Octavo libro de la saga colores.
Lady Pepper Jones terminará raptada por un misterio rufián de poca paciencia y expresión dura, prisionera y en manos del desconocido, no tendrá más remedio que ser la presa del lobo, mientras que Roquer, lidiará con su determinación de cumplir con su venganza y la flaqueza de tener a una hermosa señorita a su merced.
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1. El rufián del mercado
...ROQUER:...
El mercado estaba tan atestado de gente, que podía oler el sudor de las personas y sus malos hedores, pero aquel sitio era el único donde podía conseguir un somnifero. Conocía el puesto y también al vendedor que poseía contrabando de los productos más peligrosos y prohibidos del reino.
Caminé entre la gente y me acerqué al puesto.
El vendedor me miró del otro lado.
— ¿Conseguiste lo que te pedí?
— Baja el tono — Siseó, exhalando una nube de humo cuando apartó el cigarro de sus agrietados labios.
— No tengo paciencia anciano.
— Dame el dinero.
— Muestra el producto — Gruñí, apartando mi capa para mostrar mi arma.
— Si me tocas un pelo, muchos hombres querrán vengarme, soy el único que les puede proveer sus más bajos vicios y armas, así que te ahorraría muchos problemas mantener ese cuchillo en su funda y hacer lo que pido — Dijo, elevando una ceja.
Sus supuestos bálsamos curativos reposaban sobre el mesón del puesto.
Saqué las piezas del pequeño saco que llevaba atada en el cinturón y tendió la mano, las coloqué sobre su palma.
— Muchacho ¿Para quién trabajas? — Se sintió curioso al ver las piezas.
— No es un asunto que te concierne.
— De acuerdo, de acuerdo — Agitó su mano con desdén, registrando bajo el mesón — Te daré lo que tanto deseas — Sacó un frasco, extendí mi mano, dudo en darlo — ¿Para qué vas a utilizarlo?
— Dudo mucho que les preguntes a los bastardos que consumen hiervas porque orificio las aspiran — Seguí con mi mano extendida — Dámelo.
Me lo entregó — Tres gotas bastarán para hacer dormir a cualquiera, es muy fuerte.
— ¿Y si me paso de gotas?
— Podría durar días durmiendo o incluso morir.
— Lo usaré todo — Elevé una comisura, guardando el frasco — Pobre de tu pescuezo si esto no funciona.
— No tuviera tal fama si fuese un estafador.
Me alejé del puesto.
Con aquel frasco, llevaría a cabo mi plan.
Lo guardé dentro de mi chaqueta.
Lo haría en la noche.
No importaba si mi hermana me llevaba la contraría, pensé que sería menos confiada, más sensata, pero su fijación por el lord rubio de ropas afeminadas la estaba volviendo ciega y tonta.
Me había dado la espalda, prefirió defender a su noble solo porque aquel le había endulzado el oído. Ignorando que el único que cuidó de ella en las calles fui yo, me enfadaba que ahora pretendiera entrar en un mundo en el que no encajaría jamás.
Era una ingenua por creer que un hombre como ese podía tomarla en serio.
Los nobles solo buscaban divertirse con las personas de bajo nivel, usarlos como juguete para sus retorcidas mentes.
Odiaba a la aristocracia y por eso no iba a detenerme en hacerle pagar al noble que más detestaba en aquella ciudad de mierda.
Aquel momento se había quedado en mi mente desde que el calor de las llamas se rozó contra mi piel, desde que el fuego se plasmó en mis pupilas, llevándose todo lo que tenía.
Mis padres, mi hogar y el causante era el duque, quien los había amenazado horas antes de que la tragedia ocurriera.
Yo había presenciado la intromisión del duque, la ira en su expresión, su voz a gritos, su mirada de maldad al musitar que iba a quemar la boutique de sus padres.
Tenía solo ocho años cuando terminé en las calles, cuidando de mi hermana de cuatro años y peleando por encontrar un trozo de pan duro para mi estómago vacío.
Le haría pagar al duque Jones, porque en todos esos años, él seguía disfrutando de sus riquezas, entre palacios y banquetes.
Yo seguía en las calles, robando y matando para sobrevivir, siendo un rufián, rechazado por la sociedad, la vida era injusta y nada podía darme la justicia que merecía.
Solo yo lo haría, debía hacerlo por mi propia mano.
Incendiar una de sus boutiques y robarle, eso solo fue el comienzo, perder lo material no sería un golpe tan bajo.
