No Soy La Villana

AILA

Salí de la oficina de Einar con el corazón más liviano, tranquilo, como si me hubiese quitado una capa invisible de peso que llevaba cargando desde que todo comenzó. La brisa del pasillo, fresca y perfumada con las flores del jardín interior del Palacio, acariciaba mi rostro y me permitió respirar con calma por primera ve en días.

Había sido directa, honesta y firme. Sin alterarme. Sin demostrar debilidad. Y lo más importante: sin miedo.

Le di mis términos a Einar. Los leyó de forma minuciosa, cada cláusula había sido leída con cuidado, no solo para protegerme, sino también para asegurar que ambos tuviéramos una convivencia digna y respetuosa. Eran condiciones objetivas, claras. No pretendía doblegarlo ni mucho menos imponerme, pero sí dejaba en claro que no sería la mujer despiadada, cruel e interesada de otro tiempo.

Vi cómo leía el documento en silencio, un silencio que a veces me inquietaba. Con sus ojos azules moviéndose sobre cada línea, mientras la luz de la tarde se filtraba por las grandes ventanas de su oficina, que iluminaban de forma parcial su rostro. La máscara plateada que llevaba cubría la mitad de sus cicatrices, pero no podía ocultar la expresión que vi fugazmente en sus ojos. No era rabia, ni tampoco desprecio. Era más bien algo más cerca a la incertidumbre... podía ser... ¿Respeto?

Hablé con calma, pero sin vacilar. Le había recordado el día que nos encontramos cuando iba a en camino a elegir mi vestido de novia. Dicho día, su actitud había sido fría, cortante. Quiso entregarme el anillo como si fuera un favor que me estaba haciendo, no un compromiso. Me ofendió, sí, pero sobre todo con el desdén. Me fui sin el anillo. Sin mirar atrás.

Y él no me detuvo.

Hoy fue distinto.

Me escuchó. Ni siquiera me interrumpió. No me despreció cuando expresé mi opinión.

Lo miré con atención, como si buscara encontrar al hombre detrás de la máscara, detrás del título de la bestia de Hess. Y por primera vez... creí ver una grieta en ese muro de hielo que siempre lo rodeaba.

Posiblemente había esperanza.

No para enamorarse el uno del otro, claro que no. No porque quisiera olvidar el pasado de la noche a la mañana. Pero sí para construir algo nuevo. Algo limpio. Honesto. Un comienzo diferente.

Caminaba por los pasillos de mármol hacia la salida, sentí que había dado un enorme paso hacia mí renacer. Ya que literalmente renací. No era la misma Aila Richter grosera, mimada, déspota, cruel, engreída, que siempre buscó ser superior a los demás.

Por lo menos, tenía la oportunidad de escribir mi historia con la cabeza en alto. Y esta vez... no pensaba en que nadie—ni siquiera Einar— dictara los términos por mí.

Pero esa paz se rompió en un instante.

A lo lejos, entre los ventanales del pasillo, la vi.

Alicia...

Mi sangre se heló...

No por miedo, sino por el torbellino de emociones que su presencia despertaba. En mi vida pasada, la odié con una intensidad prácticamente absurda. Alicia había sido la enfermiza obsesión de Einar, la razón por la que todo se desmoronó. Y aunque él era culpable de sus acciones..., verla a ella me traía recuerdos que me dolían como si fuera algo reciente.

Solté una maldición entre dientes, en silencio, como un eco amargo.

Ella también me vio, y por un segundo, sus ojos se entrecerraron. No sabía sí me reconocería o simplemente percibía la tensión que se había apoderado de mi rostro.

Y entonces lo sentí.

Una premonición...

Esa vieja sensación de que algo estaba por repetirse. Algo oscuro.

Sin pensarlo dos veces, me di media vuelta. Ni podía dejarlo pasar. Si algo había aprendido de mí renacer, era que la indiferencia es el camino más rápido hacia el mismo destino.

Volví a la oficina de Einar y entré sin tocar.

—Necesito hablar contigo—Dije con urgencia.

Él alzó la vista, sorprendido.

—¿Qué ocurre?

—Vi a Alicia—Respondí, sin rodeos—. No puedo explicar todo ahora, pero debes creerme: si ella está aquí, algo puede salirse de control. No quiero que se repita lo de la última vez.

Lo miré a los ojos, suplicando que me creyera, pero sin perder la firmeza en mi voz y en mi lenguaje corporal. No había una manera sencilla de justificar mis palabras sin tener que revelar que renací. Porque consideraría que estaba loca.

Por un instante, Einar no dijo nada. Pero su expresión cambió. Algo en mi voz—posiblemente la verdad que no había dicho, pero que se podía leer entre líneas— lo había convencido.

—De acuerdo—Dijo finalmente—. Te creo.

Y por primera vez, su voz no había sido cortante, ni tampoco fría. Fue genuina. Humana.