Imagina un mundo donde lo virtual y lo real se entrelazan, y tu supervivencia depende de tu habilidad para adaptarte.
Aquí conoceremos a Soma Shiro, un joven gamer que recibe un misterioso paquete que lo transporta a NightRage. En este mundo, debe asumir el papel de guerrero, aunque con una peculiaridad, lleva una espada atorada en la boca.
NightRage no parece ser solo un juego, sino un desafío extremo que pone a prueba sus límites y su capacidad para confiar en los demás. ¿Logrará Shiro encontrar la salida, o quedará atrapado en este mundo para siempre?
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Capítulo 13
—Bien, lo primero es lo primero, tenemos que encontrar a Elizabeth —Dijo Tsukasa, mientras intentaba ponerse de pie, apoyándose en uno de los grandes pilares de la sala.
Todavía sentía dolor en las piernas, pero estaba lo suficientemente recuperado como para moverse.
Mientras avanzaban por el largo pasillo iluminado por antorchas, Sagi de repente, levantó la mano para que Tsukasa se detuviera. Había sentido algo... Como un pequeño temblor bajo sus pies. Ambos se quedaron quietos, en silencio, esperando. El temblor pasó, pero no sin dejar una sensación de inquietud en el aire.
—¿Sentiste eso? —preguntó Tsukasa en voz baja, mientras sacaba sus revólveres, aún dañados.
Sagi asintió.
—El lugar no era seguro —razonó, resaltando una mirada de preocupación.
Justo cuando ambos se disponían a continuar, una figura apareció en el umbral del pasillo frente a ellos. Elizabeth emergió de las sombras, con un bastón en alto y su rostro serio, pero al ver a sus amigos, su expresión cambió a una de
alivio.
—¡Elizabeth! —exclamó Tsukasa, aliviado de verla sana y salva —¿Estás bien?
Justo cuando Sagi y Tsukasa se disponían a avanzar por el pasillo, una figura apareció en el umbral, emergiendo de las sombras. Elizabeth se acercaba hacia ellos con su rostro serio, pero al ver a sus amigos, su expresión cambió a una de
alivio.
—Oye, espera un momento... —dijo Tsukasa, observando a Elizabeth con una
expresión confusa —¿Desde cuándo tienes un bastón?
Hasta ese momento, Elizabeth no había usado ningún bastón. Además, la magia que acababa de usar parecía algo avanzada para una maga aprendiz.
Sagi también había notado ese detalle. Había algo en su postura y en la forma en que invocó esa magia que no le parecía coherente.Elizabeth se dio cuenta de las miradas inquisitivas de sus compañeros y sonrió ligeramente, tratando de disipar sus dudas.
—Lo sé, es una sorpresa, ¿verdad? —dijo Elizabeth con naturalidad. —Mientras exploraba la mazmorra, encontré unos pergaminos antiguos. Me ayudaron a aprender un par de cosas nuevas. Este bastón lo obtuve cuando derroté a un
enemigo poderoso.
Levantó el bastón con orgullo, mostrando los g
rabados arcanos que decoraban la madera.
—ahora puedo ayudarlos mejor.
Tsukasa la miró con una ceja levantada.
—¿Pergaminos antiguos ¿eh? —preguntó con una mezcla de escepticismo y asombro.
Sagi permanecía en silencio, aunque por dentro, su mente estaba en ebullición. Algo no encajaba.
—¿Cómo es que Elizabeth ha evolucionado tanto en tan poco tiempo? —pensó, y aunque intentaba convencerse de que era posible, no podía
dejar de sentir que algo estaba fuera de lugar.
—¿Le estoy dando demasiadas vueltas al asunto—se preguntó.
Finalmente, decidió apartar sus sospechas, aunque algo en su instinto le decía que había más de lo que podía ver. Sagi no estaba equivocado.
La Elizabeth que tenían frente a ellos era una impostora. Un monstruo cambia formas capaces de leer las mentes de sus víctimas y asumir la forma de sus seres queridos.
La verdadera Elizabeth aún estaba luchando por sobrevivir, recorriendo otras partes de la mazmorra, mientras que esta criatura se hacía
pasar por ella. La impostora sonrió internamente, contenta de que sus compañeros bajaran la
guardia.
