Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.
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FAMILIA.
...Romina:...
No dejé de morderme el pulgar en todo el trayecto. Sentía el corazón retumbándome contra las costillas. Víctor manejaba en silencio, con una mano en el volante y la otra reposando sobre mi pierna, firme, como si supiera que necesitaba algo que me anclara.
Elena me había llamado esa mañana. Aún recuerdo sus palabras:
“La encontraron. Llega hoy. Santos la trae a casa. Reachel está viva.”
Desde entonces, el mundo entero pareció inclinarse un poco hacia la luz.
Y ahora estábamos aquí. Frente a la casa. Viendo cómo Aurora abría la puerta antes de que nadie llamara siquiera. La mujer que me trató con tanto cariño desde que éramos adolescentes, y a la que tantas veces fallé, salió al encuentro como un torbellino de amor contenido.
Reachel estaba ahí.
La vimos detenerse al vernos. Sus ojos se encontraron con los de su madre, y Aurora corrió hacia ella sin decir palabra, rompiendo en un abrazo que me hizo apretar la mandíbula. Lloraban las dos. Y no había un alma en ese porche que no estuviera tragándose las lágrimas.
Elliot fue el siguiente. Lo vi con su niño en brazos, abrazarla como el hermano que nunca dejó de buscarla. Elena, justo detrás, sostenía a Irina, y le dedicó a Reachel una sonrisa tan cálida que me partió el pecho. Me costaba creer que hacía unos años yo no la soportaba. Que le había hecho daño.
Y sin embargo… ahí estábamos. Todas.
Caminé hacia Reachel cuando mis piernas por fin me respondieron, y la abracé como si tuviera que devolverle los años perdidos. Como si ese solo gesto pudiera reconstruir lo que el tiempo y el horror le arrebataron. Me olía igual que cuando dormíamos juntas en la misma casa de vacaciones. A hogar.
—Estás aquí… —le dije en un susurro, sin soltarla—. Estás aquí…
Víctor se acercó a mi lado. No dijo mucho, como siempre. Solo le dio la mano con esa expresión serena que usaba cuando quería decir mucho sin hablar. Un gesto firme, sólido. Un “estamos contigo” sin necesidad de palabras.
Me giré hacia Santos en cuanto la atención de Reachel se dirigió a él. Estaba un poco apartado, con el niño en brazos, mirándola como si aún temiera que fuera a desvanecerse. Y Reachel fue hacia él, como si supiera que ese era su centro de gravedad.
Yo me quedé ahí. Mirándolos.
Vivos. Juntos.
Después de todo.
Y por primera vez desde hace mucho, tuve la certeza de que sí…
estábamos completos.
...****************...
...Victor:...
El sol caía suave sobre el jardín. Elena estaba sentada en uno de los sillones, con las piernas cruzadas y una taza de té en la mano. Postrada en el jardin de su casa como siempre, como si no existiera otro lugar en mundo. Tenía el cabello recogido en una trenza suelta y las mejillas enrojecidas por el calor del día. Me senté frente a ella con una botella de agua. Yo habi estado peleando con Romina en el pasto.
¿Romina sigue dándote guerra he?—preguntó, con una sonrisa que ya sabía que era mitad burla, mitad orgullo.
—Más que guerra. Diría que tengo una esposa peligrosa.
Elena soltó una carcajada.
—No me sorprende. Pero sabes, nunca pensé que diría esto… —alzó la taza como brindando—. No puedo creer que mi hermano el mujeriego y medio inalcanzable… termine tan felizmente domesticado.
Levanté una ceja, dejando la botella en la mesa.
— Mujeriego. — Me indigne.
— Tuve que consolar a más de una cuando llegaban llorando a casa. — Me hizo reír. — De mujeriego a domesticado.
—¿Domesticado? Diría que más bien encontré mi lugar.
Ella me estudió unos segundos. Esa mirada suya, siempre tan aguda. Como si pudiera ver a través de uno.
—Hablas diferente, ¿lo sabías? Ya no suenas a piedra. Suenas a alguien completo.
Bajé la mirada por un momento. No porque me incomodara, sino porque pensé en ella. En Romina. En cómo entró a mi vida con ese huracán de sarcasmo, fuego y cicatrices.
—La amo, Elena. Desde el primer momento. Desde que la vi desafiar al mundo entero sin pestañear. Desde que no bajó la mirada ni siquiera cuando yo intenté intimidarla. —Sonreí, ladeando la cabeza—. No sé cómo pasó… pero desde entonces no pude apartar la mía.
Elena parpadeó. Y luego sonrió. De verdad.
