Pia es vendida por sus padres al clan enemigo para salvar sus vidas. Podrá ser felíz en su nuevo hogar?
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capítulo 17
—Él nos debe más de lo que jamás podrá pagar —dijo Leonardo mientras apoyaba los codos sobre la mesa de caoba del despacho.
La lámpara de escritorio proyectaba una luz cálida sobre sus manos entrelazadas, pero su rostro seguía envuelto en sombras. Francesco, de pie frente a él, comprendía lo que estaba por decir su primo. Había visto esa expresión muchas veces: fría, calculadora, como la de un ajedrecista que ya conoce las próximas veinte jugadas.
—¿Estás seguro? —preguntó con cautela.
Leonardo levantó la vista. Sus ojos celestes, intensos como el hielo de invierno, se clavaron en los de Francesco.
—Más que nunca.
Había pasado solo una semana desde la fiesta en la que escuchó el plan de Enzo y Luciana. Una semana en la que no pudo dormir tranquilo ni una sola noche. Los Mancini eran basura, lo sabía. Y que los Moretti estuvieran dispuestos a entregar a su propia hija a ese clan solo lo confirmaba. Pero lo que más lo perturbaba no era el hecho de la transacción —había visto cosas peores en su vida—, sino ella. Pia.
Aunque aún no la conocía personalmente, aunque solo había visto un par de fotos antiguas que Francesco consiguió a través de un contacto, sentía que le debía algo. Tal vez por el simple hecho de que nadie más la defendería. O tal vez, aunque no lo admitiera, porque había algo en su mirada que le hablaba de resistencia, de orgullo. De que ella no se rendía fácil. Ni siquiera ante sus propios padres.
—Enzo le debe a nuestro clan casi tres vidas —continuó Leonardo, mientras se incorporaba—. Una por el contrabando de armas de hace seis años, otra por la emboscada que le limpiamos en Sicilia, y la última por haber traicionado a los Mancini sin nuestro permiso. ¿Y ahora quiere salvarse vendiendo a su hija como si fuera una mula?
—Podemos matarlo —sugirió Francesco, sin rodeos.
Leonardo negó con la cabeza.
—Sería demasiado fácil. Y a esta altura, inútil. Quiero algo que le pese de por vida. Algo que lo marque.
—¿Y qué tenés en mente?
—Vamos a hacerle una propuesta —respondió Leonardo, dando vueltas por el despacho—. Vos vas a ir a verlo. Le vas a decir que el clan De Santi ha decidido “perdonarle” la vida. Que vamos a borrar todas sus deudas. Pero a cambio, nos tiene que entregar a Pia. No al clan. A mí.
Francesco lo miró con sorpresa.
—¿Como parte de un acuerdo personal?
—Exacto.
—¿Y qué va a pensar ella?
Leonardo alzó una ceja.
—Lo que quiera. No tiene por qué saber la verdad.
El silencio se instaló entre los dos por un momento. Afuera, los perros ladraban en algún rincón del jardín. La casa estaba quieta. Casi parecía un mausoleo, salvo por ese despacho que hervía de tensión contenida.
—¿Y vos qué vas a hacer con ella? —preguntó Francesco, no con desconfianza, sino con curiosidad genuina.
Leonardo se apoyó contra la pared, cruzando los brazos. Su voz fue baja, pero firme.
—Voy a protegerla. Nada más.
—¿Y pensás que va a aceptar vivir bajo el mismo techo que vos? No va a entender nada. Va a pensar que la estás comprando.
—Que lo piense —respondió Leonardo—. Con tal de mantenerla lejos de los Mancini, puede odiarme todo lo que quiera.
Francesco asintió lentamente. Sabía que Leonardo no era un hombre que tomara decisiones impulsivas. Pero también lo conocía lo suficiente como para notar que algo más se estaba moviendo detrás de todo eso. Algo que aún no ponía en palabras.
—Entonces, ¿voy a verlo?
—Sí. Mañana. Asegurate de que entienda que esta es su única salida.
Francesco se giró para irse, pero antes de abrir la puerta, se detuvo.
—Leo.
—¿Qué?
—¿Estás seguro de que esto es solo por protegerla?
Leonardo no respondió de inmediato. Caminó hasta el ventanal y apartó la cortina con dos dedos. La luna colgaba redonda sobre la ciudad, iluminando con frialdad el tejado de la casa.
—Estoy seguro de que no quiero que termine en manos de los Mancini —dijo finalmente.
Y eso, para él, ya era motivo suficiente.
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Dos días después, Francesco regresó al despacho con noticias.
—Aceptó —dijo, entrando sin llamar—. No hizo ni una pregunta.
Leonardo estaba de pie junto a la chimenea, fumando en silencio. Se dio vuelta al oírlo.
—¿Y Luciana?
—No estaba. Enzo pidió una reunión a solas.
—Mejor.
Francesco se acercó y dejó un sobre sobre la mesa.
—Acá están los papeles que firmó. Cedió todo derecho sobre Pia a vos. Legalmente, te la entregó como “parte de un acuerdo de protección entre clanes”. No figura nada sobre lo de los Mancini, ni sobre su deuda. Todo está limpio.
Leonardo observó el sobre, pero no lo abrió. Le bastaba con saber que el trato estaba sellado.
—¿Y Pia?
—No sabe nada aún. Pero la va a mandar con una excusa. Dice que vos querés tomarla como “garantía de paz” entre los clanes. Ella lo va a odiar. Y a vos también.
Leonardo asintió con calma.
—Está bien.
—¿Y qué vas a hacer cuando llegue?
—La voy a tratar con respeto. Con distancia. Como a una persona que acaba de ser traicionada por los suyos.
Francesco lo observó unos segundos.
—No te va a perdonar fácil.
—No estoy buscando su perdón —dijo Leonardo, y apagó el cigarro contra el mármol de la chimenea—. Solo quiero que esté a salvo.
FIN DE FLASHBACK.
Autora te felicito eres una persona elocuente en tus escritos cada frase bien formulada y sutil al narrar estos capitulos