindl, abrazando a Carl.
— Con esos diamantes en pendientes, collares, bolsos, ropa de la gran marca... —empezó Carl, cogiendo a César con su otro brazo— Nos haremos tres veces más millonarios. ¡Billonarios!
César unió sus cabezas, regocijante.
— Podemos comprar la casa que queremos. —Kindl se dirigió a César.
— Saben que puedo ayudarlos.
— Quiero hacerlo con mi dinero. —dijo César, dándole unas palmadas en la espalda.
Lo aceptó, porque pasaría muy pronto y comenzaron a saltar en su lugar. A aplaudir por los aires con amenidad.
— De acuerdo, debo irme. —dijo Carl, terminando su cerveza.
— ¿Alguien lo espera en casa? —canturreó Kindl.
— No voy a la casa.
La sonrisa en la mulata se pasmó.
— ¿En serio, Carl?
Él negó discutirlo de nuevo con ella y salió, bajando los cinco escalones para entrar a su auto con una sonrisa de oreja a oreja. Una buena noticia después del infierno que había sido soportar a Loera en sus casinos.
Siguió la avenida principal hasta llegar una de las zonas suburbana del este.
Frente a la casa de Michelle. Vio una persona diminuta asomarse por una de las ventanas y, seguido, el rostro de Michelle mostrarse tras las cortinas.
Estaba nervioso y algo emocionado. Exhaló todo lo que tenía por dentro, tomando el valor para bajarse del auto. Se colocó los lentes oscuros, llevando una de sus manos a sus bolsillos.
Varios niños pasaron corriendo por al lado de él, varios vecinos lo vieron con gestos de duda. ¿Un hombre elegante, de traje y corbata en un auto deportivo en aquellas calles cableadas al desorden?
Una señora de la tercera edad se acordó de él. Carl simuló no reconocerla y esperó a que Michelle abriera la puerta.
— CJ, qué bien que viniste. Pasa.
Él se negó, hablando por lo bajo.
— Voy a ser rápido. ¿Es mi hija?
Michelle se apoyó en el marco de la puerta, dejando su cabellera rubia caer sobre sus hombros. Se cruzó de brazos, sonriendo de lado.
— No.
Una gota de agua fría cayó en su pecho.
— ¿Dices la verdad?
— Luego de que te marchaste, conocí a un hombre bueno. Nos casamos y a los meses supe que estaba embarazada.
— ¿Y por qué me llamaste? —llevó su mano libre al bolsillo igual.
— Si te llamé cuando llegaste es porque quiero terminar nuestro trato y pedirte que me dejes el taller a mi nombre. Que me lo devuelvas.
Él miró al lado, se escuchaban las llaves caer al suelo del otro lado del portón de aluminio.
— Es mi sustento. —alegó ella, descruzándose de brazos— Con eso mantengo a mi niña. Por favor.
— ¿Y tu marido?
— Desafortunadamente hace unos meses tuvo un accidente automovilístico y... —se le dificultó seguir la oración, cubrió sus labios, reteniendo las ganas de llorar— Te envíe los papeles a tu buzón. Revísalos y fírmalos. Te quedas con el cincuenta por ciento producido en los últimos años y un ingreso de diez mil. Es todo lo que te puedo dar para cerrar el trato.
Él asintió, mirando a los costados.
— Puede estar tranquila. No te quitaré nada.
— Tampoco te denunciaré por las cosas que sé de ti. —continuó, bajando la voz— Eso es del pasado y ahí se quedó.
De todas, sabía que Michelle era la menos interesada en sacarle dinero a él. Su unión se limitaba a encuentros nocturnos y el taller que la ayudó a construir.
— Gracias y, sinceramente, espero que seas feliz. —dejó dicho, rodeando el auto para subirse y marcharse de aquel barrio sin mirarla una última vez.
Sus palabras se mantuvieron en su mente todo el camino a Lombard. Se frotó la barbilla y los pelos que estaban creciendo en ella. Miró por el retrovisor y dobló derecha. En verdad esperaba que le dijera que era su hija. Por alguna extraña razón, se sentía en edad de ir creando un mini Carl. O una mini princesa Johnson.
