Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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El precio del silencio
Yo intentaba calmar a Diego, pero era imposible; estaba completamente fuera de control. Sin embargo, en el fondo, no era por el dolor de sentirse traicionado, si no por haber lastimado su orgullo de hombre.
— Estoy esperando que me digas quién es el canalla con el que me has engañado. ¡Habla! Si ya tuviste el valor de decirme que estás esperando un hijo de otro hombre, al menos merezco saber quién es.
— Creo que eso no es necesario que lo sepas; de cualquier forma, el mal ya está hecho.
— ¡Para mí es necesario! ¿Quién es? Te exijo que me lo digas, Salomé.
La presión que ejercía sobre mí se volvía cada vez más intensa, pero no estaba lista para revelarle la verdad. Pensaba en mi hermana y su estado de salud, y eso me mantenía en silencio. No contaba con que, de repente, él soltara unas palabras que me hicieron temblar y quedarme en evidencia ante su mirada penetrante.
— Creo saber por qué no quieres decírmelo, y estoy casi seguro de que detrás de todo esto está la mano de tu adorado cuñadito, Alberto.
Me quedé paralizada; sentí como si un balde de agua fría se derramara sobre mí. No había duda de que Diego había notado desde el principio lo que había entre Alberto y yo.
— Te has quedado callada, y el que calla otorga. Sabía que se trataba de ese canalla hipócrita. ¿Pero qué clase de mujer eres tú, Salomé? ¡Qué desfachatez! ¿Y tu familia lo sabe? Porque no creo que sean tan cínicos como para aceptar que las dos hermanitas vivan bajo el mismo techo con un solo marido.
— No, no lo saben, y no es necesario que seas tan sarcástico. Además, las cosas no son como te las imaginas. Necesito darte una explicación para que puedas entender qué fue lo que pasó.
— Entonces, por eso tu padre me mandó a llamar, porque piensa que yo soy el responsable de ese hijo bastardo que esperas. —dijo con desprecio mientras bebía un trago para intentar controlar su enojo. — Ahora entiendo por qué me ha tratado tan fríamente, cuando siempre me ha mostrado afecto. En este momento, voy a decirle que su adorada hijita espera un hijo del esposo de su hermana.
— ¡No, Diego! Por favor, no te vayas. Espera. No puedes hacer eso, te lo suplico. Déjame explicarte todo lo que sucedió.
Lo tomé del brazo, con lágrimas en los ojos, suplicándole que no se fuera. Ya se había levantado de la mesa y estaba a punto de irse a contarle todo a mis padres. La gente alrededor nos miraba, pero mi desesperación era mayor que la preocupación por sus murmullos. Solo quería convencer a Diego de que no dijera nada.
Al ver que la gente se daba cuenta, él se sentó de nuevo, pidió otro whisky y se lo tomó de un solo trago. De alguna manera, trataba de controlarse. Luego me miró y me dijo:
— ¿Qué pretendes que haga ante esta atrocidad?
— Solo te pido que no le digas nada a mi familia sobre que este hijo no es tuyo.
— Jajajajaja. ¿Quieres que me case contigo y adopte a ese mocoso que es hijo de tu cuñado y nos convirtamos en la familia feliz? ¡Por favor! ¿Te has vuelto loca?
— No, no pretendo que te cases conmigo después de esto. Solo te pido que no digas nada.
— ¿Y quedar como un canalla? ¡No! No voy a permitir que tú y el bueno para nada de Alberto se burlen de mí en mi propia cara.
— Por favor, Diego, pídeme lo que quieras, pero no armes un escándalo mayor. Mi hermana padece de una enfermedad grave y mis padres no lo saben. Si ella se entera de la verdad, eso podría provocarle la muerte. No podré llevar ese remordimiento en mi conciencia.
— Creo que llevar en tu vientre a un hijo que es de tu cuñado es motivo suficiente para que no vivas en paz el resto de tu vida. Pero pensándolo bien… si estás dispuesta a todo por mi silencio, entonces podemos llegar a un acuerdo.
