Cuarto libro de la saga colores.
Edward debe decidirse entre su libertad o su título de duque, mientras Daila enfrentará un destino impuesto por sus padres. Ambos se odian por un accidente del pasado, pero el destino los unirá de una manera inesperada ¿Podrán aceptar sus diferencias y asumir sus nuevos roles? Descúbrelo en esta apasionante saga.
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EL SEDUCTOR Y LA BESTIA
...DAILA:...
La noche cayó y después de rondar por el camino, nos detuvimos en una posada.
El bullicio de la ciudad fue reemplazo por la tranquilidad de las lomas y campos que se extendían por todo el lugar. En el camino hubo el mínimo de conversación, ya que ese idiota solo quería hablar de lo que daba por hecho que sucedería a la menor proximidad. No, no quería ceder tan rápido, yo no le demostraría lo mucho que me hacía sentir débil, no quería ser tan fácil para ese mujeriego acostumbrado a que todas se le desnudaran a la primera sonrisa, no, yo era diferente y se lo demostraría, tendría que conquistarme si quería tener algo de mí y dado que no era nada romántico, que su único fuerte era la seducción eso era casi imposible. Así que tal vez pasaría un mes y él volvería a sus andadas, como lo habíamos acordado, por eso no quería casarme con ese hombre, porque jamás me daría más que su lujuria, su pasión y el placer.
Si me entregaba sin que se esforzara, se terminaría hartando de mí y no respetaría nuestro enlace matrimonial. Ese hombre jamás cambiaría y que fuese su esposa no sería la diferencia.
Por eso había estado tan triste unas horas antes de la boda y me había demorado, porque lo que soñé para mí no se cumpliría, no experimentaría el amar y ser amada, claro, también quería experimentar todo lo que sabía sobre la unión física, pero sin amor no me parecía que tuviera sentido.
Desde que había tomado ese barco a Floris mi destino estaba condenado a esto. A estar atada a mi enemigo, al hombre que juró cobrarse gracias a que casi lo asesiné y lo había cumplido, ahora era su esposa y me tenía casi en sus manos, porque hoy estaba más guapo que nunca, como la pura tentación andante en traje y cuerpo varonil.
Sí, la belleza era un arma y que la usara a su favor lo hacía aún más peligroso.
— Mañana tomaremos un atajo por las planicies — Dijo, cuando bajé del carruaje hacia la entrada de la posada — Serán menos días de viaje.
A la luz de los faroles pegados a la pared de piedra su rostro se ocultaba en las sombras.
Me abrió la puerta como todo un caballero y entré sin cuestionar, ya que estaba demasiado cansada para empezar con otra discusión.
— Pida dos habitaciones — Le ordené cuando entramos en el vestíbulo.
Me dió una sonrisa ladeaba antes de girarse hacia la barra.
— Descuide, Su excelencia, mantendré mi parte del acuerdo — Casi abro la boca para corregirlo, pero recordé que era duquesa — nada de dormir juntos, lo recuerdo perfectamente.
— Me alegra que lo recuerde — Elevé mi barbilla, el mozo cargaba nuestras valijas unos pasos más atrás.
El posaderos nos atendió.
El duque pagó tres habitaciones y nos dieron las llaves, después nos guió por el pasillo.
Al menos era un lugar decente y de buen gusto.
Tomé la del fondo y el Señor Edward entró en la siguiente, el mozo tomó la última.
Abrí la puerta, con mi valija en mano.
— Podemos ir al comedor si desea cenar — Dijo el duque, sosteniendo el pomo de la puerta.
— Estoy muy agotada — Corté, entrando.
— ¿No tiene hambre?
— No, me conformo con la manzana que me comí en el camino — Cerré la puerta antes de que se le ocurriera acercarse.
— ¡No olvide que dijo que nuestra convivencia se limitaría a comer juntos! — Dijo desde afuera.
— ¡No estoy dispuesta!
