Rómulo Carmona Jr. es hijo del hombre más poderoso y temido del país y ante el mundo, es el heredero devoto, y la sombra perfecta de su padre. Pero en su interior, lo odia con cada fibra de su ser, porque Carmelo Carmona, es un tirano que lo controla todo, y ha decidido su destino sin dejarle opción: un matrimonio por conveniencia con Katherine León.
Para Rómulo, casarse con ella es la única manera de proteger a la mujer que realmente ama, sin embargo, lo que comienza como una obligación, pronto se convierte en un viaje inesperado y en el camino, descubre que los sentimientos pueden surgir cuando menos te lo esperas.
¿Podrán Rómulo y Katherine encontrar la felicidad en un matrimonio marcado por el deber?, o, por el contrario, estarán condenados a vivir en las sombras de un destino que ellos nunca eligieron (Historia paralela de la saga Romance y Crisis)
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Capítulo XIII: Dudas y desesperación Parte 1
—No entiendo qué me quieres decir.
Natalia lo miró con una frialdad que lo hizo tensarse.
—Que no me vuelvas a llamar Natty, porque ese nombre es solo para mis personas apreciadas, y tú ya no perteneces a ese grupo.
Rómulo exhaló, sintiendo que la distancia entre ellos se hacía más grande con cada segundo.
—Escúchame, por favor.
—Yo no necesito tus explicaciones, porque conozco la razón.
Su mirada se endureció, y por primera vez, dejó salir el resentimiento que había estado conteniendo.
—Pero déjame decirte algo, Rómulo… eres un maldito cobarde.
Rómulo se tensó, sintiendo el golpe de esas palabras como un puñal.
—¿Cobarde? —repitió, con incredulidad—. ¿Por qué te quiero tanto que no soporto la idea de verte muerta a ti o a Verónica?
—Sí, eres un cobarde.
El silencio se volvió insoportable y Rómulo pasó una mano por su rostro, sintiéndose muy frustrado.
—Perfecto, llámame cobarde mientras aún tienes una vida para hacerlo.
Natalia soltó una risa amarga, sin emoción.
—¿Esto es lo único que tienes para decirme?
Rómulo se inclinó hacia adelante, con una expresión seria.
—Natalia, eres casi una niña y no tienes idea de cómo es el mundo de los adultos.
Natalia lo miró con una mezcla de furia y decepción.
—¿Niña? —repitió, con sarcasmo—. Hace un tiempo atrás no te parecí tan niña, ¿o…?
Rómulo se removió en su asiento, sintiéndose muy incómodo debido a su fría mirada.
—Eso no viene al caso en este momento.
Natalia ladeó la cabeza, con una sonrisa amarga.
—¿Acaso solo querías acostarte conmigo?
Rómulo cerró los ojos por un instante, exhalando con frustración.
—Piensa lo que quieras, Natalia, yo solo quería dejar las cosas claras entre nosotros, porque después de todo somos familia y siempre tendremos que vernos.
Natalia se levantó lentamente, con una calma que no parecía natural.
—Rómulo, pienso que esta conversación era innecesaria.
Su mirada se volvió aún más fría.
—Porque solo lo haces para sentirte bien contigo mismo.
Se inclinó levemente hacia él, con una sonrisa que no tenía alegría.
—Pero no te preocupes por mí, porque no te voy a hacer difícil tu vida ni a tu prometida tampoco…
Su tono se volvió más afilado.
—Siempre y cuando ninguno de ustedes se atraviese en mi camino.
Rómulo la observó, sorprendido por el cambio en ella porque la Natalia que tenía frente a él ya no era la misma chica que conocía. No era la joven inocente que alguna vez lo miró con esperanza.
Ahora era una piedra gris, sin emociones, sin ilusiones, y se sintió responsable de ello, porque solo quería protegerla, pero en el proceso, la había destruido.
—Natty…
—Natalia.
La corrección fue fría, cortante, como un muro que se levantaba entre ellos, y Rómulo exhaló con resignación, pero no retrocedió.
—Está bien, Natalia.
Su voz intentó sonar firme, pero había algo quebrado en ella.
—Siempre voy a estar pendiente de ti y de Verónica y puedes contar conmigo, porque somos familia.
Natalia lo miró con una expresión impenetrable, con su postura rígida, y su mirada cargada de una ira silenciosa.
—Rómulo, puedo cuidarme por mí misma, lo mismo va para mi hermana.
Su tono no tenía espacio para discusión.
—Suerte en tu vida de casado.
Se inclinó levemente hacia él, con una sonrisa amarga.
—Y espero no volver a verte, a menos que se trate de reuniones familiares.
Su mirada se afiló aún más.
—Porque no te quiero cerca, y menos cuando sé que tu prometida es tan cercana a Mireya.
Rómulo se tensó, sintiendo el golpe de esas palabras, Natalia estaba furiosa, y cualquier esperanza que pudo haber tenido de que pudieran estar juntos nuevamente, él mismo se había encargado de destruirla.
El golpe final de Natalia lo dejó sin aire, más que cualquier otra palabra que hubiera pronunciado antes.
—Puede que sea una huérfana, pero nací para ser la esposa, nunca la amante.
El filo de su voz se le clavó en el pecho, y aunque su primera reacción fue sentirse ofendido por la insinuación, lo que más le dolió fue su frialdad calculada.
