**La vida perfecta no existe, y menos cuando la creamos basándonos en otras personas. Soy Elena Hernández, una mujer común que se enamoró del hombre perfecto. Juntos soñabamos con salir adelante y poder emprender nuestro propio negocio. Pero, para que esto pudiera ocurrir, uno de los dos debía sacrificar sus sueños. ¿Y adivinen quién se sacrificó?**
**Vivía en una burbuja que pronto me reventaría en la cara, haciéndome caer en el más profundo abismo. ¿Seré capaz de salir adelante? ¿Podré alcanzar mis propias metas? Acompáñame en este nuevo inicio y descubramos juntos de qué estoy hecha.**
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Capítulo XIII Alianzas
Punto de vista de Natalie
Fui una tonta en dejar que Leonardo me descubriera; debo ser más cuidadosa. Pero, ¿quién se iba a imaginar que el muy idiota se enteraría de que yo estaba en la ciudad? Han pasado casi cuatro meses desde aquel día y no he sabido nada más de él. Aunque tampoco divulgó lo que yo le había hecho, eso era un punto a mi favor, ya que Ágata me seguía considerando la mejor opción para su querido hijo. Por la tarde nos vamos a reunir; según me dijo, tiene algo importante que contarme. Esa mujer es insufrible, pero es mi mejor aliada en este momento, y no voy a desaprovechar su ayuda para acercarme nuevamente a Leonardo.
Estaba sentada en el restaurante más lujoso de la ciudad; era común en ella frecuentar este tipo de lugares y a mí me encantaba, ya que me trataban como a una reina. Llegué un poco antes que ella y me senté a esperar su entrada, que como era de esperar fue irónica. Al llegar, todas las miradas se posaron en la mujer y, más que por respeto, las personas la veían por su extravagancia. A veces pensaba que ella no era de nuestra clase social, pues los que nacimos en cuna de oro pocas veces nos comportamos así.
La vi caminar hacia mí y una sonrisa forzada apareció en mi rostro. "Querida, te ves espectacular", dijo sentándose frente a mí.
"Y usted como siempre parece una diosa". Tenía que contener la risa, pues mi suegrita no estaba vestida acorde a la ocasión.
El mesero se nos acercó ofreciendo el menú: "Buenas noches, señoras. Bienvenidas. ¿Desean ordenar?", preguntó sin apartar la mirada de Ágata.
Ella sonrió amablemente y le dijo al mesero que le sirviera lo mismo de siempre. Por mi parte, no iba a desperdiciar la oportunidad de cenar en aquel restaurante; mis finanzas no iban muy bien y ya no podía darme esos lujos. Pedí el plato más costoso que había en el lugar acompañado del mejor vino. Ágata parecía no importarle o simplemente no tenía idea de lo que estaba pidiendo. Rápidamente deseché la segunda opción, ya que ella venía de una de las familias más adineradas del país.
El mesero se retiró dejándonos solas nuevamente. "Y bien, señora, ¿qué es eso tan importante de lo que me quiere hablar?", pregunté con inocencia.
Ágata pareció dudar por unos segundos antes de hablar: "No sé qué pasó entre tú y Leonardo, pero anda diciendo que tiene una mujer y que esta está embarazada", soltó la vieja haciendo que me atragantara con el sorbo de vino que había llevado a mi boca.
"Eso no puede ser; él no me puede hacer algo así. Nosotros solo hemos tenido una pequeña discusión". Tenía que minimizar lo que realmente había pasado; no podía dejar que mi suegra supiera la verdad.
"Lo siento querida, pero estoy diciendo la verdad. Mi tonto hijo anda con una mujer sin clase que además espera un hijo; vaya a saber de quién".
Las palabras de Ágata me atravesaban el pecho de manera dolorosa y no precisamente porque amara a Leonardo, sino porque me daba directo en mi ego. Era imposible que ese hombre me hubiera olvidado tan rápido; se suponía que yo era el amor de su vida y que él soñaba con una familia conmigo. ¿En qué momento se enamoró de otra? ¿En qué momento empezó a formar una familia con ella?
"No te preocupes querida; yo te voy a ayudar a que mi hijo se olvide de esa arribista". Tener a esa mujer como enemiga era lo peor que podía pasarle a cualquier persona en el mundo. Pero quien había mandado a esa intrusa a meterse con mi Leonardo ahora tendría que atenerse a las consecuencias.
Ágata y yo seguimos inmersas en nuestra conversación mientras las personas iban y venían a nuestro alrededor.
Las luces del restaurante brillaban con un resplandor dorado y la música suave creaba un ambiente casi mágico. Sin embargo, yo estaba lejos de disfrutar de la atmósfera. Mis pensamientos estaban completamente centrados en Leonardo y en esa mujer que se había atrevido a interponerse entre nosotros.
"¿Y qué planes tienes para recuperar a Leonardo?", preguntó Ágata, sacándome de mis pensamientos. Su mirada era intensa, llena de expectativas.
"Voy a hacer lo que sea necesario", respondí, sintiendo cómo la determinación crecía dentro de mí. "No puedo dejar que una cualquiera le robe lo que es mío".
Ágata asintió, complacida. "Eso es lo que me gusta escuchar. Tienes que ser astuta, querida. No puedes dejar que te vean débil. Aprovecha cada oportunidad que tengas para acercarte a él y demostrarle que eres la mejor opción".
Me sentí impulsada por sus palabras. Sabía que tenía una batalla por delante, pero estaba lista para luchar. "¿Tienes alguna idea de dónde podría encontrarlo?", le pregunté, mientras tomaba otro sorbo de mi vino.
"Lo he visto en el club de golf los fines de semana", dijo Ágata con una sonrisa maliciosa. "Quizás podrías aparecer por allí y casualmente encontrarte con él".
La idea comenzó a tomar forma en mi mente. Podría hacerme ver como alguien despreocupada, como si no me importara lo que había sucedido entre nosotros. De esa manera, podría ganarme su atención nuevamente y recordarle lo que había perdido.
"Perfecto", respondí con una sonrisa. "Creo que eso funcionará".
La cena continuó, pero mi mente estaba ocupada trazando un plan para recuperar a Leonardo. No iba a permitir que esa mujer se saliera con la suya. Después de todo, el amor es una guerra en la que solo los más astutos sobreviven.
Mientras Ágata hablaba sobre trivialidades y anécdotas familiares, yo solo podía pensar en cómo darle la vuelta a esta situación y volver a tener a Leonardo a mi lado. La noche se volvió un torbellino de ideas y estrategias, y aunque sabía que el camino sería difícil, estaba decidida a luchar por lo que creía que era mío.
Cuando finalmente nos despedimos y salí del restaurante, sentí una mezcla de nerviosismo y emoción al pensar en el desafío que se avecinaba. Esta vez no iba a ser una tonta; esta vez iba a ser astuta y calculadora. Después de todo, no solo estaban en juego mis sentimientos, sino también mi orgullo.
Y así, con cada paso hacia la salida del restaurante, mi mente se llenaba de planes y estrategias para enfrentar lo que fuera necesario para recuperar lo que creía merecer: el amor de Leonardo.