—Ella también te ama. Lo sé. Los ojos de Romina eran tristes antes de que llegaras. Y eso… eso me hace feliz, Víctor. Porque ella lo merece todo. Siempre fue tan fuerte, pero tan sola…
Asentí, recordando esa misma soledad en sus primeros silencios. En la forma en que hablaba de su nana Nelsi, de lo que Reachel le había significado de niña, del hueco que había tenido toda su vida.
—Ya no está sola —le respondí con suavidad—. Y no pienso dejar que lo vuelva a estar nunca.
—Lo sé —susurró Elena, con los ojos brillando.
Y por un rato, no dijimos nada. Solo nos quedamos ahí, en el jardín, dejando que el viento moviera las hojas y que el amor —ese amor improbable, el que vino de las sombras— hablara por nosotros.
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...Romina:...
El jardín estaba bañado por una luz dorada, suave, como esas tardes que parecen sacadas de una postal. Elena y Víctor hablaban bajo el árbol grande, ese que Santos había plantado cuando nació Salvador. Yo venía de la cocina, aún riéndome por la pelea que tuve con Aurora sobre si las galletas “se voltean o se sienten”. Al final, ella ganó. Como siempre.
Me acerqué a ellos con una sonrisa, la coleta alta y las manos aún manchadas de harina.
—¿Qué conspiran tan serio? —pregunté, dejándome caer en el brazo del sillón de Víctor y robándole su botella de agua como si fuera mía.
—Nada… solo le decía a tu esposo que está irreconocible —dijo Elena con una sonrisa ladeada—. ¿Te das cuenta de que lograste domarlo?
—¿Domarlo? —bufé—. ¡Por favor! A este hombre aún le falta mucho para llamarlo domesticado.
Víctor me rodeó la cintura con un brazo y murmuró:
—¿Ah, sí? ¿Y quién es el que no puede pasar un día sin besarle los tobillos a su hacker preferida?
—Me reservo el derecho de no responder —dije mientras lo besaba con descaro en la mejilla.
Fue entonces que los vimos llegar.
Reachel entró por la terraza tomada de la mano de Santos, con una de esas sonrisas que le llegaban hasta los ojos. Elliot venía detrás, cargando al más pequeño de sus hijos, y Aurora traía una bandeja de jugos como si no hubiera cumplido sesenta y pico hacía unos días.
—¡Aquí viene la mandamás! —anuncié alzando los brazos como si presentara a una reina.
—¡Exmandamás! —respondió Reachel riendo.
—No te hagas —saltó Santos—. A los dos días de volver ya habías remodelado la mitad de las oficinas y despedido al diseñador de interiores.
—¡Puso paredes verdes menta! —se defendió ella.
—Yo elegí ese color… —susurró Elliot desde atrás.
Las carcajadas estallaron. Incluso Aurora soltó una risita mientras dejaba los vasos sobre la mesa.
—¿Y ahora piensas trabajar medio tiempo y dormir la otra mitad del año? —preguntó Elena, con tono burlón.
—Exacto —respondió Reachel—. Y aún así, haré más que ustedes.
—A ver si no te despido —le dijo Elliot cruzándose de brazos.
—A ver si puedes —replicó ella con un guiño.
La tarde siguió entre bromas y risas hasta que los niños salieron corriendo al jardín. Salvador iba a la cabeza, seguido de Irina Samira y del más pequeño, que intentaba seguirles el ritmo entre tropezones.
—¡Tío Víctor, tío Víctor! —gritó Paolo el hijo más pequeño de Elliot y Elena. —. ¡Hazme lo del truco con la pistola!
—¡No se juega con eso! —gritamos todas a la vez.
Víctor se agachó para atraparlo en el aire y lo levantó por los aires como si no pesara nada. El niño se rió, fascinado, y luego lo miró con esa lógica brutal que solo tienen los pequeños.
—¿Y tú por qué no tienes dedo? ¿Te lo comiste?
Todos nos quedamos congelados. Santos ahogó una carcajada, Aurora abrió los ojos como platos y Reachel se tapó la boca para no reírse.
Víctor parpadeó una vez… y luego estalló en risa.
—No, campeón. Ese fue el precio por hacerme tan guapo. Uno tiene que sacrificar algo.
—¡Entonces yo quiero sacrificarme la nariz! —gritó el pequeño, tocándose la suya con seriedad.
La risa general fue inevitable. Elena terminó doblada de la risa. Hasta Elliot se reia como no lo habíamos visto en mucho tiempo.
Y entre todo eso, Víctor me miró.
