Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
NovelToon tiene autorización de Hadassa Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 14
—¿Cómo lo supiste? —preguntó Eliana, con el ceño fruncido y la voz teñida de asombro.
Avery la miró durante unos segundos, barajando mentalmente las palabras. No podía decirles que simplemente sabía lo que una típica villana haría.
—Llamémosle… intuición —respondió con una media sonrisa—. Sí, eso es.
—Bueno, fuera lo que fuera, no logró su cometido —replicó Eliana, dejando escapar una carcajada suave. Desde que su hija había cambiado de actitud, su vida dentro de la mansión se había vuelto, por primera vez, soportable. Incluso pacífica. Algo que jamás se atrevió a imaginar.
Fania, animada como siempre, sacó de debajo de la cama una gran caja cuidadosamente envuelta. Contenía los vestidos restaurados. Desafortunadamente, dos de ellos fueron imposibles de salvar —los habían dejado a propósito en mal estado para evitar sospechas. Pero los demás estaban impecables, listos para el gran evento.
—¡Siéntense! Les haré unos peinados hermosos. Esta noche brillarán como nunca —anunció con entusiasmo.
Con esmero, Fania se dedicó a peinar a madre e hija. Su emoción era tan grande que, días atrás en la ciudad, se había reunido con otras doncellas para aprender trucos y secretos de belleza. Ahora, aplicaba cada detalle con precisión amorosa, como si estuviera preparando a dos reinas para su coronación.
Una hora más tarde, las observó con orgullo, las manos aún manchadas de esencia floral y polvo dorado.
—Están deslumbrantes. El príncipe no sabrá ni cómo hablarte, Avery. Y usted, señora Eliana… prepárese, porque romperá corazones a su paso.
Eliana soltó un suspiro. Sabía que lo decía con cariño, pero no podía evitar el nudo que le oprimía el pecho.
—Hace mucho que dejé de pensar en eso, querida. El Archiduque mató cualquier anhelo de amor que pudiera haber tenido.
—Pues para mí, eres un diamante en bruto —intervino Avery, sonriendo con ternura—. Y gracias al cielo heredé tu belleza.
—Lo sé —dijo Eliana con una risita—. No es por presumir, pero tu padre es espantosamente feo.
Avery y Fania se miraron, primero en shock, y luego se rieron a carcajadas. Eliana se unió a ellas, su risa cantarina llenando la habitación por primera vez en años.
Horas después, el momento llegó.
El Archiduque, la Archiduquesa y Ágata aguardaban junto al carruaje. Las miradas eran frías, tensas. Todo parecía perfectamente calculado… hasta que la puerta de la mansión se abrió.
Avery apareció, caminando con paso firme. A su lado, Eliana irradiaba una belleza serena y poderosa. Vestían con elegancia, sin ostentación, y sus vestidos —aunque no llevaban falsos— caían con una gracia que acentuaba sus figuras. Se veían etéreas. Intocables.
Kaenia contuvo un grito de horror. Sus labios se contrajeron.
—¡¿Qué hace ella aquí?! —exclamó, la voz temblándole de rabia. El brillo de Eliana era una afrenta directa, un puñal en su vanidad. No podía tolerarlo.
—Avery, ¿por qué trajiste a tu madre? —preguntó el Archiduque, con expresión atónita.
—Porque es mi madre —respondió Avery, con voz serena pero firme—. Y como tal, tiene todo el derecho de acompañarme y conocer a mi futuro esposo. ¿No es eso a lo que vamos?
El Archiduque abrió la boca… pero no dijo nada.
—¡Por ningún motivo esa mujer puede ir con nosotros! —gritó Kaenia, fuera de sí.
—No iremos con ustedes —replicó Avery sin perder la compostura—. Jacob nos llevará en otro carruaje. Nos vemos allá.
Sin esperar más, tomó del brazo a su madre y se dirigieron a la otra carroza, donde Jacob ya las esperaba.
—¿Vas a permitirle que te hable así? —rugió Kaenia al Archiduque.
—Ya basta. Sube de una vez.
A regañadientes, la mujer subió al carruaje, arrastrando consigo a una Ágata pálida de rabia.
La tensión en sus rostros hablaba por sí sola, pero el Archiduque no pareció notarlo. O quizás, simplemente no le importaba. Para él, solo existía el poder. Y el nombre Richmond.
En el interior de su propio carruaje, Avery respiraba hondo, complacida.
—Es hora de que empieces a desplegar tus alas, madre. Esta noche, no solo me presentaré ante la nobleza. Tú también lo harás.
—Estoy nerviosa… ¿viste sus caras?
Avery soltó una carcajada, escondida tras su abanico.
Eliana la miró con cariño, aunque por dentro, sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.
Minutos después, el carruaje se detuvo frente al palacio. Jacob bajó primero y ayudó a abrir la puerta.
—Hemos llegado.
—Gracias, Jacob. Eres encantador —le dijo Eliana al bajar.
El hombre se sonrojó hasta las orejas.
Avery disimuló una risa, cubriéndose de nuevo con el abanico. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, murmuró:
—Madre… no seas cruel. El pobre Jacob se va a ilusionar si le hablas así.
—Solo estaba siendo amable. Pero tienes razón. No lo haré más.
—Hablando de eso… cuando seamos libres, ¿has pensado en enamorarte de nuevo?
Eliana torció los labios en una sonrisa amarga.
—No, hija. Mi prioridad ahora eres tú. Nadie más.
Avery no respondió. Sabía que ese tema merecería su propio momento.
Caminaron por el sendero de piedra, embelesadas por la magnificencia del palacio. Parecía salido de un cuento de hadas. Una estructura luminosa y majestuosa, como si la luna misma lo hubiera bendecido.
—¡Cielo santo! ¡Qué locura de lugar!
—Es hermoso. Lo más hermoso que he visto… después de tu carita al nacer, claro está. ¿Vivirás aquí?
—Se supone. Pero tengo otros planes.
—Ay, no. No quiero saberlo, Avery. Por favor, prométeme que no harás nada indebido.
—Tranquila, solo disfruta de la velada.
En ese momento, al llegar a la gran entrada, un heraldo anunció sus nombres con voz potente. El murmullo en el salón se apagó como si el aire hubiera sido succionado de golpe.
—¡Lady Avery Richmond y su madre, la señora Eliana!
Un silencio sepulcral se apoderó del salón.
Todas las miradas se giraron hacia ellas. El parecido entre ambas no dejaba lugar a dudas: madre e hija, hermosas, dignas… inesperadas.
Los susurros no tardaron en llegar.
—¿No es ella la segunda esposa del Archiduque?
—Nunca se había presentado en sociedad…
—Es más hermosa que la propia Kaenia.
—Madre e hija… qué deslumbrantes son.
Cada palabra se clavó como un alfiler en el corazón de Kaenia, quien observaba desde el fondo del salón. Sintió cómo se abría, con violencia, la herida que llevaba años negando.
Ágata, intoxicada con el mismo odio, se acercó a su madre y murmuró:
—¿Por qué han olvidado los rumores? ¿Por qué no los llaman sangre sucia?
Kaenia no respondió de inmediato. Solo apretó los dientes, enloquecida.
—No lo sé… pero te aseguro que lo pagarán. Con creces.