Bajo La Sombra Del Miedo

CAPITULO 13

HENRY WALSH PARTE 1

Nací en el año 1883, aunque ya he olvidado el mes y el día exactos. Mi infancia recuerdo que fue feliz, pero no puedo recordar con claridad los rostros de mis padres. Se que vivíamos en una casa y una tienda en la ciudad y en las tardes mi madre me enseñaba a leer y escribir, sentados juntos en la mesa de la cocina. Mi padre, por su parte, me enseñó todo lo que sabía sobre la vida, y los negocios.

Desde muy joven, supe que debía trabajar para ayudar a mi familia. Comencé a trabajar en la tienda desde que tenía conciencia. Mis manos pequeñas pero fuertes aprendieron rápidamente a manejar todo lo correspondiente y a realizar las tareas diarias. A pesar del trabajo duro, nunca me quejé. Sabía que cada esfuerzo contribuía al bienestar de mi familia.

Las mañanas comenzaban temprano, con el canto del gallo anunciando el nuevo día. Me levantaba antes del amanecer, me vestía rápidamente y salía al trabajo, aún recuerdo el aire fresco de la mañana y el aroma a nieve fresca. Trabajaba hasta el anochecer, pero siempre encontraba tiempo para disfrutar de los pequeños placeres de la vida: una charla con mis amigos, una caminata por el bosque o simplemente observar las estrellas en el cielo nocturno.

A medida que crecí, mis responsabilidades aumentaron, pero en un giro del destino mis padres me enviaron a Londres con un pariente para que estudiara y trabajará ya cuando regrese era todo un hombre.

Luego de eso fue que conocí a Margaret ese fue uno de los más felices de mi vida. Estaba seguro de que ella sería la mujer con la que pasaría el resto de mis días. Nos conocimos en la sala de esta misma casa, un lugar que ahora guarda tantos recuerdos fue un de primavera, y el sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, llenando la habitación con una luz dorada. Yo estaba visitando a la familia Moloney con mi padre para entregarles una mercancía nueva cuando la vi por primera vez. Margaret entro corriendo por la puerta y callo frente a mi. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos azules brillaban con una mezcla de inteligencia y dulzura.

Nos presentaron, y desde el primer momento, sentí una conexión especial. Pasamos la tarde conversando, riendo y compartiendo historias. Cada palabra que decía, cada gesto que hacía, me hacía enamorarme más de ella. Sabía que había encontrado a la persona con la que quería compartir mi vida.

Sin embargo, nuestra felicidad fue efímera. El padre de Margaret, un hombre severo y tradicional, no aprobaba nuestra relación. Consideraba que yo no era digno de su hija debido a mi humilde origen. A pesar de nuestros intentos de convencerlo, su decisión fue firme y cruel: fui expulsado de la casa y se me prohibió volver a verla.

El dolor que sentí ese día aún está latente en mi ser, así que Margaret y yo nos despedimos con lágrimas en los ojos, prometiéndonos que encontraríamos una manera de estar juntos. Antes de irme, le hice una promesa solemne: regresaría con mucho dinero y éxito, y la haría feliz. Le juré que no importaba cuánto tiempo pasara, siempre la amaría y haría todo lo posible para estar con ella.

Con el corazón roto, pero lleno de determinación, dejé la casa y comencé mi viaje. Sabía que el camino sería difícil, pero estaba dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo por el amor de Margaret. Cada día que pasaba, cada desafío que superaba, me acercaba un poco más a cumplir mi promesa.