¿ Que ya no me amas?... esa es la manera en que justificas tú cobarde deslealtad... Lavender no podía creerlo, su esposo, su amado esposo le había traicionado de la peor forma. Ahora no solo quedaba divorciarse, sino también vengarse.
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Capitulo 13
Lavender avanzaba con pasos vacilantes hacia lo que había sido su habitación, la que compartía con Maxon hasta hacía poco. Apenas había cruzado los pasillos cuando algunas doncellas se acercaron a ella, tímidamente.
—Mi señora, qué alivio ver que ha regresado a salvo—dijo una, inclinando la cabeza en señal de respeto—. Estamos aquí para asistirla en lo que necesite.
Lavender las miró con una mezcla de dolor y decepción. Aunque les tenía aprecio y sabía que ellas también le guardaban afecto, entendía que su verdadera lealtad estaba con el Duque y con el Ducado, no con ella. Era obvio que habían sabido del engaño, tal vez lo habían presenciado en silencio, pero nunca le advirtieron ni le dieron pista alguna que le permitiera descubrirlo por sí misma. No había nada que reprocharles, pues cumplían con su deber, pero Lavender no podía evitar sentirse traicionada y dolida por su silencio.
—No las necesito —les respondió con firmeza, aunque su voz llevaba el peso del dolor—. Pueden retirarse.
Sin esperar respuesta, continuó hacia la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un sonido seco que resonó en el silencio. Apoyó la espalda contra la cama y, sin fuerzas, se dejó caer al suelo. Allí, en ese lugar que había sido suyo y de Maxon, todo le parecía irreal, absurdo. ¿Cómo había llegado a ese punto?
—Éramos los protagonistas de esta historia... —murmuró para sí misma, con la mirada perdida—. Maxon y yo éramos la prueba viviente de que el amor lo superaba todo.
Una risa amarga escapó de sus labios, ahogada por la garganta apretada por el dolor.
—Ni siquiera vi el final... —susurró, como si lo estuviera comprendiendo por primera vez—. ¿Este era nuestro final?
Lavender se sumió en sus pensamientos, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Maxon, su amado esposo, el hombre al que había entregado su corazón, y Violet, su querida amiga, la habían traicionado de la forma más cruel e impensable.
Lavender de Tarth era conocida por su fortaleza. Siempre había sido una mujer de carácter, que jamás agachaba la cabeza ante los desprecios. Las ofensas no alcanzaban sus oídos, y su semblante siempre había sido imperturbable. Pero ahora, esa fortaleza parecía derrumbarse como un castillo de arena ante las olas. Las dos personas en las que más confiaba, habían destrozado su mundo. No estaba preparada para esa traición, y lo que era peor, no sabía cómo afrontarla.
Se sentía sola. Y sabía que sola tendría que resolverlo.
Horas después, aún sentada en el suelo, Lavender levantó la vista y observó la habitación que antes había estado llena de recuerdos felices. Ahora esos recuerdos se tornaban en sombras dolorosas, llenos de engaño y mentira. Cada rincón, cada objeto, le recordaba lo que había perdido.
—¿Qué hago en este lugar? —se preguntó en voz baja.
Miró su mano, donde aún sostenía el sobre que Maxon le había entregado. Frunció el ceño al verlo. El dolor y la traición seguían presentes, pero una nueva decisión se formaba en su interior.
—No puedo seguir aquí... —se dijo a sí misma, poniéndose de pie con toda la fuerza que pudo reunir.
Con movimientos automáticos, tomó algunas pertenencias y salió de la habitación. Ordenó que prepararan un carruaje de inmediato.
No pasó mucho tiempo antes de que alguien informara a Maxon sobre lo que estaba ocurriendo. En cuanto lo supo, corrió hacia las puertas del Ducado y la encontró a punto de subirse al carruaje.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Maxon, casi con desesperación en su voz—. ¿A dónde vas?
Lavender lo miró con disgusto, su expresión helada.
—Eso ya no es tu problema —le dijo, sus palabras afiladas como una espada, intentando contener lo que realmente sentía.
Maxon insistió, dando un paso adelante.
—¿Y qué pasa con los papeles? —exigió, señalando el sobre que aún tenía en la mano.
Lavender se detuvo, volviéndose hacia él con una mirada severa. Su voz era firme, pero cargada de dolor. Lo único que le parecía importar era que firmará esos papeles, y eso realmente le dolía.
