NovelToon NovelToon
HERENCIA DEL SILENCIO

HERENCIA DEL SILENCIO

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Malentendidos / Amor-odio / Atracción entre enemigos / Grumpyxsunshine / Completas
Popularitas:17.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Yazz García

Manuelle Moretti acaba de mudarse a Milán para comenzar la universidad, creyendo que por fin tendrá algo de paz. Pero entre un compañero de cuarto demasiado relajado, una arquitecta activista que lo saca de quicio, fiestas inesperadas, besos robados y un pasado que nunca descansa… su vida está a punto de volverse mucho más complicada.

NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Bajo fuego

*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:

Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞

...****************...

...M A N U E L L E...

...🖤🖤🖤🖤🖤🖤🖤...

El cuerpo de Clarissa aún se movía encima del mío, con la respiración entrecortada y una sonrisa satisfecha tatuada en la comisura de los labios.

Sus dedos se enredaban en mi cabello mientras yo trataba de recuperar el aliento y volver al presente.

El aire denso de la sala de películas antiguas aún olía a sudor, deseo y polvo de las butacas algo olvidadas.

La luz parpadeante de la pantalla proyectaba sombras deformadas en las paredes.

Mi celular vibró.

Una vez. Dos. Tres veces seguidas.

Solté un suspiro, tanteando el teléfono en mis pantalones, mientras Clarissa se recostaba sobre mi pecho con una carcajada satisfecha.

—¿Te están buscando? —murmuró en voz ronca.

—Probablemente me están amenazando con cortarme las manos —respondí en automático.

Miré la pantalla.

Un mensaje de Aina:

Fruncí el ceño.

¿“No me siento bien”? ¿Desde cuándo Aina se iba sin pelearme antes?

Miré la hora. Ya había pasado casi media hora desde que me excusé para ir al baño.

Demasiado.

—Mierda —murmuré.

—¿Problemas? —preguntó Clarissa, con esa sonrisa pícara como si nada de lo que pasara fuera realmente urgente.

Me levanté, empezando a vestirme, mientras ella se estiraba como un gato.

—Creo que dejé a mi compañera sola —dije, aunque en realidad me refería a otra cosa. Había algo que no me cuadraba. Un zumbido leve en el estómago.

—Tiene que acostumbrarse. Los arquitectos sexys como tú no son para compartir fácilmente —rió Clarissa, lanzándome un guiño.

Tomé el teléfono de nuevo, deslizando los mensajes. Nada más. Me puse la chaqueta mientras ella aún se vestía a su ritmo.

—¿A dónde vas tan rápido? —me preguntó.

—A buscarla. O al menos asegurarme de que esté bien —dije, aunque sonara más preocupado de lo que quería admitir—Creo…que fui muy grosero, al dejarla sola con el trabajo.

Pero apenas puse un pie fuera de la sala, lo escuché.

Un estruendo.

No como el de una alarma. No como el de una silla cayendo.

Una explosión. Seca. Bruta. Casi irreal.

Las ventanas del pasillo temblaron.

—¿Qué carajo fue eso? —gritó Clarissa.

Mis piernas comenzaron a moverse antes de que lo decidiera.

Corrí. Corrí por el pasillo, por las escaleras, salí al patio trasero y luego hacia el estacionamiento.

Y entonces lo vi.

Una columna de humo. Gente corriendo. Una alarma de auto aún pitando sin sentido.

Y el fuego.

Era mi visión de pesadilla. El carro de Aina. Envuelto en llamas.

Una multitud empezaba a agruparse, algunos gritaban, otros sacaban sus teléfonos, otros simplemente huían.

Mis pasos se detuvieron en seco.

El auto estaba destrozado. O lo que quedaba de él. Las puertas reventadas, el capó convertido en una trampa de metal retorcido.

Y en el suelo, a unos metros del vehículo, vi un cuerpo.

No era cualquiera.

Era ella.

Aina.

Estaba tendida boca arriba, inmóvil. Un guardia de seguridad intentaba hacer retroceder a los curiosos. Los paramédicos del campus venían a toda velocidad con una camilla, uno de ellos gritando órdenes al resto, otro ya agachado junto a ella, revisando sus signos vitales.

