Tres reinos fueron la creación perfecta para mantener el equilibrio entre el bien y el mal.
Cielo, Tierra e Infierno vivieron en una armonía unánime durante millones de años resguardando la paz.
Pero una muerte inocente, fue suficiente para desatar el verdadero caos que amenazara por completo el equilibrio y, la existencia de todos los seres en el planeta.
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Los sentimientos de mil años, aun mantienen los recuerdos
Por alguna extraña razón, nos encontramos nuevamente unidos, a pesar de todos mis intentos por alejarme y mostrarme indiferente. El destino siempre se encarga de ponerlo a mi lado.
Han transcurrido más de mil años desde que intenté escapar de esto. Mi cuerpo se consumió en cenizas durante décadas. Lo único tangible que me queda son los recuerdos, recuerdos que desearía olvidar; quizás así sería más sencillo enfrentarlo cara a cara.
Las imágenes de nuestro pasado se agolpan en mi mente, cada una de ellas cargada de un dolor inmenso.
~o~
¡PAW! Un fuerte estruendo de cerámica quebrándose resonó en toda la casa. El pequeño YànYàn se encontraba parado frente a las puertas de lo que hoy sería su nuevo hogar. Los gritos de una mujer y los llantos de un bebé llenaban los oídos del pequeño de tan solo seis años. Esta no era su familia, y estaban muy lejos de serlo.
—¡Por Buda! ¡Mujer! Ya te lo dije. Él se quedará con nosotros desde hoy y tendrás que aceptarlo, incluso si rompes todo en esta casa.
«¡CRASH! ¡PAW!» Los gritos de aquella mujer se volvieron cada vez más fuertes con cada palabra que salía de la boca de aquel hombre, quien había sido presentado como su padre unos días atrás.
—¡JAMÁS! No aceptaré a ningún bastardo en mi casa. ¡Él no es mi hijo!
La mujer vociferó con tanta furia que sus dientes crujieron. Pero eran palabras vacías en los oídos de su esposo, quien ya había tomado una decisión.
—¡Pero es mío! Si no lo aceptas, entonces me iré con él.
La mujer quedó muda de repente, el llanto del bebé sonaba cada vez más fuerte ante el nuevo silencio en la habitación. El pequeño no podía imaginar la mirada de aquella mujer ante las palabras frías de aquel hombre que la defendía, pero podía sentir el odio y el dolor en su corazón.
—¿Escoges a un bastardo por encima de tu familia? ¿No te he apoyado lo suficiente?
Se escucharon los fuertes pasos del hombre dentro de la habitación. El pequeño YànYàn no emitió ni un solo sonido, estaba petrificado justo donde se le había ordenado quedarse. Sabía perfectamente que no era bienvenido, sabía que jamás lo sería. Su madre le explicó antes de que aquella enfermedad acabara con su vida, le contó como si fuera un cuento, que estaría solo y que, aunque lo llevaran a un nuevo hogar, nunca tendría un lugar en aquella casa.
No porque fuera un bastardo, no lo era. Tenía un padre y no era aquel hombre imponente que ahora luchaba por convencer a su esposa de aceptarlo. Tenía un padre valiente y heroico que murió en la guerra, salvando a su gran nación de la desgracia. Pero el destino, a veces, es cruel con quienes menos lo merecen. Aquel hombre que intentaba incluirlo en su hogar era amigo de su padre, lo había visto algunas veces en los últimos años. Siempre le traía frutas dulces y regalos. Era un hombre agradable a los ojos del pequeño, a pesar de su figura imponente y su gran tamaño. Le gustaba cuando venía a visitarlo, se sentía reconfortado al escuchar los actos heroicos de su padre.
Pero todo cambió con sus últimas visitas. No entendía por qué su madre le dijo que desde ahora él era su padre, y mucho menos por qué aquel hombre le dijo eso a su mujer. Con tan solo seis años, sabía muy bien que era una gran mentira, pero se le pidió guardar silencio. El pequeño YànYàn solo acató la orden, tal como su mamá le dijo antes de morir, aunque eso no significaba que estuviese de acuerdo. Aun así, sentía un pequeño dolor en su corazón.
