Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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Fuera de control
Diego me llevó de regreso a casa y se enfrentó a mis padres, asumiendo que él era el padre del hijo que estoy esperando. Este momento generó una considerable tensión, especialmente para mí, pero la verdadera sorpresa fue para Alberto. Él anticipaba que Diego reaccionaría de manera negativa y se preparaba para las consecuencias que esto podría tener en relación con Ernestina. Sin embargo, se quedó atónito cuando Diego se dirigió a mis padres diciendo:
— Bueno suegritos, Salomé me ha dado la excelente noticia de que voy a ser padre, así que solo vine a dar la cara y asumir mi responsabilidad como un caballero; no soy como otros que se esconden tras la falda de una mujer, yo sé asumir mis responsabilidades.
Este comentario, cargado de sarcasmo, fue intencionado para incomodar a Alberto, quien permanecía al lado de mi hermana, visiblemente disgustado. Para mis padres, la actitud de Diego fue un alivio, especialmente para mi padre, quien tenía un interés particular en que mi matrimonio con Diego se llevara a cabo, más por motivos económicos que por mi bienestar personal. La preocupación por el qué dirán de la sociedad siempre fue prioritaria para mi familia, incluso por encima de mi propia felicidad. Pensé en lo que sucedería si mi padre supiera que Diego está en la quiebra y asumiendo un rol que no le pertenece, todo a cambio de mi herencia; creo que caería desmayado en ese instante.
Mi padre se acercó a Diego, estrechándole la mano, y le dijo:
— No esperaba menos de ti, querido Diego. Me complace mucho que no me haya equivocado contigo; eres el mejor hombre que mi hija Salomé pudo conocer. Por lo tanto, lo que queda es adelantar la boda para este mismo fin de semana.
— Por supuesto, suegrito, no hay inconveniente, estoy ansioso por casarme con esta hermosa mujer a la que amo profundamente. Y sé que ella también me ama, ¿verdad, amorcito?
Dijo con una sonrisa burlona mientras me tomaba por la cintura y se acercaba para besarme. Yo, con una sonrisa fingida, respondí entre dientes:
— Sí, claro.
No se conformó con esto, sino que se dirigió a Ernestina y Alberto, preguntando:
— Pero cuñados, ¿no nos van a felicitar?
— Sí, claro, estoy muy feliz de saber que voy a ser tía. Les deseo lo mejor… Cariño, ¿tú no los vas a felicitar? —le preguntó Ernestina a Alberto ingenua de la cruel realidad.
Sin embargo, él, visiblemente molesto y sintiendo impotencia, optó por abandonar la sala, dejando a los demás sorprendidos por su reacción, ya que no comprendían lo que estaba ocurriendo. Diego, sin dudar, comentó:
— ¿Pero qué le pasó al cuñado Alberto? ¿Acaso dije algo malo? La verdad, no entiendo por qué se ha puesto así. ¿Tú entiendes algo, Salomé? —su ironía era más de lo que podía soportar.
— ¡Ya basta, Diego! Es mejor que dejemos esta reunión hasta aquí; además, me siento muy cansada y mañana tengo mucho trabajo en el bufete.
— Así es, amorcito, tienes que dejar todo arreglado antes de nuestra boda, porque después solo quiero que te dediques a mí y a nuestro hijo. —dijo mientras me daba un beso en la mejilla apretando mi cintura con fuerza, dejando en claro que él tenía el control de todo.
Ernestina, sorprendida por la actitud de Alberto, añadió:
— Espero sepan disculpar a mi esposo; últimamente ha estado muy estresado. Voy a ver qué le sucede. Con permiso.
Ernestina no entendía la reacción repentina de Alberto; era la primera vez que lo veía tan angustiado. Entró a la habitación que compartían; él estaba sentado en la cama con la mirada perdida. Al verlo así, ella se acercó y le preguntó preocupada:
— Pero cariño, ¿qué te pasa? ¿Por qué te fuiste de la sala sin felicitar a mi hermana y a Diego? No eres así, me sorprende tu actitud.
— No me siento bien viviendo en casa de tus padres; además, ese tipo, Diego, no me cae bien, eso es todo.
— ¿Pero por qué no te cae? ¿Es por el comentario que hizo sobre que siempre estás al lado de mi hermana? Dime, Alberto, ¿es por eso?
— Por favor, Ernestina, no entiendo de dónde sacó Diego ese comentario. Desde que llegamos aquí, siempre he estado a tu lado, excepto hoy que fui a buscar a tu hermana, pero estaba muy nervioso. Eso es todo.
— ¿Estás seguro de que no hay otra razón que te tenga así? ¿O es porque todavía no tenemos hijos?
— ¿Qué cosas dices, Ernestina? Ya hemos hablado de eso, primero debemos confirmar que estés en perfecto estado. Ya veremos en un futuro. —dijo tratando de evadir la cruel realidad de su enfermedad, de la cual Ernestina aún no sabía lo grave que se encontraba.
— Es que te he notado extraño y llegué a imaginar que tal vez hay alguien más. Te juro que si eso es así, prefiero morirme antes que perderte por otra mujer.
Alberto se sentía presionado por la enfermedad de Ernestina, sabía que debía cuidarla ahora más que nunca, solo que no sabía como decirle la verdad de su gravedad.
Horas después…
Esa noche, después de que todos se fueron a dormir, escuché un ruido en mi ventana que me despertó. Tenía el sueño ligero, ya que me costó dormir tras el ajetreo del día. Me levanté, abrí la cortina y, para mi sorpresa, era Alberto, lanzando piedritas desde el jardín para despertarme.
— ¿Qué haces aquí? ¿Te has vuelto loco? Vas a despertar a todo el mundo.
— Necesitamos hablar, Salomé. Por favor, déjame entrar a tu habitación.
— ¿Estás loco? Vete, que puede verte el guardia de seguridad.
— No me iré hasta que hablemos.
Cuando pensé que las cosas estaban calmadas, este incidente me puso los nervios de punta. Alberto estaba desquiciado, y yo, temerosa de que alguien lo viera, no tuve otra opción que dejarlo pasar. Mi habitación estaba en la planta baja, con un gran ventanal que daba al jardín y a la piscina, por lo que solo bastaba abrir las puertas de vidrio para que cualquiera pudiera entrar. Alberto entró y cerré la ventana y las cortinas, temblando de nervios al imaginar que alguien podría haberlo visto.
— Estás fuera de control; no debiste hacer esto, Alberto. No empeoremos las cosas.
Él solo me miraba mientras yo hablaba, histérica y llena de miedo. En ese momento, tomó mi cintura y me besó, sin darme oportunidad de evitarlo. Fue un beso que me estremeció; el deseo era más fuerte que yo. No había duda de que ambos nos habíamos enamorado y que ya era muy tarde para remediarlo. La vida de mi hermana estaba en juego, y esa era mi prioridad antes que mi propia felicidad.