Ella una divorciada de 40 años...
Él un rock star de 26... una pareja que no debía formarse, pero aun así... ambos luchan por su amor y la crítica publica.
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capítulo 7
A la mañana siguiente, Rous se despertó primero. La luz que se filtraba por las cortinas pintaba de dorado la habitación, y por un instante, creyó que todo había sido un sueño. Pero al girar apenas el rostro y verlo allí, a su lado, dormido plácidamente, el pecho desnudo asomando entre las sábanas, supo que no. Había pasado. Había sido real. Cada beso, cada caricia, cada susurro contra su piel…
Sintió el peso del brazo de Liam rodeándola. Se quedó unos segundos así, contemplándolo. Había algo tierno en ese hombre tan seguro de sí mismo mientras dormía: la mandíbula relajada, los labios apenas entreabiertos, el mechón rebelde cayéndole sobre la frente. Con mucho cuidado, retiró su brazo y se sentó al borde de la cama. Buscó su bata, la ajustó alrededor de su cuerpo todavía sensible, y bajó descalza por las escaleras.
En la cocina, comenzó a preparar el desayuno. Mientras el aroma del café recién hecho llenaba el ambiente, Rous no podía evitar sonreír sola. Sentía cosquillas en la piel, como si aún pudiera percibir las manos de Liam acariciándola. Se tocó los labios, recordando sus besos, y soltó un suspiro involuntario.
Estaba sirviendo los huevos cuando escuchó pasos bajando. No tuvo que voltear. El sonido era distinto, seguro. Liam.
Él la abrazó por la espalda sin decir una palabra, deslizando sus brazos alrededor de su cintura, y depositó un beso lento en la curva de su cuello.
— Buenos días... —murmuró con la voz ronca del recién despierto.
— Buenos días para ti también —respondió ella sin mirarlo, tratando de mantener la compostura mientras un escalofrío le recorría la columna.
— Huele delicioso...
— ¿Tienes hambre?
— Mucha... —dijo, dejando otro beso en su hombro antes de separarse para sentarse en uno de los taburetes del desayunador.
Ambos desayunaron en silencio unos minutos, compartiendo miradas suaves y sonrisas cómplices. Todo se sentía inesperadamente cómodo. Como si siempre hubiese sido así. Como si ya se conocieran de mucho antes.
Pero entonces Liam, con el café en una mano y la otra jugueteando con la servilleta, rompió el silencio.
— Mañana por la tarde continuamos con la gira. Europa, luego Sudamérica.
Rous asintió con un nudo en la garganta. Sabía que ese momento llegaría. Siempre lo supo.
— Me imagino... —respondió, sin levantar la vista.
Él la observó unos segundos, y luego añadió con voz suave, pero directa:
— Quiero que me acompañes.
Rous lo miró, sorprendida.
— ¿Qué?
— Quiero que vengas conmigo. No quiero dejar de verte... No quiero que esto termine aquí.
Ella dejó el tenedor a un lado, tratando de entender la magnitud de lo que acababa de escuchar.
— Liam... no puedo.
— ¿Por qué no? Eres tu propia jefa, tu hija no está y, si no mal recuerdo, me dijiste anoche que estará fuera todo el verano.
— Sí, pero aun así... tengo responsabilidades aquí. No puedo simplemente desaparecer.
— Claro que puedes. No estás atada a nadie, Rous. Nadie depende de ti más que tú misma. ¿Por qué no permitirte vivir algo que deseas?
Ella lo miró con los labios apretados. Había deseo, claro que lo había. Lo que había pasado entre ellos no era sólo físico. Había conexión, complicidad, algo más allá de la atracción. Pero también estaba el miedo. A ilusionarse. A salir de su burbuja. A perder el control que tanto le había costado recuperar.
— ¿Y qué haría yo allá? —preguntó finalmente, bajando un poco la voz.
— Estar conmigo. Acompañarme. Vivir algo nuevo. No sé… ser feliz, quizás. ¿Es eso tan descabellado?
— No es que no quiera... —susurró ella— Es que no sé si puedo.
— ¿Por qué lo piensas tanto? —preguntó, acercándose al otro lado de la barra— Ven conmigo, Rous. No te estoy pidiendo una promesa. Solo... ven. Deja de mirar hacia atrás y empieza a vivir lo que tienes frente a ti.
Ella lo miró, el corazón latiendo desbocado. Podía sentir cómo todo en ella quería decir que sí. Quería arriesgarse. Pero las dudas no dejaban de gritarle.
— Necesito pensarlo.
— Entonces piénsalo —dijo él con una media sonrisa, acercándose y dándole un beso en la frente— Pero no tardes demasiado.
Y con eso, se levantó para ir a darse una ducha, dejándola sola en la cocina. Rous bajó la mirada al plato frente a ella, ya frío. Las palabras de Liam seguían retumbando en su mente como una canción imposible de olvidar:
"Ven conmigo, Rous."
Y, por primera vez en mucho tiempo, no supo si quedarse... o saltar al vacío.