Sentí cómo el ruido desaparecía, como si el mundo se apagara por un instante, hasta dejarme solo con el martilleo sordo de mi corazón en los oídos.

No reaccioné.

No podía.

Las piernas no me respondían.

Quise correr, acercarme, decir algo, pero todo lo que logré fue quedarme clavado en el suelo. Vi cómo le ponían un collar cervical, cómo revisaban sus pupilas, cómo su rostro se perdía bajo manos expertas que trabajaban.

—¡Dios mío! —gritó una voz a mi espalda.

Era Clarissa.

Venía corriendo detrás de mí, con las manos cubriéndose la boca, los ojos abiertos como platos.

Y luego, sin detenerse, salió disparada hacia donde estaban los paramédicos.

—¡Aina! ¡No, no, no…! ¡Aina!

La escuché gritar su nombre, empujar a uno de los voluntarios que intentó detenerla. Alguien la sujetó antes de que se arrodillara a su lado. Lloraba. Estaba fuera de sí.

Y yo seguía ahí.

Quieto.

Una voz en mi cabeza me decía que debía hacer algo. Decir algo. Correr. Pero todo me dolía. De alguna forma, me sentía culpable por haberla dejado sola.

...****************...

Al otro dia, las noticias no dejaban de repetirlo.

“Explosión en el campus universitario de Milán…”

“Presunto atentado aún sin responsables…”

“Se desconocen los motivos del incidente…”

Cambiaban de canal, pero el titular era el mismo.

Los profesores suspendieron las clases presenciales por prevención, y los pasillos estaban desiertos. Solo se escuchaba el eco de la paranoia.

Aina seguía en el hospital.

Por suerte, no había sido nada grave, pero eso no quitaba la preocupación.

Clarissa estuvo con ella desde el primer momento.

Con ella y con sus padres. El señor Faure, jefe de policía retirado y ahora uno de los hombres más influyentes en temas de seguridad privada, estaba furioso. Su rostro había salido incluso en una entrevista en la televisión local exigiendo respuestas. Decía cosas como “alguien tiene que pagar por esto” o “esto no fue un accidente”.

Yo no sabía si tenía derecho a sentirme culpable, pero lo hacía.

Salí esa tarde solo. En la mochila llevaba una lista de cosas que supuestamente necesitaba, aunque en realidad solo quería aire. Ruido. Algo que me hiciera olvidar lo que pasó la noche anterior.

Monté la moto y tomé la avenida larga que bordea los antiguos muros de Navigli.

Pero algo me incomodó.

Lo sentí primero.

Ese instinto.

Luego lo confirmé con el espejo retrovisor: era un auto negro, polarizado, demasiado cerca. Intenté cambiar de carril. Lo hizo también. Dobló conmigo en la siguiente calle. Aceleré. hizo lo mismo.

La presión en el pecho se volvió insoportable.

Pasé tres semáforos en ámbar, di una vuelta de más y me metí a propósito en una calle peatonal en la que sabía que había una tienda de cómics con baños al fondo. Me bajé de la moto sin quitarme el casco, lo dejé colgado en el mango de la moto, y entré directo, ignorando al vendedor.

Empujé la puerta del baño trasero y la aseguré por dentro. Saqué el celular con las manos temblorosas.

Marqué el número de mi padre.

Un pitido.

Solo uno.

—Hijo —la voz de Gael sonó rápida, alerta—. Justo iba a llamarte. ¿Estás bien? ¿Dónde estás?

—Pa… —tragué saliva—. Me están siguiendo. Desde hace diez minutos. Un auto negro, modelo Mercedes Benz, placas BX982LD. No lo reconocí, pero estaba sobre mí todo el trayecto.

Silencio.

Luego su voz cambió. Se volvió seria. Como cuando era niño y alguien se metía con mi madre.

—Ok, Ya me encargo de eso.

—¿Qué está pasando? ¿Tiene que ver con lo de Aina?