El pequeño YànYàn se quedó aturdido en sus pensamientos cuando un fuerte golpe lo hizo saltar, "¡PAH!". La puerta se abrió de par en par, revelando a una furiosa dama con los ojos llorosos. Lo miró con odio antes de salir rápidamente con un pequeño niño entre sus brazos. Se detuvo a medio camino y se volvió hacia YànYàn, con la ira en sus ojos que solo suponía que no había más que veneno para escupir ante él. Y no se equivocaba en esa suposición:
—No eres mi hijo, jamás un bastardo como tú será parte de esta casa.
—¡Lí Mǐn! ¡Para de una vez! — intervino el hombre frente al pequeño YànYàn.
El hombre caminó lentamente hacia él y se inclinó quedando a su altura. Le dedicó una amarga sonrisa que YànYàn no comprendió y acarició sus cabellos con cariño, ignorando por completo la amargura de su esposa.
—Lo siento, Xiǎo YànYàn. Las cosas serán complicadas por un tiempo, pero recuerda siempre que este es tu hogar y siempre serás mi hijo. No dejes que nadie diga lo contrario. Desde hoy, eres Lí YànYàn, hijo del general imperial Lí.
El pequeño lo miró confundido, pero ante el dolor reflejado en aquellos ojos, solo asintió en silencio. No comprendía y sabía que, por más que le explicaran, no podría cambiar nada. Su madre estaba muerta y no tenía a nadie. Jamás había oído hablar de sus abuelos por parte de su madre, y ellos nunca aparecieron en su casa. La soledad lo abrazaba, y aunque su madre siempre le decía que era un hombrecito valiente, YànYàn sentía que era solo una mentira en ese momento. Sin embargo, si veía el lado positivo, al menos ya no vería a su madre toser y temblar cada día debido a la fiebre. Tendría comida diaria e incluso una habitación para él. No importaba lo demás, YànYàn siempre fue un niño fuerte y entendía rápidamente las circunstancias, aunque el miedo hiciera temblar sus rodillas.
...
Y así pasó el tiempo. Lí YànYàn guardó silencio durante muchos años, manteniéndose alejado de todo lo que pudiera causar problemas, especialmente con Lí fūren. Siempre adoptó un perfil bajo, bajando la cabeza ante la familia Lí durante mucho tiempo. Sin embargo, a pesar de la frialdad que reinaba en aquel lugar que debía llamar hogar, Lí Dàren, quien desde aquel día intentaba ser su nuevo padre, siempre buscaba tiempo para compartir con él y consolar su corazón. Aun así, con cada uno de esos gestos, solo lograba avivar el odio de Lí fūren hacia YànYàn cada día más.
Envenenado en su corazón, Lí fūren intentó siempre que el pequeño Lí Sǒng, el único hijo de su matrimonio, odiara a YànYàn tanto como ella. Pero por alguna razón que el pequeño YànYàn no lograba comprender, esto se hizo imposible para ellos. El pequeño Sǒng se volvía cada vez más dependiente de su hermano mayor, ignorando los constantes regaños de su madre. Parecía como si nada pudiera separarlos. Incluso cuando fūren aseguró al pequeño Sǒng que YànYàn no era su verdadero hermano, le afirmó que era un bastardo y derramó veneno en sus oídos, el pequeño YànYàn creyó que el más joven nunca más se le acercaría.
Contrariamente a las intenciones de su madre, el descubrimiento de que no eran hermanos de sangre pareció fortalecer aún más el cariño del pequeño Sǒng por YànYàn. Los años pasaron y, como todo hijo de un general, fueron destinados a diferentes actividades. Lí Song fue llevado al palacio desde niño para ser compañero del príncipe heredero, mientras que YànYàn, a sus dieciséis años, decidió ingresar a la escuela marcial para poder postular al ejército real en el futuro. Con su título y el apellido Lí, tenía asegurado un puesto, y aunque fūren lo odiara, sabía que prefería tenerlo lejos en lugar de tenerlo en casa, por lo que no se entrometía en su partida hacia las fronteras.
...
