El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Sanación.
Después de la destrucción de la mansión, Gabriel comienza a trabajar más de cerca con su terapeuta. Aunque ha aprendido a confrontar muchos de sus traumas, el proceso de sanación es gradual y está lleno de desafíos. Una de las revelaciones más importantes que surgen es la idea de que ha estado viviendo toda su vida bajo las sombras de su padre y sus decisiones. Desde niño, Gabriel fue moldeado por la expectativa de seguir el legado de León Sepúlveda, lo que lo llevó a suprimir sus verdaderos deseos e intereses.
En una sesión particularmente intensa, Gabriel enfrenta el miedo de no tener identidad propia, de ser solo una extensión de los pecados de su padre. Este temor ha sido una constante que lo ha mantenido atrapado en un ciclo de autodesprecio, sintiendo que cualquier intento de construir una vida fuera de ese legado fracasaría. La terapia lo ayuda a desmantelar esta creencia, mostrándole que su vida no está predeterminada por los errores de su familia.
Mientras Gabriel continúa su proceso terapéutico, su memoria comienza a desbloquear fragmentos olvidados de su infancia. En uno de esos flashbacks, se ve a sí mismo a los ocho años, escuchando una discusión entre su madre y su padre. Su madre, una mujer cálida pero marcada por la desesperación, le rogaba a su esposo que dejara de involucrar a Gabriel en los secretos de la mansión. “No lo conviertas en ti”, le decía, su voz rota por el miedo y el amor. Gabriel recuerda la sensación de confusión que lo embargó al escuchar esas palabras, demasiado joven para comprender la magnitud de lo que sucedía a su alrededor. En su mente, comenzaba a formarse la creencia de que siempre estaría destinado a repetir los errores de su padre, una idea que lo había perseguido hasta la adultez.
Este recuerdo es clave para Gabriel, quien lo discute en profundidad con su terapeuta. Comprende que, en su infancia, fue obligado a asumir responsabilidades y secretos que ningún niño debería cargar. El trauma de ese pasado lo hizo desconfiar de sí mismo, temer que cualquier elección propia estuviera condenada al fracaso. Durante esta fase del proceso de sanación, Gabriel se da cuenta de que su lucha no es solo contra los fantasmas de su pasado, sino también contra las falsas narrativas que se había contado a sí mismo durante años.
Paralelamente, Claudia sigue profundizando en su propio proceso de sanación. Aunque ha logrado confrontar muchos de los traumas relacionados con la muerte de su hermano, las cicatrices emocionales siguen presentes. A través de flashbacks, se muestra cómo su familia siempre le impuso la idea de "ser fuerte", lo que la llevó a reprimir su duelo, creyendo que mostrar vulnerabilidad era una debilidad. Este enfoque la había aislado emocionalmente de las personas a lo largo de su vida, dificultando la creación de relaciones profundas y auténticas.
Durante una de sus sesiones con el terapeuta, Claudia recuerda una tarde específica en la que, siendo adolescente, había encontrado un álbum de fotos de su hermano. Al intentar hablar con su madre sobre su dolor, esta le había dicho: “No mires atrás, no sirve de nada. Tienes que seguir adelante”. Esa frase se convirtió en una especie de mantra para Claudia, una que la obligó a mantener su sufrimiento en silencio. Ahora, más consciente de lo dañino que fue reprimir esos sentimientos, comienza a liberar el dolor que había escondido durante tanto tiempo.