una chica cualquiera viaja en busca de sus sueños a otro país encontrando el amor y desamor al mismo tiempo...
NovelToon tiene autorización de Gladis Sella para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La Tormenta Perfecta: Ausencia, Envidia y el Ataque de Berta
La rutina de mis días, ya de por sí dividida y exigente entre el café y la universidad, volvió a sufrir una alteración. Las Olimpiadas Internas de Abogacía estaban en su punto álgido, y mi participación en las pruebas era crucial para aspirar a un puesto en el equipo nacional. Necesitaba ese día libre. Afortunadamente, Don Pascual, con quien habíamos establecido una excelente sintonía profesional –a menudo nos quedábamos hasta tarde, Doña Pepa, él y yo, haciendo balances y analizando nuevas estrategias para que "El Rincón del Café" siguiera siendo la primera elección de los ejecutivos de la ciudad–, me autorizó la ausencia sin dudarlo. Su confianza era un bálsamo en medio de las tensiones.
Sin embargo, el universo conspiró para darle a Berta la oportunidad perfecta de echar más leña al fuego. Esa misma mañana, Victoria, la camarera del turno de la mañana, se enfermó inesperadamente. Ante la urgencia, Don Pascual no dudó: llamó a Berta para que se hiciera cargo del turno matutino, considerándola la persona con más experiencia y conocimiento del movimiento de la cafetería para cubrir esa ausencia repentina. Para Berta, era el escenario ideal. Mi ausencia, combinada con su presencia en mi turno habitual, le otorgaba un poder momentáneo que no dudaría en usar para atacarme.
Sabiendo de la situación y queriendo dejar todo en orden para Don Pascual antes de mi partida hacia la universidad, llegué temprano al café. La puerta estaba entreabierta. Al empujar, la encontré allí, detrás de la barra, con esa sonrisa tensa que ya conocía tan bien. Nuestros ojos se encontraron, y su mirada, ya cargada de resentimiento, se endureció al verme.
Entré al café con un aire de eficiencia forzada, intentando ignorar la figura de Berta que ya estaba en la barra, acomodando tazas con una lentitud exasperante. Llevaba en las manos una carpeta con las últimas planificaciones y un par de notas para Don Pascual. Apenas la vi, sentí cómo el aire se volvía denso.
Azul: (Con una sonrisa profesional, intentando sonar natural) "Buen día, Berta. Vine un momento a dejarle unas cosas a Don Pascual antes de irme. Ya veo que estás cubriendo a Victoria."
Berta se giró, su sonrisa se torció en una mueca de desprecio. Sus ojos, ya irritados por la mañana temprana, me escudriñaron de arriba abajo, deteniéndose con particular énfasis en mi ropa más informal de estudiante, en contraste con el uniforme de trabajo.
Berta: (Con un tono cargado de sarcasmo y una voz arrastrada que pretendía ser dulce pero era veneno puro) "Ay, la 'señorita'. ¿Ya te vas? Qué rápido, ¿no? Otros tenemos que currar desde bien temprano, pero claro, algunas tienen 'prioridades' más importantes. ¿Olimpiadas, decís? Qué moderno suena eso, viniendo de quien viene..."
Sentí un pinchazo en el estómago. Sabía a dónde iba.
Azul: (Manteniendo la calma, aunque el pulso se me aceleraba) "Sí, Berta. Don Pascual ya lo sabe. Tenía un compromiso con la universidad y me lo autorizó. Vengo a dejar las últimas indicaciones." Extendí la carpeta un poco más.
Berta no la tomó. En su lugar, se apoyó en la barra, cruzándose de brazos, y su voz se hizo más alta, como para que cualquier sombra en la cocina o detrás de la puerta pudiera escuchar.
Berta: (Con una risa burlona y un matiz de indignación fingida) "¡Ah, claro! Cómo no. 'Autorizado'. Siempre lo mismo. Cuando las de aquí tenemos un problema, tenemos que traer un parte de defunción y poco más. Pero la que viene de fuera, la 'inmigrante', ah, esa tiene pase libre para todo. Un día para estudiar, otro día para descansar, ¿qué será lo próximo? ¿Que te quedes en casa porque te duele el dedo gordo del pie?"
Mis manos, aún sujetando la carpeta, empezaron a temblar ligeramente. La sangre me hirvió. Quería responderle, gritarle que no tenía derecho a hablarme así, que mi origen no tenía nada que ver con mi compromiso. Pero me contuve. El profesionalismo, por más difícil que fuera, debía prevalecer.
Azul: (Con la voz apenas audible, intentando sonar firme) "No entiendo por qué siempre tienes que hacer comentarios así, Berta. Yo cumplo con mi trabajo, y mis compromisos externos están coordinados."
Berta soltó una carcajada estridente, un sonido que resonó con desagrado en el café aún vacío de clientes.
