Amor Infinito

La. Madre Reina, al ver a la hermosa Mirian del brazo de Klauss, quedo absolutamente en shokc, sus ojos eran dos hermosos cristales verdes y su cabello oscuro y su piel tersa y blanca, era el vivo reflejo de su madre , la abuela Reina, solo con una mirada ella entendio todo al ver el camafeo en las manos de Sara, realmente ese dia sintio que volvia a la vida , se acerco a su amado esposo , pero el ya habia visto de lejos a Mirian y no podia creer lo que sus ojos veian , lagrimas recorrieron sus mejllas y su corazon se ilumino de una paz absolutamente indescriptible , mirando al cielo le dio gracias a Dios , porque solo El habia podido permitir este maravilloso encuentro .

La Reina Bertha fue llevada apresuradamente a sus aposentos, envuelta en la emoción de haber reencontrado a su hija perdida. Su corazón latía con fuerza y una punzada en el pecho le recordaba la fragilidad de su salud, un mal que la había acompañado desde aquel difícil parto, años atrás, cuando nació su primogénita. Al llegar a la cámara real, donde colgaban los retratos de sus antepasados y el silencio reverenciaba cada rincón, los sirvientes solicitaron al médico del palacio, mientras su esposo, el rey Siegfried, se retiraba a la habitación contigua. Allí, arrodillado junto a la ventana, se entregó en oración a Dios, suplicando con fervor por la vida de su esposa y agradeciendo el milagro de haber recuperado a su hija. Las sombras de los candelabros alumbraban apenas su figura; desde aquella misma ventana, él había rezado muchas noches, con una fe tan inquebrantable como el amor que lo unía a su reina.

Mientras oraba, recuerdos de aquel tiempo volvieron a su mente, como sombras de un pasado que aún dolía. Había sido una época de felicidad absoluta, cuando él y Bertha recibieron la noticia de que ella estaba esperando una hija. Eran días de alegría inmensa en el reino, y la nobleza del reino de Hohenfels celebraba la llegada de la pequeña con banquetes, música y regalos. Sin embargo, también hubo quienes envidiaban la felicidad de la pareja real. Eran los hermanos de la reina, Wilma y su esposo Albrecht, quienes, incapaces de tener hijos, deseaban el trono de Hohenfels con una codicia insaciable.

La reina Bertha nunca imaginó que aquellos a quienes consideraba amigos de su infancia planeaban acabar con su familia para apoderarse del reino. Siegfried, con toda su fe, consagró a su hija a Dios el mismo día en que nació, pidiendo que siempre la cuidara, que su vida fuera guiada por la bondad y protegida por los designios divinos. La pequeña princesa, a quien llamaron Kirian, creció con los ojos brillantes como esmeraldas y un espíritu tan noble como el de sus padres.

El Amor y la Envidia Crecen

Poco tiempo después, Bertha compartió con Siegfried otra buena noticia: estaba nuevamente encinta. La felicidad que inundó el reino fue indescriptible. Con Kirian en sus primeros pasos y el futuro bebé en camino, la familia real vivía días de auténtica bendición. Pero en las sombras, el odio y los celos de Wilma y Albrecht crecían. Ellos planeaban cuidadosamente cada paso para destruir la descendencia de los reyes, aniquilar a los herederos y finalmente arrebatarles el trono.

Llegó el primer cumpleaños de la princesa, y el rey, en un acto de amor puro, hizo encargar un hermoso camafeo de plata y oro que contenía el retrato de la familia: él, Bertha y la pequeña Kirian, vestidos con atuendos reales y unidos en un abrazo que reflejaba el amor y la unión que reinaban en su hogar. El camafeo fue colocado en el cuello de la pequeña y la acompañaba dondequiera que fuera. Nadie imaginaba que ese mismo camafeo, símbolo de amor, se convertiría en el testigo de la traición más cruel.

