MI NIÑA. UNA GUERRERA. RENACIENDO. "Una Historia Que Duele… Pero También Salva"

POV. CRISTÓBAL LEÓN SÁENZ.

Estoy en mi oficina, en el piso ochenta del edificio más alto de la ciudad.

Es viernes por la tarde y, aunque debería estar celebrando el cierre de un caso importante, estoy frustrado.

Mi mejor amigo, después de cinco años de ausencia, regresó al país… y, aunque no lo admita, el bicho del amor lo picó fuerte.

Solo habla de ella. La menciona en cada frase, incluso cuando intenta negarla.

Le busca defectos, pero lo único que logra es describir lo perfecta que es. Está perdido, y ni siquiera se da cuenta.

Mientras él comparte una cena con ella, yo estoy aquí, en mi lujosa oficina, practicando golf como un idiota solitario.

En lugar de relajarme, maldigo frente a una pelota.

El green que mandé a instalar ocupa buena parte del espacio, con césped artificial impecable y cuatro hoyos colocados estratégicamente.

Nada de juguetes baratos; esto es una cancha en miniatura de nivel profesional, pensada para distraerme entre reuniones.

Sujeto el putter con fuerza y golpeo con precisión, pero la bola roza el borde del hoyo y se desvía. Gruño con impotencia.

—¡Mierda, Cristóbal, deberías buscarte también una mujer! —mascullo, fastidiado.

—Hijo, eso sería algo que me haría muy feliz —escucho, de pronto, la voz de mi padre.

Giro el rostro y allí está el gran abogado Samir Sáenz. El mejor litigante en casos de agresión sexual y trata de blancas.

Su figura sigue siendo imponente, siempre vestido con ropa hecha a su medida. Las canas, lejos de restarle presencia, le dan un aire de sabiduría y autoridad.

Los lentes de lujo que usa enmarcan su mirada implacable. Cada paso, aunque ahora un poco más pausado, es firme.

Él no necesita correr para llegar a donde quiere. Ha aprendido que no hay prisa, que lo importante es asegurar el terreno y no dejar escapar al objetivo.

Es algo que le he aprendido muy bien.

Ese es mi padre: un sabueso de los mejores. Ahora retirado. Me ha dejado a cargo del bufete más prestigioso del país.

Él no suele visitarme aquí, a menos que venga con uno de sus famosos "encargos". Frunzo el ceño, ya sospechando lo que se viene...

—A ver… dime, ¿qué no traes otro favor pendiente de tus colegas pensionados?

Él sonríe con la misma calma de siempre, deja su maletín en el sofá. Toma un palo y una pelota, adopta la postura con precisión y golpea con maestría. La bola rueda, gira… y entra directo en el agujero.

—Deberíamos estar en el campo de golf, no jugando con este jueguito de Fisher-Price —dice con sarcasmo.

Me acerco y lo saludo con un abrazo, esbozando una sonrisa sincera.

—No tengo tiempo para eso… Tal vez lo tendría si mi padre no me endosara tantos casos.

—Yo solo resalto las virtudes de mi hijo. Y mis amigos quieren que el mejor los represente.

—Ese eres tú. Deberías hacerlo.

—Sabes que no puedo. Estoy retirado. Y tu madre me tiene bajo amenaza: si piso un tribunal, me pide el divorcio. Apenas me deja seguir con las conferencias.

Ruedo los ojos. Ya sé lo que viene: otro encargo especial.

—Papá… tal vez si no te hubieras extralimitado dedicando más tiempo al trabajo que a tu familia, ahora no estarías bajo amenaza permanente.

Él suspira, resignado.

—Cris… no puedo cambiar el pasado. Solo trato de compensar ahora los años de ausencia.

Ya reconozco esa cara de perro arrepentido. Mi padre es un maestro de la manipulación emocional.

—Anda… escupe. ¿A quién le prometiste ayuda esta vez?

Lanzo la bola con fuerza, pero mi juego perfecto termina en desastre.

—¡Mierda! ¡Estaba tan cerca! —gruño, arrojando el palo.

Camino hacia el bar, sirvo dos vasos de whisky, lo invito a sentarse y le paso el suyo.

Analizo sus movimientos. Juega con el vaso entre los dedos, lo huele, y luego bebe de un sorbo.

"Mierda… este caso es algo serio, y de algún pez gordo", pienso.

—Papá… sabes que tengo vacaciones planeadas desde hace más de cinco años, ¿no?

