La Dama Del Basurero

Un silencio incómodo se hizo en el salón. Mabel quiso excusar a su hijo pero no le salían las palabras.

- Esto… Mi hijo no…

Micaela hervía de furia. Se había esmerado con su arreglo y estaba segura de que su actitud era la correcta. Más de un hombre hubiera caído rendido a sus pies al verla hoy. Entonces, ¿por qué Eduardo no le había siquiera echado una mirada? Intentó por todos los medios calmarse y responder a su futura suegra con sencillez.

- No se preocupe, Señora Gómez. Es seguro que Eduardo está cansado y por eso no quiso salir, apenas hubo regresado. Pero no se preocupe. Como ya le dije puedo ir en taxi a casa.

La mujer mayor hizo un gesto de desprecio.

- ¡Dejate de tonterías! ¿Cómo puedo dejarte ir así?

Una idea iluminó su mente.

- ¿Qué tal si te quedas a dormir aquí esta noche? ¡Mañana por la mañana podrían desayunar juntos y así conocerse un poco!

Micaela estuvo tentada de aceptar la oferta. Pero se dio cuenta de que sería contraproducente. Mejor ir paso a paso, así sería natural que se encontraran.

- Señora Gómez. Le agradezco su hospitalidad, pero realmente no puedo quedarme esta noche. Tengo compromisos mañana. Pero no faltará oportunidad si lo arreglamos de antemano.

El rostro de Mabel se ensombreció.

- Ese muchacho desconsiderado Está bien. Haremos un arreglo para que puedas quedarte algunas noches a dormir en casa. Ahora llamaré al chofer para que te lleve.

Unos minutos después, las mujeres se despedían en la entrada.

En una habitación del piso superior, un ofuscado Eduardo salía de la ducha. Mientras se secaba el cabello no podía evitar despotricar contra su madre.

- ¿En qué piensa esa mujer loca? No puedo entender cómo no se da cuenta de los verdaderos colores de esa tal Micaela. ¡Es tan falsa!

Arrojó la toalla mojada al piso y se puso el pijama. Por su cabeza pasó brevemente la imagen de una chica delgada y fuerte, sincera y decidida.

Ella sí que es genuina. Un diamante en bruto.

En su mente comparó a las dos mujeres. Micaela sobresalía en belleza física. Aunque no estaba seguro de cómo se vería Katrina bien arreglada y con ropa de lujo. Por ultra parte, si tuviera que quedar varado en una isla desierta, preferiría mil veces que fuera con la chica de la calle, pues la otra sería completamente inútil.

Se acostó y se durmió pensando en los ojos oscuros de la nueva conserje de su empresa.

Al día siguiente, Katrina se despertó temprano. Quería dejar todo en orden en el departamento y desayunar tranquila mientras leía otro manual.

Tendió su cama y barrió el piso. Despues fue hasta el lavadero y colgó la carga de ropa que había puesto la noche anterior en el lavarropas. Luego fue al baño a higienizarse y volvió a su habitación a cambiarse.

Acababa de sentarse a la mesa cuando sintió que sonaba el timbre del departamento. Se puso de pie con mucha curiosidad. Eran las seis de la mañana. No sabía quien podía ser tan desubicado de llamar a esa hora.

Miró por el visor y vio sorprendida que era Eduardo. Abrió la puerta inmediatamente y lo dejó entrar.

- Señor Gómez. Buenos días. Pase.

Se giró y fue hacia la cocina a terminar su desayuno. Eduardo la siguió y se sentó a la mesa con ella.

- Señorita Katrina: Disculpe mi atrevimiento. Pero por circunstancias especiales en mi casa salí sin desayunar hoy. ¿Quedó algo de café?

- Sí. Hay instantáneo y de filtro. Yo no lo he tocado porque solo tomo mate. ¿Quiere que le prepare? ¿Cuál prefiere?

El empresario miró lo que había preparado sobre la mesa: Una pava eléctrica a la que le brotaba vapor por el pico indicando que el agua en su interior estaba caliente. Un mate, tostadas y manteca. Inmediatamente, se le hizo agua la boca.

- ¿Toma mate amargo o dulce?

- Amargo.

- ¿Me puede convidar?

La muchacha no lo pensó mucho. Cebó un mate y se lo pasó a su interlocutor. Eduardo lo miró un instante, entonces ella se dio cuenta de que, tal vez, no acostumbraba a compartir la bombilla con nadie.

- ¿Quiere que le prepare otro mate? Creo que vi uno más por ahí.

El hombre se dio cuenta, entones, de que su actitud podría ser tomada como reticencia. Es cierto que no acostumbraba a tomar mate y, menos aún, compartirlo con otros. Pero en este caso no sabía por qué razón, no le molestaba hacerlo.

- Está bien. Si a usted no le molesta compartir, a mí tampoco.

- Ok.

Continuaron desayunando en silencio un rato más. Eduardo revisaba unos documentos y Katrina estudiaba los manuales. Ambos estaban cómodos en presencia del otro, aunque no se daban cuenta de ello.

- Señor Gómez: son las siete y cuarto ya. Mi horario de estrada es a las ocho. Si no salgo ahora llegaré tarde y no me gusta eso.

El empresario miró su muñeca sorprendido. Efectivamente el reloj marcaba esa hora.

- No se preocupe, Yo también voy para allá. La llevo.

- No. Pero…

- No se diga más. Tómelo como pago por el desayuno.

- Ok. Limpio la cocina y salimos.

Eduardo comenzó a juntar sus papeles y a colocarlos en el maletín. Mientras, Katrina terminaba de acomodar todo. Salieron juntos y ella puso la clave de la cerradura.

- Vamos, entonces.

Él sonrió sin responder.

Bajaron las escaleras y llegaron hasta el auto. Era un Audi E-tron Gt gris plata. Un modelo eléctrico de alta gama. Había muy pocos en circulación en el país. Katrina silbó admirada.

- ¿Le gustan los autos?

- Sí. Siempre estoy mirando los nuevos modelos que salen al mercado. Este es uno de los últimos de los últimos. Es hermoso.

- Sí que lo es. ¿Sabe manejar?

La chica respondió apenada.

- No. No sé.

- Eso es un inconveniente. Como conserje tendrá que manejar vehículos algunas veces. Hablaré con el señor Vázquez para que incluya el curso de manejo en su capacitación.

La mujer lo miró desconfiada. No podía imaginar qué parte de su trabajo incluía conducir.

- ¿Está seguro?

- ¡Por supuesto! ¿Qué ganaría con mentirle?

La última afirmación la hizo pensar. Era verdad, ¿Qué ganancia obtendría él? Eso la dejó tranquila.

Subieron al auto y partieron hacia la empresa.