"El lío de Carlos" es una novela inspirada en una historieta escolar que narra las aventuras de Carlos, un joven carismático, despreocupado y amante de la diversión. Con su espíritu libre, disfruta explorando sus relaciones, coqueteando sin límites tanto con las chicas, pero tal parece que el destino cambiara el rumbo de su vida.
Por otro lado, se encuentra Janeth una joven trabajadora y determinada que enfrenta una lucha personal por encontrar una cura para su abuelo. En medio de los enredos y dramas que rodean la vida de Carlos y Janeth, sus caminos se cruzarán de formas inesperadas. ¿Logrará el amor triunfar entre tantas dificultades? Acompaña a estos personajes en una historia llena de emociones, retos y descubrimientos.
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Capítulo 12: Verdades en silencio
POV Janeth:
Llegué a casa tiempo después, tratando de distraerme con la rutina. Me puse a acomodar la despensa, pero no importaba cuánto me esforzara, no podía dejar de pensar en Carlos. Era tan amable, caballeroso y respetuoso. Una sonrisa pequeña se dibujó en mi rostro al recordar nuestra charla en el café, pero rápidamente me reprendí a mí misma. ¿En qué estoy pensando?
Suspiré profundamente, dejando caer una lata sobre la mesa. Mi sonrisa se borró en un instante cuando la realidad golpeó con fuerza. Estaba a punto de casarme con un hombre al que no conocía. No tenía tiempo ni disposición para conocer a nadie, y mucho menos para encariñarme. Mi corazón se llenó de tristeza mientras volvía a recordarme por qué había tomado esta decisión. Todo era por el bienestar de mi abuelo, por su salud, por él.
El día pasó entre un torbellino de pensamientos. Mis emociones estaban fuera de control, como si estuviera atrapada en una montaña rusa que no podía detener. A medida que la noche caía, me sentía agotada, no solo físicamente, sino también emocionalmente.
El lunes por la mañana llegó rápido, y con él, la rutina del trabajo. Trataba de concentrarme en mis pendientes cuando Valeria se acercó con su sonrisa característica y me dijo:
—¿Ya pensaste en tu "problemita"?
Solté una risa nerviosa y asentí.
—Sí… y tengo que contarte algo.
Justo cuando estaba a punto de continuar, Sebastián salió de su oficina con un par de documentos en la mano y se dirigió hacia mí.
—Janeth, ¿puedes llevar estos papeles con Mireya? —dijo, extendiéndome el folder.
—Sí, claro —respondí rápidamente, tomando los documentos. Miré a Valeria con una leve disculpa en la mirada.
—Nos vemos a la hora de la comida —le dije antes de dirigirme a la oficina de Mireya.
Mientras caminaba por el pasillo, una sensación extraña me invadió. Tenía tantas cosas guardadas, tantos secretos que no podía compartir, que sentía como si mi mundo estuviera a punto de desmoronarse.
En la hora de la comida, Valeria y yo nos dirigimos a un restaurante para poder platicar sin interrupciones.
—¿Entonces qué decidiste? —preguntó Valeria mientras tomaba un sorbo de su bebida.
Suspiré profundamente, sintiendo un peso en el pecho.
—Acepté la propuesta del señor Miller —dije finalmente.
Valeria se quedó en silencio, sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y preocupación. Pero, fiel a lo que siempre me había dicho, volvió a repetirme:
—Sabes que yo te apoyo, Janeth, pase lo que pase.
Le conté sobre el contrato y la cláusula que me quitaba el sueño, esperando que lo entendiera. Pero en cuanto terminé de explicarle, su rostro cambió.
—¿Por qué firmaste después de leer eso? —preguntó, visiblemente molesta.
Bajé la mirada, sintiéndome vulnerable.
—Lo hice por mi abuelo, por su operación… No podía pensar en nada más.
Valeria me observó en silencio, pero luego asintió, comprendiéndome. Hablamos por un rato, hasta que, sin darme cuenta, mi mente volvió al recuerdo de Carlos. Aquella tarde, nuestras miradas encontrándose, su sonrisa, la forma en que me hizo olvidar mis problemas por un momento…
—¿Janeth? ¿Qué te pasa? —preguntó Valeria, agitando ligeramente su mano frente a mi rostro.
Sacudí la cabeza para regresar a la realidad. Sin poder guardarlo más, le conté lo que había pasado con Carlos en la farmacia y el café. Su rostro se volvió serio, lo que me puso nerviosa.
—¿Sientes algo por él? —preguntó finalmente, directa.
