Grei Villalobos, una atractiva colombiana de 19 años, destaca por su inteligencia y un espíritu rebelde que la impulsa a actuar según sus deseos, sin considerar las consecuencias. Decidida a mudarse a Italia para vivir de forma independiente, busca mantener un estilo de vida lleno de lujos y excesos. Para lograrlo, recurre a robar a hombres adinerados en las discotecas, cautivándolos con su belleza y sus sensual baile. Sin embargo, ignora que uno de estos hombres la guiará hacia un mundo de perdición y sumisión.
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Capítulo 18 Intentó de escapé 3/3
Grei Villalobos
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Al observar cómo nos alejábamos cada vez más, miré a mi lado y vi a dos jóvenes que parecían tener mi edad o un par de años más. Uno de ellos tenía un semblante serio, mientras que el otro esbozaba una sonrisa con un toque de picardía.
—De verdad, muchas gracias —les dije, nerviosa.
—No tienes por qué agradecer —respondió uno de ellos.
Asentí y desvíe la mirada hacia la ventana, suplicando a Dios que esos jóvenes, cuyas miradas penetrantes me resultaban extrañamente familiares y me generaban desconfianza, no fueran como Matteo. Esa idea erizó mi piel justo en el momento en que el automóvil se desviaba de la carretera y tomaba un camino desconocido. Intenté abrir la puerta del coche, pero estaba asegurada. Entonces miré hacia ellos, que me sonreían.
—Colombiana, debes regresar a donde perteneces —me dijo uno de ellos.
Comencé a forcejear con el seguro de la puerta del auto, intentando escapar, pero sin éxito. Uno de ellos me sujetó del brazo con cierta molestia.
—Mantente tranquila; de lo contrario, no tendré la paciencia de Matteo.
Tragué en seco, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba.
—Por favor, déjame ir. Prometo no decir nada, te lo ruego —le respondí angustiada.
—Noan, suéltala. O Matteo se molestará. Lo siento, colombiana, pero no podemos. Mi hermano te quiere para él, y nosotros no podemos involucrarnos.
Noan me soltó del brazo y me observó durante unos segundos.
—Colombiana, deberías reflexionar sobre cómo vas a apaciguar a mi hermano. No estará muy contento de que te hayas escapado —me dijo con una sonrisa macabra.
Así que ellos eran sus hermanos. Ahora reconocía esas miradas; debieron ser los otros dos que estaban en mi apartamento. Estaban tan locos como Matteo.
El coche se detuvo y escuché cómo el seguro se quitaba; la puerta se abrió de golpe. Al volverme, vi a Matteo, serio y con los brazos cruzados. Mi corazón latía con fuerza; su mirada era intensa y sus ojos más oscuros que nunca. Me tomó del brazo, sacándome del auto y arrastrándome hacia la hacienda.
—Matteo, quiero volver a mi país. Por favor, déjame ir —le imploré, mientras golpeaba su brazo.
Él se detuvo, se giró hacia mí y elevó la voz.
—¡Grei, cállate! No tienes derecho a decir lo que quieres. Tú y yo teníamos un trato, y lo rompiste. Ahora asume las consecuencias.
Guardé silencio mientras él continuaba caminando, arrastrándome hasta llegar a mi habitación. Me dejo Adentró y cerró la puerta con llave. Pasé mis manos por el rostro, las lágrimas comenzaron a caer. ¿Qué haría ahora? Estaba atrapada, y sabía que este animal estaba molesto; no creía que sobreviviera a este día. Me senté en una esquina, cubriendo mis piernas con los brazos, llorando y sintiendo que ya no había esperanza para mí. Si realmente quería vivir, debía someterme a él de una vez por todas.
Matteo Vannecelli
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Al tener relaciones con esa mujer, me transportaba a un estado de éxtasis; era sumamente placentero y gratificante estar con ella. Sin embargo, también era capaz de provocarme una ira tan intensa que me llevaba a alejarme para no hacerle daño. Jamás le levantaría la mano, pero esa maldita pastilla que me ayudaba a controlar mis ataques de ira ya no surtía efecto con ella. Cada palabra que salía de su boca lograba ofender mi orgullo y aumentaba mi frustración de manera alarmante. La insultaba, aunque no todo lo que decía era cierto.
