Las gorditas no tenemos derecho a enamorarse.
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Capítulo 14
Después de un tiempo, él se viene y dice — cada vez que me desafíes o intentes huir, este será tu castigo, así que depende de ti si me quieres volver a tener dentro de ti… se levanta recoje su pantaloneta y se va desnudo hacia la casa.
No tengo fuerzas para levantarme, mis lagrimas caen por las mejillas y se confunden con el agua lluvia que baña todo mi cuerpo, cierro los ojos y dejo que el agua lave esta sensación de culpa que tengo, por haber disfrutado estar con ese demonio.
Cuando deja de llover, me pongo esa ropa empapada y entro a la casa, busco otras habitaciones y encuentro una, es más pequeña que la otra pero igual de bonita, abro los armarios y veo que no hay nada, no hay ropa ni nada, eso significa que me toca regresar a esa habitación, pero yo no quiero, así que agarro una toalla que había en el baño, me la pongo y me acuesto asi en esa cama.
No falta mucho para quedarme dormida, cuando despierto, veo el sol entrar por la ventana enorme que tiene la habitación, me levanto y con sigilo me acerco hacia la otra habitación, cuando me asomo lo veo dormido, se ve tan hermoso y angelical, lo admiro por unos cuantos minutos, hasta que mi voz interna me reprende nuevamente y me saca de ese letargo. Entro con cuidado tomo las llaves del carro, para sacar de la ropa que compre con la asistente, cuando voy camino hacia el carro, me fijo en una foto que está en la sala, es un pequeño muy hermoso junto a un triciclo, me llama mucho la atención, la tomo entre mis manos y la observo detenidamente. Mientras estoy observándola, Miguel dice — ese era yo cuando tenia 6 años… me exalto y casi dejo caer la foto, pensé que seguía dormido, toma la foto y la pone en su lugar, luego dice — para donde vas?… lo miro con indiferencia y respondo — en el carro están las compras de ayer, voy a sacar algo de ahí para ponerme… se acerca con sigilo y dice — está bien, en media hora nos vamos, desayunamos en el camino… su sola presencia me pone muy nerviosa.
Cuando vamos de regreso a la mansión, todo el trayecto transcurre en silencio, no es incómodo, para mi está bien, no se que decirle después de todo lo que pasó ayer.
Después de unos cuantos minutos de camino, él estaciona en un market que se encuentra en la vía, parquea y dice — desayunaremos acá, solo quedan 6 minutos hasta la ciudad… afirmó y me bajo del auto siguiendo sus pasos.
En ese market hay un restaurante muy bonito, una tienda y una farmacia.
Cuando entramos al restaurante llamo su atención y digo — iré un momento a la farmacia… él me mira con intriga y dice — te sientes enferma?… lo miro nerviosa y respondo — no solo es para el dolor de cabeza… él hace un gesto de duda y dice — está bien… camino hacia la farmacia, reviso mi billetera y miro cuánto efectivo llevo.
Al entrar me recibe una joven muy amable que dice — buenos días señora, ¿en que puedo ayudarla?… miro hacia todos lados y con voz baja digo — buenos días, me podrías vender una pastilla del día después… ella sonríe y reponde — claro que si… me la envuelve en una bolsa de papel y luego la guardo en mi bolso.
De regreso al restaurante, Miguel me sigue con la mirada y cuando me siento dice — déjame ver la pastilla que compraste… lo miro angustiada y le digo — ya me la tome, para que la quiere ver si le dije que era para el dolor de cabeza… él me mira fríamente y dice — déjame ver tu bolso… me aferro a él y le digo — no, usted no tiene derecho a entrometerse en mis cosas… su expresión fría se pone más fuerte de lo normal y dice — no lo repetiré Mariana, dame tu bolso… mi cuerpo reacciona con miedo, me da taquicardia, me sudan las manos y mi respiración se acelera, le entrego el bolso con duda, no quiero que encuentre la pastilla.
Cuando empieza a revisar, ruego que no encontré la pastilla, pero la suerte nunca está de mi parte, al desenvolver la bolsa de papel, se da cuenta que la pastilla que estaba ocultando era la postday, su expresión cambia completamente y se ve muy enojado, la toma en sus manos y dice — que es esto Mariana?… no soy capaz de expresarme y vuelve a decir — te lo advertí Mariana, tú ya no eres dueña de tus pensamientos, sueños y menos de tu cuerpo, todo me pertenece… se queda con la pastilla y cuando se acerca el mesero dice — por favor vote esto a la basura, tomaremos el desayuno del día, gracias… el mesero hace caso de las instrucciones y se retira.