Negué rápidamente, aunque el nudo en mi estómago me traicionaba.
—No puedo sentir nada por él ni por nadie. Estoy a punto de casarme con el hijo del señor Miller, Valeria.
Ella asintió, pero no dijo nada. Sus pensamientos eran un enigma para mí. Lo que no sabía era que guardaba un secreto que podría cambiarlo todo.
"Si tan solo supieras que ya conoces con quién vas a casarte…", pensó Valeria en silencio.
Al salir del trabajo, revisé mi teléfono y vi un mensaje del señor Miller: "Janeth, debemos reunirnos para hablar sobre temas importantes. Espero puedas encontrarte conmigo al terminar tu jornada."
Suspiré profundamente. A pesar de haber firmado el contrato, las dudas y los nervios seguían presentes. Le mostré el mensaje a Valeria durante nuestro último descanso del día, y ella, como siempre, me animó con una sonrisa.
—Tómalo con calma, Janeth. Lo tienes todo bajo control. Solo recuerda que aquí estoy para lo que necesites.
Asentí y salí de la oficina con el corazón acelerado. Al llegar al lugar acordado, el señor Miller ya estaba ahí, sentado con su aire de autoridad que nunca lograba pasar desapercibido.
—Buenas tardes, Janeth. Gracias por venir —dijo mientras yo tomaba asiento frente a él.
—Buenas tardes, señor Miller. ¿De qué quería hablar conmigo?
Él se acomodó en su silla, entrelazando las manos con seriedad.
—Es momento de empezar a planificar los detalles del matrimonio. Hay muchas cosas que debemos decidir cuanto antes.
Sentí un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. ¿Tan rápido?
—Señor Miller, con todo respeto, pero… ni siquiera conozco a su hijo. ¿Cómo vamos a planear una boda sin habernos visto siquiera? —pregunté con voz temblorosa, tratando de ocultar mi creciente incomodidad.
Una leve sonrisa apareció en su rostro.
—Entiendo tus preocupaciones, Janeth, pero debes recordar que firmaste un contrato. Yo me encargaré de todos los preparativos para que nada falte en la ceremonia. En cuanto a conocer a mi hijo… habrá un momento especial para que eso ocurra. Todo a su debido tiempo.
No sabía si su tono calmado me tranquilizaba o me ponía aún más nerviosa. Sentí como si el control de mi vida estuviera completamente en sus manos.
—Claro… lo entiendo —murmuré, forzando una sonrisa.
—Confía en mí, Janeth. Todo saldrá bien —aseguró con una voz tan convincente que, por un momento, quise creerle.
POV Carlos:
Iba saliendo del trabajo cuando mi teléfono comenzó a sonar. Miré la pantalla y vi el nombre de mi padre. Solo el verlo hizo que mi pulso se acelerara y mi mandíbula se tensara. No estaba de humor para escuchar nada de él, así que dejé que la llamada sonara hasta que se detuvo.
Suspiré, tratando de calmarme, pero justo cuando empezaba a relajarme, llegó un mensaje: "Deja la diversión por un momento y regresa a casa. Necesito conversar contigo. Y no te lo pregunto, es una orden."
La rabia burbujeó dentro de mí mientras leía esas palabras. Era tan típico de él. Siempre controlando, siempre exigiendo. Me dirigí a mi coche, encendí el motor y manejé con los pensamientos invadiendo mi mente. Tiempo después, llegué a casa.
Apenas entré en la sala, lo vi. Estaba sentado en el sofá, con un vaso de ron en la mano, como si todo estuviera perfectamente bajo control. Su calma solo avivó mi enojo.
—Aquí me tienes —solté, mi tono impregnado de irritación.
Él me miró con su típica expresión severa.
—¿Dónde estabas? No te he visto desde el viernes. ¿Estuviste de fiesta otra vez? —preguntó, su tono frío, calculador.
—Te equivocas —respondí cortante, sin darle más explicaciones.
Él levantó una ceja, con esa mirada que siempre me hacía sentir como un niño pequeño atrapado en una mentira.
—Carlos, no nací ayer. Te conozco —replicó, con ese tono que me sacaba de quicio.
—Tal parece que no me conoces tanto —respondí, dejando que el sarcasmo gotease en cada palabra.
—Si solo me hablaste para sermonear, mejor me voy. —Di la vuelta, dispuesto a largarme de ahí, pero su voz me detuvo.
—No he terminado de hablar contigo —dijo con firmeza, su tono tan autoritario como siempre. —Y no te llamé para sermonear, como dices. Esto es algo más serio. Es sobre una mujer.
