Brenda Sanches es una mujer de 29 años que después de descubrir a su enamorado con quien pensaba ser madre decidí irse y hacerse madre mediante inseminación artificial lo que no sabe que el donante no es humano por error a ella le llegó su donación y el reclamara a sus hijos que pasara entre ellos ? estarán juntos por amor oh llegarán a un acuerdo por sus hijos ven a leer esta historia facinante
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capitulo 12
Sospechas y frutillas
Me estaba mirando en el espejo, acariciando mi panza ya notoriamente redonda. No puedo evitar sonreír. Pensar que hace unos meses esto solo existía en mis sueños… cuando aún estaba con mi ex. Y ahora estoy de seis meses, esperando a mi hija. Sara… sí, así decidí llamarla. Cada vez que lo repito en voz baja, siento una caricia en el corazón. Mi pequeña. Mi milagro.
Santiago últimamente está muy cerca, pendiente de todo. Me cuida como si fuera de cristal. Le dije mil veces que no pasará nada, que no soy tan frágil, pero él insiste. A veces creo que me oculta algo. No me lo quiere decir. Solo se limita a repetir que “todo está bien, es por seguridad”. Pero no le creo del todo. Hay algo en su mirada cuando cambia de tema que no me deja tranquila. Como si me estuviera protegiendo… de algo que ni siquiera puedo imaginar.
Trabaja hasta tarde, llega cansado, con ojeras y el ceño fruncido. Pero igual no se despega de mí. Está siempre atento, como si esperara que algo malo pudiera pasar en cualquier momento. Sé que lo hace para que no me preocupe, para evitar cargarme con tensiones… pero yo necesito saber qué está pasando. No soy una nena. Incluso ha llegado al punto de prohibirle a mi amiga Clara tocarme la panza. Dice que no es nada personal, pero… ¿por qué tanta desconfianza? Es mi amiga de toda la vida, nunca me haría daño. Y menos a mi bebé.
Salgo de mis pensamientos con un leve suspiro. Ya es hora de bajar a desayunar, aunque con el peso de mi pequeña Sara, cada paso se siente más lento. A veces tengo la sensación de que mi cuerpo se mueve en cámara lenta, como si la vida misma se hubiese detenido para darme este momento.
Apenas entro a la cocina, Norma me ve y, como si me leyera la mente, ya tiene lista una bandeja con frutillas y Nutella sobre la mesa. Me da risa que ya ni necesito pedirlo. Me conoce demasiado. Pero hoy quiero molestarla un poco, así que le digo con una sonrisa pícara:
—Hola, mi cocinera favorita. Sé que suelo comer frutillas, pero hoy… quiero algo diferente. ¿Por qué no me hacés una ensalada de frutas?
Norma me mira, cruza los brazos y responde con una ceja alzada, sin sorprenderse.
—Siempre quiere eso, por eso ya lo puse allí. Pero si quiere, le hago la ensalada… aunque no hay muchas frutas.
—Bueno, pero… quería eso. Ya sabés, mi bebé lo pide —digo, haciendo un puchero digno de una actriz de telenovela.
Ella suspira con resignación.
—De acuerdo, señorita. Le haré esa ensalada.
No puedo contener la risa. Me ve con cara de “otra vez” y enseguida le aclaro:
—Está bien, Norma. No hace falta. Quiero las frutillas nomás. Solo fue para molestarte un poco.
—Lo consiguió, señora —dice entre risas—. Pero bueno… debo darle el gusto. Si no, el señor me despide.
—Sí, lo sé… hablando de él… —digo, bajando un poco la voz, tanteando terreno—. ¿Viste el problema que tiene ahora?
Norma se pone algo tensa, pero trata de disimular.
—Oh… ¿ya sabe de eso? Bueno… ya ve por qué él debe cuidarla de esta forma.
—Sí, pero no creo que ese… señor, que no recuerdo el nombre… me haga algo.
Ella se pone más seria, como si mis palabras la inquietaran.
—Yo creo que sí. Ariel es capaz de todo, solo por poder, señorita.
—Ah… ¿Ariel? ¿De dónde es él? No me quedó claro…
Norma se ríe un poco, pero su risa suena incómoda.
—Ja, ja, ja… no sabe, ¿eh? ¿O me está engatusando para sacarme información?
—Perdón… es que Santiago no me dice nada. Por eso te pregunto… así, para saber a qué debo temer.
Norma suspira con pesar, como si estuviera cargando una culpa ajena.
—Ya dije de más, señorita. Si el señor se entera, me echa. Si quiere saber más, él debe contárselo. Yo ya no puedo hablar. Es un tema muy delicado entre ellos…
—Ay, pero podés decirme qué tipo de problemas tienen. No le voy a contar a él —insisto, aunque ya sin mucha esperanza.
—Entiendo que quiera saber, de verdad. Pero como le dije… es un tema delicado. Tendrá que hablar con el señor.
Ya viendo que no me va a decir nada más, opto por terminar mi desayuno en silencio. Mientras saboreo una frutilla cubierta de Nutella, no puedo evitar sentir ese nudo en la garganta. Algo no está bien. Lo siento. Y aunque todos intenten ocultarlo, yo también tengo derecho a saber qué amenaza rodea la vida de mi hija.
No me voy a quedar esperando. Si nadie quiere hablar, entonces lo descubriré por mi cuenta.
Después de todo, no estoy sola. Sara depende de mí. Y no pienso permitir que ningún secreto, por más oscuro que sea, amenace lo que estoy construyendo. Ya no soy la mujer que aceptaba excusas. Ahora tengo una vida creciendo dentro de mí. Y voy a protegerla, cueste lo que cueste.