Desde que tengo memoria, he sido repudiada por mi padre y por todo el imperio, señalada como "la princesa demonio", "la hija maldita", "la oscuridad entre la luz". Me acusan de intentar asesinar a mi hermana, la hija de la Diosa Mística. Incluso mi ex prometido me odia por querer acabar con su princesa. Estoy sola, y me espera una muerte miserable. En el cielo, mi madre y mi hermano, quienes murieron en un incendio cuando yo tenía 14 años, aguardan. Desearía haber muerto ese día también, pero pronto cumpliré mi sueño. Adiós, hermana. Nunca te odié. No sé por qué creen que intenté quitarte la vida, yo no fui. Cumple tu deber y salva al imperio de la guerra; esos fueron mis deseos antes de morir.
Sin embargo, para mi sorpresa, desperté nuevamente a los 14 años. Mi madre y mi hermano están vivos. No dejaré que mueran de nuevo.
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12 Maratón 2/5
El juez dispuso a leer el documento oficial en un pergamino de lienzo dorado. Leyó detenidamente cada punto, consciente de que muchos estaban en desacuerdo. Sin embargo, no había nada que pudieran hacer, ya que el emperador había aceptado todas las condiciones. La decisión del juez era clara.
—Para cerrar esta sesión, donde todos los presentes han sido testigos de las palabras del emperador, quien ha reconocido sus faltas sin objeción alguna y ha aceptado cada una de las peticiones de la exemperatriz, se concede la demanda de divorcio. Además, se otorga al emperador la opción de casarse nuevamente y coronar a una nueva emperatriz, excluyendo a la concubina Clarisa. Debido a las faltas cometidas en contra de la exemperatriz, Clarisa no tiene derecho a ascender al trono. Como no se ha solicitado ninguna sanción en su contra, continuará en su posición de concubina —anunció el juez, mientras observaba las reacciones de los presentes, quienes parecían estar de acuerdo.
Los nobles allí reunidos suspiraron de alivio al escuchar que el emperador podría volver a casarse. Para muchos de ellos, eso significaba que sus propias hijas aún tendrían la posibilidad de ascender al trono, pues lo único que buscaban era riqueza y poder, sin importar que el emperador ya fuera un hombre mayor.
—La exemperatriz será conocida en adelante como la Duquesa Mónica Celestia Robles Carmona, y recuperará el uso de sus antiguos apellidos. Sus hijos, los príncipes, también llevarán el apellido de su madre, pues no desean el título de príncipes. No obstante, si algún día desean reclamar el trono, tendrán el derecho de hacerlo, ya que llevan sangre real. La Duquesa Mónica Robles tendrá además el derecho de contraer matrimonio nuevamente, si así lo desea. Nadie tendrá el derecho de interferir en su vida o la de sus hijos, especialmente en la de su hija, Lila, sobre quien se han vertido rumores injustamente. Todo aquel que mencione el nombre de Lila en términos despectivos será castigado —finalizó el juez.
Los presentes palidecieron; muchos de ellos habían contribuido a propagar rumores maliciosos sobre la joven. Solo ahora, al escuchar estas palabras, empezaban a reflexionar. ¿Por qué habían repetido tantas cosas sobre una muchacha a la que nunca habían visto hacer nada malo? La duda se instaló en sus corazones. ¿Quién había iniciado esos rumores?
—Por los años de maltrato, humillación, y las necesidades que ha sufrido la Duquesa, se le otorgará una compensación extraordinaria, cuyo monto es confidencial debido a su elevada suma. Además, el emperador asignará a un contador que se encargará de hacerle llegar una pensión mensual considerable a su exesposa. ¿Están todos de acuerdo? —preguntó el juez, expectante.
Los presentes asintieron y firmaron el documento, que atestiguaba el divorcio entre la emperatriz y el emperador, un evento que, sin duda, daría mucho de qué hablar por un buen tiempo.
—¿Alguien desea decir algo antes de cerrar la sesión? —preguntó el juez.
Entonces, Lila se levantó y caminó hacia el centro del salón. Su rostro reflejaba una tristeza que conmovió a quienes la observaban.
—Quisiera decir algo, señor juez —dijo Lila entre lágrimas.
—Tienes todo el derecho de hablar —respondió el juez, atento a la joven.
—Solo quiero decir… que me habría gustado tener un padre amoroso. Papá, desde el fondo de mi corazón, no te guardo rencor por todas las veces que me golpeaste, que me insultaste, que dijiste que me aborrecías por haber nacido del vientre de mi madre. Hoy, delante de todos ustedes, quiero aclarar algo… —Lila tomó aire, y unas lágrimas rodaron por sus mejillas—. El simple hecho de poseer un poder oscuro no significa que sea una maldición. Ese poder podría ser una bendición en cualquier momento…
Lila vio cómo todos tenían la atención puesta en ella, y continuó con firmeza:
—Soy una persona decente. No usaría mi poder para hacer daño a nadie; en cambio, lo usaría para proteger a mi nación si fuera necesario y para defender a los que amo. Creo que han tenido un mal concepto de mí desde el día en que nací. Yo era solo una bebé, sin maldad alguna, y sin embargo, todos ustedes me juzgaron y me llamaron "la demonio".
Muchos de los presentes sintieron vergüenza, conscientes ahora del daño que habían hecho con sus palabras. No habían pensado en el dolor que causaban, y menos aún en lo poco que conocían realmente a la princesa. Reflexionaban sobre las oportunidades que nunca le dieron a Lila para mostrar quién era en realidad.
—Eso era todo lo que quería decir. Si no hay nada más, mi familia y yo nos retiramos. Espero, padre, que nunca me olvides. Yo tampoco te olvidaré. Y esperaré tu visita, si alguna vez llegas a sentir algo por Alexis y por mí. Recuerda que Priscila no es tu única hija; nosotros también lo somos. Y no, no odio a Priscila. Jamás odiaría a un hermano…
Esas últimas palabras emocionaron a todos los presentes, y Lila, con paso firme, se acercó a su padre para abrazarlo.
Pero lo que nadie escuchó fue el susurro de Lila al oído de su padre: “Espero algún día encontrarte en el infierno. Nunca te dejaré en paz. Y cuídate de lo que bebes, porque tu querida Clarisa hace lo que quiere contigo… te tiene embrujado, viejo estúpido.”
A los ojos de todos, parecía un emotivo abrazo entre padre e hija, lleno de amor y reconciliación… o al menos, eso era lo que ellos creían.