—No lo sé aún —respondió—. Pero estoy averiguándolo.

—Papá, ¿quién querría…?

—Es mejor que no hablemos esto por teléfono. No ahora.

Hubo un silencio.

—Voy a Milán, Manuelle.

—¿Qué?

—Hay algo que necesito decirte. Algo serio. No puede ser por teléfono. Llegare pronto. Solo mantente alerta.

La llamada se cortó.

Me quedé mirando la pantalla durante varios segundos. El latido en mi cuello retumbaba como un tambor.

Algo estaba mal.

Muy mal.

Y no tenía idea de qué tan hondo iba a llegar esto.

Volví al dormitorio sin cruzarme con nadie. Me quité la ropa como si me pesara la piel, entré a la ducha con el agua tan caliente que me ardieron los hombros, y aun así no fue suficiente para sacarme la tensión del cuerpo.

Me vestí con una camiseta cómoda y unos jeans, me senté frente a la computadora… y ahí me quedé. Mirando la pantalla como si fuera a darme respuestas mágicas.

No las tenía, claro.

Pero yo sí.

Y la única forma de saber qué carajo estaba pasando… era volver a hackear la base de datos de la fiscalía. Cosa que, por supuesto, le había prometido a mi padre que no volvería a hacer.

Me pidió ese pequeño favor hace un tiempo, por un pequeño inconveniente que se le presentó. En otras palabras, gracias a mi, el fiscal Villanova no tiene pruebas en contra de los Moretti.

“Una sola vez, Manuelle. Una. Te lo pedí como padre”.

Claro, papá. Pero tú te dedicabas a mandar a matar gente y yo a rastrear firewalls en mis ratos libres. Lo mío es más pacífico.

Desde que descubrí que se me daba bien esto, me imaginé sacándole provecho. Lastimosamente, vi cosas que no debí ver y afortunadamente me incliné por la arquitectura… aunque, viendo lo de hoy, tal vez debí abrirme una empresa de ciberseguridad y vivir en un búnker subterráneo.

Estaba en ese debate ético conmigo mismo cuando se abrió la puerta.

—¡Ey! —dijo Elio entrando con una bolsa llena de dulces y papitas—. Tenías que ver el caos en el campus. La gente está en modo apocalipsis, comprando por ansiedad.

Me giré con media sonrisa y asentí. Él dejó la bolsa en su escritorio y me miró serio por primera vez en horas.

—¿Has sabido algo de Aina?

—Sigue en el hospital —respondí—. Clarissa no se le ha despegado, y su papá está como una fiera. Literal.

Elio se quedó en silencio por un segundo, mordiéndose el labio como si pensara cómo decir algo sin sonar paranoico.

—Bro… hay algo que me inquieta.

Me giré hacia él, atento.

—Todo esto… —continuó—. No es normal. O sea, explota un carro dentro del campus, y nadie da explicaciones claras. Ahora que regresaba un tipo que se veía preocupado, preguntó por ti.

—¿Por mí?

—Sí, dijo que era tu primo. Que estaba “preocupado por ti”, o algo así. Me pareció muy raro, si te soy sincero.

Ahí se me heló la sangre.

No tengo primos.

Me levanté de inmediato, sin responder, crucé el cuarto en tres pasos hasta mi clóset. Saqué la caja metálica con cerradura, una de esas que compré por paranoia y terminé usando para guardar cosas importantes… y otras que podrían meterme en prisión.

Saqué la llave de mi cadena, abrí el seguro. Dentro, sobres, documentos, USBs, libretas con claves cifradas.

Levanté el fondo falso de la caja, y ahí estaba.

Mi glock.

La revisé, la cargué con rapidez, en movimiento limpio, entrenado.

Elio quedó con la bolsa de dulces en la mano, sin parpadear.

—¿T-tenías esa mierda todo este tiempo en la habitación? —tartamudeó.

No respondí. Me acerqué a la ventana y me asomé sin levantar sospechas. La calle parecía tranquila, pero eso no significaba nada. Después aseguré la puerta con la traba interior.

