Amor Intercultural

......Escena Emir:......

El palacio era un hervidero de actividad. Las reuniones interminables, las decisiones diplomáticas, y los asuntos internos parecían no tener fin. Desde que Emir volvió asumir su rol como consejero del jeque, su vida había cambiado drásticamente. Ya no era el coordinador del programa humanitario; ahora, tenía que lidiar con las complejidades de la política, las negociaciones con otras familias nobles y el manejo de crisis internas que podían poner en juego el equilibrio de poder en la región.

El consejero del jeque no era un puesto cualquiera. Emir debía ser, en esencia, el puente entre las tradiciones arraigadas de la familia real y las demandas modernas del mundo exterior. Supervisaba acuerdos con otras casas nobles, manejaba las relaciones internacionales y ayudaba a resolver disputas entre los miembros de la corte. Además, era el encargado de proponer soluciones para problemas sociales, como el acceso a la educación y la salud, temas que le apasionaban profundamente debido a su experiencia con la misión humanitaria.

Aquella tarde, Emir repasaba un informe sobre un proyecto de cooperación con una organización europea que buscaba mejorar el acceso al agua potable en las zonas rurales. Faisal lo visito en su oficina, notando su expresión tensa.

—¿No has salido de aquí en todo el día? —le preguntó Faisal, dejando una taza de café sobre el escritorio.

—Hay mucho que hacer —respondió Emir sin mirarlo, concentrado en los números del informe —El jeque quiere que esto esté listo para mañana.

Faisal suspiró y se sentó frente a él.

—Lo que necesitas no es más trabajo, sino claridad. Sé que sigues pensando en Helena.

El nombre resonó en el aire como un eco. Emir dejó el bolígrafo sobre la mesa y se recargó en la silla, cerrando los ojos. Faisal tenía razón. A pesar de sus responsabilidades, no podía borrar de su mente la imagen de Helena. la confusión que Markus sembró y las dudas que lo consumían desde entonces eran una carga constante.

—Ella eligió su camino —respondió finalmente Emir, aunque su voz carecía de convicción.

—¿Y tú? ¿Has elegido el tuyo o solo estás huyendo?

El silencio entre ambos quedó interrumpido por un llamado para Emir. Era el jeque, pidiéndolo en el salón principal. Faisal lo observó irse, sabiendo que Emir se estaba refugiando en su trabajo para no enfrentar sus verdaderos sentimientos.

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Desde que llegué a catar, he sentido que estoy en un constante choque entre dos mundos. La cultura, las tradiciones, las reglas… todo me parece tan distinto a lo que siempre conocí en Suecia. No sé si es la soledad o el hecho de que este lugar me recuerda a Emir, pero hay días en los que me siento completamente perdida.

Margot, mi compañera belga, se ha convertido en un gran apoyo. Ella tiene una forma de ver la vida tan diferente a la mía: es abierta, relajada, y siempre parece tener una respuesta para todo. Pero sus consejos, aunque bien intencionados, a veces chocan con lo que siento en mi interior.

—Helena, deberías dejar de preocuparte tanto por lo que pasó con Emir. Él no te merece, y tú no necesitas quedarte atrapada en el pasado —me dijo esta tarde mientras compartíamos un café en la cafetería de la universidad

—Sé que tienes razón, Margot, pero no es tan simple. No puedo apagar mis sentimientos de un día para otro.

Ella suspiró, como si no entendiera mi terquedad.

—Te hace falta soltarte un poco. Mira, hoy tengo una reunión en mi apartamento. Va a venir mi hermano Frederik; llegó ayer de visita desde Bélgica. Es encantador, te caerá bien.

Accedí más por complacerla que por ganas de socializar. Pensé que, tal vez, una noche con gente nueva me ayudaría a despejar la mente, aunque algo dentro de mí me decía que no sería suficiente.

