En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPÍTULO TRECE: EL DESPERTAR DEL MAL
La música retumbaba en el salón, resonando entre las paredes adornadas con cuadros de figuras históricas y muebles lujosos. La fiesta estaba en pleno apogeo. Entidades del inframundo y simples mortales se mezclaban en una danza de engaño y disfraces. Los mortales, ajenos a la verdadera naturaleza de sus acompañantes, se dejaban llevar por la atmósfera de opulencia y misterio. Azael, se movía entre la multitud, su presencia apenas era percibida por los invitados. Sus ojos escudriñaban cada rincón del salón, buscando a alguien en específico: Morgana.
—¿Dónde estás? —Busco desesperadamente.
Morgana era una mujer de unos treinta años que destacaba en el salón. Su belleza era cautivadora y sofisticada, su cabello largo y ondulado de color negro azabache se movía con cada paso de baile que daba, atrayendo la atención de muchos. Sus ojos color miel parecían penetrar el alma de quienes se atrevían a mirarla, y su piel morena y tersa reflejaba un aura de poder y misterio. Era definitivamente una obra de arte que merecía su propio retrato en el museo.
Ella vestía con ropa corta y moderna, pero al mismo tiempo, poseía una elegancia, proyectando una imagen de riqueza y sofisticación. Sin embargo, esta belleza era sólo una máscara para su verdadera apariencia. Morgana era una vil ladrona, un demonio sin corazón ni nobleza, que cuando se transformaba, tomaba la forma de una figura alta y esbelta con piel de un oscuro púrpura. Sus ojos se volvían completamente negros, como si toda la vida que había en ellos, hubiera sido robada, y su cabello se convertía en una melena de sombras vivientes. Sus dedos se alargaban en garras afiladas y sus alas de murciélago emergían, translúcidas y siniestras. Grandes cuernos se alzaban en su cabeza, completando su aterradora transformación. —Morgana— murmuró, su voz suave pero cargada de intención—. Tenemos asuntos que discutir.
Morgana dejó escapar una risa suave, una melodía oscura que parecía resonar en el alma de quienes la escuchaban. Se giró por completo, enfrentando a Azael con una mirada que mezclaba curiosidad y diversión. Hacía tiempo no se veían. Casi trece años.
—Oh, Azael, querido. Siempre tan formal—sarcásticamente dijo ella—. ¿Qué asuntos podrían ser tan urgentes como para interrumpir mi diversión? Además, te recuerdo que nosotros dos no mantenemos contacto desde hace muchos años. No creo que tengamos nada de lo que hablar.
Azael inclinó ligeramente la cabeza, manteniendo su expresión seria.
—Astaroth está aquí—dicho eso, la expresión de Morgana endureció—. Creo que eso si es un tema de discusión entre nosotros dos. El desea continuar con la misión que tenía planeada desde hace siglos, y necesita de nosotros para eso. El cofre que se fue dado a la menor de los Lith debe ser enrejado a él cuanto antes.
—¿Me hablas en serio, Azael?
— No tendría por qué mentir y poner en peligro mi lugar en la mansión. Morgana, tu capacidad para manipular las sombras y las mentes será crucial para esta misión. El cofre no debe permanecer en manos de los Lith…Victoria se encuentra en la vieja academia—dijo entre dientes, pendiente de que nadie indebido escuchara su conversación—. Debemos ingresar a la academia.
—Estas demente. No podemos ingresar a ese lugar. Solo buscaremos que nos hagan polvo.
—¿Acaso te da miedo?
—¡Pero por supuesto! ¿Acaso me estás pidiendo que arriesgue todo por una misión que puede ser fatal? —preguntó Morgana, con una mezcla de incredulidad y desdén. Sus ojos brillaban con un destello de desafío mientras miraba a Azael.
—Sí, te lo estoy pidiendo —respondió Azael con firmeza—. La misión es de suma importancia. Astaroth ha puesto en juego más de lo que imaginas.
—Y tú, ¿qué ganas con todo esto? —inquirió Morgana, con un tono sarcástico—. No me has explicado por qué debería arriesgarlo todo solo porque Astaroth lo diga.
—Porque el destino de nuestra existencia está en juego. Astaroth no es alguien con quien debas jugar. Su ambición no tiene límites, y su poder es inmenso. Si logramos entregarle el cofre, estaremos a salvo—dijo Azael, con una seriedad inquebrantable.
Morgana se cruzó de brazos, su rostro se tornó en una expresión pensativa mientras evaluaba las palabras de Azael. La idea de enfrentarse a la vieja academia, un lugar conocido por sus peligros y restricciones para todos los demonios, la llenaba de una mezcla de temor y desdén.
