En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO OCHO: LA MUJER BAJO EL VELO
Una mujer elegante siempre destacaba entre la multitud. Los ojos curiosos no podían evitar seguirla, atraídos por su manera de caminar, con una gracia innata que parecía casi sobrenatural. Su voz, suave y melodiosa, pronunciaba las palabras con una precisión que hipnotizaba a quienes la escuchaban, cada sílaba cuidadosamente elegida para resonar con autoridad y amabilidad. No era solo su apariencia la que capturaba la atención, sino también su comportamiento impecable, irradiando una confianza serena que hacía que todos los demás parecieran un poco más torpes en comparación. Tratar con ella era una experiencia inigualable; su cortesía y respeto hacia los demás, sin importar su estatus o posición, la convertían en un faro de elegancia y dignidad en un mundo que a menudo carece de ambas.
Victoria había sido moldeada desde la infancia para encarnar la feminidad en su forma más pura. La educación que recibió estaba impregnada de delicadeza y gracia, como si cada gesto y cada palabra que aprendía fueran cuidadosamente seleccionados para preservar su fragilidad, similar a los pétalos de una rosa. Nunca se permitió que en su presencia se pronunciaran malas palabras; el mundo de la vulgaridad le era completamente ajeno, y ni siquiera sentía la tentación de explorar ese lado de la realidad.
Su amor por la feminidad se manifestaba en cada aspecto de su vida. Se deleitaba al probar los vestidos que llegaban a su habitación, cada uno más exquisito que el anterior, con telas que acariciaban su piel y cortes que realzaban su figura con elegancia. Sentía un placer especial al aplicar el labial rojo que armonizaba con sus intensos ojos del mismo color, resaltando su mirada enigmática y seductora, pero que nadie tenía el gusto de observar nunca.
Los lunares que salpicaban su piel eran su adorno más preciado. Estos pequeños puntos oscuros que se extendían por sus hombros, subían por su cuello y se dispersaban por su mejilla, le daban un aire casi celestial. A menudo se imaginaba que su cuerpo era un microcosmos, un universo repleto de estrellas que la hacía única y misteriosa. Al terminar de arreglarse, Victoria salió de la habitación y comenzó a recorrer los largos y anchos pasillos de la academia, donde pocas alumnas deambulaban a esas horas. A pesar de las miradas curiosas que le lanzaban las otras chicas, ella mantenía su atención en el edificio que la rodeaba. La arquitectura gótica, con sus torres afiladas y rincones sombríos, le recordaba a su propia vida: llena de secretos y sombras, pero también salpicada de destellos de belleza y complejidad. A medida que avanzaba, las miradas de los demás estudiantes se fijaban en su figura, algunas llenas de curiosidad, otras de recelo, lo que provocó una sonrisa en sus labios. ¿Por qué la observaban de esa manera? A fin de cuentas, ella era solo una chica más.
Sin embargo, cuando llegó al comedor, la sensación de normalidad se desvaneció rápidamente. Ante ella se desplegaba una escena que parecía sacada de un cuento de terror. Vampiros, fácilmente identificables por el punto de sangre en sus ojos, se mezclaban con semiángeles, cuyos cabellos blancos brillaban como hilos de plata bajo la luz tenue. También había otros seres mágicos, cada uno con características tan peculiares que parecían sacados de las leyendas más antiguas.
Victoria se sintió como una extranjera en un mundo aún más extraño, rodeada de criaturas que solo había leído en los libros antiguos de la mansión Lith. Era la primera vez que interactuaba con seres que no pertenecían a su familia, y aunque por dentro se sentía abrumada por lo nuevo y desconcertante del ambiente, su exterior permanecía impasible. No podía permitirse mostrar ninguna debilidad en este lugar. No ahora. Todo en este entorno le resultaba desconocido, pero era precisamente esa incertidumbre la que le recordaba que estaba destinada a cosas más grandes y complejas de lo que nunca había imaginado.
— Mantén la calma, Victoria—se dijo así misma —. Eres una Lith. No debes intimidarte.
Sus ojos recorrieron el comedor hasta detenerse en sus primos, sentados en una de las largas mesas del centro. Se conocían desde siempre, pero su relación nunca había sido cercana. Apenas habían intercambiado algunas palabras en contadas ocasiones. La duda la invadió: ¿debería acercarse a ellos? Sabía que no recibiría una cálida bienvenida, y la idea de un rechazo más evidente la incomodaba. Tras un momento de reflexión y un respiro profundo, decidió no arriesgarse. Desvió su camino hacia una mesa casi vacía, ocupada únicamente por una chica que vestía un traje de monja.
