El Sacrificio De Meskhenet

Después del incidente de la intoxicación continué frecuentando el salón de tatuajes, sin embargo, preferí evitar los libros de la oficina de Vlad, concentrandome un poco más en conocer mejor a mis nuevos amigos. También confirme que todo había sido una alucinación mía, ya que la distancia entre él y yo continuó igual; tenía que apaciguar mis hormonas inquietas que se habían dejado deslumbrar, provocando ese tipo de fantasías extrañas; quizás Luzige tenía razón y me faltaba conocer muchísimas cosas del mundo; «en especial más hombres, y así poder dejar de fantasear con lo imposible». Ya no volví a tener una conversación tan larga o extraña con Vlad, si es que la que yo recordaba había ocurrido de alguna forma. Aún así, el que ellos me permitieran ser parte de su rutina y su mundo, me rescato de mi propia caída hacia la oscuridad, poco a poco me habían hecho parte de su grupo, quizás como la hermana pequeña, y eso era gratificante, así que sin darme cuenta, estar con ellos se convirtió en una ventana para comenzara a abrir mis ojos a una nueva realidad...

Entonces llegó la fecha en que comenzarían mis exámenes finales, mi familia y mis nuevos amigos se encontraban algo inquietos por mi seguridad, ya que a mi tía le habían informado del colapso nervioso de la Hermana Clara y la especulación de una posible inestabilidad mental, por lo que, sumado a la aparente obsesión de ella hacia mi persona, todos consideraban a la monja como un posible riesgo. Así que mis nuevos amigos, junto con mis tíos, tomaron la decisión, de forma unánime, de no dejarme sola en mi regreso al colegio, para asegurarse que no tuviera contratiempos. Fue así que Messalina y Luzige tomaron los primeros turnos para acompañarme, iban conmigo al colegio, esperaban a que yo presentara mi examen, y luego me llevaban a casa o nos dirigíamos al salón de tatuajes, donde me ayudaban a dar ligeros repasos para asegurarse que mis notas se mantuvieran al mismo nivel de cuando asistía a clases. Ellos trataban de convencerme que aplicara para la universidad en la que trabajaban y si poder ser mis maestros. Durante los primeros exámenes no vi a la Hermana Clara, al parecer su condición era mucho más delicada de lo que nos habían comentado, por otra parte, Meskhenet apenas me dirigía la palabra, sin embargo yo mantenía mi esperanza.

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Cuando llegó el turno de Vlad para acompañarme, él me llevó a la escuela en su motocicleta; aunque ya estaba habituada a su imagen agresiva, aún perturbaba mi corazón. Era mi primera vez subiendo a una motocicleta, él aseguró que iría despacio y de inmediato me puso su casco, mientras él usó ese bozal tan aterrador con el que lo había visto el día que lo conocí. Al llegar al colegio, Meskhenet ya nos esperaba en la puerta, y después de casi siete semanas, por fin volvió a ser la misma chica extraña que se había echo mi amiga, y la sensación de haber completado un siclo me invadió.

—¡Al fin están aquí!— nos saludó como si hubiera sido ayer que nos habíamos despedido en el museo —Pensé que no llegarían nunca— entonces se acercó, me dio un abrazo que estuvo a punto de hacerme llorar y me dijo al oído —Perdón por preocuparte, te aseguro que todo tiene una explicación, pero aún no es el momento, por favor espera sólo un poco más— traté de preguntar a qué se refería, pero la conversación siguió su curso sin mí.

Aún así, el que ellos me permitieran ser parte de su rutina y su mundo, me rescato de mi propia caída hacia la oscuridad, poco a poco me habían hecho parte de su grupo, quizás como la hermana pequeña, y eso era gratificante, así que sin darme cuenta, estar con ellos se convirtió en mi nueva realidad...No deberías estar aquí— le reprendió Vlad de forma seria —Al menos que ya tengas todo listo...

—Ésto es parte de los últimos preparativos— respondió Meskhenet, dejándome claro que ni él ni yo sabíamos lo que tramaba mi amiga —La Hermana nos observa desde la ventana— instintivamente dirigía mi mirada a las ventanas del lado del convento, pero me fue imposible distinguir algo, mientras la conversación avanzó sin mí —Tiene el libro en su poder y necesito un último empujón que la haga tomar su “decisión”.

—Te escucho— dijo Vlad con voz grave.

—Gracias... primero quítate la chaqueta— indicó apresurada —Espero que tus marcas estén visibles... — mencionó, despertando mi curiosidad, ya que a diferencia se Luzige y Messalina, él casi no mostraba su trabajo corporal.

—Algunas lo están, pero si lo deseas también me puedo quitar la camiseta— respondió tranquilo, como si no estuviera sugiriendo mostrarse semidesnudo frente un colegio católico.

—Eso sería algo exagerado— admitió mi amiga, al tiempo que Vlad ya se quitaba su chaqueta —¡Perfecto!, sólo espera a que yo entre y bésala— indicó Meskhenet dirigiéndome una sonrisa picara, mientras yo sentía hervir mi cara.

—¿De qué estas hablando?— me apresuré a preguntar, me sentía contrariada después de toda la culpa que me había atormentado por siquiera atreverme a pensar en algo así, sin mencionar que la forma en la que ella lo había ordenado me hacía sentir como un objeto sin voz ni voto —No voy a dar un espectáculo en medio de la calle porqué tú me...

Pero a Meskhenet no le interesó lo que yo tuviera que decir; o que me sintiera avergonzada; o que me estuviera pidiendo traicionarla. Ella se giró y se encaminó al colegio sin escuchar nada de lo que yo tuviera que decir, haciéndome sentir aún peor.

Afortunadamente Vlad no parecía estar interesado en la última orden de mi “amiga”, ni siquiera parecía estar observando, lo que me recordó que yo no le interesaba de esa forma. Mi cabeza comenzó a divagar entre posibilidades y recriminaciones, y cuando estaba a punto de disculparme en nombre de Meskhenet por lo que acababa de pedir, el momento llegó. Y como si Vlad fuera un bailarín que escucha su señal para comenzar a repetir la coreografía ya ensayada, él se quitó el bozal; de inmediato yo di un paso atrás y él me tomó del brazo, con tal firmeza que no pude soltar su agarre, tiró de mí, obligándome a dar dos pasos hacia él; podía sentirlo irradiar calor, una calidez embriagadora. Él me tomó con su otra mano de la nuca y no pude zafarme; lo intenté, traté de patearlo, lo golpeé con mi mano libre y apreté mis labios, pero mi resistencia no duró más de unos cuantos segundos después de sentir sus labios sobre los míos, y poco a poco cedí, abandonándome a él.

Cuando el beso terminó, liberó mi brazo y sin soltar mi nuca acercó su boca a mi oído —Tus instintos nunca se equivocan, no lo olvides— se enderezó y sonrió airoso mientras observaba mi cara sonrojada —Ya es hora de que entres a tu examen— me recordó y yo no atine más que a asentir con un pequeño movimiento y como hipnotizada avance al interior del colegio.