No tenía la intención de tener hijos ni con ella ni con nadie, simplemente no deseaba formar una familia; no confiaba en las mujeres, especialmente en las colombianas, y no quería ser el objeto de burlas nuevamente. No podía negar que Grei cocinaba exquisitamente y disfrutaba de sus platillos. Además, su actitud desafiante me resultaba extremadamente excitante. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más deseaba estar a su lado. Sin embargo, sus palabras hirientes arruinaban todo, me frustraba que no pudiera ser sumisa y no obedeciera mis peticiones, a pesar de que sabía que disfrutaba del sexo que le ofrecía. La había visto deleitarse, pero su grosería y rebeldía eran difíciles de tolerar. Me decía que era un básico, y eso fue suficiente para sacarme de mis casillas, así que decidí marcharme.Sabía que estaba a mi lado en contra de su voluntad, pero, ¿por qué me veía así como un hombre básico? ¿Qué se creía para hablarme de esa forma? Era una necia, una ignorante. Así que me fui de la hacienda y busqué a mi amiga, buscando liberar la rabia a través del sexo con ella. Pero la experiencia con mi amiga no me brindaba la misma satisfacción que sentía con esa mujer colombiana, lo cual me frustraba. Comencé a escuchar cómo mi amiga planeaba cosas para ambos, pero mi mente estaba completamente ocupada por la colombiana. La había estado espiando durante más de un mes, deseando cada parte de su ser.
Cuando finalmente logré tenerla a mi merced, disfruté cada instante, ya que había cumplido mi sueño de estar con esa mujer que tanto anhelaba y desde que era un adolescente soñaba con ella. Sin embargo, la frustración por su ignorancia me estaba volviendo loco. Sin decir más, simplemente decidí marcharme, dejando a mi amiga en su habitación. Una hora más tarde, regresé a la hacienda y la vi a ella, la mujer que provocaba mi enojo, preparándose para comer. Cada vez que le preguntaba algo, se enojaba; odiaba que me ignorara y que hiciera gestos despectivos. No era como las demás mujeres, que se emocionaban al verme; con ella, solo recibía desprecio, lo que intensificaba mi rabia.
Deseaba tenerla a mi lado en ese instante, pero aún estaba molesto por nuestra discusión. Sabía que la había ofendido y había cruzado la línea, pero ella también había hecho lo mismo. No tenía intención de forzarla, lo que realmente quería era que se entregara a mí.
Al día siguiente, me levanté temprano; mis deseos por ella aumentaban. Entré en su habitación, pero no estaba. Baje a la cocina y tampoco la encontré. La busqué por toda la hacienda y al no encontrarla, llamé al encargado de seguridad para que la buscara. Al regresar a mi habitación, noté que faltaba una copia de la llave. ¿Qué haré contigo?, pensé. Luego de alistarme, salí de la hacienda y tomé la moto en su búsqueda a través del bosque. Me detuve al ver una botella de agua caída en el suelo y al mirar hacia arriba, ahí estaba ella, visiblemente nerviosa. Intenté convencerla de que bajara, pero su terquedad me llevó a amenazarla; pasaron dos horas y mi paciencia estaba al límite.
Tenia hambre y mis hermanos vendrian en cualquier momento, sabía que debía hacer que bajara. Sin embargo, su comentario hiriente sobre que yo no le habia dado el mejor sexo y que mi afirmacion era muy arrogante. me hizo querer estrangularla. Me subí al árbol, pero ella, más ágil, bajó rápidamente y corrió hacia la carretera. Al verla subirse a un auto, apreté los puños, pero al reconocer el vehículo de mis hermanos, me tranquilicé. Una vez que tuviera de nuevo a mi muñeca en mis manos, no sería tan indulgente con ella. Todo lo que había pasado era culpa suya por romper nuestro acuerdo; ahora yo decidiría qué hacer con ella.
Regresé en busca de la moto y minutos después estaba de vuelta en la hacienda, cuando vi el auto de mi hermano entrar. Me acerqué y abrí la puerta, tomándola del brazo, observando el pánico en su rostro. La llevé a la mansión, donde ella me pidió que la dejara ir, que quería volver a Colombia. Pero eso no sucedería. Le ordené que se callara; no tenía derecho a nada, había roto nuestro trato, y ahora yo decidía su destino. La conduje hacia su habitación y cerré la puerta con llave. Luego bajé a la sala, donde mis dos hermanos estaban sentados.
—No puedo creer que tu colombiana se te escapara. Pensé que lograrías convertirla en tu sumisa,—dijo Noan.
—No tengo paciencia ahora para hablar de eso, respondí—irritado.
—Matteo, la empresa donde está trabajando Luker necesita que te presentes, ya que, como sabes, mi padre te dejó a cargo de ella. Tu presencia es importante, así como tu firma— comenta Dylan.
Observo cómo Noan lo mira con un gesto de negación, lo que me lleva a arquear la ceja.
—¿Qué sucede, Noan y Dylan? ¿Hay algún problema en la empresa o con ustedes dos?
Ellos se intercambian miradas y luego me observan, mostrando su negativa.
—No, no hay nada de qué preocuparse, hermano. Solo queríamos informarte y nos gustaría que nos enseñaras más sobre esa empresa—dice Dylan.