—Hijo, esto es importante… y podrías realizar ese viaje como parte de tus vacaciones.

Aprieto el vaso con fuerza y enarco una ceja. Nunca le puedo negar nada. Lo que soy se lo debo a él, que me enseñó todo lo que debía saber.

Por eso se aprovecha.

Se levanta con calma, trae su maletín, saca una carpeta y me la extiende.

—Esa niña. Es la ahijada de un gran amigo…

Tomo la carpeta, enmarcando una ceja, y lo miro fijamente.

—Siempre es un amigo.

—Ella es una niña que fue manipulada… de buena familia… una excelente estudiante y… —la voz de mi padre se quiebra. Eso no es algo que suceda fácil.

Él, un hombre que ejerció por más de cuarenta años. Y ha visto los casos más aberrantes...

Tomo la carpeta. Lo primero que aparece es la foto de ella… Me quedo sin palabras. Es una mujer hermosa. Su mirada transmite tanto temor, vulnerabilidad e inocencia...

Trago saliva intentando disimular mi incomodidad.

"No quiero seguir viendo lo que hay en este folder..."

Pero, a la vez, me siento intrigado.

Paso a la siguiente página y están sus datos: Charrill Torres Andrade. 21 años. Diseñadora de modas…

En la siguiente, ese rostro hermoso, deformado por los golpes. Y fotos de moretones y cicatrices en el resto de su cuerpo.

Un informe médico devastador, al igual que el psiquiátrico.

-Fractura en la mandíbula inferior.

-Pérdida de tres piezas dentales.

—Tabique de la nariz desviado.

-Costillas fisuradas.

-Disco de la columna vertebral desviado.

-Quemaduras leves provocadas con cigarrillos.

-Hematomas antiguos mal curados.

-Trauma craneoencefálico leve.

-Cicatrices defensivas en antebrazos y muñecas.

Todos los signos De una víctima que fue sistemáticamente maltratada.

Diagnóstico Psicológico:

La paciente asume culpas que no le corresponden, minimiza su dolor y justifica el abuso recibido con frases interiorizadas como: “yo lo provoqué”, “era mi culpa por no saber cuándo parar”, o “él no era así al principio”.

Muestra una desconexión profunda con sus propios derechos y emociones.

Se observa una fuerte dependencia emocional, acompañada de insomnio severo, ansiedad constante y síntomas evidentes de síndrome de indefensión aprendida.

La paciente no manifiesta deseos personales ni proyectos a futuro. Presenta una autoestima totalmente destruida.

Audios de vecinos que reportaron gritos, pero que nunca intervinieron.

Un informe forense de un aborto espontáneo provocado por una paliza. Tenía apenas cuatro semanas de embarazo. Nadie lo supo. Nadie dijo nada. Nadie hizo nada...

Sin darme cuenta, mis manos se cierran con furia sobre las hojas, arrugándolas.

El informe menciona a su agresor. Su pareja… su novio… el hijo de perra que se supone debería cuidarla.

Siento cómo la sangre me hierve. Mi mandíbula se aprieta con fuerza, a punto de romperse. Las venas de mi sien están a punto de explotar.

—¿Tienes un informe completo? Me imagino que el desgraciado ya está en prisión...

Papá niega con la cabeza.

—No. Ella ha sido manipulada por un supuesto error. Él la ha tenido como su esclava sexual, doméstica y su cajero automático. Su padrino y mi amigo, Gerónimo Báez...

—¿El diplomático? —pregunto.

Él asiente.

—Como te decía, Gerónimo quiere que se realice una investigación minuciosa, en especial de una fecha —me pasa un papelito con la información—. Él dice que allí comenzó todo el calvario de la pequeña.

Observo la fecha. Hace más de dos años. Ella tan solo acababa de cumplir los 19 años y fue un mes antes del aborto.

Mi puño se estrella contra el escritorio.

—¡Maldito hijo de puta! —el tono de mi voz es elevado.

Papá me entrega una USB.

—Eso es algo que logró recopilar su hacker, pero siento que hay más. Por eso debes viajar allí. Para averiguar qué pasó. Patiño te puede acompañar.

Introduzco la memoria en el puerto del computador. El silencio en la sala es absoluto, solo interrumpido por el zumbido del ventilador y los latidos de mi propio corazón, que martillean con fuerza mientras cargo los archivos.

Las imágenes no mienten. Editadas con malicia, manipuladas con precisión para parecer algo que no son.