En ese momento, no sabía si sentirme un poco más tranquila o preocuparme más de lo que ya estaba. Sentía temor de lo que Diego pudiera pedirme a cambio.
— ¿A qué clase de acuerdo te refieres?
— Muy fácil, amorcito… Nos casaríamos como está previsto, yo le daría el apellido a ese hijo que esperas. Como sé que tu padre quiere darte en vida la parte que te corresponde de tu herencia, entonces quiero que pongas todo a mi nombre, incluidas las acciones que tienes de todas las empresas de tu padre.
— ¿Pero qué estás diciendo? Me estás pidiendo que ponga a tu nombre todos mis bienes. Eso sería quedarme prácticamente en la calle.
— No, amorcito, al contrario, te estoy salvando de que quedes en ruina. ¿Acaso no te has puesto a pensar que si tu padre se entera de que esperas un hijo del esposo de tu hermana, te quitaría de su herencia? Si te casas conmigo y asumo que ese hijo es mío, todo continuará marchando sobre ruedas. Por supuesto, si aceptas, quiero que pases todos tus bienes a mi nombre antes de que nos casemos y que hagamos un contrato prenupcial por bienes separados.
— Pero me estarías quitando toda mi fortuna. Al cederte mis acciones de las empresas de papá, te estaría dando el poder absoluto de todo, y eso no sería justo ni para mi familia ni para mí.
— ¡Exacto! Pero tú, al igual que ese bastardo que llevas en tu vientre, disfrutarían de toda la fortuna. ¡Claro! Siempre y cuando nunca te divorcies de mí, porque de hacerlo, sabes perfectamente que no te correspondería un solo centavo. Por eso necesitamos firmar el contrato prenupcial antes de la boda. Eres abogada, amorcito; puedes hacer el documento en tiempo récord y sin que tus padres se enteren.
— Eres un canalla. Jamás pensé que fueras capaz de hacerme algo así. En el fondo, creí que sentías algo por mí, que te habías comprometido conmigo porque me amabas. No sabes cómo me sentí cuando te fui infiel esa noche, pero ahora me doy cuenta de que te mereces lo que hice. Solo te importa mi dinero, y no entiendo por qué, si tú eres un hombre con una gran fortuna.
— Jajajajaja. Pues ya que estamos diciéndonos las verdades, quiero decirte algo que pensaba mantener en secreto, pero que ya no me importa que lo sepas.
— ¿De qué se trata?
— Estoy en quiebra, tengo problemas financieros muy grandes y estoy hasta el tope de deudas. Pero tu padre no lo sabe, y por eso acepté el compromiso de casarme contigo. Sé que la fortuna de tu familia es incalculable y tu padre me ha dejado el manejo de las empresas porque confía en mí y cree que sigo manteniendo el mismo estatus económico. Pero creo que este negocio contigo me va a dar mejores dividendos. Entonces, ¿aceptas o prefieres que le cuente toda la verdad a tu familia?
Me encontraba entre la espada y la pared; cualquier decisión que tomara me hundiría de igual manera. Pero la salud de mi hermana estaba primero que nada, y no podía permitir que ella se enterara de la verdad. Así que tomé en ese momento una decisión definitiva:
— Está bien, Diego. Tú ganas, acepto poner todos mis bienes a tu nombre. Me encargaré de redactar el documento y lo tendré listo mañana mismo. Pero hay una cosa que no voy a hacer y quiero dejarlo muy claro.
— Dime, ¿qué es eso que no vas a hacer?
— Te daré toda mi fortuna, me casaré contigo, dejaré que le des tu apellido a mi hijo, pero jamás seré tu mujer.
— Tú no estás en condiciones de exigir nada, Salomé. Vas a ser mi mujer, quieras o no, porque para eso vas a ser mi esposa. Así que prepárate mentalmente para que pasemos la mejor luna de miel, amorcito. O de lo contrario, toda tu familia se va a enterar de la barbaridad que hiciste con tu cuñado...
(…)