Esperé, pero oí sus pasos alejándose.
Suspiré pesadamente y dejé la valija en una mesa redonda. Saqué la ropa que usaría para dormir y luego me marché al baño.
Ya estaba preparado y me quité la ropa para sumergirme en la bañera.
Cerré mis ojos.
Ni siquiera me dió un anillo de compromiso, eso demostraba la falta de interés por el matrimonio, solo se casó para asegurar su título y sus riquezas. ¿No sé que era peor? ¿Él o Lord Flitton? Recordé al anciano que ni siquiera podía respirar por la nariz y sacudí la cabeza. Físicamente, el duque era la mejor opción, era joven y condenadamente apuesto, además, me provocaba muchas emociones, pero eso podía ser peor que no sentir nada, puesto que ese hombre tendría el poder de dañarme.
Un día de matrimonio y ya estaba hecha un meollo de nervios.
Salí de la bañera, me sequé y luego me coloqué la ropa de dormir. Un camisón largo nada atractivo, mi madre me había empacado otra prenda bastante indecorosa para la noche de bodas, a pesar de que discutí con ella por eso, la metió a la fuerza, pero yo no tendría noche de bodas hoy, ni mañana, ni en una semana, tal vez nunca.
Debí insistir en lo de no tener nada de intimidad.
Alguien tocó la puerta.
— ¿Quién?
— Servicio al cuarto — Se oyó la voz de una mujer.
Abrí la puerta y la sirvienta entró con una bandeja de exquisita comida caliente y apetitosa.
— Yo no ordené esto.
— Su esposo lo hizo, así que tenga buen provecho — Dejó la bandeja a un lado de la mesa, en el espacio que quedaba.
¿Mi esposo? Eso sonaba tan extraño para mí.
La mujer se marchó sin esperar mi respuesta.
Cerré la puerta y me acerqué a la comida.
Mis tripas crujieron.
La verdad es que no había tenido tiempo de almorzar cuando salí de la estirada mansión de Lord Erick y hacía rato que mi estómago estaba ardiendo por las largas horas sin viaje.
Me senté a comer, devorando la carne con papas hervidas y ensalada. Estaba tan delicioso que gemí y lo devoré en unos pocos minutos. No, no me dejaría sorprender por aquel gesto, solo quería impresionar.
Bebí el vino y me sentí tan satisfecha.
La puerta sonó de nuevo.
Me levanté sin preguntarme antes quien era, tal vez también me había mandado el postre.
Tenía antojo de alguna tarta como aperitivo.
Lord Edward estaba en el umbral, llevando solo su camisa y sus pantalones negros, el cabello mojado, recién salido de una ducha, rebosando erotismo y sensualidad.
No era esa clase de postre el que quería.
No lo dejé entrar, cerré la distancia entre la puerta y mi cuerpo. Tomando una postura alerta.
— ¿Qué hace usted aquí?
— Vengo a comprobar que le haya gustado la comida — Dijo, dando una mirada por encima de su hombro — Vaya ¿No y qué no tenía hambre? — Seguí su mirada hacia la bandeja vacía, sin ni siquiera restos de comida.
Volví mis ojos hacia él.
— No pensé que la comida fuera tan buena.
— De nada — Inclinó su cabeza.
Elevé una ceja — Ya puede irse — No se movió — ¿Desea otra cosa?
— Depende — Bajó sus ojos por mi camisón y casi me encojo, no demostraría timidez — ¿Qué está dispuesta a dar?
Chasqueé mi lengua — Nada, no estoy dispuesta a dar nada.
— Oh, vamos, usted es mi esposa.
— No por elección — Tomé el pomo de la puerta dispuesta a azotar en su nariz recta.
— Sí fue por elección.
Resoplé — Usted me obligó.
— Le dejé elegir — Puso su palma en la puerta.