Mi único objeto era quitarle lo más preciado y que su sufrimiento fuese largo, prolongado, agonizante, la muerte era un alivio, así que no le daría el gusto de dársela con rapidez.
Caminé entre la multitud.
Me detuve en seco.
Allí estaba nuevamente.
Esa señorita estaba buscando lo que no se le había perdido. Era la segunda vez que la encontraba en el mercado, al parecer, le encantaba frecuentar aquel lugar solo para regodearse del poder de su apellido y su posición.
Ella era mi objetivo, lo que usaría para dañar al duque.
Su hija.
La única, así que eso le daba más valor para su padre.
— Me da uno de los broches, ese de ahí — Dijo al vendedor del puesto de baratijas.
¿Qué rayos hacía comprando eso? Si en sus orejas había dos pendientes que podían comprar el puesto entero o el mercado entero.
— Mi lady, esto es muy poca cosa para usted — Comentó un joven, a leguas se veía que era un noble.
Podía oler su refinado perfume entre tanto sudor añejado.
— Es bonito.
— Yo podía ofrecerle más que eso — Dijo el mocoso, el sujeto era delgado, cabello cortado recto y de nariz grande, un soso noble que sin ropas ni apellido no serviría ni para limpiar el excremento de las letrinas.
— Gracias, pero deseo el broche y vine al mercado por esa razón.
— ¿Cuánto es? — Preguntó el joven — Lo pagaré.
— No hace falta, Adolfo, traigo suficiente.
— Señorita Pepper, compre eso y salgamos de aquí — Insistió la doncella, siempre tan sensata.
La señorita sacó un fino monedero de terciopelo verde.
— No muestre eso ante tanta gentuza — Le advirtió el lord — Podría terminar sin nada en las manos.
Un pañuelo de ceda cayó al suelo.
Me aproximé y lo recogí.
La señorita se giró.
Todos se tensaron al verme, llevaba mi rostro al descubierto, mi altura y mis ropas de cuero, el aspecto de ellas y las armas que se veían a leguas en mi cinturón habían provocado la inquietud en los tres.
— Se le cayó esto — Lo extendí hacia ella.
Me evaluó muy asustada, como si hubiese visto a un fantasma, retrocedió en seguida, con desprecio.
Podría retroceder todo lo que quisiera, pero eso no la salvaba de que terminara siendo mi prisionera.
— Está asqueroso, no lo toque — Dijo el lord, golpeando mi mano, pero el pañuelo no cayó — Mira sus manos y su rostro, un color así solo pudo obtenerse revolcándose en el cochinero, está más sucio que el suelo.
— Mi lord, no debería hablar así, es peligroso — Advirtió la doncella.
— Guarda silencio, criada — El lord me evaluó con desdén — Váyase, antes de que empiece a gritar que nos está molestando.
— No los estoy molestando — Lo observé con expresión dura — Solo recogí lo que se la cayó, pero adelante, grita, aquí tus auxilios serán recibidos con indiferencia o una bienvenida para que te dejen en pelotas.
— ¿Sabe quién soy? — Bramó el joven.
— No, no me interesa — Insistí en darle el pañuelo a la señorita.
— Le aseguro que ella no necesita un pañuelo que se ha caído al suelo y que ha sido recogido por sus sucias y asquerosas manos curtidas.
La mocosa lo tomó del brazo — Tenga cuidado, este sujeto se ve peligroso, está armado.
— La mayoría solo lo hacen para aparentar, usan esas dagas y esas espadas para asustar — El lord elevó su barbilla con desdén — No se deje engañar por su apariencia intimidante, señorita Pepper, la mayoría son unos cobardes que tiemblan ante la presencia de un hombre valiente.
— ¿Y tú eres el valiente? — Arqueé las cejas.
— Vámonos, no nos conviene llamar la atención y mucho menos provocar a este sujeto, no se ve como un cobarde — Sugirió la doncella, preocupada, tomando el brazo de la señorita.
— No teman, es solo un fanfarrón.
— Tenga el pañuelo — Lo extendí.
La señorita me evaluó, tenía los ojos entre azul y plateado, muy grandes.
— No lo quiero — Me evaluó con desdén, como un sujeto que no era digno ni de dirigirle su palabra.
La princesa no toleraba que un rufián tuviera un gesto de cortesía.
Con más razón iba a raptarla, incluso la iba a mancillar, no me importaba en lo más mínimo esa infeliz, solo quería usarla y luego desecharla, devolverla al duque después de eso, para que sufriera más al ver su criatura más preciada, rota y desdichada.
Tal vez la devolvería muerta.
Más adelante lo decidiría, cuando la tuviera a mi merced, ya quería ver su expresión asustadiza y suplicante cuando estuviese bajo mi dominio.
Sería el dueño de su vida, solo yo podría decidir si ella seguiría respirando.
— Le conviene marcharse — Dijo el lord.
Bajé mi mano y arrugué el pañuelo con mi puño.
Con ese mismo pañuelo le cubriría la nariz hasta hacerla tan dócil como una flor arrancada del suelo.
— ¿Por qué? — Lo reté — Están muy lejos de casa.
— Vamos — Ordenó la doncella y la señorita obedeció, dándome otra mirada.
El lord le siguió con toda seguridad, me dió la espalda, un gran error, jamás se debía dar la espalda a un hombre armado.
Saqué una de mis dagas.
Caminé hacia adelante, al tenerlo cerca encajé mi daga en su glúteo, retorciendo y volviendo a sacarla.
Un grito casi silencia el bullicio del mercado.
Solo pude ver el cabello naranja brillante de la señorita sacudiéndose para acudir a socorrer al imbécil del suelo.
Yo ya estaba deslizándome entre la multitud, con una capucha puesta sobre mi cabeza, nadie me detuvo.
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— ¿Tienes la carreta lista? — Pregunté a tabaco, cuando llegué al refugio.
— La alisté.
— Daremos el golpe mañana.
— Hablas como si fueras a atacar el castillo — Intervino Carter, mordiendo un trozo de muslo de pollo — Solo vamos a raptar a una niña.
— Es la hija del duque Jones — Le lancé una mirada, sentándome al borde de la mesa.
— ¿Cuánto vas a pagar por esto? — Gruñó Prudence, afilando uno de sus cuchillos.
— Treinta piezas de plata a cada uno.
— Me parece muy poco para una noble — Dijo navaja, bebiendo licor de una cantimplora.
— Las piedras preciosas ya fueron repartidas.
— Esas fueron por el robo de la tienda — Carter me evaluó — No pretendas pagarnos tan poco.
— Jamás habíamos tenido un robo tan grande, el valor de esas piedras triplica es más que suficiente para cubrir el rapto de un noble.
— Podríamos sacar provecho de esa noble — Dijo Carter — Pedir recompensa al padre por devolverla sana y salva.
— Es mi plan, son mis reglas, les daré esa recompensa, las piezas son más que suficientes para cubrir el que me ayuden a capturarla, si no desean seguirme después de eso, son libres — Gruñí, bajando de la mesa para apoyar mis puños en ella, dando una mirada dura a todos — Nunca les he obligado a estar en este equipo, tampoco les he quitado parte de sus botines, muchas veces dejé que gastaran en sus propias necesidades y no en la comida o las armas.
— ¿Si no es oro lo que quieres? ¿Qué rayos quieres? — Preguntó Prudence.
— Es mi asunto.
Todos soltaron gruñidos.
— Deberías contarles, de ese modo puede que accedan — Dijo tabaco.
— Es por venganza — Accedí y se mostraron curiosos.
— ¿De quién vas a vengarte? ¿Te acercaste a esa señorita y te rechazó? — Bromeó Carter.
— Jamás pondré mis ojos en una noble, salvo para mi cometido, esa señorita es la hija del hombre que quemó la tienda de mis padres con ellos adentro, gracias a mi padre, Maude y yo logramos salir...
— Y Maude te ha traicionado con un noble, deberías vengarte de ella también — Gruñó Carter, interrumpiendo, aventé un tenedor hacia él.
Se apartó a milésimas, el tenedor se clavó en la pared.
— Roquer ¿Te has vuelto loco?
— Solo yo puedo hablar mal de mi hermana.
Tragó con fuerza.
— Si venganza es lo que deseas, estoy dispuesta a ayudar — Dijo prudence.
— Solo les pido que me ayuden a capturar a la infeliz, les pagaré por ello, pero no los obligaré a involucrarse en esto, es mi venganza, así que no pretendo que me acompañen.
— Te ayudaremos con el rapto — Dijo Carter — ya después podremos decidir si ayudar con la venganza.
Los demás asintieron.
— Discutiremos el plan entonces.
Roquer: