Mi Amor Arrogante

Narrador omnisciente.

Muchos sucesos estaban a punto de ocurrir: algunos divertidos, otros conflictivos, pero siempre con la llama del amor encendida.

Encuentros que pueden cambiar la vida de las personas en un segundo, dando inicio a una historia de sentimientos puros, esos que son imposibles de olvidar y que siempre han de perdurar.

Así sucedió en ese instante.

Ellos caminaban en la misma dirección y, sin darse cuenta, se encontraron por un accidente inesperado.

Se miraron a los ojos y en ellos se reflejaron muchos sentimientos. La electricidad empezó a recorrer su cuerpo con solo el roce de sus dedos, pero él detuvo ese momento, tan mágico y perfecto.

Unas palabras y todo se acabó, pero la sensación permaneció.

— ¿Por qué no tiene más cuidado al caminar? — le dice con su voz fría e inexpresiva.

— Lo mismo debería decir de la persona que tengo enfrente, pero parece que es ciego para ver que no fui solo yo la culpable — murmura ella.

— ¿Tiene el atrevimiento de decir que es mi culpa? — le recrimina.

— Ah, no ¿y entonces qué quiere que haga? ¿Que le monte un altar y me ponga a rezar? — ironiza, mientras él la fulmina con la mirada — Por supuesto que tiene parte de la culpa en esto; si no hubiera estado tan distraído, no lo habría empujado y así... — la interrumpe.

— ¿Sabe una cosa? No voy a perder mi tiempo hablando con alguien tan despistada e insolente como usted — dice con indiferencia, mientras pasa a su lado para irse.

Ella lo observa con incredulidad y, llena de indignación, le grita con fuerza:

— ¡Tu serás el despistado e insolente, idiota!

Él, al oír sus palabras, se da la vuelta rápidamente y se aproxima a ella una vez más.

— Repite lo que acabas de decir — le exige, con la mirada oscurecida por la rabia.

Sus ojos, llenos de intensidad, se clavan en ella, pero ella no tiene intención de dejarse amedrentar por alguien tan arrogante.

Justo cuando está a punto de responderle, se escucha la voz de otra persona interrumpiendo la tensión del momento.

— Leandro, ¿qué ocurre? — pregunta Federico.

Ambos se quedan en silencio, pero se retan con la mirada; una de ellas es del color del cielo, clara y hermosa, mientras que la otra está oscura, como nubes de tormenta.

Así fue el encuentro de nuestros protagonistas: especial y desastroso.

Pero, ¿qué fue exactamente lo que sucedió?

**Horas antes.**

Leandro había llegado a Argentina junto a su hermano, pero su mente estaba lejos, atrapada en un estado de trance.

Se perdió en pensamientos sobre las palabras de Luciano, mientras luchaba consigo mismo por dejarse llevar por ese juego de ilusiones, que consideraba completamente inmaduro.

Mientras descendían por las escaleras mecánicas del aeropuerto, la voz de Federico resonó en el aire, rompiendo su ensueño.

Federico los estaba esperando con una amplia sonrisa en su rostro.

— ¡Hermanitos! Estuve a punto de pensar que no iban a llegar —exclamó, al verlos finalmente frente a frente, llenando el ambiente de una calidez familiar.

— Me lo imagino, pero ¿por qué dudarías si fuiste tú quien decidió adelantarse sin avisar a nadie? Pensé que tal vez no te importaría nuestra presencia después de todo — comentó Leandro con tono sarcástico.

— ¡Oye! No me culpes, fue doña Raisa quien tuvo la idea — se defendió Federico.

— ¡Por supuesto! Y tú, como de costumbre, te dejas manejar por ella —dijo Luciano.

— Estamos hablando de nuestra madre, ¿cómo quieres que me niegue? —le preguntó Federico.

— Haciéndolo, pero eso es algo que tú nunca lograrás hacer — respondió Leandro —. Sin embargo, no estoy para hablar de eso ahora, fue un viaje muy largo y quiero descansar. Después discutiremos el tema del concurso y me contarás cómo te fue con Gerardo.

— Será queremos, porque yo también estoy cansado — le recriminó Luciano, enfatizando la palabra queremos.

— Más de lo que ya lo hiciste —murmuró Leandro.

Luciano asintió y luego sacudió la cabeza negando. Leandro rodó los ojos

— Qué pérdida de tiempo.

Él no pronunció palabra alguna, lo que llevó a que la conversación llegara a su fin.

Federico tomó la iniciativa de conducirlos hasta el auto que había adquirido para su estancia.

El vehículo era un elegante deportivo de un atractivo color azul oscuro.

Al ver el auto, Luciano sacudió la cabeza en señal de desaprobación, mientras que Leandro simplemente soltó un bufido cargado de enojo.

Desde siempre, su hermano ha sido de esos que gastan hasta el último centavo en lujos caros y caprichos extravagantes.

En contraste, él es el único, junto con Luciano, que se aleja de ese tipo de derroches.

— Te cuesta tanto no gastar dinero a lo loco y ser un poco más humilde — murmura Leandro, su voz cargada de reproche.

Federico, despreocupado, se encoge de hombros, restándole importancia a las críticas que su hermano le lanza, como si las palabras de Leandro no tuvieran el más mínimo efecto en él.

— Deja de ser tan aburrido, Leandro — responde con una sonrisa, mientras le da unas suaves palmadas en el hombro, intentando aligerar la tensión del momento —. Intenta divertirte un poco más.

— Mejor vámonos — responde Leandro, visiblemente molesto y con un tono de voz más firme —. Ya estoy harto de tus tonterías.

Luciano, que había estado observando la escena, le hace señas a Federico para que guarde silencio y, finalmente, este decide hacerle caso.

Ambos conocen a su hermano Leandro lo suficiente como para saber que no es sensato jugar con su paciencia en esos momentos.

Una vez que los tres se acomodaron en el automóvil, este inició su trayecto hacia el hotel donde se alojarían durante el tiempo que durara el concurso.

La intención era poder regresar a España al finalizar el evento.

Sin embargo, lo que ninguno de ellos podía imaginar en ese momento era que ese regreso nunca se llevaría a cabo, por supuesto, debido a decisiones que tomarían más adelante.

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LUCIANO:

FEDERICO: