Un Viaje A Lo Desconocido

La caminata seguía sin parar, cada paso que daban era importante para ellos, estaban en un lugar, donde las sorpresas llegaban en el momento menos esperado. Sabían que no solamente eran animales grandes, plantas carnívoras, serpientes enormes, también pequeñas criaturas que de dolor te podían matar.

La aventura empezaba hacer agradable por ratos, al ver tantas cosas que jamás imaginaron conocer. El camino los estaba llevando a un espacio más limpio, retirado del río. Aun así, seguían viendo solo la parte de atrás de la enorme estatua, donde ellos querían llegar.

—¿Creen que se dieron cuenta de nuestra desaparición?— preguntó Alicia, después de un buen rato todos en silencio, cuidando cada paso y disfrutando cada espacio.

—Supongo que sí, ya son 48 horas en este lugar— respondió Winder.

—Yo solo espero que salgamos hoy, no quisiera dormir otra vez en este lugar y amanecer corriendo como loca— comento Renata con desánimo.

—¿Sería que la serpiente se murió? Uy no, mejor no la invoco— hablo Gabriel sintiendo su piel erizar de miedo.

—No creo, eso solo la lastimó— Aseguro Winder.

Su charla seguía mientras caminaban sin detenerse, llegando a una pequeña jungla llena de bananos, alegrando el ojo de todos.

—Aaah, quiero muchos de esos, muero de hambre— exclamó Renata, casi corriendo para llegar rápido donde estaban los racimos de bananos. 

—Espera bebé, puede haber muchos monos y se molestarán si le comes su comida— Le advirtió Winder. Pero ninguno hizo caso, solamente querían saciar su hambre y que mejor manera que con unos bananos fules en potásico, buenos para dejar el estómago lleno. Uno, otro y otro, hasta quedar totalmente llenos, sin ganas de seguir caminando.

—Yo tomaré una siesta— Dijo Gabriel, acomodándose sobre un coco, estiró sus piernas y cerró sus ojos, soltó un suspiro para relajar su cuerpo.

—Yo voy a aprovechar a bajar unos cocos, nos servirán por el agua— Hablo winder mientras observaba como subir ese coco.

—¿Y si vienen los monos?— Agregó Alicia con recelo, no estaba preparada para pelear con unos monos por su comida.

—No creo y si vienen los escucharemos— afirmó Gabriel con sus ojos cerrados.

De esa manera convenció a su novia de que descansará un rato, al igual que a Renata. Mientras ellos dormían, Winder bajaba los cocos, subió hasta la sima con la ayuda de un bejuco para no caer.

No fue tan difícil subir y mucho menos bajar los cocos, lo difícil sería bajar de allá asustado por la manada de monos que venían molesto al observar como les comieron su cómoda.

—¡CHICOS, LOS MONOS!— Gritaba winder desde arriba, mientras intentaba bajar lo más rápido posible. Solo Alicia abrió los ojos desorientados y observando como Winder casi se lanzaba.

—¡Despierten, vienen los monos!— exclamó Winder casi llegando a suelo.

—¡Amor los monos!— exclamó Alicia muy asustada, moviendo a Gabriel.

—¡Donde vienen!— exclamaba Renata asustada.

—¡Agarren un coco y corran!— Les Exclamó Winder, sin perder tiempo obedecieron, justo llegaban los monos y los perseguían, por tierra y por los árboles, los chicos corrían sin parar y mucho menos, veían para atrás.

—¡NO SE DETENGAN!— Gritaba winder, mientras escuchaban el sonido de los monos molestos.

—¡Vamos al río!— exclamó Gabriel, seguían corriendo hasta llegar al río y entrar en él, dejando a los monos en la orilla bien molestos. Todos respirando agitados, con los cocos en manos.

—No debíamos comer su comida— opinó Renata, aún cansada.

—Debimos marcharnos en cuento, la comimos— corrigió Gabriel.

—Ya estamos a salvo, es lo importante— Dijo Winder.

—No sé si soporte otra carrera como esta— Susurró Alicia.

—¿Y si vienen peores?— Hablo Renata.

—¡Cállate Renata!— exclamó Gabriel y Alicia, le tenían miedo a las predicciones de Renata. Tenían más de media hora metidos en el río, esperando que los monos se fueran.

—Ya los monos se fueron, salgamos y continuemos con nuestro camino— sugirió Winder.

Todos salían muy despacio, viendo a todos lados, observando a lo lejos para asegurarse que ya no estaban. 

—Ahora solo falta que llueva y nos mate el frío— murmuro Renata y gotas del cielo empezaban a caer.

—No digas más una palabra, por favor — suplico Gabriel, abrazando a Alicia.

Estaba más que claro que todo lo que Renata decía, se cumplía, la única cosa que no se hacía realidad, era el deseo de salir de ahi.