Ivonne Bellarose, una joven con el don —o maldición— de ver las auras, busca una vida tranquila tras la muerte de su madre. Se muda a un remoto pueblo en el bosque de Northumberland, donde comparte piso con Violeta, una bruja con un pasado doloroso.
Su intento de llevar una vida pacífica se desmorona al conocer a Jarlen Blade y Claus Northam, dos hombres lobo que despiertab su interes por la magia, alianzas rotas y oscuros secretos que su madre intentó proteger.
Mientras espíritus vengativos la acechan y un peligroso hechicero, Jerico Carrion, se acerca, Ivonne deberá enfrentar la verdad sobre su pasado y el poder que lleva dentro… antes de que la oscuridad lo consuma todo.
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Capítulo 17.
Extra #1 (Violeta y Claus)
La debilidad nunca había sido algo que Violeta mostrara, al menos no hasta que conoció a Claus. Desde pequeña, había sido criada como una bruja prodigio.
"Debes ser perfecta." Esas eran las palabras que su madre le había inculcado, talladas en su alma como una maldición. Nunca conoció a su padre; su madre, líder de un aquelarre, lo había asesinado sin piedad.
"No hay espacio para el amor o el humor en la vida de las brujas con magia oscura." Esa enseñanza no solo la formó, sino que la encadenó. Irónico cómo la historia parecía repetirse: Violeta también había matado a su esposo y, en el proceso, perdido a su hijo... Igual que su madre.
Intentó escapar de ese destino marcado por la tragedia, alejándose hasta el pueblo más apartado que pudo encontrar. Quería ser libre, rodearse de personas que no esperaran perfección ni liderazgo. Allí conoció a Erasmos, a quien amó y cuidó como a un hijo. Él también cargaba con el peso de un linaje que lo había traicionado, y juntos encontraron consuelo en su mutua imperfección.
Con el tiempo, llegó Ivonne, quien se convirtió en la primera persona a la que realmente pudo llamar amiga. Con Ivonne, no necesitaba ser fuerte todo el tiempo. No había máscaras, no había juicios. La casa estaba llena de sus invenciones, y, sorprendentemente, Ivonne las aceptaba todas con una naturalidad que desarmaba cualquier barrera que Violeta hubiera levantado. Por eso se embarcó en este viaje: para ayudar a la única persona que la había aceptado tal como era.
Pero entonces apareció Claus.
¿El universo tenía sentido del humor ahora? ¿Por qué el destino le imponía un lobo como pareja? Alguien que no podía lastimarla, pero que, con cada mirada intensa y cada sonrisa fugaz, hacía latir su corazón con un miedo que ella apenas podía comprender. No miedo de él, sino de sí misma... de volver a sentir, de abrirse a la posibilidad de perder otra vez.
Las imágenes de su vida pasada se reproducían en su mente como destellos dolorosos. La noche en que Ivonne fue atacada... El momento en que Claus apareció en su puerta, con esa expresión decidida que gritaba "héroe de novela barata", y cómo Erasmos, siempre reservado, se acurrucó en sus brazos sin miedo.
Claus estaba desmoronando sus defensas. Cada pequeña sonrisa, cada gesto protector... era un recordatorio de todo lo que Violeta había prometido no volver a sentir.
Cuando despertó, supo de inmediato que algo andaba mal. El aire estaba helado, mordiéndole la piel como agujas diminutas. La habitación, amplia y silenciosa, parecía oprimirla con un vacío casi tangible, como si las sombras mismas contuvieran la respiración, observándola. El dolor en su cuerpo no era solo físico: era un recordatorio cruel de su fragilidad, esa que tanto odiaba admitir. Y lo peor de todo... por primera vez en mucho tiempo, no tenía el control.
Sus ojos, aún nublados por el sueño, buscaron con desesperación una figura familiar. Pero Erasmos no estaba allí. La cama, demasiado fría, demasiado vacía, hizo que su pecho se cerrara en un puño invisible. Su corazón comenzó a latir con fuerza, cada golpe resonando en sus oídos como un tambor de guerra.
El miedo se enroscó en su interior, lento y venenoso, como una serpiente despertando de un letargo. Un sudor frío le perló la frente. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no estaba con ella?
Ignorando el ardor que le quemaba la piel y el peso insoportable en sus huesos, se levantó a la fuerza, tambaleante, cada paso un desafío a su propio dolor.
Salió por la primera puerta que encontró, el suelo frío mordiéndole los pies. La penumbra de la sala de estar la recibió con un silencio pesado. Solo las brasas moribundas de una chimenea crepitaban en la oscuridad, lanzando destellos rojos que parecían latir como un corazón moribundo. Frente al sofá, vacío, la soledad se sintió absoluta.