La joven parecía absorta en la lectura de un libro grueso y antiguo, con las páginas gastadas por el tiempo. Cuando Victoria se acercó, la chica levantó la vista, y sus ojos se encontraron por un breve instante. La monja le dedicó una sonrisa amable, una que no reflejaba ni juicio ni curiosidad, antes de volver a concentrarse en las palabras impresas.
Victoria se quedó inmóvil, sorprendida por la sonrisa que había visto. Era un gesto tan ajeno a su vida que ni siquiera estaba segura de comprenderlo. Las sonrisas eran raras en la mansión Lith, un lugar donde la seriedad y la disciplina reinaban por encima de cualquier muestra de emoción. Arrugó el rostro en una mueca de desconcierto y desvió la mirada hacia el frente, perdiéndose en la distancia, tratando de recuperar la calma.
Sin embargo, su momentánea paz se vio bruscamente interrumpida cuando un grupo de bulliciosos chicos se sentó a su lado, sus risas y conversaciones llenando el aire. La perturbación fue como un golpe para Victoria, que apretó la mandíbula con fuerza, sintiendo cómo una oleada de enojo subía por su pecho. Era la única emoción que le habían enseñado a controlar, la única que le habían permitido expresar abiertamente. Todo lo demás debía ser ocultado tras su velo, tras su apariencia imperturbable. Pero en ese momento, la irritación se apoderó de ella, invadiendo su mente con pensamientos de rechazo hacia ese ruido que había invadido su espacio.
—Oye, ¿eres nueva por aquí? —preguntó uno de los chicos, fijando sus ojos en ella con una expresión que mezclaba curiosidad y sorpresa. Su cabello oscuro estaba despeinado, como si el viento se hubiera encargado de darle ese aspecto desordenado pero natural. Había una chispa traviesa en sus ojos, una que sugería que estaba más intrigado de lo que quería mostrar—. No recuerdo haberte visto antes... —continuó, haciendo una pausa mientras la evaluaba con la mirada—. Espera, ya lo entiendo. Eres una de ellos, ¿verdad? Una Lith.
Sus palabras fueron acompañadas de un ligero movimiento de cabeza hacia un grupo cercano, un gesto apenas perceptible.
—¿Son esos tus familiares? —preguntó, sin apartar la vista de ella, como si estuviera esperando una reacción que confirmara sus sospechas—. Es curioso... nunca pensé que vería a una mujer Lith en persona.
Su tono era casi reverente, como si acabara de tropezarse con algo más que una simple coincidencia.
—He oído sobre tu familia —continuó, bajando un poco la voz, como si estuviera compartiendo un secreto—. Según una leyenda que circula por aquí, en tu linaje no ha habido mujeres en más de cien años. Es algo de lo que siempre se ha hablado con un aire de misterio y respeto. Es increíble eso.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran, como si quisiera que ella entendiera el peso de lo que acababa de decir.
—¿Así que has sido tú quien rompió esa leyenda? —preguntó finalmente, su voz cargada de una mezcla de admiración y asombro—. Eso es verdaderamente fantástico. No puedo imaginar lo que debe ser llevar algo así sobre tus hombros.
Victoria observó al chico que le hablaba, intentando procesar su torrente de palabras. Era evidente que estaba fascinado con ella, o más bien, con lo que ella representaba.
—Sí, soy una Lith —respondió Victoria, con un tono que intentaba mantener neutral. No estaba acostumbrada a este tipo de conversaciones casuales, menos aún con alguien tan directo como él.
—¿De verdad? Es increíble —dijo Ángel, sin dejar de mirarla—. Rompiste la leyenda. Una mujer Lith después de más de cien años... Debo admitir que es algo bastante impresionante.
Victoria sintió cómo él la observaba detenidamente, y aunque su atención la incomodaba, le parecía divertido.
—Yo me llamo Ángel —dijo él con un aire de grandeza, como si su nombre fuera un título de nobleza—. Soy un semiángel, ya sabes, mitad ángel, mitad humano. Mi madre es un ángel y mi padre es humano —añadió, con una sonrisa encantadora que revelaba un toque de humor—. Aunque debo admitir que mis padres no fueron muy originales con mi nombre.
Victoria lo ignoró, fijando su mirada en un punto imaginario en la pared opuesta. No estaba acostumbrada a que la abordaran de manera tan casual, y la intrusión en su espacio personal le resultaba intolerable. Sentía una aversión visceral hacia ello, una aversión que incluso su padre había aprendido a evitar.
—No seas tímida, solo queremos conocerte —insistió otro chico, dando un paso adelante con una sonrisa amistosa. Su cabello rubio estaba alborotado y sus ojos azules destellaban con un brillo cálido que contrastaba con la frialdad de la situación.
