LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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14. Siempre será mi hijo.
Flashback
Llego a la casa que compré para Dante. Llevaba un mes sin verlo. Mis manos están atareadas con los regalos que le traje de España. Estoy emocionado porque cancelé todos los eventos de fin de año solo para pasar tiempo con mi pequeño de siete años.
Tengo la llave de la casa, pero no la uso. Quiero respetar la privacidad de mi exesposa. Timbro, y Lucrecia, la nana de mi hijo, abre la puerta. Me saluda amablemente, aunque noto un nerviosismo en su rostro. No me detengo a pensar demasiado en ello y avanzo hacia la sala. Le pido que llame a Laura, pero no es necesario.
Ella está ahí, ebria, riendo como una adolescente. Está semidesnuda en el sofá junto a un desconocido, ignorando a los empleados de la casa y a nuestro hijo. El escenario es peor que un burdel: botellas de vino regadas en el piso, colillas de cigarrillo en la mesa de centro y su ropa tirada por todos lados.
—¿Qué hace este tipo aquí? —pregunto, con voz gélida, mientras mi furia me recorre de pies a cabeza.
No son celos, hace tres años, cuando la descubrí en la cama con mi padre mi amor por ella murió.
Ella me mira con una sonrisa burlona.
—¿Y eso qué te importa? Esta es mi casa —responde con una altanería irritante.
La observo con asco.
—¿Tu casa? —replico con arrogancia, arqueando una ceja—. Dirás la casa de mi hijo, comprada por mí. Esto no es un hotel para revolcarte con tus amantes —le gruño.
El hombre, evidentemente nervioso, comienza a vestirse apresurado y se dirige a la puerta.
—¡Amor, no te vayas! —balbucea ella, tambaleándose al intentar detenerlo. Luego se vuelve hacia mí con una sonrisa torcida—. ¡El que se va eres tú, imbécil!
Mis puños se cierran mientras intento mantener la calma. Le lanzo una mirada penetrante al tipo y huye despavorido.
—Lucrecia —llamo a la nana—, tráeme a Dante —le ordenó mi voz firme. Luego, cuando Laura esté en sus cinco sentidos, hablaré con ella y si no tiene tiempo para nuestro hijo, pediré la custodia completa.
Lucrecia se detiene en el pasillo, titubeando.
—El niño salió con su padre don Carlos —murmura.
Siento que mi furia aumenta.
—Dime, ¿por qué mi hijo está con ese hombre? —gruño entre dientes.
Laura se acerca más, meneando sus caderas exageradamente mientras se tambalea, con una risa sarcástica y el aliento destilando alcohol.
—¿Por qué no dejamos estas tonterías? Vamos, recuerdas lo bien que la pasábamos, ¿verdad? —susurra, rozando sus labios contra mi mejilla.
La aparto con fuerza.
—No me gustan los platos de segunda mesa —respondo con desprecio.
Su expresión cambia de inmediato. Llena de ira, intenta golpearme, pero detengo su mano en el aire.
—Maldito —grita, retrocediendo hacia el sofá—. Pero bien que disfrutabas de esto...
Se sienta con descaro, abriendo los muslos y mostrándome su intimidad.
La miro con asco, ella no es ni la sombra de la chica tierna que conocí en la universidad. La mujer que llevé al altar y prometí amar toda la vida. Ahora se comporta peor que una prostituta.
—Dime a qué hora estará Dante para venir por él —la amenazo señalándola con el dedo—. Escucha bien, quiero que sea la última vez que tus amantes estén cerca de él.
—Yo decido con quién anda mi hijo. ¡Tú no eres nadie! —me grita con odio.
—Estoy cansado de estas malditas discusiones contigo. Cumple el puto acuerdo. Dante también es mi hijo y tengo derechos, estoy harto que siempre tengas una maldita excusa para no dejar que esté a mi lado
Laura me mira, y su sonrisa se hace más amplia, más cruel.
—Dante no es tu hijo... Es tu hermano.
Mi mundo se detiene. Siento que el aire me falta. Mis manos tiemblan. La ira me consume. Sus palabras me hieren con tal fuerza que siento que mi corazón por un instante deja de latir. La incredulidad y el dolor se mezclan. La miro esperando que se arrepienta de lo que acaba de decir, pero no lo hace.
La tomo por el cuello, queriendo borrar esa sonrisa de su rostro y acabar con su vida como ella lo está haciendo con la Mía.
—Papi, ¿por qué lloras? —pregunta mi pequeño, con su vocecita suave y preocupada.
Lo miro, mis dedos acariciando su rostro, mi bebé de seis años. Es mío. No importa lo que ella diga. Fui yo el que se emocionó al escuchar los latidos de su corazón por primera vez. Yo estuve allí cuando él llegó al mundo. Fui yo quien lo cargo al nacer, quien cambió sus pañales en plena madrugada, cuando ella prefería quedarse en la cama.
"Papá" fue su primera palabra, y me la dijo a mí, a nadie más. Nadie puede arrebatármelo… No importa lo que ella diga. Es mi hijo. Lo abrazo con fuerza, sintiendo su calor, respirando en su pequeño cuello, mientras mis lágrimas se deslizan sin poder detenerlas.
—Te he extrañado tanto… —susurro, mientras trato de controlar el dolor que llevo dentro.
Esa noche salimos a cenar juntos. Al día siguiente, Laura volvió por él.
Fin del Flashback
Desde esa noche, Laura me chantajea. Mis visitas a Dante son limitadas, compradas con dinero. Pero no me importa. Por él, estoy aquí. Por él regresé y no me pienso volver a marchar.
Él es el único lazo que jamás romperé, no importa si no mi hijo biológico, siempre será mi hijo.