Berta: (Acercándose un paso, su tono más agresivo, casi susurrando para aumentar la carga de malicia) "Ay, la 'cumplidora'. ¿Sabes qué pasa? Que no te engañes. Aquí sabemos de dónde viene cada una. Y tú, por más que te vistas de seda, mona te quedas. Quieres subir muy rápido, ¿no? ¿Creerás que por estudiar libros de esos raros ya eres mejor que nosotras que llevamos años aquí, con los pies en la tierra? Este café se hizo con esfuerzo de gente de aquí, no de gente que viene a ver qué pesca. Y que no se te olvide que, aunque te den el turno de 'jefecita', la que sabe cómo se mueve esto soy yo. Tú eres la nueva, la que aún tiene que aprender. Y encima, la que falta cuando más se te necesita."
Su mirada era un puñal. Sentí el golpe de cada palabra, el veneno de su desprecio. La mención de "inmigrante", de "venir a ver qué pesca", de "subir rápido", todo junto. Era un ataque directo a mi valía, a mi esfuerzo, a mi mismo derecho a estar allí. El malestar se instaló en mi pecho, una sensación de profunda injusticia y vulnerabilidad. No era solo envidia; era algo más oscuro, un prejuicio visceral que Berta no dudaba en expresar.
Sin poder decir una palabra más, con el corazón encogido y los ojos picándome de la rabia contenida, dejé la carpeta en la barra, sin que ella la tocara. Me di la vuelta y salí del café. Berta había ganado esa pequeña batalla mañanera. Pero la guerra, sentía, apenas comenzaba. Y yo estaba decidida a no rendirme.
La puerta del café se cerró tras de mí con un golpe sordo, pero en mi cabeza, el eco de las palabras de Berta resonaba con la fuerza de un trueno. Caminaba por la acera, sintiendo el sol de la mañana en mi piel, pero mi mente estaba lejos, atrapada en el veneno de su desprecio. La rabia y la impotencia pugnaban dentro de mí, tejiendo una red de pensamientos oscuros. "Inmigrante", "pescar", "privilegios"... cada término se repetía, hiriéndome una y otra vez. Estaba tan absorta en mi propio laberinto mental que apenas registraba el mundo a mi alrededor.
De repente, un sonido familiar y alegre me sacó de mi ensimismamiento. ¡Piiiiiip! Un toque de bocina, largo y melodioso, que sonó justo a mi lado. Me sobresalté, girando la cabeza. Y allí estaba. Julián.
Su coche, un modelo que no era el último grito de la moda, pero que irradiaba un cuidado impecable y un valor evidente en sus líneas clásicas, se había detenido suavemente junto a la acera. Era un sedán de color oscuro, elegante y discreto, que contrastaba con la ostentación de otros vehículos que a veces veía por Sevilla. La ventanilla del conductor bajó, y la sonrisa de Julián, tan radiante como su cabello dorado bajo el sol andaluz, iluminó mi mañana.
Julián: (Con esa voz cálida que tanto me encantaba, y un tono divertido) "¡Azul! ¡Hey, Azul! ¡Parece que los libros de derecho te tienen en otro mundo! ¿Todo bien?"
Mi corazón dio un vuelco. La sorpresa y la alegría de verlo ahogaron por un momento el malestar que Berta me había provocado. Había olvidado por completo que Julián, quien sabía mi horario de clases y que yo pasaría por el café antes de ir a la universidad, había prometido pasar a buscarme. Su gesto, su simple presencia, era un bálsamo instantáneo para el alma.
Antes de que pudiera responder, Julián ya estaba saliendo del coche. Con una elegancia natural, como un auténtico caballero, se dirigió a abrirme la puerta del copiloto. Su amabilidad era tan genuina, tan espontánea, que cualquier rastro de la conversación con Berta pareció desvanecerse en el aire.
Mientras me disponía a subir al coche, mi mirada, casi por inercia, se desvió hacia la ventana de "El Rincón del Café". Y allí estaba ella. Berta.
Su rostro estaba pegado al cristal, sus ojos fijos en nosotros. La expresión en su cara era inconfundible: una mezcla de curiosidad malsana, sorpresa y, sobre todo, una perversa satisfacción. Una sonrisa amarga, casi un rictus de triunfo, se dibujó en sus labios mientras nos observaba. No necesitó decir una palabra. Su mirada lo decía todo: "¿Así que la 'inmigrante' tiene un coche como este esperándola? ¿Y un chico así?".
En ese instante, supe que había sembrado una nueva semilla de veneno. La visión de Julián, con su elegancia innata, abriéndome la puerta de un coche tan bien cuidado, en un gesto de caballerosidad que contrastaba tan fuertemente con el ambiente que se vivía dentro del café, era el combustible perfecto para su resentimiento.
Cerré la puerta del coche de Julián, sintiendo su calor y su seguridad envolverme. La preocupación por Berta regresó con fuerza, pero esta vez, acompañada de una nueva capa de ansiedad. Ya me imaginaba cuál sería el comentario mañana, y los días siguientes. Las habladurías se multiplicarían, la envidia se agudizaría. La "inmigrante" no solo tenía privilegios en el trabajo y la universidad, ahora también se movía en coche y con un chico atractivo y aparentemente acomodado. Berta había encontrado un nuevo flanco para atacar. Pero por ahora, a salvo en el coche de Julián, intenté respirar profundo y dejar que la alegría de su presencia borrara, aunque fuera por un momento, la sombra de su maldad.