—No necesito conocer a nadie —respondió Victoria con un tono cortante y frío, su voz como el filo de una navaja—. Además, si piensan que estoy aquí para responder preguntas estúpidas, se equivocan.
—Las personas siempre quieren conocer a alguien nuevo —dijo el chico de cabello rubio, encogiéndose de hombros con una sonrisa que intentaba ser afable.
Victoria lo miró con una firmeza inquebrantable.
—No soy como las demás personas —afirmó, su mirada transmitiendo una seguridad implacable.
—Vaya, veo que interactuar con la pequeña Lith será más difícil de lo que pensaba —comentó el chico con una nota de burla en su voz. Luego se volvió hacia su grupo de amigos, que contaba con cinco personas en total, y comenzó a conversar con ellos, como si la presencia de Victoria no fuera más que una curiosidad pasajera.
Victoria tomó un respiro profundo y se levantó, dirigiéndose hacia donde estaban sus primos. La mirada de ellos, aunque silenciosa, le ofrecía un leve alivio frente al grupo de curiosos que acababa de dejar atrás. Prefería mil veces estar con su familia antes que soportar la incomodidad de aquella situación.
—No quiero que mencionen nada al respecto —dijo Victoria con firmeza, al sentarse entre ellos.
Thalion la miró con seriedad y dijo en un tono frío y autoritario:
—Solo siéntate, Victoria. Mantente lejos de todos esos; no son de fiar.
Draxar asintió, añadiendo con un tono igualmente grave:
—Aquí, todos tienen sus propios intereses y agendas. Es mejor que no confíes en nadie fuera de la familia.
Victoria se acomodó en la mesa, tratando de dejar de lado el malestar que le había causado la interacción reciente. Aunque la presencia de sus primos no era exactamente reconfortante, era lo más cercano a la familiaridad que podía encontrar en un entorno tan extraño. En ese momento, lo familiar era lo único que podía considerar seguro.
—¿Qué se espera de nosotros aquí? —preguntó Victoria en un susurro, dirigiendo su mirada a Thalion con una mezcla de preocupación y curiosidad.
— Aprender, adaptarnos, y demostrar que los Lith son superiores —respondió Thalion, su voz baja pero firme—. Aquí nadie te dará un trato especial, así que mantente alerta y no bajes la guardia.
Victoria apretó los labios, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que la academia sería un desafío, pero estar rodeada de seres desconocidos y potencialmente hostiles era algo que no había anticipado. Eldrin, el primo menor, le pasó un plato de comida, que ella empezó a comer mientras seguía sumida en sus pensamientos. La comida le ayudaba a mantenerse centrada, pero no podía evitar sentirse abrumada por la nueva realidad que la rodeaba.
De pronto, las antorchas del lugar comenzaron a parpadear, lanzando sombras danzantes sobre las paredes. Victoria levantó la vista, sus ojos se movieron por el comedor en busca de la causa de la interrupción. Fue entonces cuando notó que todos los presentes estaban mirando hacia la parte delantera del salón. Allí, varias mesas de piedra tallada estaban alineadas, y frente a ellas se encontraban un centenar de profesores, todos de diferentes tamaños, atuendos y rostros.
La presencia de los profesores imponía un aire de autoridad y solemnidad en la sala. Cada uno de ellos parecía tener una característica única, desde vestimentas elaboradas hasta expresiones severas o amables, pero todos compartían una mirada de expectación.
Victoria observó a cada uno de ellos, hasta que su mirada se detuvo en una mujer alta, que estaba en el centro. Aquella mujer, con un vestido blanco y unas largas alas blancas brillantes, dio un paso adelante, levantó los brazos y dijo:
—Por favor, alumnos, tratemos de evitar repetir los incidentes de hace algunos meses —dijo la directora, con un tono de cansancio que resonó en el salón—. Mi oficina está llena de papeleo de castigo, y mis manos me duelen por el trabajo. Tengan compasión con su anciana directora. ¡Espero tengan un buen año escolar!
Tiempo después, todos comenzaron a salir del comedor y se dirigieron a sus clases. Victoria seguía detrás de sus primos, quienes bromeaban entre ellos con una camaradería que, aunque superficialmente la incluía, en realidad la dejaba fuera de lugar. A ella no le gustaba ese comportamiento; prefería el silencio, mantenerse apartada de las multitudes y concentrarse solo en sí misma.
