Yo antes era una espía y asesina respetada por todos, temida por todos, la más importante y reconocida por todos aquellos que oían mi nombre temblaban del terror y la desesperación que sentían al oír de mí. Creía que lo tenía todo, incluso creía que tenía a mi lado a un hombre que me amaba y respetaba como mujer y compañera de equipo. Desgraciadamente estaba muy equivocada y terminé por ser traicionada por él y por la gente que creía que me era leal, pero ni siquiera eso.
Ese día perdí todo y terminé por ser arrestada, humillada, maltratada, casi violada por uno de los custodios que me llevaba a ser finalmente encarcelada, sin juicio alguno en cual pudiera defenderme; era frustrante dado que yo fui una de las personas que propuso que todo criminal, sin importar su rango no tendría un juicio sino que en cambio iría directamente a "Azgaard" la más cruel y sanguinaria cárcel clandestina que el mismo maldito Hitler autorizó sin haber consultado a sus generales y consejeros.
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Capítulo 11.
SOFÍA
Con Maxwell capturando mis labios para besarme hasta que todo pensamiento racional que tenía lo terminé por olvidar completamente. No tenía deseos o ganas de perder el tiempo pensando en las consecuencias de acostarme con el Alcaide para que de una sola vez fuera a embarazarme o después de varios encuentros. Lo cual sería demasiado aterrador o más bien problemático.
No me preocupaba demasiado ya que tenía la certeza de que él me enviaría a hacerme un aborto en caso de quedar embarazada. Tal y como dijo Maxwell, debía de ser su amante. Amante de mi enemigo.
Debía dejar de lado mi odio y todo aquello nos rodeaba. Ya había aceptado traicionarme a mí misma y a mis principios como mujer. Haría que el precio de vender mi cuerpo al Alcaide de Azgaard valiera la pena.
Estaba tan centrada en el sabor adictivo y afrodisíaco de los labios de Maxwell, que mi mente se terminó por perder en el hilo de mis pensamientos.
El hecho de que estaba montada en sus fuertes y esbeltos muslos era como estar abordo de la rueda de la fortuna en el parque de diversiones en una feria. Sentía que estaba emprendiendo el vuelo, como un ave que estaba aprendiendo a volar.
Debía de reconocer que el Alcaide era bastante bueno besando, a comparación del bastardo con el que yo estaba antes, puesto que no era mi primer beso sin embargo sí era el mejor beso de toda mi maldita vida.
Además sus caricias despertaban tanto deseo y placer en mí que hubo momentos en los que me había olvidado de quién era el bastardo que me traicionó y sobretodo había olvidado cómo carajos se llamaba, pero eso no importaba.
Lo preocupante era que el hombre que logró que mi cuerpo y vientre estuvieran revoloteando y que mi corazón se alterara fuera nada más que mi propio enemigo el que logró captar mi atención realmente.
Mi propio carcelero logró lo que otro no pudo. Qué ironía...
Tendría que odiar a Maxwell con cada fibra de mi cuerpo, pero tanto mi mente así como mi cordura estaban en un serio debate. No, no era cierto. Mi mente estaba cuerda y pensaba con sensatez pese a que me encontraba cautiva en la oscuridad y la muerte asechando.
Me era extraño verlo como un ser humano intrigante y espeluznante al mismo tiempo. Además de que su belleza y elegancia fueran a resultar ser mi tipo. Lo cual me era atractivo.
Me atraían sus facetas de soldado y de aristócrata por igual. Y por un extraño motivo sentía que su personalidad y la mía se complementaban. Me gustaba hablar con él. Él realmente me escuchaba y se tomaba en serio mi conversación. Valoraba mi inteligencia y le atraía mi manera altanera y orgullosa de pensamiento.
Antes mi Padre adoptivo y mentor ni siquiera notaba esos detalles en mí a menos de que alguien se lo dijera, pero eso era todo. Y nunca encontré esa atención, dado que yo no tenía palabra o voto en una conversación, ya que sólo era una espía y asesina para los Nazis. Y nada más.
Siempre debía de estar en silencio y quedarme a lado de mi Padre adoptivo con un arma en mano para evitar que uno de sus tantos enemigos lo matara.