Ese Día Margot y sus amigos lograron algo que nunca imaginé: introdujeron unas botellas de vino al apartamento. Me sorprendió lo relajados que parecían al respecto, como si no estuvieran en un país donde este tipo de cosas eran restringidas. Traté de unirme a las risas y las conversaciones, pero mi mente seguía atrapada en otro lugar

Frederik, el hermano de Margot, resultó ser un hombre encantador. Tenía un sentido del humor tan ligero y cálido que, por momentos, logró arrancarme algunas sonrisas. Era alto, de cabello castaño claro y ojos verdes, y tenía una seguridad en sí mismo que contrastaba con la intensidad de Emir.

Pero mientras pasaban las horas sentí que las paredes del apartamento se cerraban sobre mí. Todo el ruido, las risas, las historias… todo me recordaba cuánto había cambiado mi vida desde que conocí a Emir. Tomé una botella de vino y salí al pequeño balcón. Necesitaba aire.

Me senté en el suelo, abrazando mis rodillas, y dejé que las lágrimas cayeran sin control. Era como si todo el dolor, la frustración y la nostalgia que había intentado reprimir finalmente hubieran encontrado una salida.

—¿Estás bien? —La voz de Frederik me sorprendió. Lo vi parado en la puerta del balcón, mirándome con preocupación.

Negué con la cabeza, sin decir una palabra. Él se sentó a mi lado, ofreciéndome un pañuelo.

—A veces ayuda hablarlo —dijo con suavidad

No sé por qué, pero empecé a hablar. Le conté sobre Emir, sobre cómo lo conocí, lo que sentí por él y cómo todo había terminado Frederik me escuchó en silencio, sin interrumpirme ni juzgarme.

—Parece que realmente lo amabas —dijo cuando terminé.

—Lo amaba… o tal vez todavía lo amo. Pero eso no importa. Su mundo y el mío son demasiado diferentes.

Frederik tomo un sorbo de vino.

—A veces, las diferencias no son el problema. Es el miedo a enfrentarlas lo que nos detiene.

Lo miré, confundida. ¿Miedo? Tal vez tenía razón, pero eso no cambiaba lo que Emir y yo éramos: dos piezas de mundos que no encajaban.

—¿Crees que todo es tan fácil? —pregunté en voz baja, más para mí misma que para él.

—No, no lo creo —dijo Frederik —Pero también creo que no deberías castigarte tanto. Te mereces ser feliz, Helena

Había algo en su tono, en la forma en que me miraba, que me hizo sentir expuesta. Su mano rozó la mía, y el contacto fue como una chispa que encendió algo en mí. Antes de que pudiera detenerme, él se inclinó y me besó.

—Frederik… —susurré, separándome apenas unos centímetros.

—No tienes que hacer nada que no quieras.

Pero eso era lo extraño: no sentía que no quisiera. En ese momento, quería apagar todo el dolor, la soledad, el vacío que me estaba consumiendo. Lo besé de vuelta, y lo siguiente fue un torbellino de emociones confusas.

El Tomo Mí mano y entramos a la habitación Cuando todo terminó, me quedé acostada en la cama, mirando el techo. Frederik dormía a mi lado, pero yo no podía descansar. Me sentía vacía. Habíamos hecho el amor, pero no había sido como lo imaginé. No había pasión, ni conexión real. Había sido una forma de llenar un vacío, de buscar algo que sabía que él no podía darme.

No me arrepentía, pero tampoco sentía alivio. Era como si nada importara realmente. Sabía, en el fondo, que lo había hecho por la falta de amor del hombre que realmente amaba. Frederik había sido amable, comprensivo, pero no era Emir. Y eso no iba a cambiar.

Salí de la cama en silencio, sintiendo el peso de mis emociones. Una parte de mí sabía que no estaba avanzando, que estaba estancada en un ciclo de desesperación. Pero otra parte me preguntaba si alguna vez podría salir de él.

Mientras el amanecer iluminaba la ciudad, una sola pregunta rondaba mi mente: ¿cuánto más podría soportar?