— Si, como no — Gruñí — Usted fue todo un caballero que me conquistó con su encanto, se dedicó a cortejarme — Fui sarcástica — Acepté porque no me dió opción, le recuerdo que usted ensució mi reputación.
— Su reputación ya estaba sucia desde antes de llegar a Floris. Yo le ofrecí una salida.
Lo fulminé con la mirada.
— ¿Y la suya? Usted no debería señalarme cuando es un mujeriego que no le importa ensuciar el apellido de su familia, solo piensa en si mismo, se comporta egoístamente y juega con la vida de los demás a su beneficio.
Un destello de ira se asomó en su expresión y sus hombros se tensaron.
Empujé la puerta, pero él tuvo más fuerza y entró, cerró de un portazo y pozo sus manos en sus caderas.
— ¿Cómo se atreve a mencionar a mi familia? Usted no sabe nada de mí.
¿Qué había sucedido entre él y su padre? ¿Por qué Lord Erick se empeñaba en decir que su primo lo había destruido?
Yo ya estaba enojada, empecé a respirar rápido.
— Pero usted si cree con la potestad de hablar de mí y entrar así a mi habitación, me dió su palabra y está faltando a ella — Me planté frente a él — Necesito privacidad y usted la está violando.
— Temo que como esposos, tenemos privacidad, pero en conjuntos — Se acercó y retrocedí.
— No está respetando nuestro acuerdo.
— ¿Prefería casarse con ese tal Lord Flitton? ¿Era él mejor prospecto que yo? — Gruñó, bajando su mirada para dar con la mía ¿Por qué era tan alto? se rió con ironía — Obviamente, si recurrió a un trato con sus padres y me eligió a mí como su esposo, ese hombre no debió ser mejor que yo.
— Se trataba de un anciano de sesenta años, si hubiera sido un hombre vigoroso y joven, yo no habría tenido que arruinar mi vida.
Casi me pongo de puntillas para intentar quedar a su altura, pero eso no iba a funcionar, yo era la más baja en el grupo de mis amigas, muchas veces rechazada por mi estatura tan mínima al promedio.
— ¿Tan malo es? — Preguntó, el músculo seductor de su mandíbula se agitó — No me eligió por encima de un solo pretendiente, sino de muchos, si contamos a mi primo y todos los caballeros que le mandaban flores.
— Tal vez esto no sea una salida, sino mi perdición — Confesé.
— ¿Por qué dice eso?
— Le recuerdo, somos enemigos y nos odiamos. No estuviera aquí sino fuera porque tomé ese arco y le disparé, porque usted se empeñó en verlo como algo hecho con toda la intención y la malicia posible, cuando fue un maldito accidente.
— Eso puede cambiar — Susurró.
— Ya es demasiado tarde, su propósito era vengarse.
— Eso no lo puedo cambiar, tiene razón, pero sí nuestra relación futura, está claro que una guerra constante entre nosotros será nuestra perdición, no quiero tener que soportar esto cada día — Entornó una expresión de fastidio — ¿A usted le gusta esto? ¿Pelear siempre?
— No, no me gusta.
— Seamos un poco más tolerantes entonces.
— No puedo ser tolerante con alguien que me saca de las casillas — Sacudí mi cabeza y mi cabello se agitó, las ondas atrajeron la atención de él.
— Haga un esfuerzo, si esto continúa así, la puedo dejar abandonada en una de mis propiedades y no verla nunca más — Su voz sonó gutural, siguiendo el largo de mi cabello.
Sus labios eran perfectos para cualquier fantasía, de un grueso apropiado para su masculinidad y ese bigote, terminaba de darle la sensualidad que faltaba.
Maldición, eso me distraía siempre.
— Estaría haciéndome un favor.
Cerró la distancia, su olor y su calidez me arroparon.
Colocó su dedo índice bajo mi barbilla, para que lo observara a los ojos.
Mi cuerpo empezó a reaccionar, mis sentidos se dilataron y mi piel se volvió más sensible.
