Ella una divorciada de 40 años...
Él un rock star de 26... una pareja que no debía formarse, pero aun así... ambos luchan por su amor y la crítica publica.
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capítulo 13
Rous se miró al espejo mientras se ataba los cordones de los zapatos deportivos. Tenía lista su maleta de fin de semana y el coche cargado con provisiones. Todo estaba dispuesto: iría a buscar a Liam. Había pasado la conversación con Valentina, preparado su corazón, y ahora ya no había marcha atrás. Iba a dejar de huir.
Justo cuando estaba a punto de salir, prendió la TV por instinto para escuchar las noticias matutinas.
—Y antes de ir a comerciales, una nota curiosa: el vocalista de Skyfallers, Liam Reed, fue visto anoche en un hotel de Londres… acompañado de una fan, mucho manor que él, y... —la voz del reportero se hacía sarcástica— —Dicen que la historia del romance con la “groupie cuarentona” quedó atrás en centímetros de sábanas. ¿Amor rápido o tropiezo más? Ustedes deciden.
Rous sintió un puñal en el pecho. La imagen en pantalla era clara: Liam sonriendo junto a una mujer que no era ella, subiendo al hotel. Aunque él había salido a negar esos rumores, la cobertura mediática lo había estigmatizado aún más.
Las lágrimas le nublaron la vista, pero eran de rabia... contra sí misma. Estaba a punto de correr a buscarlo, pero ¿para qué? Ella lo había dejado, él estaba con otra. Sus miedos de siempre, de exponerse, habían destruido lo que temía perder: no quería revivir el desprecio de Valentina. No quería ser la mujer siempre en el lugar equivocado. Cerró el portátil con fuerza y se quedó en silencio mirándose las manos durante unos minutos. No lo buscó. Esa misma mañana canceló su plan. Tenía un ex infiel, no repetiría ese patrón.
***
Tres meses después.
El sol de la primavera ya no era suficiente para iluminar todos los rincones oscuros de la vida de Rous, pero ella lo intentaba. Tenía nuevos platos en el menú del restaurante. Una clienta la felicitó el otro día por su lasaña y eso bastó para que sintiera que seguía construyendo.
Valentina entró ese lunes vestida con uniforme escolar: sweter azul marino, pollera escocesa, una mochila demasiado grande y el ceño fruncido.
—Hola, mamá —dijo sin la calidez de siempre, mientras dejaba la mochila y colgaba el abrigo.
Rous notó al instante la mirada en los ojos de su hija: cansada, a punto de estallar.
—Hija... ¿qué pasó hoy?
Valentina tragó saliva.
—Otra vez… fue horrible —contestó, y se dejó caer en una silla.
—¿El bullying?
—Sí... y más. Un chico de último año me dijo que cumplía dieciocho el mes que viene y que seguramente mi mamá estaría disponible para alguien parecido a él.
Rous sintió un frío helado ascenderle por la columna. Recordó su propia adolescencia, los desprecios disfrazados de bromas. No había sido fácil para ella.
—¿Qué dijiste? —preguntó contenida.
—Nada... me fui directo a casa. No sé por qué no lo confronté.
Rous respiró profundo. Sabía que Valentina estaba intentando procesarlo sin herirse más. Ella asintió.
—Entiendo, pero mereces que te respeten. Ese comentario es... asqueroso. ¿Te gustaría que fuera a hablar con ese director o maestro?
—No, mamá —replicó rápida—. No quiero armar algo inútil. Solo vine a casa.
—Está bien, mi amor. Si cambias de opinión, no dudes en decírmelo.
Valentina asintió, ignorando el dolor que le saltaba en la mirada.
Un silencio incómodo llenó la cocina. Rous se sintió debilitada. ¿Por qué todo se estaba rompiendo a su alrededor? ¿Por qué sus decisiones daban miedo, aunque fueran para proteger a su hija?
.—Mamá... —dijo Valentina de pronto—. Creo que necesito estar con papá por un tiempo.
Rous se congeló mientras sostenía una cuchara. El frío de esa frase la atravesó de golpe.
—¿Qu-qué? —tartamudeó.
Valentina se despeinó nerviosa.
—Solo un par de semanas. Para pensar... y descansar. Aquí no puedo concentrarme.
Rous supo en ese instante que debía ponerse firme. Asintió lentamente.
—Está bien. Almuérzate con tus cosas y te llevo en media hora.
Valentina suspiró en alivio.
***
Unas horas después, en la casa de Dereck
Rous llegó con la hija, llevando una caja de galletas caseras para ambos.
Dereck apareció en la puerta, limpio, con una camiseta azul y sonrisa forzada.
—Hola, cariño —le dijo a Valentina con cordialidad—. Pasa, Valen.
—Hola, papá —contestó ella con un gesto evasivo.
—Gracias por traerla, Rous —añadió él, con tono demasiado educado—. ¿Podrías dejarla y retirarte?
Ella asintió, pero se temía un choque. Dio un paso antes de que él se echara atrás.
—Mira, no quiero que esta situación se malinterprete. Valentina solo necesitaba espacio.
Dereck ladeó la cabeza, examinándola.
—Esto te pasa por caer tan bajo.
Las palabras le reventaron en la cara como un guantazo. Rous sintió furia recorrer sus venas.
—¿Perdón? —contestó con voz fría.
—Lo que oíste —reprendió él—. Te involucraste con ese chico, te hiciste pública, y ahora las cosas, desde mi punto de vista, no van tan bien... Empezaste a comportarte como si no fueras ella... como si fueras inmadura.
Rous respiró hondo, conteniendo la furia.
—Dereck, para —su voz temblaba—. No me rebajaré a tu nivel. Estoy hablando contigo, la madre de tu hija, no soy una de esas adolescentes que te gusta conquistar fuera del matrimonio.
Él palideció atónito por primera vez en años.
—Yo toleré tus silencios, tus cambios, tu amargura... aguanté a la mujer que me dejó solo mientras yo estudiaba y trabajaba. No me faltes al respeto.
—¡No me faltes tú a mí! —exclamó Rous, ahora sacando coraje—. ¿De verdad crees que fui baja? Yo fui valiente. Me alegré, intenté salir de mi zona de confort, y en vez de apoyarme, me juzgas. Y encima, usas un conflicto entre nosotras para tirarme insultos.
Cuando ella terminó, se dio cuenta de que su propia voz estaba elevada y que temblaba de furia.
—Lo siento...
Valentina salió de la casa de su padre en ese momento, con el rostro pálido.
—Papá... ¿está todo bien? —dijo con calma, aunque visiblemente alterada.
Dereck se encogió de hombros.
—Sí, cariño —respondió con voz condescendiente—. Solo hablábamos.
Valentina apretó los labios mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Era ella quien siempre ponía paz, ella quien hacendaba los pedazos del hogar roto.
Rous respiró profundo, miró a Valentina. Vio a su hija calmarse, algo que también necesitaba hacer.
—Bueno, cariño —dijo con voz suave—. Yo me voy. Ten un buen descanso. Y recuerda... estoy orgullosa de ti.
Valentina la abrazó, y Rous sintió ese apretón de consuelo que solo un hijo puede dar.
—Llámame, ¿sí? Te veo el fin de semana —dijo Rous despidiéndose.
—Sí, mamá.
Mientras se alejaba por el camino, su espalda enderezada reflejaba decisión. No era la primera vez que daba batalla, pero ahora sabía que luchaba por las dos.
Y aunque había sido duro, sentía que siempre era mejor enfrentar la tormenta que quedarse atrapada bajo su sombra.