Esas últimas palabras hicieron que me detuviera en seco. Me giré lentamente para mirarlo.
—¿Una mujer? —pregunté, mi voz cargada de furia contenida. Sentí cómo mi pecho se apretaba y mi respiración se volvía pesada.
Mi mente regresó al restaurante, a esa escena que había presenciado. Su calma, su mirada altiva, su control absoluto... todo eso alimentaba la furia que hervía en mi interior.
Carlos frunció el ceño y miró a su padre con incredulidad.
—¿De qué mujer hablas?
El señor Miller suspiró, acomodándose en su asiento.
—Hijo, he estado pensando... —intentó explicar, pero Carlos lo interrumpió bruscamente.
—¿En qué? ¿En cómo decirme que estás engañando a mamá otra vez? —dijo Carlos, alzando la voz.
El señor Miller lo miró desconcertado.
—¿De qué estás hablando? —preguntó con tono confuso.
—No te hagas el que no sabe —replicó Carlos, cruzándose de brazos—. Te vi en el restaurante con una mujer. No puedes negarlo.
El señor Miller pareció sorprendido por la acusación, pero antes de que pudiera responder, Carlos continuó, más alterado.
—Da gracias que mamá está de viaje y no tiene que ver las porquerías que haces. Ya la engañaste una vez, ¿recuerdas? ¿Y en qué terminó todo? Tuviste un bastardo con otra mujer, y aun así mamá te perdonó.
El silencio se apoderó de la sala, solo roto por la respiración agitada de Carlos. El señor Miller frunció el ceño y se levantó con autoridad.
—¡No me hables en ese tono! Soy tu padre, y me debes respeto —dijo, alzando ligeramente la voz.
Carlos apretó los puños, intentando contener su ira.
—¿Respeto? Eso es lo que tú deberías tener por mi madre. Ya la destrozaste una vez, ¿quieres hacerlo de nuevo?
El señor Miller respiró hondo, tratando de calmarse.
—Hijo, no entiendo por qué sacas esto ahora. Esa parte de mi vida quedó en el pasado.
—¿Por qué? Porque te vi con esa mujer en el restaurante —replicó Carlos, su tono cargado de reproche.
El señor Miller pareció reflexionar unos instantes antes de responder.
—Oh, eso...
Carlos lo miró sorprendido, notando la tranquilidad con la que hablaba su padre.
—¿Eso? ¿De verdad lo dices tan tranquilo? —Carlos sentía cómo la furia lo quemaba por dentro.
El señor Miller se sentó nuevamente y le hizo un gesto a su hijo para que también lo hiciera.
—Hijo, no es lo que tú piensas —dijo con calma.
Carlos lo miró fijamente, tratando de descifrar su expresión.
—Entonces explícame, porque sinceramente no entiendo nada.
El señor Miller soltó un suspiro y finalmente habló:
—Esa mujer no es mi amante. Es mucho más joven, podría ser mi hija.
Carlos arqueó una ceja, incrédulo.
—¿Hija? ¿Intentas decirme que tienes otra hija perdida por ahí?
—No, hijo, no es eso —respondió con firmeza.
El silencio llenó la sala, mientras el señor Miller buscaba las palabras adecuadas. Finalmente, decidió no alargar más el misterio.
—Esa chica es la que he elegido para que sea tu esposa.
Carlos abrió los ojos, atónito.
—¿Qué? ¿Me conseguiste una esposa? ¡Estás loco!
—Ya hemos hablado de esto antes —dijo el señor Miller con un tono autoritario—. No quiero que sigas postergando lo inevitable.
Carlos se levantó del sofá, furioso.
—Ya te lo dije antes, no voy a casarme.
El señor Miller lo miró con severidad.
—Pues tendrás que decidir: te casas con la mujer que he elegido o le dejo todo a tu hermano Julio. No hay más opciones.
Carlos sintió que el aire se volvía pesado. La mención de su hermano menor lo llenó de frustración, pero no respondió.
El señor Miller se levantó, dándole una última mirada a su hijo.
—Decide lo que quieras hacer, pero estas son las únicas opciones que tienes.
Dicho esto, se dirigió a su habitación, dejando a Carlos solo en la sala, donde permaneció sentado por un par de horas, sumido en sus pensamientos. Sentía una mezcla de rabia, confusión y resignación. Finalmente, subió a su habitación, intentando aclarar su mente, aunque sabía que la decisión sería inevitable.