Sinceramente no le temía a Maxwell hasta el punto de estar aterrada. Sino que era una ira que me provocaba a tal grado que se convertía en un implacable deseo sexual que no podía controlar e ignorar.
Había estado todo el maldito día pensando en él. Traté de estar todo el tiempo intentando entender sus puntos de vista y siendo sincera... estaba deseando que llegara la noche porque él me atraía a un nivel tan primitivo, además de su compañía. Me había gustado intercambiar opiniones con él así como también me estaban gustando sus besos y caricias.
Ese hombre me entendía así como también me encendía, alteraba mis sentidos, de una forma alocada e irreversible. Tanto que temía enamorarme.
Tenía muy en claro que el hecho de amarlo me traería dolor y angustia. Pero en ese momento todas mis barreras emocionales las hice desaparecer. Permitía que mi ira y mi dolor por haber sido traicionada y cruelmente culpada por un crimen que ni siquiera cometí. Y sobretodo por ser una rea en tiempos de guerra lo expresaba en los besos que le daba de vuelta.
No lograba controlar el temblor de mi cuerpo y las ansias que tenía de besarle de vuelta y de tocarlo libremente, tal y como él estaba haciendo conmigo. Me permití actuar como mi cuerpo encendido de deseo y de pasión me lo exigía. Además él había dicho que esperaba que respondiera a sus ansias y hacerlo no estaba siendo ningún sacrificio, porque a pesar de las circunstancias me sentía atraída por él.
Mi piel hormigueaba a causa del delicioso roce de sus manos suaves y fuertes. Despertaba sin esfuerzo alguno mis terminaciones nerviosas, tenía la imperiosa necesidad de acortar aún más la distancia de su cuerpo con el mío.
Mantuve los ojos cerrados sintiendo y saboreando la suavidad de su boca y de su lengua. Imitaba el lento y suave baile erótico de sus labios y lengua. Su lasciva lengua conquistaba el interior de mi boca, en especial mi lengua que hacía que mi sangre se calentara. Me mareaba, pero de una forma agradable y muy excitante.
Sus manos fuertes, cálidas y puras, y expertas viajaban por la piel de mi espalda hasta llegar al gancho de mi sostén para soltarlo y dejando libres mis senos los cuales abarcó con las manos y los empezó a estimular de manera magistral. Mis pezones parecían ponerse duros y muy sensibles al más mínimo tacto de sus manos.
Me humedecía en la entrepierna. Me oía a mi misma gimiendo de placer sin pudor y sin recato. Jamás había sentido algo así. Sus caricias me seducian, su aroma me fascinaba y me estaba gustando demasiado besarlo y quería más y más.
El deseo me inflamaba y me armaba de valor. Rodee su cuello con los brazos, después me apegué por completo a su cuerpo, él jadeó de agrado y sorpresa por haber respondido con agrado a nuestra cercanía.
Deseaba sentir el roce de su piel. Quería desnudarlo y tenerlo a mi disposición, quería liberarlo de la ropa, pero no podía desabotonar su chaqueta, porque no podía parar de enredar mis dedos en su cabello corto y sedoso. Lo sentí sonreír incrédulo al jalar de su cabello exigiendo más descontrol.
Lo besé hambrienta y con lujuria. Abrí los ojos y le sonreí de vuelta, jalé con los dientes su labio inferior y mi corazón dio un vuelco de alegría, orgullo y diversión escuchando sus gemidos de placer. Sus pupilas se oscurecieron y su respiración se alteró. Podía sentir el palpitar de su corazón. Él también estaba embriagado de mí y como yo él tampoco tenía suficiente.
Le exigía más pasión besándolo con más fuerza. Me sentía ebria ante el nivel de calor y vértigo. Sus gemidos de apreciación y de gusto por expresar mi deseo lo ponían más tenso y apasionado.
Sentía como me rodeaba con los brazos y me pegaba a su cuerpo con fuerza y ansiedad. Liberó mis labios para besar la comisura de mi boca, mordió de forma sensual mi mentón y bajó rozando con los labios la piel de mi cuello, rozando con la de mi hombro izquierdo besándolo.