De repente, Victoria sintió algo inesperado en su mano. Al mirar, descubrió que sostenía un pliego de pergamino muy grande. Lo desenrolló mientras caminaba detrás de sus primos. El pergamino contenía un mapa detallado del castillo y sus alrededores. Desde lo que podía ver, el castillo estaba en la cima de una montaña, alejado del pueblo más cercano. El mapa era complicado, con pasillos y salones dibujados de manera laberíntica.
Al girar el pergamino, Victoria notó que también había una lista de materias que iba a estudiar, junto con los salones correspondientes y los nombres de los profesores. Sus ojos se entrecerraron al ver esos nombres tan extraños y difíciles de pronunciar.
El primer nombre en la lista era el del profesor Slymnoe, y su clase se encontraba en el salón trece mil quinientos. Victoria se quedó incrédula. ¿De verdad tenía que ir hasta ese lugar? Miró a sus primos, que ya estaban algo lejos, así que se dispuso a caminar rápido hasta alcanzarlos.
— ¿Dónde se supone que se encuentra el salón trece mil quinientos? —preguntó, su tono mostrando una mezcla de incredulidad y preocupación—. ¿De verdad eso existe?
Thalion se giró y la miró con una sonrisa burlona.
— Ese es uno de los salones más lejanos, Victoria. Está casi en las entrañas del castillo. Vas a tener que acostumbrarte a caminar mucho.
— No te preocupes, te mostraremos el camino esta vez —dijo Eldrin, con un tono más comprensivo, dándole una palmada en la espalda—. Pero asegúrate de aprenderlo. No siempre estaremos aquí para guiarte.
Victoria asintió. Mientras caminaban, sus ojos escanearon los intrincados detalles de los pasillos, los arcos de piedra y los candelabros que parecían estar suspendidos en el aire. Cada rincón del castillo parecía tener su propio secreto. Después de varios giros y escaleras, llegaron a una puerta enorme con el número trece mil quinientos grabado en letras doradas. Eldrin abrió la puerta, revelando una sala grande y oscura. En el centro había un hombre alto y delgado con una barba larga y blanca, sus ojos brillaban con una sabiduría inquietante, pero también había algunos estudiantes, entre ellos Thaddeus, quien se encontraba perdido, sin saber a quién mirar o qué hacer. Todavía no podía asimilar la locura de su vida.
— Bienvenida, Victoria Lith —dijo el profesor con una voz profunda y resonante—. Has llegado justo a tiempo para nuestra primera lección. Por favor, siéntate en uno de los asientos.
Victoria tragó saliva con nerviosismo antes de entrar al salón. Sentía todas las miradas posándose sobre ella, escrutándola desde cada rincón. Sin embargo, mantuvo su compostura, mostrando un exterior que no dejaba ver ninguna duda interna. El eco de sus pasos resonaba en el suelo pulido mientras buscaba un asiento. Finalmente, se sentó junto a un chico que ni siquiera le dirigió la mirada, un gesto que ella encontró notable.
El salón estaba iluminado por la luz tenue de las lámparas de cristal que colgaban del techo alto. Las paredes estaban revestidas de paneles de madera oscura, adornadas con antiguos grabados que parecían contar historias olvidadas. En el centro, el profesor había dejado sus utensilios sobre una mesa de piedra, una reliquia antigua que resonaba con misterio y poder.
Aquel hombre de mirada penetrante y gestos medidos, se posicionó frente a la clase, analizando a cada uno de sus alumnos con una intensidad que parecía traspasar las apariencias. Era conocido por una habilidad inusual: podía ver el pasado, el presente y el futuro de sus aprendices. Sin embargo, esta vez algo diferente ocurrió. Dos de los aprendices presentes desafiaron su habilidad. Thaddeus, con su presencia tranquila pero llena de misterio, fue uno de ellos. El profesor pudo escudriñar su pasado, incluso captar detalles de su presente, pero cuando intentó vislumbrar su futuro, encontró una barrera inexplicable que le impedía avanzar. Por otro lado, Victoria, quien examinaba con interés la mesa donde estaba sentada. Estaba hecha de un material desconocido para ella, con inscripciones antiguas que parecían susurrar secretos perdidos. El profesor solo logró vislumbrar fragmentos dispersos de su pasado: momentos fugaces junto a su padre, pero nada que revelara claramente su presente o futuro. Era como si una sombra velara los caminos que aún no había recorrido.
— Me permito presentarme ante todos ustedes —dijo él con una voz que, aunque aburrida, denotaba autoridad y conocimiento—. Mi nombre es Slymnoe, y aunque soy una persona normal en muchos aspectos, como algunos de ustedes, estoy aquí para guiarlos en el camino de convertirse en cazadores de demonios… o un intento de ellos.