Isabella es la hija del Duque Lennox, educada por la realeza desde su niñez. Al cumplir la edad para casarse, es comprometida con el Duque Erik de Cork, un hombre que desconoce los sentimientos y el amor verdadero.
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CAPÍTULO 13 EL SENTIR DE UN RECHAZO
El sol había desaparecido por completo, dejando al reino sumido en la oscuridad de la noche. La fiesta de la boda, con sus luces y música, parecía un mundo lejano para Isabella, quien aún se encontraba en las caballerizas, un lugar prohibido para ella.
La reciente riña entre el Rey y el Duque Erik había dejado un rastro de tensión en el aire, una tensión que se sentía más fría que el aire de la noche.
Isabella se sentía abrumada, una sensación que no conocía. Su mente, acostumbrada al orden y a la lógica de las ciencias y las matemáticas, no podía procesar el caos que la rodeaba. Todo parecía desencajar de la realidad.
Se había preparado toda su vida para la perfección, para ser la esposa ideal de un hombre noble, y todo parecía irse por la borda en un solo día.
Había sido alzada en el aire por su ahora esposo, había entrado en un lugar prohibido, había embarrado su hermoso vestido de novia con el lodo de las caballerizas, se había avergonzado al perder su zapato y ser alzada con tanta intimidad en medio de todos, y, para colmo, estaba colada sobre una bestia por primera vez en su vida.
Todo era tan extraño, tan alejado de la realidad para la que se había preparado.
Erik podía ver la confusión en los ojos de Isabella. Sabía que su pequeña esposa la estaba pasando mal, pero quería dejarle claro que de él no podía esperar una vida de reglas y protocolos nobles.
Erik pensaba que su viaje le permitiría despejar un poco su mente y pensar qué hacer con ella. Jamás contempló una esposa, y mucho menos una tan joven. ¿Qué podría hacer con una niña que parecía una muñeca de porcelana?
Al cruzar toda la caballería, llegaron a la puerta de salida. Al lado había una pequeña cabaña, y Erik bajó a Isabella tal como la había subido, sin ninguna pompa ni glamour.
Ella, sin la necesidad de levantar su mirada, podía sentir cómo el guardia de la entrada la miraba asombrado. Solo deseaba hundirse en medio del fango, como su zapato.
Erik, al llegar al piso del entablado, la bajó sin ningún miramiento, tomó su mano y abrió la pequeña cabaña, ingresando con ella. Afuera, los murmullos y cuchicheos comenzaron en las caballerizas.
Unos hablaban sobre el gran amor de los dos, otros que el duque se había escapado de la boda, y algunos lamentaban la suerte de la joven.
Erik sentó a Isabella en una pequeña silla y él se sentó enfrente, una barrera invisible entre los dos.
"¿Por qué os bajasteis del carruaje?" le preguntó.
Isabella tenía su mirada fija en un punto de la cabaña. "No sabía que no debía bajarme," susurró.
"Lamento que vuestro vestido haya terminado así," mencionó el duque con un tono monótono. "Pero... no soy un hombre de fiestas y debo partir lo antes posible hacia la frontera."
"Lo sé," susurró Isabella, su voz casi inaudible.
"Miradme a los ojos, Isabella," expresó el duque seriamente.
Isabella giró su mirada. Sus ojos, profundos y llenos de una tristeza que parecía a punto de derramar su alma, se encontraron con los de él. Pero no lo hizo; había sido instruida para dejar de lado sus emociones.
El duque parecía leerla completamente. Estresado, pasó sus dedos por su cabello, tratando de tener un poco de paciencia. "¿Cuántos años tenéis?" le preguntó.
"Ah... yo tengo dieciocho años... cumplidos," respondió temerosa y extrañada. ¿Acaso estaría actuando mal? ¿No la reconocía por su edad?
"Sois una niña," dijo Erik con una cara de frustración.
"No lo soy," respondió Isabella, sintiéndose agraviada. "He sido altamente instruida, poseo conocimientos en cualquier ciencia..."
A Erik le pareció gracioso su enojo. Al hacerle mención que era una niña, él solo hacía referencia a su falta de experiencia como mujer.
De lo demás, sabía que el Rey le había enseñado más que a su propio hijo. Al parecer, ella no comprendió sus palabras, lo que solo afirmaba la hipótesis de Erik: ella era una máquina, un autómata.