Cada escena ha sido montada para mostrar placer.

—Lo peor es que no se detuvo ahí. Subió los videos a la web —dice papá con voz baja, casi temiendo que alguien más escuche—. Y estos fueron aprovechados por hackers, abusadores, teófilos y todo lo que puedes encontrar allí, y esparcidos en plataformas encriptadas. Foros ocultos. Lugares donde la ley apenas roza la superficie.

—¡Maldito hijo de puta! Es tan idiota que ha jugado con la vida de esa niña... por unos cuantos pesos. A lo bestia que es. No se da cuenta que le dieron migajas mientras otros se llenan las manos con su dolor y degradación.

Subir uno de esos videos a la red es un puto peligro. Redes descentralizadas, servidores espejos, usuarios que descargan y redistribuyen sin control.

Aunque bajemos el contenido de una fuente, ya hay veinte más con el mismo archivo replicado. Es como una plaga.

Miro la pantalla con impotencia. Veo su rostro. La forma en que intenta ocultarse. La mirada vacía. Los gestos de defensa disfrazados de consentimiento.

Cada segundo es una evidencia más de que esto no fue un juego… Fueron viølaciones convertidas en espectáculos..

Siento un nudo en la garganta. No puedo respirar bien. Es como si me hubieran arrojado dentro de una jaula sin oxígeno.

—¿Dime que esto ya está fuera de la red?

—Ya lo están rastreando —dice él, con la voz tensa, casi rota—. Hay un equipo de delitos informáticos detrás de esto, pero… no va a ser fácil.

Se pasa una mano por la nuca, como si intentara contener la rabia, y luego deja escapar el aire con pesadez antes de continuar.

—Lo que le hicieron no fue solo un ataque físico. También fue digital.

Aprieta los dientes. Baja la mirada, toma su vaso de whisky y bebe, como si el ardor del licor pudiera apagar el que le consume por dentro.

—Le robaron su dignidad… y la esparcieron como si fuera un archivo más.

Cada vez que alguien lo descarga… —hace una pausa, tragando la impotencia— es como si la violaran de nuevo.

Cada clic… hace que la herida se abra otra vez.

Aprieto los puños. No solo quiero justicia. Quiero que todos los que vieron, compartieron o se lucraron con esto sientan el mismo temor. La misma desesperación.

Lo que subes a internet nunca desaparece.

Una vez que un archivo toca la red, deja de ser tuyo.

Se descarga, se copia, se comparte.

A veces de forma automática, otras con intenciones oscuras. Puede terminar en manos de un desconocido en otro continente, almacenado en un servidor que ni siquiera tiene jurisdicción.

Y entonces, comienza la verdadera tortura: la repetición infinita del horror.

Lo peor: aunque consigas borrar la fuente original, ya existen decenas, quizá cientos de réplicas, flotando en foros privados, grupos cerrados, plataformas clandestinas.

Es como arrojar una gota de tinta en el océano. Imposible recuperarla. Imposible saber cuántas corrientes la arrastraron.

Porque ella no fue parte de un juego. Fue una víctima. Y lo mínimo que merece ahora es que la verdad salga a la luz… y que los responsables paguen.

Siento cómo mi estómago se revuelve. Se puede ver cómo el hijo de puta la obliga. Lo peor son los malditos pervertidos que siguen las escenas.

Cierro los ojos, tratando de calmarme.

—¿Estás seguro de que lo quieres llevar a juicio…? Podría simplemente dárselo de comer a los tiburones.

—Ella está internada. No solo su cuerpo sufrió… también su mente. Y para sanar… necesita tiempo. Necesita hacer este proceso, paso a paso.

Cierro los puños con fuerza. Sé que las víctimas siempre buscan esa clase de justicia. Es una forma en que su mente siente que fue compensada.

—Entiendo. Pero si por casualidad me lo encuentro en el camino, le partiré cada uno de sus putos huesos —escupo con furia.

Papá solo asiente y me da un par de palmadas en el hombro.

—Sabía que eras el indicado para el caso. El avión está listo para que partas.

—¡Maldita sea! —mascullo entre dientes—. ¡Así de bien me conoces!

Él sonríe y se aleja.

(…)

Este es el verdadero peligro de las redes: tu información se comparte tantas veces que deja de ser tuya.

Por eso, niñas, hay que estar atentas con nuestros hijos. Es mejor que te digan que eres intensa o cansona, a tener que llorar cuando ya no haya remedio.

Leo sus comentarios.

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