Con esa mirada que tenía solo para mí. De adoración, de complicidad, de promesa.
Se inclinó a mi oído y susurró:
—Estás hermosa hoy. Aunque creo que se te nota… lo maternal.
—¿Qué? —pregunté divertida.
—No sé. Solo digo… ¿tú crees que ya sea hora de tener uno nuestro?
Lo miré. Por un segundo, vi todos nuestros años, todo lo que superamos, todo lo que construimos.
Y supe la respuesta.
—Sí —dije sin titubear—. Creo que sí.
Él me besó la frente con suavidad, mientras los niños seguían jugando y nuestras familias reían.
— Ya quiero ir casa a hacerlo.
Empezó a besar mi cuello descaradamente. Y me sobresalte cuando Aurora paso por mi lado con una charola de galletas.
— Hay niños presentes.
Y en ese momento, entre el bullicio, el amor y el sol que ya empezaba a bajar…
sentí que todo estaba completo.
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La casa estaba en silencio.
El tipo de silencio que se siente raro, nuevo, casi íntimo. Como si el mundo nos diera permiso de detenernos, de respirarnos. Solo nosotros dos. Y la noche, tibia, escondida tras las cortinas.
Estaba poniéndome crema en las piernas, cuando sentí esa mirada.
No tuve que girar para saber que estaba ahí, apoyado en el marco de la puerta, con el torso desnudo, esos ojos clavados en mi piel. Como siempre. Como si me viera por primera vez. Como si nunca se cansara.
—¿Sabes que así no me vas a dejar dormir? —murmuró con voz grave.
Sonreí. Lentamente.
—¿Pensé que ya estabas dormido?
—No desde que oí el sonido de la crema… y supe que ibas a estar desnuda, con las luces apagadas y el jazmín colándose por la ventana.
Me giré, despacio. Lo miré directo. La sonrisa juguetona en mis labios contrastaba con el latido feroz en mi pecho.
—¿Y si te dijera… que esta noche quiero que hagamos algo más?
Se acercó sin romper la conexión de nuestras miradas. Me rozó apenas la mejilla, los labios. Luego bajó al cuello, tan lento, tan malditamente lento, que me arqueé sin querer.
—¿Qué quieres, Romina?
—Quiero un hijo tuyo —susurré—. Quiero una mezcla entre tus pecas y mi drama. Un caos con tu carácter y mi lengua afilada.
Víctor se quedó inmóvil por un segundo. Luego sonrió. Una sonrisa que no era dulce… era pura promesa.
—¿Estás segura?
—Sí. Quiero hacerlo… no por accidente. Quiero que esta noche lo intentemos.
—Entonces —susurró, tomándome en brazos—, lo vamos a hacer bien.
Me tumbó con delicadeza, como si mi cuerpo fuera su altar. Se deshizo de mi ropa con precisión lenta, acariciándome con sus dedos, con su boca, como si estudiara cada rincón, como si estuviera memorizando lo que ya sabía de memoria.
Y cuando me tuvo debajo, desnuda, abierta, jadeante… no me tomó de inmediato.
Me miró. Como si se grabase la imagen. Como si me guardara para siempre.
—Así te quiero —murmuró—. Así de viva. Así de mía.
Cuando al fin me invadió, el aire se me escapó del pecho. Un suspiro largo, de entrega, de fuego. Se movía con ritmo firme, profundo, como si su cuerpo supiera exactamente cómo hacerme perder el sentido. Su boca recorría mis hombros, mis pechos, mientras nuestros cuerpos chocaban en una danza primitiva y perfecta.
Le arañé la espalda. Me enredé en él. Lo escuché jadear mi nombre con voz rota.
—Dios… Romina…
—Más… —susurré en su oído—. Dame más… Quiero que se quede dentro de mí. Que esta noche nos deje un pedazo de ti aquí.
Sus embestidas se volvieron más intensas. Él me sujetó fuerte, me besó con rabia dulce. Y cuando alcanzamos el clímax, lo hicimos juntos, como si el universo nos empujara hacia esa explosión, como si ya supiera lo que estábamos creando.
Víctor no se apartó de mí. Me abrazó como si lo que acabábamos de hacer no solo fuera deseo… sino una especie de promesa.
—Si esta noche hicimos un hijo… será el ser más amado del mundo —susurró, aún dentro de mí.
—Y el más peligroso —bromeé, entre risas entrecortadas—. Tendrá tu puntería y mi lengua.
—Estamos jodidos —rió él.
Y yo me acurruqué contra su pecho, con la certeza de que, pasara lo que pasara… habíamos comenzado algo.