—No estoy dispuesta a arriesgarme sin garantías —dijo finalmente, con voz dura—. Si vamos a hacer esto, necesitamos un plan sólido y contingencias para todo. No puedo permitirme la posibilidad de fallar.
Azael asintió, reconociendo la seriedad de Morgana.
—Lo entiendo. Pero debemos actuar con rapidez.
—Muy bien, —dijo Morgana, resignada pero decidida—. Haremos esto a tu manera. Pero ten por seguro que si algo sale mal, no te daré una segunda oportunidad.
Azael dio un paso atrás, satisfecho con la respuesta de Morgana. Sabía que con su ayuda, la misión tendría muchas más probabilidades de éxito. Así mismo, lejos del lugar, en el corazón del oscuro bosque, Astaroth esperaba pacientemente, sus ojos brillando con una malevolencia inquietante. La noche estaba en calma, pero la anticipación de lo que estaba por venir llenaba el aire con una tensión palpable. Sabía que el cofre pronto estaría en sus manos, y con él, el poder para desatar una nueva era de oscuridad sobre el mundo. Jamás volvería a dejarse derrotar por aquellos que se llamaban así mismos “los hijos de Dios” como hacía ya milenios. Esta vez estaba decidido a tomar el lugar que, según él, se le fue robado. Su mirada se alzó al cielo y soltó una poderosa y escalofriante risa que hizo que los pájaros que antes se encontraban cantando, se escabulleran de ahí.
—¿Cuál es el plan?
— Debemos ir primero con Astaroth.
—De acuerdo, Azael.
Con el pasar de las horas, en la academia, Victoria se encontraba cada vez más aburrida en su habitación. Era lunes, un día sin clases, pero tenía una actividad pendiente por lo que podía leer en ese pergamino. Frustrada, arrugó el papel que tenía en las manos y lo arrojó a un lado de la habitación. "Qué estupidez", pensó. Pero, aunque intentaba deshacerse de la idea, no podía negar que algo en aquello le causaba curiosidad.
Victoria se recostó en la cama, mirando el techo mientras dejaba que su mente divagara. A pesar de su rechazo inicial, no podía dejar de pensar en ese papel arrugado en el suelo. Algo en él la llamaba, una especie de inquietud que no lograba sacudirse. Se levantó con un suspiro, recogió el papel y lo desdobló, sus ojos repasando las palabras con una mezcla de duda y atracción. Era una invitación, una propuesta para participar en una actividad en la que nunca había mostrado interés antes y que tampoco conocía: excursión hacia museos. Al principio, lo había descartado como una tontería, una pérdida de tiempo que no encajaba con sus intereses. Pero ahora, en la soledad de su habitación, la idea de explorar comenzó a parecer menos absurda.
—Quizás no sería tan malo intentarlo— murmuró para sí misma, mientras volvía a leer la invitación. Sentía una chispa de curiosidad al imaginarse inmersa en ese mundo nuevo.
Decidió ir, convencida de que no tenía nada que perder. Cuando estuvo lista, bajó hacia el patio trasero de la escuela, donde unos autobuses esperaban para llevarlos al museo. Victoria frunció el ceño al ver los vehículos; nunca antes había viajado en uno de esos y, para ser honesta, le parecían de poca clase. Sin embargo, dejando de lado sus prejuicios, subió a uno de ellos siguiendo las indicaciones de uno de sus profesores.
El interior del autobús era tan poco impresionante como había imaginado: asientos de tela desgastada, ventanas empañadas y el murmullo constante de los demás estudiantes llenaban el espacio. Victoria se acomodó en un asiento junto a la ventana, cruzando los brazos con una mezcla de resignación y curiosidad. Mientras el autobús se ponía en marcha, se permitió un momento para observar a los demás. La mayoría parecían emocionados, charlando animadamente sobre lo que esperaban ver en el museo.
—Hola, Victoria—escuchó de una voz desconocida. Levantó la vista y se encontró con una chica que la miraba con una sonrisa tranquila—. Sé que no me conoces, pero mi nombre es Serena. ¿Puedo sentarme contigo?
Victoria la observó de arriba abajo, notando inmediatamente lo peculiar de su apariencia. Serena llevaba un atuendo de un azul profundo, casi etéreo, que parecía fluir como agua al moverse. Sus cabellos oscuros caían en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos... sus ojos eran lo más llamativo. Tenían un tono azul tan intenso que a Victoria le pareció estar viendo el océano reflejado en ellos, vasto e insondable. Por un momento, se sintió como si estuviera siendo arrastrada por una corriente desconocida, algo en la mirada de Serena la atraía de una manera inexplicable. Sin embargo, Victoria no era del tipo que se dejaba impresionar fácilmente, así que se limitó a encogerse de hombros y a hacer un gesto hacia el asiento vacío a su lado.
