En un futuro distópico devastado por una ola de calor, solo nueve ciudades quedan en pie, obligadas a competir cada tres años en el brutal Torneo de las Cuatro Tierras. Cada ciudad envía un representante que debe enfrentar ecosistemas artificiales —hielo, desierto, sabana y bosque— en una lucha por la supervivencia. Ganar significa salvar su ciudad, mientras que perder lleva a la muerte y la pérdida de territorio.
Nora, elegida de la ciudad de Altum, debe enfrentarse a pruebas físicas y emocionales, cargando con el legado de su hermano, quien murió en un torneo anterior. Para salvar a su gente, Nora deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar en este despiadado juego de supervivencia.
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La segunda tierra
Argus se encontraba de pie frente a los ocho participantes, una figura imponente y sombría con la única fuente de autoridad que les quedaba en este mundo colapsado. Con el sol emergiendo lentamente en el horizonte, anunciaba el comienzo del siguiente reto. Los participantes se agruparon en el centro de la base, sintiendo el aire cada vez más cálido y la sequedad que les recordaba cuán despiadado era el mundo fuera de aquellas paredes.
—Bien, escuchen con atención —dijo Argus, su voz profunda resonando por el lugar—. Van a entrar a la segunda tierra, el Desierto del Infierno. Es exactamente lo que el nombre sugiere: una extensión infinita de dunas, calor abrasador, y una lucha constante por cada gota de agua, como saben todas las tierras son artificiales pero no significa que sean fáciles
Los participantes intercambiaron miradas rápidas. La idea de adentrarse en el desierto era peor de lo que habían imaginado. La mayoría no había visto un verdadero desierto en su vida, pues el mundo postapocalíptico no daba oportunidad de explorar más allá de sus fronteras seguras pero estaba claro que Marcus de vire podria pasar esa prueba. Nora miró el suelo mientras escuchaba, tratando de calmar el latido frenético de su corazón. El miedo era palpable, casi tangible.
—La meta está ubicada en algún lugar del desierto, y solo cinco de ustedes podrán llegar —continuó Argus, escudriñándolos con su fría mirada—. Eso significa que dos de ustedes no sobrevivirán. Además, esta vez hay una regla más: no se permitirá hacer equipo. Cada uno deberá encontrar su propio camino, usar sus propios recursos y como cortesía se las brindará un poco de agua, los padres de la patria han invertido mucha agua en ustedes. y deberán depender solo de sí mismos.
Estas últimas palabras cayeron como un balde de agua fría sobre los participantes. Durante las pruebas anteriores, habían encontrado cierto consuelo al aliarse. La posibilidad de apoyarse unos a otros les había dado fuerzas, pero ahora esa seguridad también les sería arrebatada. Nora cerró los ojos por un momento, tratando de controlar la ansiedad que comenzaba a crecer en su pecho.
—¿Entendido? —Argus los observó a todos antes de continuar—. Les dejo una advertencia. El calor no es el único enemigo allá afuera. La falta de agua, los peligros artificiales y tanto naturales , y ustedes mismos serán los obstáculos principales. Prepárense. Partimos en una hora.
Con esas palabras, Argus se retiró y los dejó solos con sus pensamientos. El ambiente se tornó tenso de inmediato. Algunos se alejaron para preparar lo poco que podían llevar consigo, pero Nora se quedó inmóvil, sus manos temblorosas a los costados. La idea de quedar sola en medio de ese lugar desolado, sin poder contar con nadie, la aterrorizaba. Sentía su pecho comprimirse, la respiración dificultándose. La ansiedad la estaba atacando, envolviéndola como una serpiente constrictora.
—No... no puedo... —murmuró Nora, apretando los puños mientras intentaba recuperar el control de su respiración, sin éxito.
Marcus se dio cuenta del estado de Nora. Se acercó rápidamente a ella y la tomó del hombro, obligándola a mirarlo.
—Nora, mírame —le dijo con firmeza, pero sin dureza—. Respira. Estás aquí, no en el desierto. Respira conmigo.
Nora intentó seguir las palabras de Marcus, su vista un tanto nublada por la ansiedad. Cada respiración era una lucha, pero la presencia de Marcus y su tono calmado lograron que poco a poco recuperara el aliento.
—Eso es, así —continuó Marcus, guiándola—. No podemos permitir que te venzas antes de empezar. Respira.
Finalmente, Nora pudo controlar su respiración. Aún tenía el miedo latente, pero ya no la dominaba como antes. Miró a Marcus, que seguía allí, observándola con atención.
—Gracias —dijo con un hilo de voz.
—No tienes que agradecerme —respondió Marcus—. Solo mantente firme, ¿de acuerdo? No podemos darnos el lujo de desmoronarnos.