Él se acercó a ella y susurró en su oído: "Como fuisteis tan bien instruida en todo, decidme, ¿qué os enseñaron sobre el coito?"
Las mejillas de Isabella se tornaron rojas como un tomate. Apenas había podido comprender a qué se refería el duque.
Ella solo había aprendido teoría, jamás había tenido ningún acercamiento con un hombre, excepto él. Ni tampoco imaginó que el duque hablaría de esos temas tan libremente. "Solo lo que toda mujer debe saber, Duque," respondió.
El duque, con una sonrisa sarcástica, volvió a su posición en la silla. "Decidme, ¿qué os enseñaron?"
Isabella, muerta de la vergüenza, apretaba sus manos con tanta fuerza que parecía que rompería sus propios dedos. El duque no le quitaba la mirada de encima, y nuevamente habló: "Explicadlo."
"¡Ah!" No podía creer la solicitud del duque. Su mirada solo indicaba que estaba a la espera de su respuesta. Con gran vergüenza, respondió: "Como mujeres, debemos satisfacer las necesidades de nuestros esposos... debemos acostarnos en la cama con los ojos... cerrados, vistiendo solo un camisón..."
"¿Y qué más?" siguió preguntando el duque, su voz era un murmullo que exigía una respuesta.
"Debemos, abrir nuestras... piernas para la unión... La primera vez dolerá, pero... ya no habrá más dolor y... debemos hacer lo que nuestros esposos nos digan," respondió Isabella, sus palabras casi no podían salir de su boca.
El duque solo podía comprobar por sus palabras que la nobleza solo vivía de reglas y llevaban una vida aburrida. ¿Cómo pretendía forjar una relación con una niña que sería un adorno más en la cama? Esto solo le hizo doler más su cabeza.
"Isabella, olvida todas esas ridiculeces que os enseñaron. Os dijeron puras mentiras, nada de eso sucederá entre vos y yo," expresó el duque.
Isabella bajó su mirada. Él había sido claro con ella, jamás la tocaría, y para ella, eso era una gran falla.
Una de las cosas importantes que se le había enseñado era que el hombre debía sentirse deseado por su esposa, y al parecer, esto no ocurría con el duque.
Erik podía ver el sinfín de telarañas que se tejían en la mente de Isabella. Si no le explicaba claramente su respuesta, quién sabe qué diablos podría pensar a su regreso. Así que le dijo: "No es que no os desee. Solo no os conozco, y para que un hombre y una mujer estén en una cama, es por dos razones... una, porque desean calmar su apetito sexual, y este no es nuestro caso. Dos, existen sentimientos... y tampoco es nuestro caso, ¿lo entendéis? Sois la hija de un duque privilegiado dentro de la nobleza.
Cualquier paso en falso con vos me traerá problemas, y no deseo que mi vida personal entre en conflicto con la casa Lennox y mucho menos con la realeza.
Es visible el afecto que os tienen, y eso solo me traería problemas. Isabella, no soy un santo... he estado con mujeres; es algo normal. Pero nunca he guardado sentimientos por nadie, y eso os incluye a vos, con más fervor. Solo puedo daros mi palabra de que, desde el momento en que se nos unió, no os faltaré al respeto y tendréis vuestro lugar como la Señora del Ducado del Sol. No puedo prometeros nada más."
El duque se levantó para salir, pero antes de hacerlo, dijo: "Es vuestra elección quedaros con vuestra familia en mi ausencia o dirigiros al Ducado del Sol. Cualquier lugar donde esperéis mi regreso no me molesta. Debo partir."
El duque salió sin volver a mirar atrás. Isabella tenía la mente en blanco. ¿Acaso había sido rechazada? ¿Había fallado en una de sus tareas más importantes? ¿Qué clase de vida llevaba el duque para mencionar que olvidara todo lo aprendido? ¿Qué eran los "sentimientos" a los que él se refería? ¿Qué debía hacer con alguien que había marcado una línea tan clara? ¿Con cuántas mujeres había estado? ¿Si todos los hombres eran así antes del matrimonio? ¿A qué clase de vida se enfrentaría en el Ducado del Sol? Si algo estaba segura, era que el tipo de vida que llevaría no sería la misma que la de una noble.
^^Autora^^
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