—¿Dónde estás? —susurró, la voz quebrada, apenas un eco en el vasto vacío.
Una voz familiar llamó su atención desde una puerta lateral. La abrió con cuidado y allí lo vio: Erasmos, dormido, descansaba entre los brazos de un Claus ojeroso y desaliñado, que tarareaba algo mientras removía el contenido de una olla, balanceándolo suavemente como si fuera un bebé. Porque, claro, ¿qué macho no domina el arte de la cocina y el cuidado infantil?
La escena fue, al mismo tiempo, absurda y conmovedora. ¿Cómo alguien tan fuerte podía verse tan... humano? Una pequeña chispa de ternura encendió algo en su interior.
Sus ojos se encontraron, y en un instante compartieron más de lo que las palabras podían decir: preocupación, alivio, y algo más profundo, más aterrador... conexión.
Ella le dedicó una sonrisa tranquila y, con calma, extendió los brazos, pidiendo a su familiar.
Claus negó con un leve movimiento de cabeza, preocupado de que el peso la debilitara aún más.
—Estaré bien —dijo Violeta, aunque la voz le tembló ligeramente. Y probablemente era la mentira menos creíble desde que dijo que podía hornear sin quemar la cocina.
Claus no respondió de inmediato. Solo la miró, evaluando cada línea de su rostro, cada sombra bajo sus ojos, como si pudiera leer el abismo que se escondía detrás de su silencio. Finalmente, asintió con lentitud y, con una delicadeza que parecía imposible en alguien como él, colocó a Erasmos en sus brazos.
El contacto fue inmediato, un golpe seco en el alma. El peso del pequeño dragón negro no era mucho, no para alguien acostumbrada a soportar tanto. Pero en ese instante, se sintió como sostener el mundo entero... o, peor aún, como sostener un recuerdo que alguna vez también fue pequeño, cálido y respirando en sus brazos.
Un destello. Su hijo, de ojos llenos de curiosidad, estirando las manos hacia ella... El eco de una risa que ya no existía. El vacío que quedó cuando todo se lo arrebataron.
El terror la golpeó con la violencia de una ola helada. No podía... no debía sentir esto otra vez. La idea de perder de nuevo, de vivir otra caída en ese abismo, le apretó el pecho como un puño cruel.
Apretó a Erasmos contra su pecho con desesperación, como si, al hacerlo, pudiera protegerlo de un destino que ya conocía demasiado bien. Inspiró profundamente, intentando ahogar el rugido de la tormenta que nacía dentro de ella.
—Gracias por cuidarnos —murmuró, la voz apenas un susurro, quebrada en los bordes. No se atrevió a mirarlo. Si lo hacía, temía que Claus pudiera ver el miedo reflejado en sus ojos. Y ella no podía permitirse ser vista así. No otra vez.
Pero Claus no se apartó.
—No tienes que fingir conmigo —su voz era baja, grave, cargada de una paciencia que ella no merecía.
Eso la hizo estremecer. No por las palabras, sino por la verdad que traían consigo.
—¿Y qué se supone que haga? ¿Dejar que me veas rota? —respondió con dureza, la voz más afilada de lo que pretendía. Violeta dio media vuelta, dispuesta a volver a la habitación de donde había salido cuando despertó.
—No estás rota. —Su respuesta fue inmediata, casi feroz—. Estás de pie. Eso ya es más de lo que muchos lograrían.
El silencio cayó entre ellos como una manta pesada. Violeta bajó la mirada, enfocándose en las escamas brillantes en la frente de Erasmos.
—No entiendo por qué te importa tanto, esto es solo magia. Podríamos romper el hechizo que ata nuestras almas y listo —susurró, casi para sí.
Claus se acercó, lo suficiente para que pudiera sentir su presencia cálida y sólida, pero sin invadir su espacio.
—No tienes que entenderlo. Sé que podríamos hacer eso, pero no quiero alejarme de la persona que he conocido y visto estos últimos días. Violeta. Solo déjame quedarme... hasta que no lo necesites más. —Su voz se suavizó—. No voy a pedirte nada. No voy a esperar nada. Pero no puedo mirar hacia otro lado cuando te veo caer.
Las defensas de Violeta se agrietaron un poco más.
—No sé cómo hacer eso... —confesó, su voz tan baja que apenas fue un suspiro—. No sé cómo dejar que alguien me cuide sin sentir que... estoy fallando.
Claus la miró con una ternura que la desarmó aún más.
—No es fallar, Violeta. Es ser humana.
Ella cerró los ojos, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar. —No soy humana —dijo con cierto humor forzado—. Soy una bruja mediocre con mal gusto para las decisiones de vida.