—Me alegra que estés de vuelta —dijo Tsukasa, relajando su postura.
Los tres siguieron adelante, avanzando detrás del trono vacío que ocupaba la sala en la que se encontraban. Detrás del trono, descubrieron una salida que los conducía a otro pasillo oscuro, pero antes de adentrarse, comenzaron a hablar
sobre sus próximos pasos.
—¿Deberíamos salir de aquí? —preguntó Tsukasa, con un tono pensativo —Ya hemos pasado por muchas cosas, y no nos quedan muchos recursos.
Sagi, con su espíritu de guerrero, quería seguir adelante, pero al mismo tiempo, sabía que esto no era un videojuego. Aquí no había segundas oportunidades ni respawns. Su instinto le decía que lo mejor era retirarse antes de que fuera
demasiado tarde, y trató de hacer señales a Tsukasa para que apoyara la idea
de irse.
—Creo que estás diciendo que deberíamos salir de aquí, ¿verdad? —Intuyo Tsukasa, entendiendo las señas de su compañero.
Sagi asintió con firmeza.
La falsa Elizabeth bajó la mirada, visiblemente decepcionada, aunque aceptó la decisión. Perfecto, pensó para sí misma. De todos modos, la idea era llevarlos a una trampa.
—Muy bien, si es lo que quieren... —dijo la impostora con una sonrisa disimulada —Pero déjenme ir adelante. Tengo suficiente maná para cubrirlos si es necesario.
Tsukasa y Sagi no vieron nada extraño en su oferta, así que accedieron. Mientras avanzaban, llegaron a una enorme sala que parecía cubierta de hielo. El suelo, el techo, y todo a su alrededor estaba envuelto en una capa cristalina de
escarcha. El ambiente era gélido y hostil, como si estuvieran en un lugar apartado del resto de la mazmorra.
—Esto es nuevo... —murmuró Tsukasa, mirando alrededor con cautela.
A lo lejos, en la vasta sala, podían escuchar otros aventureros. Había tres en total, un mago, con apariencia básica, un guerrero cubierto completamente por su armadura, y una pequeña sacerdotisa que superaba el metro de altura con mucho esfuerzo ,con un cabello largo y brillante, de un tono celeste, del cual desprendía dos coletas, sus ojos eran grandes y de color azules, lleno de dulzura, su piel era altamente blanca y suave.
Vestia un vestido blanco, adornado con franjas y patrones de espirales y sellos celestes en los bordes de la misma, llevaba un bastón largo, que duplicaba su tamaño, era de una madera fina Pero bien lustrada.
Ella junto a sus compañeros estaban acercándose a lo que parecía ser un enorme dragón que yacía dormido en el centro de la sala. Su piel
escamosa brillaba con un tono azulado bajo el hielo, y su respiración era pesada, como el sonido de un trueno distante.
—¿Pero no se suponía que el dragón de esta mazmorra era pequeño? — preguntó Tsukasa en voz baja, incrédulo.
Sagi y la falsa Elizabeth asintieron, también sorprendidos por el tamaño de la criatura. Decidieron esperar y observar lo que los tres aventureros estaban haciendo. Estos, visiblemente cansados y rasguñados, parecían intentar tomar escamas del dragón sigilosamente, con la esperanza de hacerse con el tesoro
sin despertarlo.
Pero entonces, algo terrible ocurrió. El guerrero de aquel grupo se volteó de repente, y sus ojos comenzaron a brillar con un intenso rojo. Sacó su espada y la hundió en el mago, sin previo aviso.
—¡¿Qué... qué estás haciendo?! —exclamó la sacerdotisa, horrorizada, aferrándose a su bastón blanco mientras retrocedía.
El guerrero, o lo que parecía ser un guerrero, comenzó a reír con una voz distorsionada y oscura. Era un cambiaformas que había tomado la forma de un compañero. Al revelar su verdadera identidad, lanzó una mirada macabra a la
sacerdotisa.
—Hasta aquí llegas, pequeña sacerdotisa —susurró, levantando su espada manchada de sangre.
Tsukasa, con los ojos bien abiertos, reaccionó rápidamente y giró su revolver hacia Elizabeth.