—Supongo que sí—respondió con indiferencia.
Serena se sentó con una gran sonrisa, colocando su bolso sobre sus rodillas.
—Gracias—dijo Serena, su voz suave como una brisa marina—. No suelo acercarme a las personas, pero creo que es bueno, ¿no lo crees?
Victoria arqueó una ceja.
—No lo sé—respondió con cautela—. No suelo hacer amigos nuevos.
Serena sonrió con comprensión, como si esperara esa respuesta. Sin embargo, en lugar de insistir, simplemente desvió la mirada hacia la ventana, dejando que el silencio se asentara entre ellas, pero era un silencio cómodo.
—Oye… sabes que dicen que eres novia de este chico… —dijo Serena de repente, rompiendo el silencio.
Victoria giró la cabeza hacia ella, sorprendida por el comentario inesperado.
—¿De qué chico? —preguntó, intrigada pero manteniendo su tono neutral.
—Thaddeus —respondió Serena, con una ligera sonrisa, como si estuviera compartiendo un secreto.
Victoria parpadeó, tratando de procesar la información. Thaddeus era un nombre que no esperaba escuchar, y mucho menos relacionado con ella. Pero novio... eso era nuevo.
—Dios, resulta que tengo novio y no me había enterado —respondió con sarcasmo, una sonrisa burlona en sus labios—. Que patético.
Serena río suavemente.
—Sí, bueno, los rumores siempre tienen algo de verdad, ¿no crees? —dijo Serena, inclinándose un poco hacia Victoria, como si estuviera compartiendo un pensamiento íntimo.
Victoria la miró con desconfianza, pero no pudo evitar que su curiosidad aumentara. ¿Por qué estaba Serena mencionando a Thaddeus? Y, más importante, ¿por qué había algo en su tono que hacía que la idea no pareciera tan absurda?
—Y dime, ¿por qué crees que dicen eso? —preguntó Victoria, ahora realmente interesada en conocer más sobre esos rumores.
Serena se encogió de hombros, volviendo a mirar por la ventana.
—Tal vez porque ven algo en ustedes que ni siquiera tú has notado todavía.
Victoria no supo qué responder a eso, pero la semilla de la curiosidad había sido plantada, y mientras el autobús continuaba su camino, su mente no podía dejar de divagar sobre Thaddeus y por qué alguien pensaría que había algo entre ellos.
—Solo somos… amigos —dijo Victoria, eligiendo sus palabras con cuidado—, pero no busco algo más con él ni con nadie.
Serena la observó por un momento, como si estuviera evaluando la sinceridad en sus palabras. Luego asintió lentamente, con una sonrisa que no parecía del todo convencida.
—Lo entiendo, a veces es mejor así —respondió Serena, su voz tan suave como siempre—. Pero, ¿alguna vez has pensado que algunas personas llegan a nuestras vidas por una razón, incluso si no lo buscamos?
Victoria frunció el ceño ligeramente, incómoda con el rumbo de la conversación. No le gustaba que alguien, especialmente alguien que acababa de conocer, insinuara que podría haber algo más en su relación con Thaddeus. Pero al mismo tiempo, había algo en la forma en que Serena lo decía que la hacía dudar.
—No lo sé —contestó finalmente, con un tono más firme—. Prefiero concentrarme en mis propias cosas. Thaddeus es… un mundo aparte, y no necesito más complicaciones en mi vida.
—A veces las complicaciones nos muestran lo que realmente somos —dijo enigmáticamente, antes de desviar la mirada hacia la ventana una vez más.
Victoria no respondió, pero las palabras de Serena resonaron en su mente. Mientras el autobús seguía su trayecto, no podía dejar de pensar en Thaddeus y en lo que Serena había insinuado. Sin embargo, se recordó a sí misma que no estaba buscando nada más, y que no permitiría que nadie la hiciera cambiar de opinión.
Cuando por fin llegaron, los estudiantes comenzaron a bajar del autobús uno por uno. Victoria salió del vehículo y alzó la vista, observando el lugar como si fuera algo sacado de otro mundo. Estaban en el museo de historia y teatro Prye, un majestuoso edificio de madera y ladrillo, envuelto en un aura de misterio. Era conocido por sus grandes obras teatrales y las leyendas que rodeaban a las criaturas oscuras que, según decían, habían inspirado muchas de sus historias. Victoria había leído sobre el museo en varias ocasiones, y siempre le había parecido un lugar fascinante, casi mágico.