—Tú y yo sabemos que eso no es verdad. —Las manos de Claus reposaron sobre los hombros de Violeta—. Hacer un hechizo totalmente opuesto a tu naturaleza mágica podría ser mortal, y sin embargo, estás de pie en mi cocina, sosteniendo a un dragón que pesa al menos una tonelada. Con eso creo que si pones un gimnasio seré el primero en la fila para entrar.
La risa de ambos resonó en la estancia, cálida y sincera, y por primera vez, no parecía tan terrible la idea de dejar que alguien estuviera ahí.
—Solo esta vez —susurró finalmente—. Solo por ahora.
Claus asintió, sin necesidad de palabras. No había victoria en su mirada, solo comprensión.
Y por primera vez, Violeta permitió que la oscuridad dentro de ella se relajara, solo un poco, mientras el calor de su pequeño refugio la envolvía. Por primera vez, no estaba sola en su lucha.
Tras la conversación, los días pasaron mientras Violeta y Erasmos se recuperaban. De vez en cuando, Violeta visitaba a Ivonne, quien descansaba en la casa de Jarlen y aún no despertaba. En un impulso de inquietud disfrazada de generosidad, se había ofrecido para lanzar un hechizo de curación, insistiendo en que ya estaba en perfectas condiciones. La respuesta fue un rotundo no.
Frustrada, decidió aceptar una pequeña invitación de Claus para relajarse en el patio de su casa. El sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras, mientras el frío del futuro invierno rozaba su piel con dedos invisibles, tentándola a entrar. El aire olía a tierra húmeda y hojas secas, un susurro melancólico de la temporada que moría lentamente.
Pero se detuvo.
Los vio.
Erasmos estaba allí... con Claus.
El tiempo pareció ralentizarse. Hacía tanto que no lo veía en su forma humana que el simple hecho de verlo así la dejó sin aliento. Su cabello negro, largo y ligeramente ondulado, caía con naturalidad sobre su frente, moviéndose con la brisa como si el propio viento no quisiera dejarlo ir. Su piel, pálida, parecía absorber la tenue luz del atardecer, y por un instante, bajo esos reflejos dorados, el brillo sutil de sus escamas se hacía visible—como un secreto que el mundo no estaba listo para conocer.
Pero lo que más la desarmó fue su risa. Una risa real, pura... libre, que Violeta no escuchaba desde hacía demasiado.
Claus, con su cabello largo recogido en una coleta descuidada, se movía con la naturalidad de alguien que había nacido para luchar. La facilidad con la que bromeaba, esa mezcla de seriedad y humor ligero, creaba un ambiente de confianza que Erasmos aceptaba sin miedo. Y había algo en ellos, su parecido sutil: tenían la misma mirada intensa, como si compartieran una conexión más profunda que aún no alcanzaba a comprender.
Luego, lucharon.
Los movimientos fueron rápidos, casi un juego entre sombras y luz. Claus, con su fuerza contenida, era ágil y preciso, mientras que Erasmos seguía cada paso con una concentración casi reverente. El aire vibraba con la energía de sus choques, cada golpe resonando en el silencio del patio como un latido.
Claus ganó con facilidad. Erasmos terminó en el suelo, su respiración agitada formando nubes en el aire frío, pero con una sonrisa amplia, sincera, que revelaba sus colmillos con una felicidad pura... una felicidad que Violeta creía perdida.
—¡Gané! —exclamó Claus, soltando una carcajada vibrante mientras le ofrecía la mano.
—Eres demasiado fuerte para mí —respondió Erasmos al levantarse, esa humildad genuina brillando en su voz.
La escena era simple.
Pero para Violeta, lo era todo.
Llevó una mano temblorosa a su boca, sintiendo cómo las lágrimas se desbordaban sin permiso, tibias contra la brisa helada.
Había pasado tanto tiempo protegiendo a Erasmos, levantando muros invisibles para mantenerlo a salvo, asegurándose de que nada ni nadie pudiera herirlo... que nunca se permitió imaginar que alguien más pudiera estar ahí para él.
Pero Claus estaba ahí.
Sin buscarlo. Sin grandes gestos. Simplemente estaba. Y Erasmos confiaba en él con una facilidad que Violeta no había logrado ofrecerle en mucho tiempo.
Eso la rompía.
Pero también la sanaba.
Y mientras el cielo oscurecía, tiñéndose de azul profundo y estrellas tempranas, una pregunta latía en su mente con fuerza:
¿Y si no estaba lista para dejarlo ir?
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Hola, hola florecitas.
Me dieron ganas de publicarles este capítulo Extra.
Digamos que es mi manera de agradecer todo el apoyo que he estado recibiendo de parte de ustedes.
Sobre el maratón de la semana que viene...
Planeo subir 5 capítulos, pero en caso de que termine de escribir toda la obra subiré 3 capítulos por día.
Deséenme suerte para terminar y les mando besitos en el Miocardio.