Un amor que se enfrenta a problemas, desafíos, barreras. Un amor entre una bailarina y un multimillonario.
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Capítulo 14: La Danza del Sacrificio
La relación entre Nia y Ethan había alcanzado un equilibrio dulce, aunque precario. Cada momento juntos parecía fortalecer el lazo que compartían, pero ambos eran conscientes de que las pruebas aún no habían terminado. Sus mundos seguían girando a velocidades diferentes, y conciliar sus tiempos, sus prioridades y sus sueños a veces se sentía como una coreografía que exigía más de lo que tenían para dar.
Era una tarde tranquila cuando Nia recibió una noticia que cambiaría el rumbo de las semanas por venir. En el estudio, después de un ensayo particularmente agotador, la directora de la compañía se acercó con una sonrisa que prometía algo grande.
—Nia, quiero hablar contigo sobre una oportunidad que no puedes dejar pasar.
—¿Oportunidad? —preguntó, secándose el sudor de la frente.
—Hemos sido invitados a participar en un prestigioso festival internacional en París. Quiero que seas nuestra bailarina principal.
Las palabras resonaron en su mente como una melodía perfecta. París. El corazón del arte, la cuna de la danza. Sin embargo, la emoción inicial se vio empañada rápidamente por la realidad: el festival requeriría semanas de preparación y al menos dos meses fuera de casa.
Esa noche, cuando Ethan llegó a su apartamento con una botella de vino y su sonrisa habitual, Nia no sabía cómo abordar el tema.
—Pareces distraída —dijo él mientras servía el vino y se acomodaba en el sofá junto a ella.
—Es que… hoy me dieron una noticia importante —admitió, mirando sus manos.
Ethan frunció el ceño, inclinándose hacia ella.
—¿Qué pasó?
—Me ofrecieron ser la bailarina principal en un festival en París —dijo, casi en un susurro.
La sonrisa de Ethan se amplió, y sus ojos brillaron con entusiasmo.
—¡Eso es increíble, Nia! ¿Qué te preocupa?
Ella suspiró, jugando con el borde de su copa.
—Estaría fuera por más de dos meses. No sé cómo afectaría eso a… nosotros.
Ethan dejó su copa en la mesa y tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella.
—Nia, este es tu sueño. No puedo permitir que dejes pasar algo tan grande por mi culpa.
—Pero no quiero que esto nos aleje.
Él se inclinó hacia ella, sosteniendo su mirada con ternura.
—Esto no nos va a alejar, te lo prometo. Hemos enfrentado cosas más difíciles. Estoy contigo, en cada paso.
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Los días siguientes fueron un torbellino de emociones para ambos. Mientras Nia comenzaba los ensayos intensivos para su papel, Ethan estaba más ocupado que nunca consolidando su proyecto después de la crisis reciente. A pesar de sus agendas caóticas, siempre encontraban tiempo para verse, aunque fuera solo por unos minutos al final del día.
Una semana antes de la partida de Nia, Ethan la sorprendió con una cena íntima en su apartamento. La mesa estaba decorada con velas, y un suave aroma a lavanda llenaba el aire.
—¿Qué es todo esto? —preguntó ella, entrando con una mezcla de sorpresa y alegría.
—Una despedida anticipada —respondió él, sosteniendo una copa de champán—. Quiero que te lleves recuerdos hermosos antes de irte.
Durante la cena, hablaron de París, de los ensayos y de todo lo que Nia esperaba aprender de esa experiencia. Pero también hablaron de ellos, de cómo manejarían la distancia y de cómo seguirían siendo un equipo.
—Prométeme algo —dijo Ethan, sosteniendo su mano.
—Lo que sea.
—No dejes que la distancia te haga dudar de lo que siento por ti.
—Lo mismo va para ti —respondió ella, sonriendo con suavidad.
Ethan sacó un pequeño estuche de terciopelo del bolsillo de su chaqueta y lo colocó frente a ella.
—Esto no es un anillo, así que no te asustes —dijo con una risa nerviosa.
Nia abrió el estuche y encontró un delicado collar de oro con un colgante en forma de estrella.
—Es hermoso, Ethan.
—Quiero que lo uses mientras estés allá, para que recuerdes que siempre estaré contigo, sin importar cuán lejos estemos.
Ella se inclinó hacia él, besándolo con una intensidad que llevaba en sí una promesa silenciosa: ningún océano, ninguna distancia, los separaría.
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El día de la partida llegó demasiado rápido. En el aeropuerto, Ethan sostuvo a Nia en sus brazos más tiempo del que había planeado.
—Te voy a extrañar —dijo él, con la voz ronca.
—Yo también. Pero esto no es un adiós, solo un "nos vemos pronto".
Cuando finalmente tuvo que soltarla, la vio desaparecer más allá de los controles de seguridad con el corazón dividido.
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En París, Nia se encontró inmersa en un mundo completamente diferente. Los ensayos eran agotadores, pero el arte que llenaba la ciudad le daba una energía que nunca antes había sentido. Cada noche, después de los ensayos, le enviaba mensajes a Ethan, contándole todo: desde los pequeños triunfos hasta los momentos de duda.
Ethan, por su parte, intentaba mantenerse positivo. Se sumergió en su trabajo, pero cada vez que su teléfono sonaba con un mensaje de Nia, sentía que podía respirar de nuevo.
Sin embargo, las semanas pasaron y la distancia comenzó a pesar. Las videollamadas a veces eran cortas y apresuradas. Las diferencias horarias no ayudaban, y aunque ambos intentaban mantener el optimismo, las dudas comenzaron a acechar.
Una noche, después de un ensayo particularmente difícil, Nia llamó a Ethan.
—Siento que no estoy haciendo esto bien —dijo, con la voz quebrada.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él, alarmado.
—Estoy fallando en mantenernos conectados. La distancia… a veces siento que te estoy perdiendo.
Ethan hizo una pausa, respirando profundamente antes de responder.
—Nia, estamos en esto juntos. Habrá días difíciles, pero eso no significa que no podamos superar esto. Eres mi ancla, ¿recuerdas? Y yo soy el tuyo.
—Gracias, Ethan. De verdad.
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Finalmente, llegó el día del festival. Nia subió al escenario con el corazón lleno de nervios y emoción. Entre las luces y los aplausos, bailó como nunca antes, dejando cada parte de su alma en cada movimiento.
Cuando terminó la última nota, los aplausos llenaron el teatro. En ese momento, entre el público, sus ojos se encontraron con los de Ethan. Él estaba allí, sonriendo, aplaudiendo con el mismo fervor que el resto de la audiencia.
Al final de la noche, cuando se reunieron detrás del escenario, Nia corrió hacia él, lanzándose en sus brazos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, riendo entre lágrimas.
—No podía