En Las Manos De Un Mafioso

Ana despertó antes del amanecer, el cielo aún teñido de una oscuridad profunda. Su respiración era lenta y controlada, pero su mente estaba en un torbellino. El peso del cuerpo de Alessandro junto a ella en la cama la anclaba en una realidad que le resultaba cada vez más extraña. Todo lo que había sucedido en las últimas horas se sentía irreal, como una pesadilla mezclada con un sueño prohibido. Pero la suavidad de la piel de Alessandro, su respiración acompasada mientras dormía, le recordaban que aquello no era un sueño. Había cruzado una línea de la que no habría retorno.

Se levantó con cuidado, deslizándose fuera de la cama sin despertarlo, y se dirigió hacia la ventana. Afuera, la ciudad seguía durmiendo, ignorante del caos que se desataba entre las sombras. Ana apoyó una mano en el vidrio frío y exhaló lentamente, sintiendo el frío recorrerle los dedos. No podía quedarse allí. No podía permanecer atrapada en ese torbellino de violencia, deseo y traición. Pero, al mismo tiempo, sabía que ya no era libre de salir sin más.

Una parte de ella se había dejado arrastrar hacia Alessandro, seducida no solo por su poder, sino por la vulnerabilidad que había visto en él, oculta bajo capas de dureza. Sin embargo, otra parte, la parte que siempre había sido racional y cautelosa, le gritaba que saliera de ese lugar antes de que fuera demasiado tarde.

Ana se envolvió en una sábana, observando la ciudad por un largo momento. Debería haberse sentido más fuerte después de lo que había logrado, pero en lugar de eso, se sentía como una marioneta atrapada en los hilos de un juego demasiado grande para ella. Alessandro no era solo un mafioso. Había algo en su mirada, en la forma en que sus ojos se clavaban en los de ella como si supiera algo que Ana aún no comprendía. Algo que la hacía temer lo que vendría después.

Un movimiento detrás de ella interrumpió sus pensamientos. Alessandro se había despertado y la observaba desde la cama, su expresión inescrutable.

“Estás muy pensativa”, dijo en voz baja, rompiendo el silencio de la habitación.

Ana no se volvió, pero su reflejo en el vidrio capturó la mirada intensa de Alessandro. “Me pregunto qué sigue ahora”, respondió, manteniendo la vista en el horizonte.

Él se levantó lentamente, y Ana pudo sentir el calor de su cuerpo acercándose mientras cruzaba la habitación. Cuando finalmente estuvo a su lado, no la tocó. Simplemente permaneció allí, observando la ciudad junto a ella.

“Lo que sigue… dependerá de cómo quieras jugar tus cartas, Ana”, dijo Alessandro, su voz suave pero cargada de significado. “Esto no ha terminado. Marco no se detendrá hasta conseguir lo que quiere, y tú estás en el centro de todo.”

“¿Por qué yo?” Ana se volvió hacia él, buscando en sus ojos una respuesta que nunca había comprendido del todo. “¿Qué tiene que ver conmigo todo esto?”

Alessandro la miró con intensidad, pero esta vez había algo diferente en su mirada. Un cansancio que no había mostrado antes. “Tú no eres solo una jugadora, Ana. Desde el principio, fuiste alguien que Marco no podía controlar. Alguien que desafió las reglas del juego. Y eso te convierte en una amenaza para él… y para cualquiera que busque poder.”

Ana sintió que el aire se volvía pesado a su alrededor. Sabía que había algo más detrás de esas palabras, pero Alessandro no estaba listo para revelarlo todo. Aún no.

Antes de que pudiera responder, el sonido de un teléfono rompió la tensión en la habitación. Alessandro se giró bruscamente y cruzó la habitación para contestar el celular que vibraba sobre la mesa. La expresión en su rostro cambió al instante cuando escuchó al interlocutor al otro lado de la línea.

"Sí... lo veo... No. No permitas que se mueva. Mantén la vigilancia, ya voy." Colgó el teléfono con rapidez y se volvió hacia Ana con una mirada grave. "Tenemos que movernos. Ahora."

"¿Qué sucede?" Ana sintió que su cuerpo se tensaba, lista para el peligro que siempre parecía estar acechando.

"Marco ha encontrado nuestra ubicación. Nos han estado vigilando. Tenemos que salir antes de que sea demasiado tarde."

El corazón de Ana comenzó a latir más rápido mientras Alessandro recogía rápidamente su ropa y se preparaba para lo inevitable. Todo se estaba desmoronando, y esta vez no había cartas que jugar. Era una carrera contra el tiempo.