El tiempo pasó y de aquel niño ya no quedaba nada. Ahora era todo un hombre que honraba su apellido, un comandante en el ejército real. Con un título y el favor del rey hacia su familia, Lí YànYàn empezó a ver a Lí Fūren con otros ojos. Lí Fūren hacía alarde de la popularidad del joven frente a la nobleza, lo cual, aunque YànYàn nunca lo aceptaría en su interior, hacía que los días fueran más agradables para él.
Xiǎo YànYàn nunca odió ni rechazó la forma de actuar de Lí Fūren. Él sabía que el odio de aquella mujer estaba justificado, pero había jurado guardar el secreto y, con los años, comprendió el porqué de aquel silencio.
El tiempo y las leyes son demasiado crueles. Si no fuera por el general Lí y su mentira piadosa, YànYàn habría terminado como esclavo en algún lugar, si la suerte le hubiera acompañado. Por lo tanto, no le quedó otra opción que callar para siempre ante la injusticia de su destino. Y eso no era un problema. Lí YànYàn era conocido por su recato y su poca palabrería. Siempre decía las palabras justas, ni más ni menos, y eso le ayudaba a mantener un perfil bajo dentro de la familia.
Sin embargo, el problema comenzó cuando descubrió nuevos sentimientos que nunca pensó poseer. Fue en un día demasiado trivial cuando los descubrió. Estaba entrenando arduamente en el patio de la residencia Lí cuando el pequeño Sǒng apareció. Siempre habían entrenado juntos, y YànYàn nunca le negaría un duelo a su querido hermano menor. O eso creyó hasta aquel día, cuando su corazón saltó de una forma que no debía. Pasaron muchos años tratando de convencerse de que no era real, pero ¿cómo podría decir una mentira tan flagrante? Cada vez que veía sonreír a Sǒng, su corazón parecía querer salir de su pecho.
YànYàn se asustó. Comenzó a odiar aquellos sentimientos e incluso se sintió enfermo consigo mismo. No eran hermanos de sangre, pero habían crecido juntos como si lo fueran. Aquellos sentimientos que penetraban su corazón y lo apretaban con fuerza no podían ser reales.
Fue por eso que YànYàn empezó a evitar a Xiǎo Sǒng, a pesar de que su corazón clamaba por su presencia. Lo ignoró, ignoró sus sentimientos e ignoró al pequeño Sǒng durante demasiado tiempo. El miedo al nacimiento del amor era tan grande que, cuando tuvo la oportunidad, escapó lejos, muy lejos.
Tomó el examen imperial y se dirigió a la frontera norte, creyendo que de esa manera aquellos repugnantes y desastrosos sentimientos se desvanecerían. Sin embargo, no tuvo en cuenta que esos sentimientos ya eran demasiado fuertes y habían sido reprimidos durante demasiado tiempo. Bastó nada más que una vez volver a ver aquellos ojos negros, para volver a sentir cómo su corazón saltaba aún más fuerte ante el pequeño Lí Sǒng.
...
Lí YànYàn se rindió ante aquellos sentimientos un día. Lí Song tenía dieciocho años y él rondaba los veintidós. Estaba dispuesto a contarle a Xiǎo Sǒng la verdad sobre los secretos de su padre y su verdadera identidad, rogando a los cielos por alguna oportunidad que llegara con el paso del tiempo. Pero los días pasaban y parecía que las circunstancias nunca se daban. La mayoría de edad de Su Alteza Real se acercaba, y la profecía sobre su vida se había propagado por toda WūYā. La nación entera se encontraba sumida en el caos. Lí Sǒng casi no volvía a casa, y cuando lo hacía, siempre estaba acompañado de la joven dama asignada como su compañía. La mera presencia de esta persona lo hacía retroceder una y otra vez. Los comentarios sobre lo hermosa que era la pareja y los beneficios de la unión entre ambas familias rondaban su mente día tras día.
El corazón de Lí YànYàn se hundía cada vez que escuchaba aquello y, aún más, cuando la gente, en su ignorancia, siempre decía que debía brindar apoyo moral a su hermano menor... ¿Cómo podría hacerlo? ¡No había forma! Solo los cielos sabían cuántas veces deseó gritárselo. Pero la negación no podía salir de su boca. Simplemente calló, calló como solo él sabía hacerlo, sepultando todos esos sentimientos y manteniendo todo ese dolor en lo más profundo de su corazón.