Cuando ella sonrió sin un rastro de emoción, lo entendió con absoluta claridad:
—Es para que las cosas estén claras entre los dos… primo.
La última palabra fue la barrera definitiva, el muro que dejaba claro que él ya no tenía ningún lugar en su vida.
Cuando Natalia se levantó de la mesa y se marchó, Rómulo no la detuvo, porque ¿para qué hacerlo?, si ya la había perdido.
Se quedó ahí, mirando el café frío frente a él, sintiendo el peso de su propia decisión como una losa sobre su pecho.
Buscarla de nuevo sería inútil e intentar explicarle no cambiaría nada, porque Natalia tenía un carácter fuerte y él la había traicionado, y, porque, por más que quisiera justificarlo, ella jamás lo perdonaría.
Cada día que pasaba, esa certeza se volvía más insoportable, las reuniones, los preparativos, las expectativas de su familia. Todo avanzaba como si su vida estuviera en piloto automático.
Como si él no tuviera más opción que seguir el camino que ya estaba trazado para él, pero por dentro, se sentía atrapado, no era el matrimonio lo que lo atormentaba, ni Katherine.
Incluso después de haber hecho las paces con ella, tras descubrir que su intrigante hermana había manipulado la situación, el peso seguía ahí.
Porque lo que más lo afectaba era la ausencia de Natalia porque desde aquella conversación en la cafetería, ella había desaparecido de su vida por completo y a pesar de que él mismo había provocado esa distancia, no esperaba que doliera tanto. Cada vez que pensaba en ella, recordaba su mirada fría, su voz cortante, la manera en que lo llamó "primo", como si fuera un extraño y como si nunca hubiera significado nada para ella.
Y eso, más que cualquier otra cosa, lo destrozaba, porque él sí la amaba y la había querido proteger, pero en el proceso, la había perdido para siempre.
Katherine recibió una visita inesperada en la víspera de su boda, Mireya Carmona.
Al verla en el umbral de la puerta, sintió cómo la irritación le subía por la garganta, porque desde la desastrosa cena, había evitado a la intrigante hermana de Rómulo deliberadamente.
Pero ahora la tenía frente a ella, con esa sonrisa de falsa inocencia que nunca significaba nada bueno.
—¿Ahora qué querrá esa malcriada? —murmuró Katherine con impaciencia.
—Por mucho que te desagrade, debes ser cortés con tu cuñada.
La voz de Karin llegó con su habitual tono frío, recordándole que, en este juego, la compostura era su mejor arma.
Resultó que evitar a Mireya solo la había enfurecido más.
—Cuñada, tengo algo muy importante que contarte.
La satisfacción en su voz le revolvió el estómago porque la niña de doce años era cruel, venenosa y su odio hacia Natalia y Verónica era más que evidente.
Katherine suspiró, sintiendo que cada segundo de esta conversación sería una pérdida de tiempo, pero antes de que pudiera responder, Mireya dobló la apuesta.
—Te juro que es importante, además, de que no te quitaré mucho tiempo, una sonrisa fingida y una mirada cargada de intención.
Katherine no confiaba en ella, así que se aseguró de que Karin estuviera presente.
—¿Te importa si mi hermana está aquí? —intervino Katherine, con su tono de voz imperturbable.
Mireya no mostró ni un rastro de preocupación, como si incluso eso hubiera formado parte de su plan.
—Mientras más, mejor.
Las palabras llegaron con un tono burlón, pero Katherine ni siquiera parpadeó.
Las tres caminaron en silencio hasta el estudio, el rincón más privado de Karin, donde las conversaciones no buscaban consuelo, sino claridad. Allí, las verdades se trataban sin adornos, y las emociones eran solo estorbos.
—¿Te gustaría un café? —preguntó Katherine con una cortesía impecable, el tono exacto, la sonrisa medida.
Ese porte sereno y elegante despertó un malestar inmediato en Mireya, porque por más clases de protocolo que recibiera, no lograba emular esa naturalidad que las hermanas León parecían llevar en la sangre.
—Gracias, pero no me gusta el café —murmuró con desdén apenas disfrazado.
Katherine no replicó. Se limitó a servir dos tazas, una para ella y otra para Karin.
Mireya las observó en silencio, con esa mezcla de envidia y desprecio que solo una niña demasiado consciente de su falta de poder podía experimentar.
El aroma del café llenó la habitación como un ritual previo a lo inevitable y apenas la puerta se cerró tras ellas, Mireya dejó caer la bomba, sin preludios ni suavidades.
—Rómulo está enamorado de nuestra prima Natalia.
El aire se volvió espeso; sin embargo, Katherine no reaccionó, ni siquiera parpadeó y eso desconcertó a Mireya.
Porque esperaba que cada palabra la humillara, que el impacto desmoronara la seguridad de la novia, que lograra ver una grieta en su postura, pero Katherine ya estaba acostumbrada a lidiar con personas como ella.
Su rostro se mantuvo impasible, y Karin la imitó a la perfección, con una expresión tan vacía de emoción que la adolescente no supo qué hacer.
El silencio se alargó, hasta que Katherine lo cortó con precisión.
—¿Tienes algo más que decirme? — preguntó Katherine.