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Mientras conducían por las calles desiertas de la ciudad, Ana mantenía la vista fija en el paisaje que se deslizaba rápidamente frente a ella. Alessandro estaba tenso, su atención centrada en la carretera, pero la energía que vibraba entre ellos era tangible. La atmósfera en el auto estaba cargada de adrenalina, y Ana sentía que cada minuto que pasaba los acercaba más al borde del abismo.

Finalmente, llegaron a un almacén abandonado en las afueras de la ciudad. Alessandro detuvo el auto bruscamente, y ambos salieron rápidamente. Había varios hombres esperándolos, todos armados y vigilantes. Alessandro habló con uno de ellos en voz baja mientras Ana se mantenía a cierta distancia, sintiéndose cada vez más fuera de lugar. Estaba atrapada en una situación que apenas podía comprender.

Alessandro volvió hacia ella después de unos minutos, su expresión endurecida. "Estamos a salvo aquí por el momento, pero no podemos quedarnos mucho tiempo. Marco está cerca, y no se detendrá hasta encontrarnos."

Ana asintió, pero su mente estaba en otra parte. Quería saber qué pasaba realmente, por qué estaba tan profundamente involucrada en este juego mortal. Y lo más importante, quería saber qué sentía realmente por Alessandro.

Se atrevió a hacerle una pregunta que había estado rondando su mente desde que lo conoció. “¿Por qué estás tan decidido a protegerme? Hay algo más en esto, ¿verdad? No se trata solo de Marco.”

Alessandro la miró, su rostro impenetrable. Por un momento, Ana pensó que no respondería, pero entonces suspiró profundamente, como si estuviera cargando con un peso demasiado grande.

“No es solo Marco, Ana. Desde que entraste en este mundo, has cambiado las reglas. Nunca había conocido a alguien como tú. Alguien que jugara tan bien y que no se dejara intimidar por el peligro. Y ahora…” Hizo una pausa, como si las palabras que estaba a punto de decir le costaran más de lo que estaba dispuesto a admitir. “Ahora no puedo imaginarme este juego sin ti.”

Ana sintió un nudo formarse en su garganta. Sabía que había algo más profundo en lo que estaba sucediendo entre ellos, algo que iba más allá del peligro y la violencia. Pero antes de que pudiera responder, uno de los hombres de Alessandro se acercó apresuradamente.

“Están aquí. Han rodeado el edificio.”

Alessandro se tensó inmediatamente. “¿Cuántos?”

“Demasiados. No podremos mantenerlos a raya por mucho tiempo.”

Ana sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de ella, pero Alessandro no perdió la calma. "Llévala abajo", ordenó a uno de sus hombres. "Asegúrate de que esté segura."

"¿Qué vas a hacer?" Ana lo miró con los ojos muy abiertos, incapaz de disimular el temor que sentía.

Alessandro le dedicó una mirada que era casi una despedida. "Voy a detenerlos el tiempo que pueda. Esto no ha terminado, Ana."

Antes de que pudiera decir algo más, el hombre que la custodiaba la tomó del brazo y la arrastró hacia un pasaje oculto. Ana intentó resistirse, pero sabía que quedarse solo complicaría las cosas. Mientras descendía por las escaleras estrechas hacia lo que parecía ser un sótano, su corazón martilleaba en sus oídos. El sonido de los disparos retumbó en el aire justo cuando llegaban al fondo.

El almacén era un laberinto de sombras y ecos, y Ana sentía que el peligro la rodeaba por todos lados. El hombre que la acompañaba abrió una puerta en el pasillo oscuro y la empujó dentro de una pequeña habitación cerrada.

"Quédate aquí hasta que sea seguro", le dijo antes de cerrar la puerta tras ella.

Ana se quedó sola en la oscuridad, con el sonido lejano de los disparos y los gritos resonando en sus oídos. El miedo crecía dentro de ella, pero junto con él, también había algo más. Una furia silenciosa. Estaba cansada de ser la pieza en un juego que apenas comprendía, de ser empujada y manipulada por fuerzas que no podía controlar.

A tientas, buscó un interruptor de luz en la habitación, pero solo encontró una pequeña lámpara de emergencia que iluminaba tenuemente el espacio. Su mirada se posó en una caja en la esquina de la habitación, parcialmente cubierta por una manta vieja. Sintiendo una extraña intuición, se acercó y la abrió.

Dentro había armas.

Ana miró las pistolas, su mente corriendo en mil direcciones a la vez. No sabía cómo usar una, pero en ese momento, no le importaba. No podía quedarse de brazos cruzados