Oliver Hayes acaba de ser despedido. Con una madre enferma y deudas que lo ahogan, traza un plan para sobrevivir mientras encuentra un nuevo empleo.
Cuando una aplicación le sugiere un puesto disponible, no puede creer su suerte: el trabajo consiste en ser el asistente personal de Xavier Belmont, el hombre que ha sido su amor secreto durante años.
Decidido a aprovechar la oportunidad —y a estar cerca de él—, Oliver acude a la entrevista sin imaginar que aquel empleo esconde condiciones inesperadas... y que poner su corazón en juego podría ser el precio más alto a pagar.
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📌 Relación entre hombres
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Capítulo 11. Contrato.
—Creo que me dormí —susurró Oliver, aturdido. Levantó ambas manos y se dio dos palmadas fuertes en las mejillas. El sonido seco se escuchó claramente en la pequeña burbuja de privacidad que los rodeaba. Sus mejillas se tiñeron de rojo en cuestión de segundos. Parpadeó varias veces, intentando enfocar la realidad frente a él… pero Xavier seguía ahí, mirándolo con la misma expresión impasible de siempre.
—¿Usted… habla en serio? —preguntó finalmente, con voz temblorosa.
Xavier asintió con un leve movimiento de cabeza.
—Pero… ¿por qué yo?
Antes de obtener una respuesta, un mesero apareció con perfecta sincronía, interrumpiendo la tensión que se había formado entre ellos.
—Señores, el menú —anunció con una sonrisa neutral, ajeno a la tormenta emocional que rugía en el pecho de Oliver. Lleno las copas de agua antes de mirarlos.
—Solo trae la cena del día —ordenó Johan con tono cortante, sin siquiera mirar al camarero, sabiendo que su jefe no tenía interés en demorarse con detalles irrelevantes.
—En seguida —dijo, se dio media vuelta y se fue.
—Ninguna razón en especial —respondió Xavier finalmente, con una frialdad que hizo que la emoción en el rostro de Oliver se desvaneciera de golpe—. ¿Sabes sobre el escándalo con Victoria?
—Lo sé —respondió Oliver de inmediato, sintiendo cómo la ira burbujeaba bajo su piel al recordar todo el caos que aquella mujer había causado. Cerró los puños bajo la mesa. Aquel circo mediático, las mentiras descaradas, la forma en que lo fingía en las entrevistas de televisión… le revolvían el estómago.
—Necesito un escándalo mayor para silenciar los rumores —explicó Xavier, como si hablara de una simple estrategia de negocios—. Y una pareja masculina, sin duda, pondría en duda la veracidad de sus palabras. La atención se dividiría, y los medios se consumirían con especulaciones nuevas.
Oliver sintió que su corazón se encogía. Por supuesto. No era real. No podía serlo.
—Pero, ¿no sería demasiado sospechoso? —musitó, esforzándose por mantener la compostura—. Usted nunca ha salido con un hombre. Si de pronto anuncia una relación así…
—Por eso te elegí a ti —lo interrumpió Xavier con naturalidad, como si tuviera todo resuelto—. Estudiamos en el mismo instituto, e incluso coincidimos en la universidad por un tiempo. Hay registros, fotografías, eventos compartidos… basta con inventar una historia sólida y convincente. Nadie dudaría.
Oliver bajó la mirada hacia el vaso de agua que el mesero había colocado frente a él. La superficie reflejaba su rostro descompuesto, y por un instante, deseó ser alguien más. Alguien más alto, más interesante, más digno.
Por supuesto que Xavier no estaba interesado en él. Nunca lo había estado. Incluso si por milagro le gustaran los hombres, él, Oliver, con su vida simple y su ropa barata, jamás sería una opción real para alguien como él.
Y, aun así…
Esa escena —estar frente a Xavier, escuchando las palabras “mi pareja”, sintiendo la ilusión clavada en el pecho— era exactamente como la había imaginado tantas veces, solo que en sus sueños, Xavier lo decía con una sonrisa, con la voz más suave, con una chispa de deseo en los ojos.
Soñó tantas veces con ese momento que ahora, al vivirlo, no sabía si debía llorar o reír.
No era real, no era amor, no era mutuo.
Pero era su oportunidad. Y aunque fuera una mentira… por una vez, podría vivir dentro de ella.
Además, era su amor platónico. ¿Cómo podría rechazar la posibilidad —aunque fuera solo un papel, un acuerdo, una estrategia— de ser su pareja, aunque fuera en apariencia?
Incluso si le dolía… incluso si el precio era su propio corazón, estaba dispuesto a aceptarlo. Porque en el fondo, aún recordaba aquel día en el instituto en que Xavier lo defendió sin dudar. Y ahora, era su momento de devolverle el favor.
Aunque doliera.