Nora asintió, intentando recuperar la compostura. Sabía que no tenía elección: debía seguir adelante, por Altum, por los que aún esperaban en casa.
Pronto, la hora llegó. Argus los llevó hasta la entrada del desierto, una vasta extensión de arena que parecía extenderse hasta el infinito. El sol ya estaba alto en el cielo, y el calor era abrasador. Las dunas se extendían como montañas doradas, y el aire temblaba en el horizonte, distorsionando la visión. Aquello parecía un infierno terrenal, y sabían que solo los más fuertes podrían atravesarlo.
—Buena suerte a todos recuerden que no sin amigos en esta prueba ni en ninguna otra —dijo Argus, con una leve sonrisa en sus labios, aunque no había amabilidad en sus palabras—. Espero que sepan lo que están haciendo.
Marcus miró a Nora una última vez, asintiendo levemente, como un gesto de aliento antes de que todo comenzara.
—Recuerda, Nora. No te rindas. Pase lo que pase.
Nora tragó saliva, asintiendo. No había espacio para el miedo. No había opción. Cuando Argus dio la señal, todos los participantes comenzaron a correr hacia el desierto. Era un caos: cada uno eligió su propia dirección, tratando de encontrar un camino que los llevara a la meta.
El primer desafío que enfrentaron fue el calor. El sol golpeaba sin piedad, y cada paso que daban los hacía sentir más y más agotados. La arena ardía bajo sus pies, incluso a través de las suelas de sus botas. La capa de polvo y calor se extendía por sus gargantas, secando cada resquicio de humedad.
Marcus avanzó con determinación, su vista fija hacia adelante. Sabía que la clave para sobrevivir era moverse con la mayor rapidez posible antes de que el calor les consumiera por completo. En su mente, no había lugar para el miedo ni la duda; solo podía enfocarse en llegar a la meta.
Jared, por otro lado, avanzaba con una expresión pétrea. Su mente estaba enfocada en un solo objetivo: sobrevivir. No miró atrás ni una sola vez, ni prestó atención a los demás. Estaba solo, y eso era exactamente lo que quería.
Nora intentaba avanzar, pero cada paso se hacía más difícil. Sentía como si la arena la tragara, como si el calor estuviera robándole la energía vital. Los nervios seguían ahí, pero intentó centrarse en lo que Marcus le había dicho: no rendirse.
Al poco tiempo, los participantes comenzaron a dispersarse por el vasto desierto. A lo lejos, se podía ver a algunos avanzando por las dunas, mientras que otros desaparecían en el horizonte. La soledad era palpable, y eso era lo más aterrador. Estaban completamente solos, y sabían que en ese lugar no había lugar para el error. Cada decisión, cada paso en falso, podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Las reglas eran claras: no se permitía hacer equipo, pero eso no impedía que cada uno pensara en los otros. Aunque intentaban convencerse de que estaban solos, que no había lugar para la compasión ni la amistad, en el fondo, sabían que si alguno caía, el desierto lo devoraría. Y eso era un pensamiento que se clavaba como una espina en el corazón de todos.
Nora subió una duna y miró a lo lejos, viendo solo una extensión interminable de arena y más arena. El sudor le caía por la frente, y el peso de su mochila, con el poco suministro de agua que le habían dado, parecía volverse insoportable. Tenía que racionar cada gota, pero el calor era tan asfixiante que era difícil resistir el impulso de beber.
—Vamos, Nora... solo un paso más —se decía a sí misma, tratando de no dejarse vencer por el agotamiento.
Desde una distancia considerable, Marcus la observaba, viendo cómo luchaba por seguir adelante. Quiso correr hacia ella y ayudarla, pero las reglas estaban claras, y cualquier acto de ayuda podría ser considerado una traición a los términos del desafío. En cambio, apartó la vista y continuó, sabiendo que el tiempo era esencial.
Las primeras horas en el desierto ya habían probado ser mucho más difíciles de lo que cualquiera había esperado. La verdadera prueba no era solo la supervivencia, sino enfrentarse a la soledad y al miedo que se arraigaba en cada uno de ellos. No había sombras, no había refugios. Solo el sol implacable, la arena infinita, y la certeza de que solo cinco llegarían al final.
Nora cerró los ojos un momento, intentando recuperar la calma.
—Por Altum... por todos ellos —murmuró, obligándose a avanzar—. No puedo rendirme ahora.
El camino a través del desierto apenas comenzaba, y el infierno que les esperaba pondría a prueba no solo su fuerza física, sino también la resistencia de sus espíritus. Cada paso que daban los acercaba más al límite de lo que eran capaces de soportar, y la pregunta que permanecía en el aire era quiénes serían los cinco que lograrían sobrevivir para llegar a la siguiente tierra.