El calor entre mis piernas dió un palpito.
— ¿Está segura de eso? — Bajó su mirada a mi boca — Sería una lástima — Se inclinó más cerca — Señorita Daila, mi bestia — Rozó su naríz con la mía y me quedé quieta — Si me lo permite, yo podría hacerle cambiar de opinión — Su aliento cálido me hizo cosquillas y mi corazón empezó a golpear fuertemente.
Acercó su boca, pero desvié mi rostro a un lado, después de quitarle el dedo de mi barbilla.
Me costó tanto rechazar el beso, mi cuerpo exigía atención en gran cantidad, el cosquilleo aumentó entre mis piernas y mi rostro se calentó.
No se apartó, inclinó su cabeza y acercó su nariz a mi cuello. Aspiró profundamente y me estremecí, cerrando mis ojos y respirando agitadamente.
— Mi lady, huele exquisito — Recorrió su nariz hasta mi mandíbula — Debería dejar su miedo.
— No tengo miedo — Dije, a la defensiva.
— Si lo tiene — Susurró contra oído y casi me arqueo.
— Ya basta...
Me mordí los labios cuando rozó su boca en el lóbulo de su oreja.
¡Empuja su cuerpo!
No pude cuando sus dientes me dieron una mordida suave.
Deslizó sus labios por mi mandíbula y mi mejilla, dando besos tan suaves que se me erizaron los vellos.
— Tiembla, su cuerpo me pide lo que usted me niega — El toque húmedo de su lengua me hizo juntar las piernas — Mi único deseo es adorarla con mis manos, mi boca — Su voz se metió bajo mi piel y fue tan insoportable la necesidad que casi me pego a su cuerpo — Mi miembro, con esto último me empeñaría más, sería su maestro, la elevaría al cielo, mostrándole la dicha de unirse a otro ser — Llegó a la esquina de mi boca — ¿No quiere?
Mis manos se cerraron para no tocarlo.
Se apartó un poco y me observó.
Gemí tan fuerte cuando sentí algo entre mis piernas. Bajé mi mirada, su mano estaba bajo mi camisón.
Eran sus dedo, tocó suavemente, como si tocara un pétalo, un lugar específico, tan sensible que unas pesadas olas de calor se asentaron más.
Frotó de forma circular, con las yemas, me cubrí la boca, mis piernas temblaron y el placer se agudizó.
Arqueé las cejas, confundida y abrumada, cubriendo mi boca.
Empujé su mano y retrocedí, chocando mi espalda contra el poste de la cama.
Me estaba hipnotizado con palabras mientras su mano bajaba y se colocaba bajo mi camisón. Maldito bastardo.
El duque tenía su mirada tan oscura, devorando con sus pupilas todo mi ser.
El detener la caricia de forma abrupta provocó que fuese una molestia, casi dolorosa.
Él elevó sus dedos y se lo llevó a los labios.
Abrí mis ojos como platos cuando los lamió, sin despegar su mirada de la mía.
¿Qué clase de hombre era éste? Parecía haber un demonio bajo su piel. No, yo no sabía nada, seguía siendo ingenua e inocente, que viera libros ilustrativo y hubiera recibido una charla detallada no quería decir que lo supiera todo, que no me iba a conmocionar.
Ese hombre me había logrado abrumar con solo una acción.
— ¡Largo! — Grité.
— Señorita Daila... Mi intención no es... — Se interrumpió — Sabe usted tan exquisito — Ahogó un gruñido.
Me espante, tomé una almohada y se aventé al rostro.
— ¡Largo de aquí!
— Oiga, no se ponga así...
Me acerqué y lo empujé.
— ¡No lo quiero aquí, váyase!
Me observó desconcertado, pero retrocedió, abrió la puerta y se marchó.
Le coloqué seguro y recogí la almohada, abrazándola con fuerza, tratando de calmar mi respiración.