—Dios… —balbuceó Elio—. En serio eres bueno actuando. Pensé que eras un chico sano. Mojigato. Que tu mayor crimen era no separar bien la basura reciclable…

Me pasé una mano por el cabello ya desesperándome. Me estaba imaginando lo peor…

¿Qué mierda has estado haciendo, papá?

—Por eso siempre digo que uno no se puede fiar del calladito de la clase.—continúa mientras caminaba de un lado a otro 

—Elio —dije bajando el arma y mirándolo con fastidio—, cállate un puto minuto, ¿sí?

Silencio.

Me senté de nuevo en el escritorio poniendo el arma a mi lado. Encendí el equipo, mis dedos listos para volver a cruzar una línea que prometí no volver a cruzar.

Pero el juego había comenzado, y esta vez, parecía que el tablero ya estaba puesto para mí.

1
Carmen Cañongo
MUCHAS bendiciones para ti autora sí sufrimos a lo grande sobretodo por Aina qué sé convirtió en una mujer sin piedad pero cómo siempre triunfó él amor, y sí té decides a escribir una nueva historia porque no la dé los hijos dé Manuelle
Carmen Cañongo
Clarissa tu sí qué supistes ganarte a toda la familia Moretti, eres tu sin duda la indicada pará un final feliz
Carmen Cañongo
ay sí declárate a Clarissa antes qué la pierdas, lánzate sin miedo por algo eres un Moretti
Anonymous
Muchas felicidades escritora! Leí la primera parte y ahora esta, realmente las dos están buenísimas, pero creo que está saco más mis sentimientos, en la parte final, me hizo pensar y pensar que todos podemos tener un final feliz! De verdad te felicito mil gracias y porque no más delante la historia de las gemelas, muchas gracias
Carolina Nuñez
muy bueno
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me facino muy bonita todo un caos Pero me encantó
Linilda Tibisay Aguilera Romero
que bellos me encantó esta historia todo un caos Pero muy bonita
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me encanta como es Clari con ellos disfruta de esos momentos no como era la estirada y perfecta Aina
Linilda Tibisay Aguilera Romero
me encanta que tomarás cartas en el asunto para que Aina no te jodiera la vida, Pero ahora toma acción en tu relación es hora del siguiente paso
Denys Aular
yo creo q ese hijo no es Manuelle porq sino van a caer en mismo círculo vicioso y q de una vez la desenmascare a la fina ella siempre le tuvo envidia a clarisa y no es secreto q es caprichosa así q se le quite de una vez el papel de víctima y en realidad se muestre lo q realmente es igualita al padre de manipuladora y poner todo a su favor y en cuanto a clarisa Manuelle ellos se quieren realmente q qde juntos y ya
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Aina está muy mal necesita ayuda ella siempre lo que ha sentido es un capricho ella solo quiso estás con Manuelle porque era lo contrario a lonqoe quería el papá para ella y por qué Clarissa era feliz con el siempre fue puro capricho
Carmen Cañongo
bravo por fin sé dan otra oportunidad no la cagues Manuelle defiende ése amor y manda a Aina al carajo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
tienes una segunda oportunidad con Clari por favor no dejes que Aina lo arruiné
Linilda Tibisay Aguilera Romero
busca ayuda psicológica para Aina
Linilda Tibisay Aguilera Romero
Aina tu necesitas psicólogo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
al fin Manuelle dijiste lo que tenías que haber dicho hace tiempo no era el momento pero Aina con su forma de ser te llevo al límite dándose golpes de pecho y haciéndose la víctima pero ella también fallo
Linilda Tibisay Aguilera Romero
jajajajajajaja me encantó este capitulo me rei mucho un papá y hermano súper celosos y tóxicos jajajaja
Dark
Esta vez Manuelle no la cagues y dale el mugar de Reina que se merece en tu corazón, y sobre todo respeto. Respeta la cono mujer y pon límites con la otra,q fue siempre un envidiosa.
Carmen Cañongo
provoca taparle la boca uyy qué cansona Aina
Carmen Cañongo
y todavía tienes el descaro dé reclamar Aina no jodas
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play