Aunque soñara despierto.
—Si no estás dispuesto… —Xavier interrumpió sus pensamientos con frialdad mientras se ponía de pie, dispuesto a marcharse sin mirar atrás.
El corazón de Oliver dio un vuelco. Entró en pánico y, casi sin pensar, estiró la mano para sujetarlo por la muñeca, impidiéndole avanzar. No… no podía dejarlo ir. Esa era su oportunidad dorada, la única que había tenido y probablemente la única que tendría jamás. No iba a desperdiciarla por el miedo a salir herido.
—¡No! Yo… estoy dispuesto —dijo con urgencia, las palabras tropezando unas con otras en su prisa—. Lo haré. Seré su pareja —afirmó con más fuerza de la que imaginaba tener, su voz elevándose más de la cuenta.
Xavier lo miró con una ceja arqueada, luego dirigió una rápida mirada a su alrededor. Por suerte, el restaurante estaba prácticamente vacío. Oliver, avergonzado por su arrebato, mordió su labio y soltó la mano de su jefe al instante, bajando la cabeza. Sus mejillas ardían.
—Es decir… fingiré serlo —murmuró, corrigiéndose.
Xavier volvió a tomar asiento con elegancia, y Oliver lo imitó, aunque con una mezcla de vergüenza y emoción contenida. Su mirada se deslizó fugazmente hacia su propia mano. Aún podía sentir la calidez de la piel de Xavier en la suya. Cerró el puño discretamente, queriendo atrapar ese pequeño instante por un poco más de tiempo. Solo un poco más.
—Te pagaré un sueldo extra por esto —dijo Xavier sin rodeos. Oliver alzó la vista, sorprendido—. Ganarás el triple de tu salario actual y, al final del acuerdo, recibirás un bono adicional, dependiendo de qué tan bien desempeñes tu papel. Pero debes seguir todas mis instrucciones. Harás lo que diga, cuando lo diga y como lo diga. ¿Entendido?
Oliver asintió, aunque una sombra de duda cruzó su mente. Su madre… ella estaba enferma. Tenía que estar con ella en cada tratamiento, acompañarla, sostenerle la mano cuando le faltaban las fuerzas. Pero el dinero… ese dinero cambiaría todo. Podría contratar a una enfermera de tiempo completo, incluso ahorrar para intentar conseguir un donante compatible. O, si era necesario, sobornar a alguien para que ella subiera en la lista de espera.
Sí, no había duda. Tenía que hacerlo. No solo por Xavier… por su madre también.
—Entendido —dijo con determinación.
—Johan —llamó Xavier. El secretario, siempre eficiente, sacó una carpeta de su maletín y la puso frente a Oliver.
—Es un contrato de confidencialidad —explicó—. No puedes decirle a nadie sobre esto. Si lo haces, Xavier te enviará a prisión y probablemente no saldrás de ahí.
La amenaza flotó en el aire como una sentencia. Pero Oliver no sintió miedo. No pensaba traicionarlo. Nunca.
Xavier sacó una pluma azul del bolsillo interno de su saco y la colocó sobre la carpeta.
—Fírmalo —ordenó.
Oliver tragó saliva, respiró hondo y tomó el bolígrafo. Con mano firme, fue firmando cada hoja del contrato. Sintió como si cada trazo pesara más que el anterior, como si una mezcla de nervios, responsabilidad y una felicidad secreta lo estuvieran aplastando… y al mismo tiempo llenándolo por dentro.
—Bien. Mañana en la oficina afinaremos los detalles —dijo Xavier mientras se ponía de pie.
Y sin mirar atrás, se marchó sin siquiera decir adiós.
—Nos… nos vemos mañana —añadió Johan con un gesto algo más amable, mientras recogía los papeles—. Te enviaré una copia del contrato a tu correo para que lo leas… aunque, bueno, ya lo firmaste —agregó con una sonrisa irónica.
Oliver asintió con una sonrisa tenue, casi tímida.
—Como sea. Pagaré la cuenta. Puedes quedarte y comer si quieres.
Y con eso, Johan también se fue.
Oliver se quedó solo en la mesa. Cerró los ojos por un momento, dejando que todo lo que acababa de ocurrir lo envolviera.
—Novio de Xavier —murmuró, tocándose las mejillas, sintiéndolas aún más calientes.
Aquello parecía una locura. Todo había ocurrido tan rápido que apenas si podía procesarlo. Y, sin embargo… lo había soñado tantas veces.
Tantas noches se había acostado imaginando cómo sería si Xavier se fijara en él, si le tomara la mano, si dijera las palabras que hoy había dicho.
Claro, no era real. No era amor.
Pero en su corazón, tan silencioso y hambriento de afecto, se sentía como si estuviera soñando con los ojos abiertos.