Jamás podría expresarlos ni mostrarlos, y el único consuelo que le quedaba era saber que aquellos sentimientos eran únicamente suyos, le pertenecían, y los conservaría como lo más preciado que tenía, aunque el destino decidiera que no podían ser borrados ni siquiera con el paso del tiempo...
Estaba demasiado perdido en los recuerdos como para no sentir su presencia. Ordenaba y preparaba todo para la partida, sabiendo que sería un largo viaje. Liú Huó siempre me encargaba de preparar cada detalle desde que se presentó como mi general al mando de las tropas reales hace más de mil años, en la batalla de WūYā. Ganó mi completa lealtad al descubrir aquel oscuro secreto que perturba mi corazón. En lugar de actuar con asco o repudiar mi moralidad, simplemente se sentó a escuchar mi historia aquel día. A partir de entonces, una gran amistad se desarrolló y se fortaleció durante las batallas. Incluso me devolvió a la vida después de cargar tantos años con mis huesos, sin dejarnos en el olvido.
Mi lealtad hacia él es inquebrantable, agradecido por su apoyo y por la oportunidad que me dio de volver a ver a Lí Sǒng. Aunque sea desde las sombras, aunque sea desde lejos, puedo admirar su brillante aura siempre que lo desee, sin ataduras y sin experimentar el dolor agudo que sentía hace más de novecientos noventa años al verlo.
Intenté disipar los pensamientos negativos, pero antes de que mi lucidez volviera por completo, escuché los pasos resonando detrás de mí, tomándome por sorpresa. —Hace más de setecientos años... no hemos hablado en todo ese tiempo, y ni siquiera me diriges una mirada adecuada cuando estamos frente al otro.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar la suave voz a mis espaldas, casi como un susurro, haciendo que cada parte de mí se contrajera. —No tengo nada que decir. Ya no somos nada y estamos en planos enemigos. Sé que conoces la verdad sobre tu padre y mi origen, no necesitas buscarme.
No me volteé para mirarlo; no tenía el valor ni la fuerza para hacerlo. Pero nada me preparó para sus acciones: unas cálidas manos rodearon mi cuerpo y me jalaron con fuerza hacia él. —A la mierda con eso... tú siempre serás la única familia que quiero a mi lado.
Lí Sǒng pronunció esas palabras con una voz demasiado exigente, pero de alguna manera, mi corazón se rompió en mil pedazos al escucharlas. Sabía que no diría nada diferente, pero aun así, me dolió profundamente.
«Familia». Aquellas palabras resonaron una y otra vez en mi mente. Permanecí en silencio ante ellas, quedándome inmóvil, esperando que retirara sus manos de mi cuerpo. Sin embargo, lo miré fijamente a los ojos, tratando de mostrar mi incomodidad. Y él lo entendió demasiado rápido, para mi sorpresa. —¿Me odias ahora por lo que soy? YànYàn... ¿Qué cambió? ¿En qué me equivoqué? Extraño realmente los viejos tiempos y, por más que lo pienso, no entiendo qué fue lo que salió mal.
—Fue lo mismo que dijiste hace tantos años y luego partiste a las fronteras. No entiendo qué pasó o si tal vez hice algo incorrecto, pero lo siento, sea lo que sea que hice para alejarte de esta manera, yo... lo siento YànYàn.
Lí Sǒng se retiró rápidamente luego de aquellas palabras, y un nudo se formó en mi garganta. Quería gritar, quería correr detrás de él y decirle todo, pero no podía. No podía hacerle eso. Está bien si solo yo sufro con esto. Puedes odiarme, Lí Sǒng. Puedes odiarme. Eso será lo mejor que puedo hacer por ti. El odio es mejor que la decepción.
Me dirigí a la puerta, divisando cómo se iba a paso apresurado, apretando fuertemente los puños. Sé que esto está mal, sé que no es realmente correcto, pero de esta forma puedo protegerlo de mí, de mis desagradables sentimientos y, al menos, así aún conservará esos gratos recuerdos de nuestra infancia. Me recordará como un hermano, como lo único que puedo ser para él.