Maxwell con voz rasposa y ronca dijo:
—Eres sumamente hermosa y muy seductora. Estoy amando la suavidad de tus labios, así como estoy amando el aroma de tu piel. Deseo descubrir todos los colores y sabores que puede adoptar tu cuerpo al calor del deseo y del placer.
En un rato, sobre mi cama de una forma lenta, placentera y erótica voy a degustar cada uno de tus sabores. Nada de ti me será un misterio. Te conoceré de modo íntimo, como nadie lo ha hecho.
Te juro que que voy a captar tu interés Sofía. Voy a capturarte. No quiero ser dueño solamente de tu cuerpo, también me adueñaré de tu corazón y de tu mente. Te haré adicta a mí. Te drogaré a través del deseo y del éxtasis. Te daré una fuerte sobredosis de placer.
Quiero que me necesites, que me añores. Quiero que me pienses a cada momento, tal y como yo estuve todo el puto día pensando en ti. Haré de ti mi prisionera, pero por amor. Tú me amarás.
Eres la primera mujer que me provoca enamorarla. Te metiste en mi piel y en mi mente, no me agrada saber que gran parte de ti me detesta y me odia.
No tengo la más remota idea de por qué necesito que me quieras, pero lo necesito. Te quiero para mí. Estoy ambicionado en poseer tu cuerpo, tu mente y tu corazón. No pararé hasta conseguirlo, hasta que esté seguro de que me estás amando.
Cabes en la perfección de mis brazos, estás hecha a mi medida. No puedo esperar a que estés dentro mí. Quiero que seamos uno, pero no, aún no. Me tomaré mi tiempo, ya que estoy disfrutando enormemente como estás disfrutando y respondiendo a mis ansias.
Mírate, ya estás ardiendo y eso que aún no he estimulado por completo tu cuerpo. Pasión..., Pasión debería ser tu segundo nombre. Parecías ser alguien que se contenía, siendo alguien fría y cruel cuando te vi por primera vez.
Al instante en que te vi y la forma en que mantuviste tu mirada arrogante me di cuenta de que tu personalidad orgullosa y apasionada escondía tu ser verdadero.
Eres como dinamita... me haces pedazos, me desarmas como no tienes una idea. No dejaré que nadie a excepción de mí descubra esta faceta tuya. Que tan incendiaria eres... y eso será un secreto entre nosotros.
Tu pasión y la mía se complementan, lo mismo que también se complementan tu personalidad y la mía. Somos afines. Te mostraré esta noche que estoy en lo cierto. Ven, vamos a mi habitación. No te follaré en un incómodo sofá, aunque a ti puedo follarte en cualquier sitio, sin importar cuán incómodo sea—.
Perpleja y sin palabras ante aquel nuevo descubrimiento y rumbo que estaban tomando las cosas con Maxwell, me retiré de su cuerpo con su ayuda. Tomé mi blusa y con ella cubrí mis senos dejando de lado mi sostén. Él me levantó del sofá y caminó con determinación hacia la puerta de su habitación. La abrió y luego entró en ella. Clavó la mirada en mí, y la sostuve mientras sujetaba el perilla de la puerta desde adentro de la habitación. Él esbozó una sonrisa lasciva y traviesa en su rostro. Tragué saliva.
Estando cerca de él dejé caer mi blusa al suelo. Caminé otro paso y me quedé muy cerca suyo esperando expectante. Sabiendo que él deseaba todo de mí, no quise huir, sino más bien volver a sentir su cuerpo junto al mío, así que con determinación caminé en su dirección manteniendo su mirada hinóptica e intensa.
Él cerró la puerta y sentía que la tensión sexual se hacía más y más intensa con cada segundo que pasaba y con cada instante que pasaba se hacía más intenso el hecho de estar muy cerca de su elegante cama con dosel.
Levanté el rostro y cerré los ojos cuando él me rodeó mi rostro con las manos y se agachó para besarme. Debía de sujetarme con ambas manos de la tela se su chaqueta sobre su pecho porque mis piernas temblaban, estaban flojas. Luego se retiró y se acercó a la cama, se sentó en ella para decirme:
—Tengo demasiada ropa encima. Desvísteme, empieza con las botas—. No lo dudé y me acerqué a él. Me arodillé en la suave alfombra frente a él y comencé a quitarle las botas empezando con la izquierda, que era larga y de cuero negro.