—No voy a firmar nada hasta que no sepa bien de qué se trata —respondió, su tono inflexible—. Pero no te preocupes, el divorcio entre nosotros ocurrirá. Y el carruaje... —hizo una pausa, su mirada endureciéndose— te lo devolveré.
Sin mirarlo de nuevo, Lavender subió al carruaje. Su corazón estaba hecho pedazos, pero sabía que no había lugar para el arrepentimiento. Con un chasquido de las riendas, el carruaje partió del Ducado, dejando atrás todo lo que había sido su vida hasta ese momento.
Violett sostenía entre sus manos la carta que acababa de llegar desde el Ducado de Lehaman. La leyó detenidamente, con una sonrisa que se expandía en su rostro mientras avanzaba línea tras línea.
—Ya regresó... pero no firmó el divorcio —murmuró para sí misma, dejando escapar una pequeña risa mientras comenzaba a girar con gracia, como si estuviera bailando de felicidad. Alzó los brazos, sus gestos llenos de teatralidad, y susurró—: Creí que esa mujer, de nula nobleza pero con el orgullo de una Reina, lo haría sin pensarlo dos veces...
Se detuvo de golpe, su mente calculando los próximos movimientos.
—Debo ir a hablar con Max —decidió en voz alta, sus ojos brillando con determinación.
Sin perder tiempo, Violett ordenó que prepararan el carruaje, y partió hacia el Ducado de Lehaman. Cuando finalmente llegó, descendió del carruaje con una sonrisa de triunfo en los labios. Caminó directamente hacia la entrada, preguntando por el Duque sin reservas.
—¿Dónde está el Duque? —preguntó con arrogancia a una doncella, que la miró con nerviosismo.
Las miradas de los sirvientes se cruzaban entre sí, llenas de vergüenza y tensión. Todos habían notado cómo la señorita Wagner se comportaba como si ya fuese la nueva Duquesa, y su actitud altanera no les pasaba desapercibida. Sin esperar respuesta, Violett avanzó con paso firme y decidido hacia el estudio de Maxon, ignorando las normas de cortesía. Entró sin previo aviso, empujando las puertas con energía.
—¡Maxon! —exclamó, corriendo hacia él con los brazos abiertos.
Sin dudarlo, rodeó su cuello con un fuerte abrazo, aferrándose a él como si no lo hubiera visto en años. Maxon la abrazó de vuelta, aunque de manera mucho más contenida. Violett, apenas separándose de él, lo besó con suavidad, sus labios rozando los suyos en un gesto que pretendía ser inocente.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó con dulzura, adoptando una expresión de compasión—. Escuché que Lavender regresó, y lamento mucho que tuvieras que enfrentarte a esa situación tan desagradable por tu cuenta. No debiste pasar por eso solo...
Maxon se apartó ligeramente, suspirando. Su mirada se volvió seria mientras respondía.
—No te preocupes, Violett. Esto es algo que debo resolver yo mismo.
Pero Violett no se dio por vencida, adoptando un tono más persuasivo.
—No debería ser así, Max —insistió, acariciando suavemente su brazo—. Esto no es solo asunto tuyo, es de los dos. Debería escribirle a Lavender, tal vez pueda hacerle entender que nuestra relación no comenzó con malas intenciones. Podría convencerla de que acepte el divorcio.
Maxon la miró con duda. No parecía convencido por sus palabras, pero tras una breve pausa, finalmente cedió.
—Lavender no me dijo a dónde iba —admitió—, pero es obvio que se fue al condado de Tarth. Es el único lugar que tiene donde refugiarse.
—¿Entonces no sabes dónde está exactamente? —preguntó Violett, tratando de disimular su incomodidad.
—Mandé a un caballero a seguirla de manera encubierta —agregó Maxon, mirando hacia la ventana con un gesto de preocupación—. Solo para asegurarme de que llegue bien.
Al escuchar esto, Violett frunció el ceño. No le gustaba la idea de que Maxon aún mantuviera tanto interés sobre Lavender, pero mantuvo su expresión serena, disimulando su descontento.
—Me alegra saber que estás cuidando de todo, Max —respondió con una sonrisa forzada—. Lo que importa es que esto pronto llegará a su fin.
ojalá ya Silver de sus pretensiones y nuestra protagonista ya deje de lado a esos imbeciles