La Noche de la Traición

Esa noche, Wilma y Albrecht llevaron a cabo su macabro plan. Entraron silenciosamente a la cámara de la princesa, donde la pequeña dormía plácidamente, con el camafeo brillante descansando sobre su pecho. En el silencio de la noche, la raptaron y, sin compasión, la llevaron a los confines del bosque, donde las tierras del príncipe Klaus colindaban con el reino de Hohenfels. Allí, en una cueva oscura y fría, la dejaron sola y desprotegida, con el cruel propósito de que la pequeña muriera de frío. Era invierno, y la nieve cubría el suelo como una mortaja blanca y helada, mientras la inocente princesa quedaba abandonada, expuesta al mortal frío de la noche.

Cuando el rey y la reina descubrieron el secuestro, el dolor y la desesperación llenaron el palacio. La salud de la reina se resquebrajó aún más, y el parto de su hijo se adelantó. Fue un niño hermoso, pero nacido con una fragilidad que alarmó a todos. El veneno, que lentamente había deteriorado la salud de la reina durante su embarazo, también dejó al pequeño príncipe con una sangre enferma. Su cuerpo era frágil y su vida pendía de un hilo. La tristeza se apoderó de la familia real: su hija había desaparecido y su hijo estaba gravemente enfermo. Aun así, su fe en Dios permanecía intacta.

Siegfried y Bertha, abatidos pero resueltos, decidieron enfrentar la pérdida con dignidad. Pasaron días y noches rezando por la protección de su hija, con la esperanza de que estuviera a salvo en algún lugar del reino, y pidiendo a Dios que les diera fuerza para cuidar del pequeño príncipe.

La Verdad Sale a la Luz

Con el tiempo, alguien en el palacio vio a Wilma y Albrecht aquella noche, y el secreto finalmente fue revelado. Ambos fueron condenados, pero ni siquiera la amenaza de la pena máxima hizo que confesaran el lugar donde habían dejado a la princesa. Las esperanzas parecían desvanecerse, pero Bertha y Siegfried continuaron creyendo. Sabían que, aunque los años pasaran, Dios cuidaría de su hija en alguna parte del mundo.

Sin que ellos lo supieran, la pequeña Kirian fue hallada en aquella misma cueva por Sara, una humilde mujer que recolectaba flores para el mercado. Conmovida por la débil criatura, la llevó a su hogar y la crió como si fuera su propia hija, protegiéndola con el mismo amor y dedicación de una madre verdadera. Kirian creció en una infancia sencilla, pero rodeada del cariño de su madre adoptiva y de la belleza de los campos que bordeaban el río. No pasó mucho tiempo antes de que ella llamara a Sara "mamá" y considerara el pequeño hogar en el bosque como su verdadero hogar.

Una Fe Inquebrantable y la Justicia Divina

En la quietud de su habitación, mientras la reina Bertha descansaba, sintió que una paz inexplicable la invadía. Recordaba los años de angustia, pero también las noches de oración, cuando había pedido con lágrimas que Dios guardara a su hija. Y allí estaba Kirian, de regreso, fuerte y hermosa, mostrando que las oraciones de sus padres no habían sido en vano. Era la respuesta a años de fe y confianza inquebrantable en que Dios haría justicia, una justicia que había llegado en el momento preciso, revelando la verdad y permitiendo que la familia se reuniera al fin.

Siegfried, de pie junto a la cama de su esposa, observó el rostro de Bertha y una sonrisa de paz se dibujó en sus labios. A pesar de los años de dolor, su fe les había permitido soportar y resistir. Tomando la mano de la reina, oró en silencio, agradeciendo la protección de Dios sobre su hija y por el milagro de tenerla nuevamente con ellos.

Afuera, en los jardines del palacio, donde las estrellas brillaban sobre los rosales, Kirian y Klaus se miraban con amor y determinación, comprendiendo que el destino les había unido a pesar de todas las adversidades. La joven, con lágrimas de emoción, comprendió que el amor de sus padres y la fe de su madre le habían permitido sobrevivir en aquel lugar inhóspito y tener una segunda oportunidad.

La fe de una familia no había sido en vano; las lágrimas de los reyes habían sido recogidas y transformadas en el regalo de una familia que, a pesar de las traiciones y las sombras, había logrado vencer la oscuridad con amor y fe.