El museo fue fundado hace más de doscientos años, y aunque su historia estaba repleta de detalles intrigantes, los verdaderos creadores del lugar permanecían en el anonimato, un misterio que había alimentado su leyenda a lo largo del tiempo. Los estudiantes, emocionados y curiosos, se dispersaron rápidamente por las distintas salas del museo, explorando los extensos corredores que conducían a habitaciones llenas de reliquias, antiguos manuscritos, y decoraciones que parecían sacadas de los cuentos más oscuros.
Victoria, en lugar de seguir a la multitud, se quedó un momento en la entrada, tomando un respiro profundo mientras trataba de absorber la atmósfera del lugar. El olor a madera antigua y a papel viejo la envolvía, y no podía evitar sentirse emocionada por lo que estaba a punto de descubrir.
De repente, sus ojos se dirigieron instintivamente hacia un grupo a unos metros de distancia. Allí estaba Thaddeus, de pie junto a Celine y los amigos de ella. Parecía absorto en su conversación, pero algo en su postura y en la forma en que su mirada se desvió momentáneamente hacia ella le dio a Victoria una extraña sensación de inquietud.
—Victoria —habló Serena, quien había permanecido detrás de ella en silencio—. ¿Te gustaría ir a la sala de los cuadros? Dicen que es muy interesante, ya que tiene pinturas muy aterradoras.
Victoria, aún con la mirada fija en Thaddeus y su grupo, se sorprendió por la repentina propuesta de Serena. Volvió la cabeza hacia ella, notando la misma calma en su voz y en su expresión que había percibido antes.
—¿Pinturas aterradoras? —preguntó Victoria, con una mezcla de escepticismo y curiosidad.
Serena asintió, sus ojos brillando con una emoción contenida.
—Sí, son obras antiguas, algunas dicen que están malditas. Pero, más allá de las historias, son realmente impresionantes, en especial si te gustan las cosas fuera de lo común.
—Está bien —respondió, asintiendo lentamente—. Vamos.
Serena sonrió, y sin decir nada más, comenzó a caminar hacia uno de los oscuros corredores que llevaban a las salas interiores del museo. Victoria la siguió, notando cómo el ambiente del lugar se volvía más pesado y las luces más tenues a medida que se adentraban en el museo. Finalmente, llegaron a la entrada de la sala de los cuadros. Las grandes puertas de madera estaban entreabiertas, y desde el interior se filtraba una luz tenue, casi espectral. Serena empujó suavemente una de las puertas y la abrió por completo, revelando un vasto salón lleno de pinturas que cubrían las paredes de piso a techo. Los colores oscuros y las figuras inquietantes dominaban las obras, cada una más perturbadora que la anterior.
—Bienvenida a la sala de los cuadros —murmuró Serena, con un tono que casi parecía un susurro—. Aquí, cada pintura cuenta una historia, y algunas… bueno, algunas tienen vidas propias.
—Esto es… increíble, aterrador, pero increíble —murmuró Victoria, sin apartar la vista de los cuadros que la rodeaban. Cada pintura parecía contar una historia oscura y retorcida, como si los artistas hubieran plasmado sus peores pesadillas en el lienzo.
Serena asintió, compartiendo su asombro.
—Sí que lo es —respondió, su voz casi un susurro, como si temiera que las mismas pinturas pudieran escucharla—. Hay algo en estas obras que va más allá de lo que se ve a simple vista. Es como si capturaran una parte del alma de quien las observa.
Victoria sintió un escalofrío ante esas palabras, pero no pudo evitar acercarse a uno de los cuadros que le llamaba especialmente la atención. Era una imagen inquietante de un hombre envuelto en sombras, con ojos que parecían seguirla a donde quiera que se moviera.
—Dicen que algunos de estos cuadros han estado aquí desde la fundación del museo —continuó Serena, acercándose a Victoria—. Y que otros simplemente... aparecieron un día, sin que nadie supiera cómo llegaron aquí.
—¿Aparecieron? —Victoria frunció el ceño, desconcertada—. ¿Cómo es posible eso?
Serena se encogió de hombros.
—Es solo una de las muchas leyendas que rodean este lugar. Algunos dicen que los cuadros fueron pintados por artistas que hicieron pactos oscuros, y que sus almas quedaron atrapadas en las pinturas. Otros creen que los cuadros son puertas a otros mundos, lugares que están más allá de nuestra comprensión.
—Pero son solo historias, ¿verdad? —preguntó Victoria, buscando un poco de certeza en la incertidumbre.
—Quizás —respondió Serena con una sonrisa enigmática—. Pero en un lugar como este, es difícil saber qué es real y qué no lo es. A veces, las historias tienen más poder de lo que imaginamos.