Vio la fecha, una muy abrumadora para él. Hacia varios años que un quince de marzo tuvo que cargar con la culpa de la muerte de su madre por el resto de su vida.
No tuvo la oportunidad de despedirse porque estaba en la cárcel. Tampoco fue valiente para visitar su tumba en cuánto salió en libertad. Pasaba cerca del cementerio en Los Santos, pero no se atrevía a entrar y dejarle las flores que siempre compraba y terminaban en la basura cuando recordaba su carta.
Uno de sus deseos cada que la visitaba antes que todo ocurriera. Un nieto al cual llamar Brian, en honor a su hermano para que así compensara, en cierto sentido, lo que provocaron las decisiones de Carl.
Al llegar a la casa, vio a Abby sentada junto a la ventana de su habitación. En una postura de rodillas a la altura de su pecho, chándal parecido al que usaba su madre. Uno rojo de tiras sueltas, solo le faltaba una cosa: el nombre de sus tres hijos en el bordado central. Abby Tenía una taza en sus manos, el humo le calentaba el rostro y desprendía el aroma del chocolate.
— ¿Cómo fue todo?
— Bien. —contestó y se quitó la ropa, caminando directo al baño.
No le dirigió la mirada. Los aires de frialdad llegaron a ella, reforzaron una barrera que había ablandado en esos días. Cerró la puerta, sin poner seguro.
La de ojos mieles se quedó pensativa, cuestionando cada gesto alicaído que vio en sus ojos. Dejó las prendas sueltas atrás, terminó de tirar su ropa interior en el suelo del baño y entró a su rincón lleno de vapor.
Agua caliente. Agua con la que se lastimaba para dejar de sentir dolor en su alma. Para convertirlo en un físico.
— ¿Qué pasa, ogro? —se acercó por detrás, moderando la temperatura del agua para poder unirsele— ¿Dónde está el Carl indiferente que le da igual todo?
— Enfrente tuyo. —contestó sin darle la cara, frotando el gel de baño en su pecho.
Ella llevó una de sus manos por el centro de sus abdominales marcadas. Bajó hasta llegar a dónde más le gustaba y acariciarlo justo como lo esperaba. Listo y activo para ella.
— No soy buena persona, Abby. —bajó la mirada a la mano de ella en su miembro y la cogió. Le enseñó el movimiento más adecuado para no lastimarlo en la punta, donde lo apretó demasiado al inicio.
— ¿Por qué lo dices? —recibió la miniclase con humildad y besó su espalda, amando cada relieve voluptuoso de sus músculos.
— He matado muchas personas.
Ella no pareció sorprenderse. Lo había asimilado varios días atrás. Él soltó su mano y ella continuó como recién aprendió.
— Me lo imaginé.
Él se volteó en incredulidad, presionando el chico erguido en el vientre de ella.
— Sucede que cuándo creces en latinoamerica, esas cosas no te asustan.
— ¿Qué me dices del día que creíste que te mataría? —refutó, analizando bien sus gestos.
Si el pensamiento efímero en su maquinaria era cierta, había permitido al enemigo entrar a su casa, a sus sábanas de la manera más fácil posible.
— Porque se trataba de mi vida. Entré en pánico con todo lo que me dijeron.
Le dio sentido a sus palabras y dejó ir el pensamiento loco. Ella no lo engañaría, imposible. Era muy ingenua y mala mentirosa para ello.
— No me gusta la violencia. —inquirió, deslizando sus manos por los pectorales del moreno mientras la cortina de agua los bañaba a ambos— Pienso que está mal, pero no te juzgaré. No sé de tu infancia ni del trabajo que pudiste pasar. De tu familia.... —se encogió de hombros, sin dejarse poner nerviosa por su mirada mantenida— No lo sé. No juzgaré tus razones.
Sí. Se convenció de que era la mejor cura para lo que restaba del día. La tomó por la cintura con delicadeza. Ella se paró de puntitas hasta alcanzar sus labios. Besos lentos que lo hicieron dedicarse por completo. Y por ende, cerrar sus ojos a todo por unos minutos hasta dejarla sin aliento.