Que Empiece Mi Reinado.

Los rayos del sol entraban por los ventanales altos del salón imperial, bañando las paredes de mármol con una luz cálida y traicionera. Santiago caminaba con paso firme, sin ocultar el remolino de emociones que lo carcomía por dentro. Sus padres lo esperaban junto a Lara, cuyos ojos rojos, aunque ya desvanecidos, seguían grabados en su memoria.

El emperador Damián lo miró fijamente desde su trono, pero esta vez, no había frialdad ni juicio en su mirada. Había inquietud. Temor, quizás. A su lado, la emperatriz Helena mantenía una postura rígida, pero sus manos se crispaban sobre el brazo del sillón con una tensión apenas disimulada.

—Santiago —comenzó el emperador con voz grave—. Necesitamos hablar en privado.

—No —interrumpió el príncipe, con una resolución que sorprendió a ambos—. No si se trata de ella. Lara se queda.

Helena frunció el ceño.

—¿Cómo puedes confiar en ella? ¡Es una princesa del imperio enemigo. ¡Del imperio que casi nos destruye!

—Y sin embargo fue ella quien me salvó —replicó Santiago sin alzar la voz, pero con firmeza—. Si no fuera por Lara, seguiría en ese bosque o peor aun, me hubieran encontrado y vuelto a encerrar. ¿Acaso eso no cuenta?

—Lo hizo por sus propios fines —terció Damián—. Ella misma lo admitió. Busca la caída del emperador de Vorlon Cristian, pero no por ustedes... sino por venganza.

Lara, que había permanecido en silencio, levanto su mano y agregó.

—Con el debido respeto, su majestad, no me interesa que me vean como una aliada sentimental. No estoy aquí para ganarme el corazón de su hijo ni la aprobación de su corte. Estoy aquí porque nuestros intereses coinciden: el emperador Cristian debe caer. Y eso no lo lograrán solos.

Helena la miró con una mezcla de desdén y cautela.

—¿Y por qué deberíamos creerte? Tu padre era un asesino. Tu madre, una bruja sedienta de poder. ¿Qué nos asegura que tú no seas igual?

Lara apretó los labios, pero no apartó la mirada. Sabía que en el pasado había justificado las muertes de los emperadores de Ungalos, con un pasado turbio y que nadie intervino cuando el emperador Cristian atacó, porque el emperador Aurelio no tenía aliados y todo el mundo lo consideraba un tirano.

—Porque yo estuve allí. Porque vi cómo Cristian mandó ejecutar a mis hermanos menores. Porque me escondí en túneles durante dias, con hambre, miedo y rabia. Porque juré que algún día vería su imperio arder. Si eso me convierte en una amenaza para ustedes, entonces quizá no son tan distintos a él.

Un silencio espeso se apoderó del lugar. Santiago se giró hacia sus padres, visiblemente alterado.

—¡Basta! No pueden seguir viendo enemigos donde hay aliados. La necesitan, lo saben. Ninguno de sus generales ha logrado infiltrar Vorlon, y la torre se mantiene al margen. Lara no solo ha sobrevivido en territorio enemigo, también ha vencido. Tiene contactos, conocimientos, habilidades mágicas que nadie en nuestra corte posee.

El emperador bajó la mirada. Durante un largo momento, no dijo nada. Luego se levantó lentamente del trono y caminó hacia el ventanal.

—Si la aceptamos, muchos nobles se opondrán. Ya hay rumores en la corte, Santiago. Rumores sobre tu desaparición, sobre traición, sobre un complot. Si añadimos a una princesa de Ungalos al fuego...

—Entonces que hablen —respondió Santiago—. Que digan lo que quieran. Porque cuando Cristian caiga, nadie recordará sus murmuraciones. Recordarán que Amatista fue el reino que se atrevió a desafiarlo.

—Y si no cae —musitó Helena—, si ella los traiciona, si mueres por confiar en ella... ¿cómo se supone que viviremos con eso?

Lara se adelantó un paso más, su voz suave pero firme.

—Entonces no me vean como a una aliada. Veanme como a una herramienta que decidieron usar. Y asuman que no todos los pactos se firman con la verdad desnuda. A veces, la única forma de vencer a un monstruo es con otro monstruo. Yo he vivido entre sombras, su majestad. No vine aquí para recibir amor. Vine a ofrecerles una oportunidad.

El emperador giró sobre sus talones, su capa ondeando ligeramente al moverse.

—¿Y qué propones, princesa de Ungalos?

Lara lo miró directamente, sus ojos de nuevo brillando con ese fulgor sobrenatural que parecía encender el aire.

—Que me nombren la nueva guardiana encargada de la seguridad del príncipe heredero. No me quedaré aquí como la primera de Ungalos. Sino como Lara la discípula del mago supremo.

Que me permitan contactar con los aliados ocultos de mi familia y convencerlos de unir fuerzas. Cristian ha cometido muchos errores, ha generado enemigos incluso entre sus vasallos. Podemos atraerlos. Pero necesito libertad de movimiento. Necesito legitimidad.

—Eso podría verse como una traición por parte de Amatista —replicó Helena—. Si se descubre...

—Entonces me desautorizan —respondió Lara sin dudar—. Me declaran traidora si es necesario. Pero déjenme actuar. Y les prometo una sola cosa: haré temblar las raíces del imperio de Cristian.

Santiago, que había observado todo en silencio y ansiedad, dio un paso al frente.

—Padre, madre... Les pido que confíen. Por mí. Por Amatista.

Damián suspiró, largo y profundo. Luego alzó una mano y asintió lentamente.

—Muy bien. Tendrás tu oportunidad, princesa. Pero una sola. La más mínima sospecha de traición y...

—Lo sé —interrumpió Lara—. No me darán otra.

Helena no habló más. Simplemente desvió la mirada, conteniendo emociones que no estaba lista para compartir.

Lara hizo una reverencia.

—Gracias, majestad.

Cuando todos salieron del salón, Santiago se quedó un instante más junto a ella. Sus ojos buscaban respuestas en los de ella, pero solo encontró una calma tensa.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo?

—Más de lo que he estado en toda mi vida.

Desde una galería elevada, Malik los observaba, oculto en las sombras, con los ojos entrecerrados y el corazón latiendo con una rabia silenciosa. No confiaba en Amatista. No confiaba en Santiago. Pero más que todo, no confiaba en el corazón de Lara, que temía estaba empezando a alejarse de él.

Y Malik sabía lo que era perder. No estaba dispuesto a repetir esa historia