Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 3
Ella, al caminar, sintió una molestia en su zona íntima, pero no le dio importancia, sabía que en cuestión de horas desaparecería.
Noah la miró y sonrió satisfactoriamente. Para él era un placer verla adolorida.
Al salir de la habitación, se encontró con Beatriz.
— ¿Cuándo vas a pedir el préstamo para la operación de mi hijo? ¿Acaso no te importa que sea un impotente?
La señora Beatriz, siempre la escuchaba llorar, pero no intervenía. Decía que era su deber como esposa dejarse tocar.
Muriel estaba dudando de si quería ver a su esposo caminar, de toda forma, él la seguiría maltratando. “¿Valdría la pena verlo de pie? ¿Dejará de abusar de mí?”.— se preguntó para sus adentros.
— Hoy voy a hablar con el gerente, pero dudo mucho que me preste esa cantidad de dinero. — le contestó a Beatriz.
— Inténtalo. Maldita, inútil.— resopló la señora, con una mirada aterradora.
Muriel omitió palabras, y se retiró.
Al llegar al banco, caminó deprisa para entrar al ascensor, antes de cerrarse la puerta, porque iba retrasada. Entró apresurada, y sin darse cuenta, la bufanda quedó atascada en la puerta, logrando que su marca en el cuello, quedara visible, antes los demás.
Su rostro se turnó pálido, no solo por su marca en el cuello, que había quedado al descubierto. Si no por las personas que se encontraban ahí. Era su jefe, y el asistente.— Buen día. Lo siento, señores.— dijo Muriel. ¡Santo Dios!— exclamó nerviosa.
Los dos hombres le dieron los buenos días, y la observaron mientras ella jalaba la bufanda con gran esfuerzo. El mayor de ellos le dijo; — Señora, le recomiendo esperar.
Ella hizo un gesto de rendimiento y dejó de jalar.
Yeikol Richardson le dedicó una mirada esquiva, pero la volvió a mirar de inmediato. Observó la marca en el cuello de la mujer, y sin saber si fue por placer, o dolor, se excitó. Se mordió el labio, y sacudió la cabeza, queriendo bloquear toda sensación de placer en su mente.
Salieron del ascensor, ella, rápidamente, se envolvió la bufanda, y se dirigió a su lugar de trabajo.
— Muriel, ¿por qué llegaste tan tarde? Sabes bien que al señor Pedro no le gusta el retraso, cuando viene el señor Richardson.— dijo Carlota, una de sus compañeras de trabajo.
Muriel, mientras organizaba sus herramientas de trabajo, susurró.— Espero que no se dé cuenta, porque se molestará conmigo, y eso no me conviene en este momento.
— ¿No me digas que quieres más dinero prestado?— preguntó Sofía. Al parecer su amiga tenía buen canal auditivo.
Muriel sonrió ligeramente.— Sí, mi esposo necesita esa operación.
Carlota se echó hacia atrás, en la silla reclinable, y la miró con una ceja levantada. ¿Por qué su amiga era tan tonta?.— Dios, ¿por qué eres tan buena? Ese hombre y esa señora, no merecen nada de ti.— comentó Carlota.
Muriel por un segundo le dio la razón a su compañera, ellos no merecían ningún sacrificio de su parte. Pero de toda manera era su familia.
— Carlota, Noah es mi esposo y como tal, debo luchar por él. — Ella no contaba nada su vida privada, pero un día sus amigas le hicieron la visita, y fueron echadas de la mansión como animales, por los Brown. Además, en algunas ocasiones veían los moretones en su piel, señales obvias de que era maltratada.
El señor Richardson, se presentaba a fin mes en todas las sucursales del banco. Le gustaba ver el reporte personalmente. Era un hombre muy respetuoso, jamás miraba a sus empleadas con insinuaciones, ni mantenía relaciones sentimentales con ninguna. Pero, después de ver la marca en el cuello de Muriel, se activó en él una necesidad enfermiza en todo su ser.
Yeikol tenía una oficina en todas las sucursales, para trabajar cómodamente. Entró al acogedor lugar, y se sentó en su sillón. Su mirada perdida en la pared, sus puños cerrados con fuerza sobre el escritorio, y sus mandíbulas apretadas, mostraban signo de ansiedad.
— ¿Qué le pasa, señor?— preguntó el señor Alfred.
— No aguanto más… Necesito saciar esta maldita necesidad.— contestó frustrado.
Alfred era un señor de cincuenta años. Una de las dos personas más cercana a Yeikol. Era su guardaespaldas personal, amigo, y confidente. Siempre estaba a su lado, a cada instante. Sabía todo acerca de su vida. Conocía cada detalle de la vida de su jefe. Le preocupaba ver a Yeikol intranquilo.
— ¿Quieres que viajemos a otro país?— preguntó Alfred.
Yeikol se quedó pensando por varios segundos. Era la primera vez que iba a tomar una decisión, dejándose llevar por su instinto. Miró a Alfred, y le contestó. — No, no vamos a viajar. Quiero que investigue todo acerca de esa mujer.
Alfred estaba sentado en el sofá, y se sorprendió al escuchar tal petición. Negó con la cabeza, era absurda esa orden.— ¿Habla de la mujer del ascensor? No, es una locura, con todo respeto, mi señor.
Yeikol se levantó y caminó hacia el ventanal. Su mente generaba pensamientos perversos. No podía controlar la sensación que le provocó ver aquella marca. Era la primera vez que algo así le sucedía y no sabía cómo reaccionar.
— Alfred, es una orden, obedece.— dijo Yeikol.
Yeikol Richardson, era uno de los hombres más millonarios del país, oh quizás si el más adinerado. Tenía treinta y dos años de edad. Sus únicas familias eran su asistente, Alfred, y su esposa, con quien llevaba cinco años de casado.
Su relación matrimonial era perfecta. Su esposa, una mujer excepcional. Modelo muy reconocida a nivel nacional e internacional, la señora Milena Pierre. Yeikol la amaba, era incapaz de hacerle daño, o de tratarla con brusquedad. Por esa razón, buscaba otras mujeres, para saciar sus más pervertidos deseos. Cabe destacar, que esas mujeres eran de otros países, y no conocían la vida de Yeikol Richardson, el multimillonario y dueño del Banco central. Solo eran contratadas y bien pagadas por sus servicios.
Alfred sabía la urgencia que tenía su jefe por una sumisa. Sin embargo, no podía dejarlo tomar una decisión que, en un futuro, sea una catástrofe.